
Avisados por el estruendo de la explosión, y seguros desde la distancia, todo el Ejército Libertador pudo contemplar cómodamente el final de Kangayowa.
El vítor fue un clamor unánime, en las filas de jinetes e infantes, sorprendidos por aquel colofón al asedio
Tanta fue la nieve, las rocas y la tierra que precipitó la avalancha provocada, sobre la antigua fortaleza, que toda la meseta quedó cubierta. Los lagos que aún tenían agua, ya estancada y maloliente, para alegría de tantas ranas; el foso; los muros… incluso, cientos de miles de libras cayeron pendiente abajo, arrasando casi todo el bosque en la ladera. Y elevando altísimas nubes de polvo.
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