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El héroe elegido, Roberto Armas Saladrigas

Para esta semana, me gustaría compartir con ustedes un cuento de otro escritor matancero de fantasía y ciencia ficción: Roberto Armas Saladrigas. El cual leí hace algunos años y forma parte de la antología La falange naciente, compilada por Yoss y mi persona (y que esperamos logre ser publicada en la colección Ámbar en los próximos años). Y que es uno de los cuentos más divertidos que he leído al mezclar fantasía épica, sus clichés, comedia y a un héroe elegido en apuros.

Pero bueno, dejemos que el autor se presente:

Mi nombre es Roberto Armas Saladrigas. Tengo 30 años. Actualmente trabajo de técnico informático por contrata en la Dirección Municipal de la Vivienda Matanzas. Soy escritor, dibujante, programador y creador de juegos variados, todo de manera autodidacta. Escribo ciencia ficción y fantasía y trato de ilustrarme mis propios cuentos. Tengo una gran obra que aún no ha visto la luz y espero poder lograr que la vea, esforzándome a pesar de los problemas familiares y de trabajo. Gané Mención en el concurso Juventud Técnica 2012 y por el momento no he ganado otros premios a pesar de participar activamente.

Ahora, sin más, el cuento. Espero que lo disfruten.

Llamarada, enorme.
Y otra llamarada, aún más grande.
Es en momentos como este cuando quisiera morir… pero aún soy muy joven para eso, por suerte.
Aunque no creo que nadie envidie mi situación: Aterrorizado, acurrucado en el fondo de este endeble botecito, en medio de un mar de lava, y con este dragón con más cabezas que alas y sumamente furioso dando vueltas encima de mí, he visto pasar mi vida tantas veces por delante de mis ojos que ya me parece algo redundante. Y, ante mi impotencia, mi único pensamiento (aparte del obvio y natural terror pánico a ser rostizado como un pollo… pero vivo) es el de cómo matar al condenado mago que me metió en todo este problema.
La culpa es toda de él, qué duda cabe; yo NUNCA quise ser un héroe de leyenda…
Antes… mucho antes de volverme el posible desayuno envuelto para regalo de esta lagartija con esteroides, hace tanto tiempo que ya me parece hasta otra vida, yo era un tipo normal hasta decir basta.
Y decir “normal”, conmigo era, francamente, decir mediocre. Mediocre en mi saber, mediocre en mi vestir, mediocre en mi apariencia.
Era mediocre incluso para cagar.
Sólo mi nombre, ese que mis padres me pusieron cuando vine al mundo, llenos de optimismo y sueños de grandeza, porque era el de un chiquillo medio loco, pero bastante famoso, del que luego me enteré que sólo encontraron una mano medio carbonizada, días después de que declarara ante una gran multitud “Hoy mataré al Señor Oscuro”… sólo ni nombre no era tan mediocre que digamos.
No; por el contrario, era un maldito Nombre de Héroe. Grande y resonante; todo él gloria y poder. O sea, una puñetera carnada para videntes, magos de quinta y cualquier otro viejo loco con aires de grandeza que anduviera por la zona… como comprendí después.
Mucho después. Cuando Marlik el Mago… un aparente mendigo hediondo que apareció una mañana frente a mi puerta para luego revelarse, con lujosas vestiduras y un aparatoso cayado, como el Gran Hechicero de cierto país del que no recuerdo el nombre (tal vez porque sonaba como si su descubridor lo hubiese bautizado con la lengua trabada, en plena apoplejía), me leyera la kilométrica y bastante demagógica profecía que me nombraba como EL ELEGIDO.
Sí, EL ELEGIDO. Así, con mayúsculas y todo…y si además las quieren góticas y ponerles brillitos, pues incluso mejor.
Así fue como me sonó. Estúpido de mí, que me dejé embaucar.
Ah, pero si hubiera sabido que, para “salvar el mundo”, tenía que matar a un tipo al que aún ni le he visto la cara, pero de quien ya sé tiene un gusto exquisito para criar dragones asesinos de pura sangre, y al menos una licenciatura en Ingeniería Civil Élfica, ahí mismo le hubiera cerrado la puta cara a ese loco de mierda en la jodida puerta…
¡Oh, perdón! al revés; es que acaba de pasar el dragón con todas sus cabezas y llamaradas…
Sí; le hubiera cerrado la puerta en toda su fea y mugrienta cara al tal Marlik, con todo y sus vestiduras resplandecientes y su cayado. Perdiéndome la fama y la gloria, sí… pero salvándome también de tener los pantalones más cagados que el puesto de trabajo de un limpiador de letrinas.
Aún así, admito que buscar lo necesario para esta especie de masacre unilateral que el jodido viejo llamó pomposamente “batalla definitiva de la luz contra las tinieblas” resultó divertido, en cierta manera… así como tan jodidamente fácil que no sé por qué no empecé ahí mismo a sospechar gato encerrado.
O más bien, en este caso, dragón sin encerrar…
Para empezar la famosa Armadura Maldita A Prueba De Todo nadie la quería… así que simplemente la cogí y me la llevé. No tengo ni idea de por qué estaba maldita… pero quizás el que la haya perdido el mismo día podría tener algo que ver.
Con lo bien que me habría venido ahora mismo. Si es que A Prueba De Todo incluye A Prueba De Fuego, claro…
En cuanto al tan mentado Puñal de las Almas, con el que el pícaro Marlik me convenció de que estaba escrito que yo atravesara el pecho del villano en el golpe de gracia, fue un reto algo mayor procurármelo, lo admito: estaba tirado en unas ruinas llenas de zombis carnívoros y hambrientos, además de esqueletos con una puntería endiablada a la hora de tirar piedras…
Pero mi ingenio acudió en mi ayuda: pintándome de verde y caminando a trompicones como un sonámbulo, mientras gruñía arrítmicamente, los pude despistar con relativa facilidad y hacerme con el premio sin mayores problemas.
Luego, como ningún trozo de granito ¡ni siquiera el más duro! puede resistir más que unos cuantos golpes de un buen martillo de acero de veinte libras, hacerme con la arquetípica Espada en la Piedra también estuvo chupado…
Y así por el estilo fueron las cosas, sucesivamente con el Yelmo del Ahogado, la Vara de la Serpiente, La Caja Fuerte de Nox, etc, etc…
Como colofón, tuve que cargar con una cantidad tal de talismanes mágicos (siempre según la profecía… como que al principio la confundí con una lista de compras del maldito viejo), que si no llega a ser por el Cofre de la Avaricia y su hechizo contenedor maravilloso, para llevarlos todos habría tenido que recurrir al servicio de mudanzas de castillos que tienen montados los enanos de mi pueblo, por lo menos.
Fue así que, sacudiéndome no muy marcialmente a lomos del Caballo Artifal… que diga, Artificial (ese condenado dragón de nuevo con su fueguito… y yo aquí sin mi Borrador de Ascul, que lo eliminaría de golpe), pero lleno de ímpetus gloriosos, me dirigí hacia la guarida del malvado.
Y ahí mismo se me cayó el alma al piso.
Literalmente.
Si no fuera por el bendito caballo mecánico, que siguió de largo al no recibir ninguna orden contraria mía, y por el Talismán del Alma Amarrada que llevaba colgado al cuello, el campo de minas derriba-espíritus que había a la entrada del extenso feudo del Señor Oscuro me habría dejado tieso en el sitio.
Me aterré. Les digo que me aterré en serio ante esa primera trampa. Más aterrorizado incluso de lo que estoy ahora mismo, ante la insistencia en asarme de este sucio dragón policefálico, porque en ese primer momento pude ver mi alma en alta definición y a todo color.
Y, no sé la de otros… pero la mía no es que sea precisamente bonita.
Por suerte, fue también en ese preciso instante que el maldito mago, usando una de las Piedras Vigías de Palan ¡o sea, desde bien lejos de la caliente, el muy cobarde!, decidió revelarme que justo para eso era que me había hecho buscar toda aquella bisutería. Y, de paso, aconsejarme de todo corazón que no me aterrara, recordara que yo y nadie más que yo era EL ELEGIDO, un héroe total, y siguiera adelante, y bla, bla, bla… en fin, que no fuera un hijoputa miedica e hiciera lo que de mí se esperaba, de una buena vez.
De todas formas, miedo era justo lo que en ese momento me sobraba… además de mierda en mis pantalones.
Sin embargo, cuando pasó por mi cabeza la idea de que aquel suplicio terminaría tal y como rezaba la profecía ¡con mis inevitables, absolutas y definitivas victoria y grandeza!, me sentí bastante mejor.
Para empezar, si todo iba bien y lograba derrotar al tan cacareado Señor Oscuro, también ¡al fin! me libraría de mi verdadero problema: ese aborrecible mago empeñado en salvar al mundo de las tinieblas, y que me había tomado por su obediente títere en su loca cruzada personal.
Así que continué mi camino, lleno de decisión.
¿Qué otra cosa me quedaba por hacer, en todo caso?
Por supuesto, casi enseguida me topé con otro problema: un río de fuego. En la orilla opuesta del torrente de llamas, como burlándose de mí y desafiándome a alcanzarla, se alzaba una torre tan blanca que me tuve que poner gafas de sol hasta para mirarla de reojo.
Estaba claro que tenía que llegar allí… y, preferiblemente, vivo. O crudo, que no es lo mismo pero, al menos en este caso, sí era igual.
Difícil. Pero, tal y como se espera de un Gran Héroe, ni así me amilané… pese a que estaba ya mucho más que un poquito apendejado. Tras pensar un poco (algo que no se me da tan mal, modestia aparte) saqué del providencial Cofre de la Avaricia el Bote Ignífugo de Piros y, a bordo de él, a falta de los remos de la reliquia, perdidos para siempre tras una persecución anfibia de la que prefiero no dar detalles… pero que involucró a mi aterrada persona y una manada de Profundos realmente espantosos, me puse a remar con la Vara de la Serpiente… que ni idea de para qué sirve.
Con todo, cuando bogaba a través de la corriente ígnea, en un viaje sin obstáculos (descontando el calor abrasador… apenas una incomodidad secundaria, considerándolo todo), y ya pensaba ¡ingenuo de mí! que pronto me desharía de mi carga y cumpliría con la condenada profecía de mierda para ser un héroe total… apareció el dragón.
Entonces me pareció monstruoso. Pero sólo porque todavía no había visto a este. Después de todo, aquel al menos sólo tenía una cabeza…
Volando desde la torre, el enorme bicho se me abalanzó sin rugido, chillido ni otra advertencia previa. Tramposo y abusador.
El sólo verlo me puso en tal estado de zozobra que comencé a rezarle hasta a los dioses paganos de los junga-junga de las selvas de Palombia.
El corazón quería escapárseme del cuerpo por el trasero, y a toda velocidad; mi cerebro chillaba como una rata enloquecida, probablemente tratando de ganarle al corazón en rapidez de fuga, y por el mismo lugar…
Si no me desmayé, sólo fue porque un par de talismanes impidieron que lo hiciera.
“¡Saca la cabrona espada y mata al bicho ése! ¡Si no es más que una rana con alas, maldito vejigo cagón!”, me gritó a través de la Piedra Vigía el mago Marlik, tibio, cómodo y bien seguro… en mi propia casa. Hijoputa.
¿Espada? ¿Qué espada? Yo lo que necesitaba urgente era un culero… y de los grandes y extragruesos. Incluso, de ser posible, impermeable…
En mi desesperación, le lancé al maldito lagarto volador escupefuego, y gritando como niñita gaznate adentro, con todas mis fuerzas, lo primero que encontré: un salero… para, acto seguido, acurrucarme en el fondo del bote, donde me puse a escribir a toda prisa mi testamento, confiando en que alguien lo encontrara… alguna vez.
Pero, por una vez, sucedió lo inesperado… y a mi favor: tras soltar una tremenda tos, cavernosa y llena de flemas, y luego una selecta muestra de carraspeos roncos, cinco minutos más tarde ¡el dragón se marchó!
¡Milagro! ¿Sería hipertenso? ¿alérgico a la sal? Ni lo sé ni me importa.
De nuevo pude erguirme, y como la corriente de llamas me había arrastrado algo lejos de la torre, decidí que ya había tenido demasiado… y aprovechar, dar media vuelta y olvidarme de fama, gloria, misión, Marlik el Mago y Señor Oscuro… y me puse a remar con la mismísima canónica Espada en la Piedra, a toda la velocidad que me permitía mi aterrorizado organismo.
Pero, cuando ya casi estaba de regreso en la orilla de la que zarpé antes del ataque del dragón con intolerancia a la sal, el amargo pensamiento de que, si no acababa ahora, de una vez y por todas, con aquel feo asunto, lo más seguro el cabrón viejo me haría pasar por aquel suplicio de nuevo, otro día me detuvo en seco… y me puso los pelos más de punta que el mismísimo puto dragón.
Qué va. ¿Desde el principio, otra vez, todo?
Ni hablar.
Así que giré en redondo y me lancé, fingiendo un mal simulacro de valor, a todo remar, hacia la cabrona torre blanca. A la que llegué, bañado en sudor, pero sin que otra abominación me atacara, supongo que por pura suerte. O porque ya no quedaban…
Saqué acto seguido del Cofre de la Avaruncia (¡coño, ese dragón de nuevo! ¡que no me deja concentrarme!)… digo, de la Avaricia, al equipo de orcos forzudos pero dóciles que había contratado bien baratos para cargar el Ariete de Charuk… artilugio que, pese a su fama y nombre, al primer golpe contra el grueso portón se partió como una caña de bambú carcomida por el comején. Vete después a fiarte de las herramientas encantadas…
Para hacerlo corto: tras mucho trabajo (y otras veinte reliquias mágicas estropeadas, como el Martillo Neumático de Dunin, La Sierra Para Puertas de Ovius y el Mecha Gigante de Godais) al fin me las arreglé para abrir una estrecha grieta en la puerta. A través de la cual, y gracias a mi casi absoluta falta de musculatura voluminosa, conseguí introducirme en la fortaleza.
Subí corriendo los escalones, espada en mano, temblando de deseos de acabar con todo, desesperado por volver a mi casa a echar barriga y a descansar, ansioso por cambiarme los calzones…
Y me encontré con la escena más extraña que jamás haya visto: en lugar del tenebroso Malo Malísimo que decía la profecía que iba a vencer, lo que habitaba aquella torre resultó ser una joven doncella, de orejas puntiagudas y belleza etérea, alta y de generosas curvas… y además vestida (apenas) con un semitransparente y muy provocador manto de lino.
-Eh… ¿el Señor Oscuro, por casualidad?- pregunté, de todos modos, por si acaso. Las transformaciones de los hechiceros pueden ser muy engañosas ¿no?
-No… y eres el tercero que se confunde esta semana —dijo la belleza élfica, con voz sensual, pero hastiada y cansina—Soy Adara; la hija del Señor Oscuro. Mi papá vive en el castillo de diamantes que está a unas millas de aquí, en el volcán activo que se ve allá en el horizonte. Si quieres, le aviso que lo estás buscando… Y, por cierto ¿cómo dijiste que te llamas, hermoso forastero?
-No te dije… y, no gracias… mejor ni te molestes en avisarle a tu papito. Ya voy yo mismo. Encantado… y hasta nunca- balbuceé.
Tal vez hice mal en irme tan rápido. Hasta las hijas de los Señores Oscuros tienen que tener ciertas… necesidades fisiológicas, supongo. A saber cuántos siglos llevaba ahí, aburrida. Y ese mantico blanco y translúcido le quedaba tan bien…
Ah…
Pero, también… mejor no enredarse con ciertas damas. Hay padres muy poco comprensivos…
En fin; que, maldiciendo mi mala suerte, cagándome mil veces en la madre del mago Marlik por no haber actualizado su información, y mirando de reojo a la bella y voluptuosa Adara… pero también (y no muy secretamente) bastante aliviado por no tener que medirme con su terrible (supongo) papito, bajé las escaleras saltando.
Volví a cruzar el río de llamas, y ahora ni sudé. Llamé al Caballo Artificial y me monté en él. Y, silbando mientras galopaba sobre su lomo metálico, pero tras considerar tristemente mis verijas peladas y mi calzoncillo sucio como para tirar (porque ninguna lavandera querrá encargarse de él, ni aunque le pague su peso en oro, me temo), fue que me vino por primera vez a la mente la idea de hacerle unas pequeñas correcciones a la condenada profecía…
Ah ¿por qué no tuve valor para sugerírselo a tiempo a Marlik, antes de que volviera a despacharme contra el Señor Oscuro? A este maldito castillo de diamantes en el centro del volcán que no para de soltar llamas, como si quisiera hacerle la competencia al dragonzón de siete cabezas…
Pero, qué va… ya estoy cansado. Muy cansado.
Me parece que, cuando esto acabe… si sobrevivo, claro, Marlik y yo vamos a tener unas cuantas palabras. Porque mejor que ni por un momento se crea ese mago charlatán que me tragué ese cuentecito de camino suyo, de que las cosas van a terminar aquí y ahora, sin más batallas ni más enemigos ultra poderosos.
No, señor. Si no puede haber luz sin sombra… la lucha contra las tinieblas va para rato, me temo.
Así que renunciaré, y definitivamente.
Sí…ya veremos cómo salgo de esta, ahora. Pero, partir de mañana, las cosas van a cambiar… y mucho.
Para empezar, en vez de ser yo el que se juegue el pellejo en trances como este, arriesgándose a que este dragón de siete cabezas con muy mala leche, dos semanas de hambre, y que lanza fuego hasta por el culo, me rostice vivo… o a que el tipo con cara de elfo albino (el padre de Adara, me temo… y menos mal que no lo tengo por suegro) que está viendo el espectáculo me haga talco con esa especie de bazuca de gran calibre que está montando alegremente en el barandal del balcón de su palacio… a partir de mañana creo que va a ser ese condenado vagabundo de Marlik el Mago EL ELEGIDO.
O sea, el que arriesgue las verijas ¡si es que todavía las tiene! salvando al mundo.
Y a la mierda si se jode…
Ni que fuera mío ¿no?

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5 comentarios sobre “El héroe elegido, Roberto Armas Saladrigas

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