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Capítulo XI: El país sin sol, Roger Durañona

El grupo se había separado en dos; Gurdas y Duggar en la retaguardia, el asesino y Lorday al frente, explorando. Llevaban ya dos días marchando en esa formación, con todavía más cautela que antes.

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Capítulo VII: Brisa, Roger Durañona

Al fin, tras unos cuantos días más de marcha, se alzaron ante ellos los añejos muros de Hime Sari: la ciudad más cosmopolita del mundo conocido, incluso más que la fanfarrona Pak—Semur, capital del antiguo imperio Varsói, justo a medio camino entre el poblado sur y el inhóspito norte. Los bromistas afirmaban que en la salida norteña había un cartel que rezaba: la civilización acaba aquí, un chiste al que los pobladores septentrionales no le encontraban ninguna gracia.

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Capítulo IV: Las buenas compañías, Roger Durañona

Un hombrón grande y grueso como un oso estaba parado justo a la entrada del puente, armado con un garrote y un par de largos cuchillos al cinto. De los cuchillos solo se veían las puntas; los mangos casi desaparecían debajo de los pliegues de la enorme panza. Duggar se preguntó por qué los tipos así siempre llevaban un garrote. Probablemente, un cerebro tosco necesitaba un arma igual de tosca que blandir, para sentirse a gusto. O sería simplemente que resultaba del todo imposible pedirle a un vulgar asaltante de caminos que tuviese un poco de clase.

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Capítulo III: Donde Duggar descubre las desventajas de una larga caminata, Roger Durañona

Uno de los escarabajos comunicadores zumbó dentro de la caja. Bastiol la abrió para dejarlo salir. Su pareja, que había soltado unas horas antes, había llegado hasta el destinatario de la llamada. Los escarabajos mensajeros eran el último grito de la técnica denmar en cuanto a comunicaciones. Podían funcionar en una única dirección, si se enviaba uno con un mensaje, o en ambas, si tenías dos.

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Capitulo II: Un equipo multidisciplinario, Roger Durañona

Lorday el Mago espantó el zumbante insecto con una mano mientras con la otra –bueno, y un poco de ayuda mágica— se mantenía sujeto a la escarpada pared. Por las pelotas de Maki el Vago, qué escarabajo más grande… y tampoco había visto nunca esa especie, pensó con una parte de su mente. El resto estaba muy ocupado en encontrar un camino hacia el borde que se veía unas pocas decenas de pies más arriba.

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