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La atalaya de los ciclos (cuento), por Yoss

Para esta noche de jueves les traigo un cuento especial, no sólo porque es inédito y de Yoss, a quien siempre le agradezco mucho su colaboración con el blog. Sino, porque nos muestra un nuevo aspecto de la escritura de su autor, que en este relato se adentra en el terror fantástico, rozando casi lo lovecraftiano y que nos sorprenderá con su inesperado final. Habiéndolo cumplido con mi tarea de presentarlo, espero que disfruten de su lectura ^w^/

Para H. P. Lovecraft, siempre.

Para J. R. R. Tolkien,

padre espiritual de Gollum-Smeagol

y de Thurin Thurambar.

Para Bruce Sterling y Norman Spinrad,

que conocen el secreto:

eres lo que comes…

Para Robert A. Heinlein,

por esa joyita narrativa que es  

“Todos ustedes, zombies”

Desde el mismo momento en que vino al mundo, Jurbal Drei destacó, entre la gente de la aldea Remiendos.

Y no sólo por su obsesión con la Atalaya de los Ciclos; el muchacho nació largo, ojiverde y con la cabeza cubierta de rizado, abundante cabello rojo. Para luego, al  crecer, mostrar esos rasgos finos y huesos pequeños que siempre se asocian con las gentes de noble cuna. Era elegante y espigado, débil y veloz, inteligente, de asombrosa memoria, hablador y hábil con las palabras, de voz fina y agradable. Además, de su fina piel exudaba un extraño, grato aroma, similar únicamente al que brota de la piedra largamente seca, cuando la azota la primera lluvia de primavera.

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La espada era esperanza, Sergio Alejandro Estrada

Originalmente escrito en inglés, este cuento de mi amigo (y persona culpable de que me leyera La rueda del tiempo) Sergio Alejandro, es una de los mejores relatos cortos que he leído. Una historia que juega con la esperanza de un guerrero condenado a su final, pero invatible y sus reflexiones sobre el cómo ha llegado a esta situación.

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La noche de los jaguares, José Alejandro Cantallops Vázquez

Había mandado este cuento a una convocatoria española y, al mismo tiempo, me había prometido, que si no ganaba, lo publicaría aquí en el blog. Ayer dieron el resultado de dicha convocatoria y como era esperable si están leyendo estas palabras es que no cogí nada. En mi opinión es el mejor relato que he escrito, pero ya me dirán ustedes cuando lo lean.

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El héroe elegido, Roberto Armas Saladrigas

Para esta semana, me gustaría compartir con ustedes un cuento de otro escritor matancero de fantasía y ciencia ficción: Roberto Armas Saladrigas. El cual leí hace algunos años y forma parte de la antología La falange naciente, compilada por Yoss y mi persona (y que esperamos logre ser publicada en la colección Ámbar en los próximos años). Y que es uno de los cuentos más divertidos que he leído al mezclar fantasía épica, sus clichés, comedia y a un héroe elegido en apuros.

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Palabras de la guerra sin ti, Michel Encinosa Fu

Chel, cuánta distancia. Cuán sola soy sin ti en esta Fortaleza del Alto. Quieran los dioses que aún vivas para mi corazón.  

Ha empezado el asedio. Las columnas mercenarias que vimos acampar sobre la meseta, en la ribera opuesta del lago, ya están dispuestas en el valle bajo nuestra fortaleza, y preparan sus puentes para el cruce del foso. Sídara, mi maestra, juzga que deberíamos volver a abrir las claraboyas de los calabozos, cegadas desde el tiempo de sus abuelos, porque están casi al nivel del agua, y servirían a nuestros ballesteros para clavar las piernas de los asaltantes. Así se lo dijo al Jefe, pero este no decide aún. Las claraboyas son lo suficientemente grandes como para que por ellas pase un hombre sin armadura, y por eso bien podrían causar nuestra perdición. El Jefe es de los diestros en la defensa desde lo alto, ya ordenó demoler los pequeños templos donde los viajeros rezan a sus dioses extraños, para aprovechar sus piedras.

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La escama de Yaly, Michel Encinosa Fú

La Escama.

La guardaba Kunhalas, uno de mis hermanos mayores. De niños, todos quisimos usar aquella armadura magnífica alguna vez, pero era un sueño que sabíamos no destinado a ser satisfecho.

Nuestro abuelo Yaly, Alto Cronista del Sol Negro y su mundo, la había recibido como regalo de su hijo, el tío Ansdirum, quien la había forjado con sus propias manos de una escama del primer dragón. Tal obsequio le valió al tío el destierro. El abuelo Yaly, tras ver a su favorito partir sin despedidas y mudo en su perplejidad, murmuró: «Ojalá aprenda lo suficiente como para no repetir algo así». Luego miró La Escama, y sus manos temblaron. Yo mismo vi todo esto.

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Cautivos, Michel Encinosa Fú

Era ya la décima vez que ella venía a traerle agua y un plato de más. En las primeras ocasiones él desconfió, nadie ayuda a un lalanio a menos que lo sea también, o al menos así le habían enseñado en su remota aldea, desde niño. Pero ella se le antojaba distinta del resto de la caravana. No poseía las maneras arrogantes y la mirada apreciativa de los comerciantes de hombres. Tampoco eran suyos los ademanes toscos e indiferentes de quienes conducen bestias y carros. En nada se parecía a las ojerosas mujerzuelas, cuyos cuerpos otrora voluptuosos eran ahora maltratados bajo el lúbrico empeño de los comerciantes, sin dejar nunca de sonreír en su dolorida conformidad. Ella, aunque portase espada al costado y cubriese sus pechos con una fuerte coraza, se distinguía como una gema sin pulir entre la hojarasca alborotada, pendenciera y temible de los guardias. Nunca la vio lanzando al aire palabrotas con el aliento árido del licor o enzarzada en una riña por un mísero par de monedas en un juego de azar. Era distinta, muy distinta. Había altivez en su rostro, y una perenne congoja contenida en su mirada. Como si vivir en este mundo no fuese una finalidad, sino una amarga e indeseable consecuencia, como si deseara para sus adentros que todo el mundo, ella misma incluida, llegase de una vez al Caos definitivo.

Y, no obstante, ella había reparado en él. Y un par de veces al día, a escondidas, le traía alimentos, sin hablarle o concederle el favor de una sola señal. Solo lo miraba mientras comía, y luego se alejaba con el cuenco vacío sin mirar atrás, silenciosa.

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Del canto y la gloria, Michel Encinosa Fú

Las luces de la villa palidecen en la niebla a mis espaldas.

Son escasas, pequeñas.

Recuerdo las fiestas de cosecha, las canciones en la noche, los coros que replicaban a otros coros viajando de poblado en poblado, los estandartes de los clanes ondeando sin órdenes de combate. Recuerdo los bailes en los puentes, los prados, las callejuelas.

Los colores, los niños, los juegos.

Pero no es este ya un tiempo de fiestas.

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Las puertas abiertas sobre el mar, Michel Encinosa Fú

La encontré llorando sobre una roca junto al mar, temblorosa y fría, vestida solo por la espuma.

Yo había resuelto pasear mi mal humor aquel día en un rumbo distinto. Solía vagar por la villa a los pies del castillo, obsequiando monedas a los mendigos, y pequeños prodigios a los niños que iban tras de mí en carrerillas asustadas, riendo alto, cual si conmigo no fuese. Tales paseos me bastaban para retornar a las altas cámaras del rey con el ceño más amable, y empezar de nuevo a explicarle porqué a veces no bastaba ni uno ni dos días para que su voluntad se cumpliera a través de mis artes.

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