
Omar es un intérprete de shamisen a finales de su treintena que en su juventud fue maldito por el dios de las artes, Sevan. Pero, con el paso de los años se ha sobrepuesto a las dificultades de su maldición y se ha establecido en Evlin, la capital de las artes del imperio, buscando recuperar la fama en las audiciones imperiales. Pero su pasado lo persigue, aunque, quizás, su amistad con un naish pueda darle una segunda oportunidad.
La música de los naish, capítulo 13 y final.
Cantidad de palabras: 5.612
Total final: 60.349
13
Omar había perdido la noción del tiempo. El silencioso aleteo de Iori había sido una constante desde que abandonaran la bahía de Evlín, tantas campanadas atrás. Volando siempre a quince tallas de hombres por encima del océano, donde apenas se escucha el sonido de las olas, pero su olor salado te inunda el cuerpo. Siempre en dirección este, persiguiendo las lunas, que brillan tenues en el cielo.
El músico sentía su cuerpo agarrotado, sus brazos y piernas insensibles por el aire frío de la noche y la inmovilidad. Pero, aun así, agarra firme su shamisen, manteniéndolo cerca de su cuerpo. El único objeto que ha conservado desde que era Valerian, cuando vivió como Omar y que, quizás, lo acompañaría en su nueva vida.
Pero, ¿realmente valdría la pena seguir adelante? ¿Volver a comenzar desde la nada el imperio de los magistrados? Su mente le daba vueltas y más vueltas a esa cuestión desde que abandonaran la ciudad, desde que dejara atrás a Lisa… y todos sus argumentos terminaban en un: ¿para qué seguir adelante?
Todavía no había encontrado una respuesta que le diera sentido a su escape, al hecho de que fuera otro dios y no aquel a quien no podía nombrar quien lo llevara a la desgracia. Muchas cuestiones sin respuestas claras.
Como de costumbre, la respuesta para tener una vida tranquila se mostraba como un misterio inaccesible.
Sin embargo, el silencio prolongado, el naish no había dicho demasiado durante aquellas campanadas, sumado al frío, a la quietud del mar y el cansancio de todo un día agitado, cayeron sobre el músico, amodorrando su mente y privándolo de sus preocupaciones. La necesidad de cerrar los ojos y descansar imponiéndose, poco a poco, relajando su cuerpo, para encontrar el descanso que necesitaba.
Durante un momento, las luces de las estrellas y las lunas que se perfilaban en el cielo se hicieron oscuras. El lomo de Iori se sentía tan cómodo como una cama, ligeramente caliente. El lugar perfecto para dormir, se susurró el músico antes de ceder al cansancio.
—¡Despierta, Omar! —el grito lo sobresaltó y despejó su mente, haciéndolo consciente de lo que acababa de suceder.
—¡Mi shamisen! —gritó, al cerrar la mano derecha y no encontrarlo.
El naish no espero que le dijera que hacer y se lanzó en picada hacia las aguas oscuras del océano. Omar se aferró a su cuello, poniéndose a un lado del cuello de Iori para tratar de encontrarlo antes de que cayera al mar y se arruinara por completo el cuero. Pero, aunque no veía nada, Iori desplegó sus alas y volvieron a ganar altura.
—¿Lo tienes?
—Tranquilo, muchacho —dijo el naish, aleteando en el mismo lugar e inclinando su cuerpo hacia atrás para mostrar el instrumento atrapado en su garra—, lo sujeté antes de que cayera al agua.
—Muchas gracias, Iori. Muchas gracias —gimoteó el músico, dejándose caer sobre su cuello.
—No tienes que hacerlo, Omar —respondió el naish—. Pero estás demasiado cansado para que sigamos volando. Hace unos momentos adelantamos un peñón, regresaremos y pasaremos la noche ahí.
El músico asintió con la cabeza, sintiendo como su compañero giraba en el aire y aceleraba el ritmo de sus aleteos, descendiendo cada vez más hacia el mar. Tras un octavo de campanada en la que Omar tuvo que luchar para mantener los ojos abiertos, el peñón de roca se hizo visible sobre el mar, alzándose apenas cuatro tallas de hombre sobre las olas. Al acercarse, la presencia de Iori despertó y mandó en desbandada a las aves marinas que estaban durmiendo sobre este. El naish esperó a que se apartaran y se acercó aleteando, lentamente, a la cima rocosa.
—Baja primero y recoge el shamisen —ordenó, y Omar se deslizó por su cuello hasta el suelo irregular.
El músico calló mal y estuvo tropezando hasta que logró recuperar el equilibrio. Con pasos cuidados se acercó a la figura aleteante y liberó su instrumento de la garra. Luego se alejó, dejándole espacio suficiente para que aterrizara.
El naish dejó de aletear y tocó el suelo rocoso, convirtiéndose al momento en un laroc. Con esta forma, recorrió la cima del peñasco, espantando a las aves que habían vuelto a posarse. Luego, regresó al lado de Omar y se acostó a su lado.
Rodeado por el pelaje del naish, Omar se sentó de cuclillas, para comprobar si su instrumento seguía funcionando, a pesar de todos los contratiempos de aquel día. Lo recorrió con sus manos, examinándolo desde las clavijas hasta el cuero del cuerpo, guiándose más por el tacto que por la vista. Y, salvo las marcas que había dejado la garra en la madera del brazo, estaba completo y sonaba de una manera aceptable. Aunque, sabía que, si seguía viajando por mar, la humedad terminaría dañando el cuero y el sonido del instrumento.
—Acabo de notar que tengo hambre —dijo, tras dejar el instrumento a un lado y recostar contra el flanco del naish—. No he comido nada desde el mediodía, tengo frío y… —reprimió un jadeo— unos calambres inmensos en la parte baja de mi cuerpo.
—No te preocupes, nada de eso te matará —contestó el naish, cubriendo las piernas de su compañero con la cola—. Todo eso pasará pronto y mañana, a más tardar, estarás en Liu Heng, a salvo y…
—¿Por qué lo haces, Iori? —lo interrumpió Omar.
—¿Qué por qué te salvo? Porque tendría que ser un amigo terrible para dejar que esos fanáticos te ejecutaran.
—Te agradezco por eso —Omar le palmeó la cola—. Pero no me refería a eso, sino a ¿por qué sigues arriesgándote para ayudarme? Estoy seguro de que cuando regreses los miembros de la shadok imperial tratarán dañarte. De todos los artistas que debes haber conocido en tu vida, no debo ser el más genial o el que más necesitaba de tu ayuda. Pero, hasta donde recuerdo, nunca les ofreciste tu ayuda de manera directa y ahora vienes y me sacas a mí de los míos, incluso cuando estás poniendo al imperio en tu contra. ¿Por qué, Iori?
El naish dejó escapar un suspiro y empujó su rostro entre el espacio que formaba el brazo derecho de Omar y sus costillas.
—Te has convertido en el artista más molesto que he conocido, casi me gustabas más cuando lo aceptabas todo sin cuestionar mis motivos —dijo, mientras el músico le acariciaba la cabeza—. Me agradas mucho, desde que venías de pequeño al parque a practicar tu canto y te adentrabas en mi claro a molestar. Nunca entendiste ni te importaron mucho mis advertencias.
—Vamos, viejo amigo, no nos pongamos sentimentales —dijo el músico, tratando de aligerar la sensación en su pecho que habían causado esas palabras—, que ya tienes unos cuantos siglos.
El naish estiró su cabeza y la apoyó, pesada, sobre las piernas de Omar.
—Esa es la principal razón, muchacho. He vivido demasiado tiempo vinculado a Evlín. He conocido a más que suficientes artistas, y llamado a varios mis amigos. Pero nunca, debido a al pacto, me había atrevido a intervenir directamente para ayudarlos, especialmente cuando eran víctimas de alguna treta divina o mundana. Por eso decidí ayudarte la primera vez, cuando te maldijo Sevan, porque estaba cansado y no dejaría que ese maldito se saliera con la suya cuando tengo el poder para enfrentarlo y ponerlo en su lugar —el naish hizo una pausa al sentir que unas lágrimas caían sobre su pelaje, un momento más tarde sintió el estremecimiento que provocaba el llanto silencioso en el cuerpo de Omar.
El músico abrazó el cuello de Iori y hundió su cabeza entre su pelaje. No tenía palabras con las cuales agradecer a su amigo, nada que pudiera transmitir lo que sentía. Por eso se limitó a seguir abrazándolo y esperar que las lágrimas remitieran. Mientras que el naish se dejaba abrazar y esperaba que su amigo se desahogara.
—Muchas gracias por todo, Iori —dijo Omar, cuando recuperó el control de su cuerpo—. Muchas gracias.
—No hay nada que agradecer, muchacho, solo seguir adelante —respondió el naish.
—Sí, seguir adelante —dijo Omar, y se recostó en el flanco de su amigo, inclinando la cabeza hacia arriba para mirar al cielo despejado.
El estómago volvió a gruñirle, pero ignoró sus reclamos, ahora las estrellas lo distraían. Lejos de la ciudad, las constelaciones se perdían dentro del Canino divino, un gran cúmulo de estrellas y blancura plateada que, decían algunos, era el hogar de otros seres humanos. En fin, ideas de filósofos y astrónomos demasiado idos de la realidad.
—¿Te he habaldo de la música de los naish? —preguntó Iori.
—No, nunca me lo habías mencionado. Ni siquiera sabía que la tuvieran —respondió el músico.
—Pues sí, la tenemos —continuó Iori—. Aunque no es estrictamente música, tal y como la conciben los humanos o los bogumila. No tenemos instrumentos ni composiciones que puedan ser repetidas por distintos intérpretes, salvo el naish quien la creó.
—No comprendo, ¿a qué te refieres exactamente?
—Me refiero a que nuestra música es una mezcla de magia, emociones y sonidos que hemos recopilado a lo largo de nuestra vida. Juntos, crean una música mágica que provoca la imaginación del oyente, estimula todos sus sentidos y los sumerge en la historia que quiere contar el intérprete.
—Suena como un dúo de tejedor y músico —comentó Omar, entrecerrando los ojos. El cansancio volvía a conquistar su cuerpo.
—¿A quiénes crees que robaron los humanos las artes? —bufó el naish.
El músico esbozó una sonrisa.
—Lo que digas, viejo amigo —y, tras una pausa, agregó—. ¿Interpretarías algo para mí?
—Te consiento demasiado —dijo Iori, mordisqueando el costado de Omar, mientras alzaba la cabeza.
El músico se retorció debido a las cosquillas y despeinó a su amigo.
—Está bien, oh, poderoso naish, tu ganas. Por eso, este humilde intérprete mortal te suplica que le dejes escuchar la verdadera música —solicitó Omar, tras contener la risa y que el naish retirara su cabeza.
—Ya que has apelado a mi grandeza, te complaceré —replicó el naish, abriendo su hocico para dejar salir los primeros sonidos de su canción.
Sonidos que ningún instrumento o garganta, humana o animal, podrían reproducir nunca. Ruidos provenientes de la naturaleza, del tipo que sólo escuchas en las partes más prístinas del bosque, lugares en los cuales sólo los naish y los espíritus podrían ser testigos de ellos.
La canción de Iori comienza con el suave susurrar de las hojas movidas por el viento, acompañada por una vaharada de aire primaveral que hace que Omar recuerde una infancia que nunca tuvo, a los pies de una montaña cuya cima se pierde entre las nubes. Sabe que este no es su recuerdo, pero, al mismo tiempo, otra parte de su mente lo acepta como verdadero y se deja llevar. Cierra los ojos y se deja llevar. El viento arrecia y se lleva consigo su cuerpo inmaterial, montaña arriba.
Las sensaciones se suceden una tras otras: la humedad y el frescor de la neblina, el repicar de la lluvia, que cae en algún lugar cerca, el leve escalofrío que procede de la nostalgia del hogar perdido.
Omar se acurruca contra el flanco del naish y deja que este lo arrope con su peluda cola, recuerdos que se sobreponen a los de la montaña. Ambos ciertos y verdaderos, solapándose, como el sueño de una vida pasada.
Iori continua con su canto, sumergiendo al músico en esas imágenes recuerdos que, ahora, Omar está seguro de que pertenecen a la infancia de su amigo en las montañas de Askarán. Pero el saberlo sólo aumenta su sensación de inmersión y el músico se deja guiar por ese paisaje prohibido para los humanos. Hasta que, finalmente, deja que el sueño lo lleve a sus propios dominios.
La luz del sol y el incómodo lecho de recosa son los que despiertan a Omar, cuando el sol apenas ha ascendido un palmo por encima del horizonte oceánico. El músico se sienta, tratando de ignorar el dolor incómodo en sus costillas que sabe que no se irá en todo el día. Mientras, su mente embotada espera a que se traquee las vertebras del cuello para darse cuenta de que Iori no está a su lado.
Entra en pánico, trata de gritar, pero la reseques de su garganta solo deja salir una palabra inentendible y mucho dolor. Omar se pone de pie, tambaleándose por el hambre y el cansancio, y se ve forzado a usar los brazos para equilibrarse y no caer sobre su shamisen. Desesperado, gira a su alrededor, recorriendo la mirada la superficie del peñón, buscando una señal de su amigo: piedra, piedra, piedra… la figura de un pájaro que desciende y se transforma en un hombre delgado, ropas sencillas y que carga una bolsa… ¡el naish!
—Si hubiese sabido que despertarías tan asustado, habría salido más temprano a buscarte comida —dijo, mientras Omar corría a su lado.
Intentó decirle algo a su amigo, pero tenía la garganta demasiado seca.
—Hay agua dentro y algo de comer —dijo Iori, entregándole la bolsa de cuero que llevaba al hombro.
Omar la tomó y fue a sentarse al lado de su shamisen antes de abrirla. Dentro encontró un pequeño odre, que sacó, le quitó el corchó y bebió con intensidad, derramando agua por las comisuras de sus labios y tosiendo un par de veces.
—Toma agua con calma, muchacho. Tenemos tiempo, nadie nos está persiguiendo.
Tras secarse con la manga de su túnica, Omar comprobó que también había pedazos de pan y queso.
—Voy a regresar al imperio —dijo, tomando un pedazo de queso blando.
—¡Acaso te ha poseído un demonio! —gritó el naish—. No te saqué de ese lugar para llevarte de regreso y verte morir. Me niego a hacerlo y nos quedaremos en esta isla hasta que recapacites.
El músico no se inmutó por el estallido de su compañero. Ahora que había saciado su sed y comenzaba a apaciguar su estómago, su mente se había despejado lo suficiente para saber lo que haría. Aunque esta decisión venía por sus sueños y el germen de un plan que, ahora estaba seguro, era el único camino que no se arrepentiría de recorrer y eso significaba regresar al imperio.
—No, no es una locura —respondió, al terminar su queso—. Locura sería no hacerlo, seguir huyendo, sin enfrentarme a los vástagos de la Diosa Paciente. Dejar claro de una vez y por todas que he cambiado y afrontar las consecuencias. Si debo morir… moriré. Pero para evitar eso tengo un plan y necesitaré que me prestes tu magia para una canción.
El naish no dijo nada. Su mirada desafío a la de Omar: intensa, incisiva. El músico no mide fuerzas, simplemente sostiene la mirada, sonriendo con tranquilidad.
—¿No me arrepentiré de lo que harás? —preguntó Iori, rompiendo el silencio.
—No lo harás, te lo prometo —respondió el músico.
—Entonces termina de comer para irnos —dijo—. Son tres campanadas volando para regresar al imperio y supongo que querrás hacerlo antes de que acabe el torneo, ¿no?
Omar le sonrió, sin dejar de masticar el pedazo de pan que devoraba ahora.
—Por supuesto, ¿cuándo has escuchado de una buena historia que no tenga una entrada dramática?
El naish negó con la cabeza y se sentó frente a su amigo para esperar que este terminara de comer. Omar apuró los pedazos de pan y queso restantes y se bebió el agua que quedaba en el odre. Hecho esto, se deshizo de la bolsa, tomó su shamisen y montó en Iori, que ya había adoptado su forma de ave. Tras un par de saltos, el naish se lanzó por el peñón y batió alas.
Hacia el imperio, en busca de la muerte o la redención.
Tres campanadas más tarde, el puerto de Evlín se perfiló con claridad en el horizonte, mostrando el bosque de árboles secos que creaban los mástiles de los navíos anclados. El naish había aleteado de manera incansable durante todo este tipo, mientras que Omar se había ganado un leve bronceado, acompañado por un escozor incómodo en la espalda. Sin embargo, no se quejaba ni se preocupaba demasiado por ello, la visión de la ciudad hacia que su corazón latiera con mayor rapidez y su mente sólo pudiera prestarle atención a su plan.
Pronto, los muelles y almacenes fueron visibles. Con un par de aleteos adicionales, el naish lo alzó a una mayor altura, aunque eso no evitó que algunas personas ya los hubieran divisado en el puerto. Pero estos no eran más que puntos diminutos que desaparecieron con el ascenso del ave, cuya visión ahora abarcaba toda la ciudad. Con cada momento, esta visión se hizo más clara y definida, pudiendo distinguir los principales edificios de la ciudad: el palacio de invierno, las avenidas, el parque del naish, los teatros de la parte antigua de la ciudad, el distrito artesano y, finalmente, el anfiteatro de la colina; su objetivo.
El naish corrigió la dirección de su vuelo y aumentó el ritmo de los aleteos, advirtiéndole a Omar de que se sujetara. Iori descendió hacia la colina del teatro e inclinó su cuerpo para girar y bajar desde la colina hacia el escenario. La maniobra arrastró consigo el grito del público sorprendido al ver a un gran pájaro sobrevolar sobre sus cabezas. También lo acompañaron las maldiciones, el miedo y la invocación de los hechizos de los magos de la shadok imperial, que no los lanzaron, esperando órdenes de su superior.
Iori aterrizó con gracias sobre el escenario, permitiendo que Omar descendiera y la narradora que ocupaba el escenario huyera hacia los bastidores, deshaciendo la ilusión que había tejido sobre el escenario. El músico alzó la mirada y contempló la multitud revuelta y a los magos alzando una barrera entre el palco imperial y el resto del mundo.
El emperador ha alzado la mano para ordenar un ataque preventivo contra estos intrusos que se han atrevido a irrumpir de esta manera. El naish, convertido ahora en un hombre inhumanamente alto y delgado, se pone delante del músico, su magia arremolinándose en el escenario, listo para repelar un potencial ataque.
Todo parece indicar que la violencia estallará antes de que Omar pueda decir una palabra. O, por lo menos, hubiera ocurrido de esta forma de no ser por una voz que se impone en el anfiteatro:
—Deténganse.
No es necesaria otra palabra para que todos en el anfiteatro abandonen lo que estaban a punto de hacer y se calmen, girándose hacia la voz que ha emitido la orden. Así de poderoso es el mandato de Daltrus, quien se encuentra de pie sobre el barandal del palco imperial, junto a su hermano.
La familia imperial se pega al respaldo de sus asientos, ante la aparición repentina de sus divinidades, mientras que el emperador frunce el cuño y se prepara para intervenir. Al tiempo que el general Apolonius no aparta la mirada del dios de los hombres ingeniosos, que está sentado de manera despreocupada en el barandal, las piernas cruzadas.
Darío, de la casa Irman y emperador del Saria, se levanta de su trono, su rostro neutral, escondiendo de esta manera la furia que siente por la segunda intervención divina que sufre en una misma semana. Pero, aun así, es un verdadero político y gobernante, por lo que, tras saludar de manera cordial a los dioses, les pregunta por sus motivos.
—¿A qué placer debemos esta intervención, sus divinidades? —pregunta, y todas las personas en el anfiteatro esperan la respuesta, al menos las más cercanas.
—Es un asunto personal, emperador —Sevan es quien contesta, descruzando las piernas e impulsándose con los brazos hacia arriba, poniéndose de esta manera en pie sobre el barandal—. No tiene que preocuparse por nosotros, será una interrupción breve.
Tras decir esto, ignoró al emperador al girarse hacia el escenario. El señor de más de cuarenta millones de almas tuvo que tragarse su orgullo herido y regresar a su trono, para murmurar intensamente con su tío y consejeros.
—Sigo insistiendo en que esta intervención debería ser un castigo, hermano —comentó Daltrus, en la lengua que ambos hablaban antes de ascender.
En el escenario, Iori puso una mano protectora sobre Omar. Mientras que los miembros más cercanos del clero coreaban el nombre de ambas divinidades.
—Esta intervención no hubiera sido necesaria si no hubieras manipulado la mente de ese jurado —respondió Sevan, disimulando la dureza de sus palabras con una expresión sonriente—. Ahora déjame encauzarlo todo.
Daltrus le respondió con un asentimiento y Sevan se lanzó hacia adelante, los brazos abiertos, provocando un jadeo colectivo que murió al ver que el dios no caía en picada, sino que descendía lentamente en diagonal hacia el escenario. Al hacerlo, expuso su presencia a todos los espectadores que no lo habían visto, provocando un mayor alboroto. Después de todo, era el patrón de las artes quien se había presentado en el mayor torneo que se celebraba en su honor. Mientras que los artistas se apelotonaban en las salidas de los camerinos, cuchicheando sobre el regreso del blasfemo y la intervención divina. En tanto que la nobleza se sentía alegre de haber gastado su dinero en esta presentación, que estaban seguros, se convertiría en uno de los sucesos más importantes de este siglo.
—Demasiado dramático —susurró Iori, cuando el dios puso el primer pie en el escenario y salvaba la corta distancia que los separaban y el naish se interponía para cortarle el paso—. No dejaré que te acerques más si tu intención es dañar a mi protegido.
Aquellas palabras provocaron gritos de furia entre el clero, pero el dios de las artes alzó una mano pidiendo silencio y el anfiteatro enmudeció. El dios estudió al naish, quien había modificado su altura para igualar la del dios, enviando un mensaje claro: soy tu igual y no me contendré si he de hacerte daño. El duelo de voluntades duro apenas seis latidos.
—Iori, prometo por mi divina madre que no he venido a hacerle daño a tu amigo —dijo la divinidad, dando un paso adelante.
El naish no se movió, conocía demasiado bien las promesas de los dioses.
—Está bien, Iori, déjalo pasar —dijo Omar, poniendo su mano sobre el costado del naish—. Vinimos para esto.
El ser mágico se hizo a un lado, sin apartar la mirada del dios.
Omar, con el corazón desbocado, observó al dios que había acabado con su vida, dar las dos zancadas que los separaban. El mismo ser que había iniciado el cambio que lo había llevado a convertirse en el hombre que era ahora.
Sus miradas se cruzaron.
¿Qué digo en un momento como este, cuando mi futuro depende de las palabras que pronuncie? ¿Cómo le pido redención a un dios que me desterró durante dieciséis años?, se preguntó Omar. Y decidió que la mejor respuesta para esas interrogantes era no permitirle hablar y exponer su caso en un lenguaje que ambos comprenderían de manera perfecta.
—Creo que sólo podré dejar claras mis intenciones mi me permites interpretar una canción —dijo, en medio del estruendo ensordecedor de la multitud.
El clero maldecía a Valerian por el atrevimiento de hacer tal oferta a su dios, mientras que exigían el castigo inmediato del blasfemo. En tanto que el emperador, sus magos y la mayoría de los miembros de la nobleza, guardaban silencio en sus palcos y observaban.
Sevan volvió a alzar su mano y el claro calló.
—Tendrás tu oportunidad —dijo y el músico le agradeció con una leve inclinación.
El patrón de las artes se retiró a una esquina del escenario y tomó asiento en aire, cruzando sus piernas delante de un trono invisible, la mirada expectante y una leve sonrisa.
—Necesitaré de tu magia ahora —dijo el músico al acercarse a Iori—, quiero mostrarles mi historia con la música de tu pueblo. Ayúdame a lograrlo.
—¿Así que ese era tu plan?
—Sí, y creo que podría funcionar. Aunque no estoy seguro.
Omar sintió la mano del naish sobre su hombro, mientras este se convertía en una niebla que absorbió su cuerpo y escuchó en su mente como este lo apoyaba y le prometía sacarlo de allí si las cosas salían mal. Un latido de corazón más tarde, ambos se habían fusionado en un único ser.
Los magos de la shadok imperial y los sacerdotes del clero se estremecieron al sentir el flujo de magia mezclarse con la esencia del músico, alcanzando niveles de poder que no habían visto nunca. Pero, antes de que cualquier grupo reaccionara de manera violenta, Daltrus impuso su voluntad de orden sobre ellos.
Omar se sentó sobre el suelo del escenario, las piernas cruzadas y el torso erguido, sus sentidos se encuentran agudizados y siente su cuerpo extremadamente sensible a la magia. Pero deja estas nuevas emociones a un lado con ayuda del naish que está dentro de sí y se sumerge en el ritual de preparación antes de tocar.
Hace descansar el cuerpo de su shamisen sobre su regazo, mientras con la mano derecha saca de su bolsillo su bashi. La mano izquierda sostiene el brazo del instrumento y lo recorre, sintiendo las marcas recientes en la madera hasta alcanzar las clavijas. Sus dedos marcan una nota y comprueba cada cuerda, afinándolas antes de dejar salir la magia.
La presencia de Iori dentro de su mente le da confianza y seguridad para comenzar a tocar. Su nexo con el naish se reafirma y se toma un instante para serenar a su corazón y calmar el nerviosismo que le provoca estar a punto de revelar su historia, de buscar la redención definitiva. Una incertidumbre que desaparece al sentir el apoyo de su compañero y su propio recordatorio de que esta es la única manera de seguir y poder vivir sin arrepentimientos. Yergue su cabeza y deja que sus manos toquen la primera nota.
El sonido que emite su shamisen es más que una simple nota potenciada por la magia. Es una emoción encapsulada que va más allá de las percepciones sensoriales de sus oyentes y llena sus cuerpos con esa rara emoción que surge al darte cuenta de que has cometido un error y recibido el castigo justo. Cuando sabes que debes enmendar dicha falla y la vergüenza y la furia por haberte resistido a comprenderlo hasta ese momento te abruman.
De esta manera, Omar, comienza a contar su historia, sin palabras que diluyan su significado, usando la magia del naish ara sumergir al dios y a su público en el momento en que se dio cuenta de que su castigo y exilio habían sido merecidos. Empezó en este punto debido a que era la mejor forma de captar la atención del público y atraerlo a su lado, algo que no habría logrado si les hubiera mostrado la furia y depresión que le antecedieron. Estaba allí para mostrar su cambio, su conversión en un hombre distinto, un nuevo artista que buscaba redención.
El público, sobresaltado al comienzo por esta nueva forma de arte más inmersiva, se deja atrapar por la música-sentimiento, cerrando los ojos. Sabiendo que es lo que deben hacer, para disfrutarla de una mejor manera, incluyendo el patrón de las artes.
Así, Omar sumerge a sus oyentes en los momentos más importantes de su viaje de superación en Liu Heng, el desandar por un imperio extranjero como un mendigo que aprende el idioma y busca forjar un nuevo talento que reemplaza su canto. Sus dedos marcan nuevos sonidos que transmiten la emoción del enamorarse del sonido de un shamisen y que, resumen a un tiempo, los años de aprendizaje con su maestro.
La nostalgia llena el anfiteatro, mientras el recuento de los años de condena se sucede y se acerca el momento de regresar a casa. El olor a mar inunda sus narices, mientras que la imagen de un puerto extranjero, de navíos con velas triangulares rojas, los hace dudar y anhelar, pasaje en mano, el regresar al imperio, a Evlín.
Una nueva nota convierte su duda en firmeza y lo decide a abordar el navío que lo llevará de regreso a una tierra que lo ha condenado. Pero sienten el público y Omar, un ser multitud que comparte el mismo recuerdo, que están decididos a mostrar que han cambiado y que la sensación fantasmal del peso del estuche en su mano derecha la reafirma.
La melodía cambia, el viaje por mar se acorta y la imagen de un puerto conocido por todos la desplaza. Llegan a Evlín ellos/Omar, todos uno, y, aunque se saben olvidados y repudiados por su crimen, la emoción del regreso al hogar también los desborda. Mientras que los espectadores más inmersos llegan a derramar una de las lágrimas que recorriera las mejillas del artista.
Bajan al puerto, estuche en mano, inseguros, pero llenos de felicidad y maravilla al volver a escuchar su idioma materno e identificar lugares conocidos. La ciudad ha cambiado, se dan cuenta de ello mientras fluyen junto a la música por sus calles y sienten la necesidad creciente de ir en busca del único ser que les dará un recibimiento alegre y sincero: Iori. También el único con el cual pueden hablar sobre el plan que ha estado ideando durante su travesía.
Omar deja salir el regocijo del reencuentro con su viejo amigo pero, a partir de este momento, elige cuidadosamente las emociones y recuerdos que expondrá. El tema del cambio de forma es un tabú entre los sarios, aunque el músico está seguro de que podrá hacerlo comprensible si usa el enfoque correcto.
Sus dedos recorren las cuerdas que golpea con su bashi, dejando salir los hechos que ha seleccionado: la exposición de su plan, el rechazo del naish, su súplica e insistencia de que esta es la única forma posible en que podrá seguir adelante. Imágenes envueltas en un deseo intenso de encontrar la esperanza de un nuevo comienzo. También muestra el rechazo y la renuencia iniciales de su amigo, que tras sus ruegos, termina cediendo y aceptando su petición, librándolo de esta manera de ser culpado como una influencia maligna al convertirlo en un amigo fiel y leal en los momentos de mayor desesperación de un amigo. Culminando la escena con una luz creciente que envuelve su antiguo cuerpo y oculta al público el cambio.
Sus manos se aceleran sobre las cuerdas del shamisen, mostrando de una manera muy resumida la historia presente: su nuevo comienzo, la creación de los intérpretes del viento y el encuentro con sus futuros miembros. La sensación de camaradería y de instrucción con Emilian, solo en un lugar extraño y con un gran talento a pulir. Así como un amor intenso y reprimido hacia la pequeña noble que los acogió a ambos y les proporcionó un local en el cual ensayar y comenzar a aspirar a lo más altos: a ganar el torneo de talentos y él obtener la redención que tanto ha deseado.
Con este deseo todavía resonando en la mente de sus oyentes, Omar deja de tocar y se pone de pie, separándose el naish de su cuerpo y adoptando la forma del gigante. El público despierta del hechizo que han compartido todos y, ahora, miran de manera distinta al naish y al intérprete. El silencio domina el anfiteatro, incluso aquellos que todavía juzgan culpable al músico callan. La petición de redención ha sido hecha y le corresponde al patrón de las artes emitir la sentencia.
Sevan abre los ojos y endereza la cabeza, que ha dejado ladear de manera inconsciente. Descruza las piernas y desciende de su asiento invisible, acomodándose un mechón de pelo rizo que cae sobre su rostro. Se acerca a Omar y al naish con una expresión meditabunda, se detiene frente a ellos y, solo entonces, habla:
—El cambio de forma humano es un pecado grave que nuestra madre condena severamente —dice y Omar debe sujetar al naish para indicarle paciencia. La frase del dios es sólo un comienzo, no una condena y así lo deja claro cuando continua—. Pero ahora has dejado claro que este es un delito que puede imputársele a Valerian, tu antiguo yo, con el cual ya no compartes ni cuerpo ni pensamiento. Por tanto, te libero a ti y al naish de responsabilidad. Eres un hombre nuevo, Omar y yo te concedo mi perdón.
Omar se sintió desbordado por la felicidad, el alivio y la realización mientras abrazaba al naish. Tras tantos años de esfuerzo, carencias y sacrificios, lo había logrado y obtenido su redención.
—¿Qué harás ahora? —preguntó el dios, en medio del océano de murmullos que desbordaba el anfiteatro y Omar se separaba del naish.
—Iré a recuperar a mis amigos —respondió, Omar, teniendo muy claro lo que haría a continuación—, y después… después seguiremos actuando.
El dios esbozó una sonrisa.
—Entonces ve con mi bendición y demuestren en el próximo torneo de talentos porque merecían ganar este.
Sin decir otra palabra, Sevan y Daltrus desaparecen, liberando de su influencia las emociones contenidas de cuarenta mil almas que se agitan en el anfiteatro. Hay quienes aplauden, otros gritan o maldicen; pero, en su mayoría, se quedan en sus asientos con una expresión incrédula ante los sucesos que acaban de presenciar.
Omar se gira para pedirle al naish que lo lleve junto a sus amigos. Iori asiente y se transforma en ave. El músico trepa, shamisen en mano y ambos parten del escenario, dejando atrás a los emisarios del emperador y mecenas particulares que claman su presencia.
El músico los ignora a todos, ya tendrá tiempo para atenderlos en el futuro. Ahora su prioridad es regresar con sus amigos e iniciar su nueva vida de la manera correcta.
1 de noviembre de 2021 — 7 de abril de 2022
La Habana, Cuba
Me gustaMe gusta
Las conexiones me juegan malas pasadas. Perdí el comentario. Camarada leída la obra, me encantó. Aunque no es una novela de acción, tiene unas cuantas escenas de lo más buenas, tiene suspenso, drama, romance, me encantó. Solo pido que cuando sea reescrita en su forma final la compartas. Muchas felicidades .
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias por leerla y esperar cinco meses para que estuviera terminada ^w^.
La idea de mis primeras tres novelas es esa, demostrar que se pueden escribir novelas de fantasía sin tener que salvar el mundo o haber una batalla a gran escala. Y sí, la subiré cuando esté revisada y más completa. Al igual que pienso hacer con las demás novelas que vayamos terminando.
Para un cambio de estilo, ya te voy comentando que la noveleta del Nanowrimo de este año será una con más acción, de un demonio y una reina que busca venganza y, por supuesto, algo más, xq no puede ser sólo de eso.
Me gustaMe gusta
Suena interesante la de este año! 🙂 Suerte! Te debo la lectura de los capítulos finales de esta. En cuanto tenga un chance me pongo en ello.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias, esto es sin apuro, habrá tiempo para que las leas.
Me gustaMe gusta
La música de los naish, capítulo 12
Una vez más, los dejo con una advertencia de posibles plurales innecesarios, asonancias y algún que otro error menor. Este ya es el penúltimo capítulo de la historia, espero que lo disfruten antes del gran final.
Cantidad de palabras: 5473
Total: 54.737
Los guardias imperiales sacaron a Omar del teatro de manera rápida y custodiados por un par de magos, listos para cualquier ataque, a pesar de que el dios había prohibido por ahora su castigo. Pero la shadok imperial nunca bajaba la guardia, especialmente cuando las cosas parecían haberse calmado.
A medida que avanzaban por los pasillos de los camerinos, Omar buscó con la vista a Lisa, Emilian o, incluso a Noly, pero no los encontró. Se habían ido. Los había perdido por intentar redimirse de forma egoísta. Pero lo que sí encontró fue el rechazo los rostros de muchos artistas conocidos que ayer alababan su talento, pero hoy apartaban con asco su mirada cuando coincidía con la suya.
Finalmanente, los guardias salieron del edificio y su preocupación por la seguridad del músico se vio recompensada cuando salieron fuera del teatro, en dirección al paradero de coches. Una multitud de curiosos se apelotonaba contras las puertas del anfiteatro, secuestrando a cada persona que salía en busca de novedades sobre lo que sucedía dentro. Al ver a Omar, custodiado por la guardia imperial, la multitud intentó acercarse. Varios le gritaron obscenidades y le lanzaron piedras, fruta podrida o cualquier cosa que tuvieran a mano. Pero todos los proyectiles rebotaron contra la barrera de aire comprimido que alzaron los magos y que usaron para mantener a raya a la multitud mientras lanzaban dentro de un carruaje de cuatro caballos con el símbolo del emperador y salían del paradero en dirección al palacio imperial.
Cuando las puertas del carruaje se cerraron a su espalda, Omar se encontró compartiendo asiento con dos nuevos guardias de mirada intensa y que no hablaron le hablaron durante todo el viaje. Sólo el sonido traqueteante del avance del carruaje acompañó sus pensamientos que, ahora que estaba temporalmente a salvo, se desbocaban.
El músico intentó centrarse en encontrar alguna manera de poder ayudar a sus amigos, de recuperar a Lisa y salvar a Emilian y Noly del pacto de sangre con la tiruense. Pero todas las ideas que concebía las tenía que descartar enseguida debido al hecho de que mañana el dios que lo había maldito volvería a ser consultado por sus seguidores y no estaba seguro de que continuara perdonando su vida.
Quizás aquella esta es la estrategia del vástago de la Diosa Paciente, dejarme que me vuelva loco por la impotencia; pensó Omar y le encontró tanto lógica que se frustró. Su mente dejó de buscar salidas y se centró en castigarse por todas las oportunidades que había tenido de retirarse y tener una vida tranquila y de poca monta con su nueva identidad. Pero no, había insistido con testarudez en que podía redimirse, volver a ser famoso y que el dios lo dejaría hacer debido a que había comprendido su lección… Puras idioteces.
La puerta del carruaje se abrió en medio de su sesión de humillación mental y los guardias lo sacaron del carruaje, entregándolo a una nueva pareja de soldados que lo condujeron a una habitación sin ventanas dentro del ala de servicio del palacio y que cerraron la puerta con llave cuando lo empujaron dentro junto con su shamisen.
Omar salió de su estupor al escuchar el ruido lastimero que produjo su precioso instrumento al golpear el suelo. Se agachó a su lado, acompañando el gesto con el crujir de sus rodillas y acunó a su tesoro. Cruzó las piernas de manera instintiva, puso el cuerpo del shamisen sobre su regazo y examinó que el cuero no se hubiera desgarrado ni la madera del cuello se hubiese cuarteado…
No, no se ha dañado, solo está desafinado, confirmó tras su minucioso examen y procedió a tocarlo. Sacó el bashi del bolsillo de su túnica y, cuerda por cuerda, de la inferior hasta la superior, comprobó su sonido y giró las clavijas para ajustar su sonido. Una vez que terminó y tocó una melodía de prueba, fue que comenzó a notar sus alrededores.
Era una habitación sin ventanas ni otra salida que no fuera la puerta por la que había entrado, iluminada por lámparas alquímicas y cuyo único mobiliario era una mesa con un par de sillas. Omar no necesitaba ser un genio para saber que, aunque había salvado su vida, no obtendría un buen trato, así que para evitar que su soledad se apoderara de su mente, comenzó a tocar.
La primera campanada vino y se fue, mientras que Omar agotaba las canciones famosas que conocía y pasaba a las tonadas de bar. Sin embargo, tras otra campanada estas melodías dejaron de interesarle. Sus dedos le dolían, había tocado su shamisen durante casi tres campanadas aquel día, pero su ánimo había mejorado y no iba a dejar que una molestia menor le arruinara el ánimo. Así que buscó en su mente las melodías más difíciles que recordaba haber tocado o escuchado y las reprodujo una tras otra.
Con cada nota, los dedos de Omar buscaban las cuerdas y las presionaba, preparándose para el golpe del bashi y dejar que su cuerpo convirtiera en sonido la música que reproducía su mente. Su cuerpo era una máquina precisa que perfeccionaba su interpretación y desechaba los movimientos inútiles.
El músico llegó a su clímax cuando repitió la larga y compleja canción de graduación que su maestro le impusiera en Li Heng como prueba definitiva. Omar fluyó entre sus notas y sintió que estas no eran tan difíciles como le habían resultado años atrás, sino que cada sonido y movimiento suyo está completamente armonizado, incapaces de concebir que hubiera otra manera en la que tocar aquella melodía. Hasta finalmente sus dedos tocaron la última nota y su instrumento quedó en silencio.
A pesar de los dedos doloridos, las piernas dormidas y el cuello agarrotado, Omar sonreía, feliz por haber aprendido a tocar aquel instrumento y no haberse negado a vivir separado de las artes. Ahora el castigo del dios, incluso su muerte, no le parecían tan amenazadores. Se había superado a sí mismo y las limitaciones que le impusiera el dios y, si no fuera porque había ligado el destino de sus amigos al suyo, este encierro no le resultaría doloroso.
Unos momentos más tarde, la puerta de la habitación se abrió, dejando pasar al general Apolinius, quien sostenía una jarra de cerámica. Omar intentó ponerse de pie, pero el calambre de sus piernas le dificultó el proceso y tuvo que buscar apoyo en la silla más cercana.
—Cuando vivías en el imperio sólo cantabas, Valerian —dijo el general, poniendo la jarra de agua sobre la mesa.
Omar, que ya se había puesto de pie, intentó responderle, pero el tener la garganta demasiado seca no le permitió soltar más que un gruñido. De repente, su cuerpo le recordaba que tenía necesidades físicas que atender.
—No te apures y toma agua —le ordenó el general, ofreciéndole la jarra.
Omar le agradeció con un asentimiento y bebió de la jarra hasta dejarla casi vacía.
—Preferiría que me llamara Omar, general Apolonius —dijo, poniendo el recipiente a un lado y enfrentándose a la mirada escrutadora del miembro de la familia imperial.
—Como desees, Omar, los nombres ya no importan demasiado en este momento —contestó el general—. Lo que importa es que el diácono de los adoradores se Sevan se transportará desde la capital imperial esta noche para encargarse de tu caso personalmente. Puede que hayas logrado que el naish de esta ciudad cambiara tu forma física, pero eso no borra tu pasado. Ese siempre acaba alcanzándote, no importa a donde vayas, Omar.
—¿Por qué piensa que fue el naish quién me dio este cuerpo nuevo y no la magia alquimista de Li Heng? Incluso un nigromante bien pagado podría lograr un cuerpo nuevo.
El general le dedicó una sonrisa depredadora.
—Porque no soy tonto, muchacho. Años dirigiendo el ejército y la shadok te enseñan que lo más importante es saber que pueden tus enemigos y tus tropas. Sólo hizo falta que mis hombres hicieran las preguntas adecuadas para que supiera lo mucho que visitas su parque y Valerian era conocido por ser uno de los favoritos del naish. Demasiadas visitas para un artista recién llegado.
Omar se regañó mentalmente, no debía haberse permitido contactar tan despreocupadamente a Iori, pero, al menos, no debía temer por que sufriera represalias.
—Iori confió en que había cambiado y me dio una segunda oportunidad.
—Y creo que la aprovechaste bien, muchacho. Pareces haber cambiado realmente, pero deberías haberte alejado de las artes. Era cuestión de tiempo que te desenmascara algún viejo conocido bajo la influencia del dios.
—Lo sé, pero creía que este era el objetivo del castigo de Sevan: redimirme y regresar para mostrárselo —confesó el músico.
Apolonius negó con la cabeza.
—Los dioses son seres caprichosos, Omar, tú deberías saberlo mejor que nadie. Cuando llegue el diácono te entregaremos y dejaremos que Sevan decida que hacer contigo. Aunque debo admitir que me sorprendió que se negara a entregarte a la multitud.
—Ese es el dios más caprichoso de todos, general —Omar aprovechó la media sonrisa de Apolonius para agregar—. Antes de que me entregue, quisiera dejar claro que mis amigos nunca supieron nada sobre mi pasado.
—¿Ni siquiera esa pequeña tejedora de sombras con la que te acuestas?
Omar no cedió a la provocación.
—Ni siquiera a ella.
—No recordaba que fueras tan fiel a tus amigos en el pasado.
—En el pasado sólo tuve un amigo y nunca lo traicioné.
Ambos hombres cruzaron miradas y se mantuvieron así hasta que el general golpeó la mesa con los dedos de su mano.
—Muy bien, me aseguraré de que no los involucren. Aunque los sacerdotes se retiraron a sus a rezar apenas terminó el torneo, sin dirigir a ninguna turba contra tus amigos —el general hizo una pausa—. Aunque la tranquilidad de la ciudad es demasiado atípica. Mis mejores magos dicen que se debe a magia divina, al hecho de que los dioses sigan aquí. Pero, ¿por qué no intervienen?
Omar no intentó encontrarle una respuesta a esa pregunta. Los dioses aparecerían cuando quisieran.
—Entonces, ¿Emilian y Lisa se encuentran bien? —insistió el músico.
El anciano hizo una mueca ante el poco tacto y la despreocupación del condenado por los dioses.
—Sí, la noble está bien, tengo una unidad custodiando la casa de su padre en caso de disturbios. Pero nadie ha visto al tymeano desde que saliera del teatro con su amante y si mis magos no han podido encontrarlo, entonces estará bien.
No… no está bien… el que no lo encuentres significa que la mafiosa los atrapó… ¡Condenado pacto de sangre! Pensó Omar, pero se contuvo de decir nada.
—Me sorprende lo poco que te importa tu vida, Omar —la voz del anciano lo devolvió a la realidad—. Es casi seguro que mañana te enfrentes cara a cara con el dios que retaste y que este vuelva a castigarte por tu insolencia y, ¿te preocupas por la seguridad de tus amigos? Por la chica puedo comprenderlo, pero, ¿por el tymeano?
Pero Omar no le dio una respuesta:
—¿En qué era lo que más pensaba cuándo se enfrentó a Dacel en la planicie de Olbric , general?
El anciano le sonrió.
—Yo esperaba salir con vida y regresar con mi esposa. ¿Es eso en lo que piensas, Omar? ¿Crees que podrás salir con vida de este segundo castigo? Los vástagos de la diosa no recurren demasiado a la violencia y sé que usé ese mismo argumento hoy para evitar un disturbio en el teatro, pero nunca se dejan ofender dos veces. ¿A menos que pienses volver a desafiarlo a otra competencia?
Omar se quedó en silencio durante un momento, recordando cómo había sido su último encuentro con el patrón de las artes. Había jugado con un dios y casi le había ganado, había estado a tan poco de lograrlo… Pero aquello había sucedido hacía mucho tiempo, en otra vida.
—No pienso hacerlo, estoy casi seguro de que no sobreviviré, pero sí quiero que mis compañeros lo hagan.
El general se puso de pie antes de responderle:
—Ciertamente has cambiado, muchacho —dijo y caminó hasta la puerta de la habitación, frente a la cual se detuvo—. Por cierto, ¿cuál obra pensaban presentar en la final?
—Iba a ser El amanecer de los imperios.
El anciano negó con la cabeza y le dedicó una última mirada compasiva antes de irse.
—Por fin se marchó ese viejo —la voz de Iori tomó por sorpresa a Omar, quien vio salir a su amigo en forma de laroc de la pared contraria a la puerta—. Y tú, muchacho, quita esa cara de tonto y súbete a mi lomo. Tenemos que irnos antes de que esos magos de la shadok se den cuenta de que atravesé sus defensas mágicas.
—Iori, ¿cómo es que…? —intentó preguntar el músico, que se había levantado de la silla.
El naish le gruñó y se giró de espaldas, con el morro apuntando a la pared por la que había emergido.
—Las preguntas después del rescate —dijo Iori, empujando a Omar con el hocico—. ¡Vamos, coge tu shamisen y súbete de una vez a mi lomo! Uno de esos mocosos acaba de detectar mi presencia. ¡Vamos, Omar, reacciona de una condenada vez!
El último grito mental del naish fue el que hizo reaccionar al músico. Tomó el shamisen y trepó sobre la espalda de su amigo, que sentía sólida y peluda, mientras sus pies colgaban a ambos lados sin tocar el suelo. El naish retrocedió hasta chocar con la puerta, momento en que Omar sintió como tensaba su cuerpo.
—Cierra los ojos y no los abras hasta que te lo diga —le dijo, mientras daba la primera de las tres zancadas que lo llevaron contra la pared.
Omar se abrazó con su brazo libre del cuello de Iori, mientras usaba la otra para sujetar con fuerza el shamisen. La pared se hacía más sólida con cada latido y el músico no esperó hasta chocar para cerrar los ojos, aterrado.
No hubo impacto. El cuerpo de ambos desapareció dentro de la pared cuando los primeros guardias entraban en la habitación, las armas desenfundadas y los hechizos listos para ser pronunciados.
Omar no sintió ninguna presión durante los segundos siguientes, pero sí que no podía respirar. Su pecho parecía estar contenido dentro de una barrera inamovible que no cedía ante los intentos desesperados de su cuerpo de conseguir aire. Intentó moverse, abrir los ojos, gritar, pero su cuerpo no respondió ninguna de sus órdenes, como si de repente se hubiera convertido en una estatua viviente.
La desesperación del músico duró una eternidad que terminó con la voz de Iori ordenándole que volviera a respirar. No necesitaba que se lo dijeran, todo su cuerpo estaba en función de llevar aire a sus pulmones y calmar el latido acelerado de su corazón, que retumbaba en sus sienes. Sólo cuando pasó el miedo, Omar se permitió aflojar el agarre sobre el cuello del naish y sentarse derecho.
—¿Acaso intentabas matarme, Iori? Se suponía que esto era un rescate —dijo el músico.
Omar sintió más que escuchó el gruñido de su amigo, vibrando bajo sus piernas, mientras el naish exploraba el jardín a oscuras al que habían llegado.
—No me molestes con esas tonterías —respondió, adentrándose con lentitud en el jardín—. La shadok imperial llegará de un momento a otro y debo encontrar la manera de sacarte del palacio sin que te mate la barrera.
Aquellas palabras captaron la atención de Omar, quien alzó la mirada, siguiendo la del naish hacia el borde superior de la muralla del jardín, donde la magia distorsionaba la imagen del exterior, como una lupa.
—¿Cómo fue que entras…? —su frase quedó a medias, Iori se había tensado y el músico había tenido que agarrarse de su cuello para no caer mientras su amigo se alejaba corriendo del lugar donde acaba de formarse un portal por el cual emergió un mago de la shadok imperial.
Durante un instante de terror puro, mientras el mago alzaba sus brazos brillantes para atacarlos, el cerebro de Omar sólo pudo concentrarse en el olor a incienso que llenaba el aire. El ataque se produjo un momento más tarde, en la forma de un relámpago que cruzó el aire en su dirección.
Omar no murió, tal y como había esperado. El relámpago había sido repelido por el escudo que formaron las alas gigantes del pájaro blanco en el que se había convertido el naish.
—Sujétate con fuerza —ordenó Iori mentalmente y el músico, que todavía se tambaleaba sobre su nueva posición en la base del cuello, se abalanzó hacia adelante, aferrándose de las plumas con la mano izquierda, mientras con la derecha sostenía el shamisen—, escaparemos volando.
El batir de alas del naish sacudió las plantas del jardín y desviaron, de alguna manera, un nuevo ataque. Pero tenían que huir de inmediato, dos nuevos portales acaban de abrirse y traído más magos. Si no escapaban pronto quedarían atrapados.
—Esto dolerá… —comenzó a decir el naish, pero Omar lo interrumpió.
—¡No te preocupes por mí, escapemos de este lugar! —gritó.
Un latido más tarde, el batir de alas de Iori los alzaba por encima de los árboles, a gran velocidad contra la barrera mágica. Luego, el mundo se volvió demasiado caliente como para pensar.
La cúpula mágica intentó retenerlos, tensándose a su alrededor como una capa de hule sobrecalentado. Omar gritó, sin aflojar su agarre, sintiendo como el calor abrazaba su cuerpo y su interior ardía debido al aire que entraba por sus fosas nasales hasta los pulmones. Sin embargo, la barrera no detuvo demasiado tiempo al naish y, como una banda de hule estirada más allá de su límite máximo, esta desapareció dejando escapar a la pareja.
Relámpagos, tornados de fuego y varias decenas de proyectiles sólidos llenaron el aire, intentando derribarlos, pero Omar e Iori ya estaban demasiado alto como para verse afectados. Del jardín les llegaron los gritos y maldiciones que profirieron los magos de la shadok, pero a Omar sólo le prestaba atención a la sensación agradable del aire frío sobre su piel.
—¿No nos perseguirán? —preguntó el intérprete, una vez que había abierto los ojos y superado a base de sujetarse con más fuerza del cuello del naish—. Siempre escuché que los magos de la shadok imperial podían volar.
—No, esos son rumores que han regado, pero la realidad es que sólo pueden usar los portales para desplazarse —respondió Iorio, atravesando una pequeña nube—. Así que por ahora estamos a salvo.
—Pero, ¿no pueden encontrarnos con la magia adivinatoria de las sacerdotisas bailarinas de Sevan?
—Mientras estés a mi lado has dejado de existir para cualquier tipo de magia de localización que no requiera tu sangre.
La mención de la posibilidad de que alguien tuviera su sangre le hizo recordar a la mafiosa tiurense y su contrato. Le había recordado a Emilian y a su novio…
—Ahora que estoy libre debemos ayudar a…
—A nadie —le cortó el naish—. Mientras sigas en esta ciudad estarás en peligro y no te saqué del palacio imperial para verte muerto.
—¡Pero, Iori, Emilian necesita de mi ayuda! ¡El pacto de sangre con Nika! Ya deben haberlos capturado y llevados a una casa de placer para…
—Lo siento, muchacho, pero debes ser realista. Si te quedas, morirás. Ellos sufrirán un poco, pero no creo que la mafiosa los deje morir —el naish aumentó la frecuencia de sus aleteos en dirección al mar—. La shadok imperial no dejará de buscarnos, los hemos dejado en ridículo y ese tipo de ofensas las cobran con la muerte. Además, pensé que querrías aprovechar este tiempo que te queda para despedirte de Lisa.
Omar reprimió un escalofrío. También estaba su amante, si Iori lo llevaba fuera, y esa era la solución más lógica a sus problemas por ahora, la perdería durante años, quizás para siempre.
—En mi habitación debe haber suficiente dinero para… —dijo, ver a Lisa era importante, pero salvar la vida de su amigo también lo era.
—En tu habitación ya no queda nada. Fue el primer lugar que asaltaron los seguidores de Sevan antes de que interviniera la guardia imperial.
—Iori, debes prometerme que harás algo por Emilian —suplicó el músico.
Las plumas del cuello del naish se erizaron.
—Está bien, haré algo por tu amigo, pero no ahora, tendrá que esperar un par de días a que regrese de llevarte al imperio de Liu Heng —respondió el naish, de mala gana.
—Gracias, Iori, pero todavía no he decidido que ese es el lugar al que quiero ir —protestó el músico.
—Sigues indeciso y creyendo que esto se podrá resolver, Omar. Y quizás tengas razón, quién poseyó la mente de ese juez no fue Sevan, sino Daltrus.
—¿Qué tiene que ver el dios de la justicia con todo esto? —preguntó el músico, tras un momento de silencio en el que procesó la noticia—. No tiene sentido que lo haya hecho el si…
—Si nos ponemos a especular sobre sus razones y no te ponemos a salvo en Liu Heng, que es el único lugar donde sé que podrías estar seguro, ellos no dejaran que tengamos el tiempo para descubrir sus motivos.
—Gracias por cuidar de mí, Iori —dijo, Omar, comprendiendo lo ciego que había sido hasta ese momento. Quedarse más de lo necesario significaría su muerte.
El naish giró su cabeza de pájaro durante ese momento y su expresión facial, aunque diferente a la de un humano, el músico pudo interpretarla claramente como una especie de: las cosas que hago por ti.
Aquello hizo reír a Omar quién, durante ese momento se olvidó de sus preocupaciones y los riesgos que corría. Al terminar, respiró con fuerza el aire húmedo y frío de la noche, dejando que llenara sus pulmones más tiempo del necesario, antes de expulsarlo. Una vez que lo hizo, había decido que hacer.
—Vayamos a casa de Lisa.
El naish asintió y plegó las alas, cayendo en picada sobre la ciudad. Omar no necesitó que le dijera que se sujetara a su cuello y así lo hizo, aferrando contra su cuerpo su shamisen. El ave detuvo su caída a una altura de treinta tallas de hombres sobre el suelo y reanudó su aleteó en dirección al distrito Iber en el cual vivía Lisa.
El vuelo hasta la mansión del padre de Lisa fue rápido y silencioso. El batir de las alas del naish no producían demasiado ruido, pero sí una brisa que sacudía las hojas de los árboles por encima de los cuales pasaban. Aunque esto hecho no llamó la atención de ningún transeúnte, tan concentrado como estaban en sus tareas, sin tiempo para mirar al cielo.
Al llegar al distrito, Iori disminuyó la velocidad de su aleteo y a volar en un amplio círculo.
—¿Cuál es su casa? —preguntó.
Omar se enderezó y examinó las calles a sus pies, iluminadas por lámparas alquímicas. Desde la altura le era un poco difícil identificar las calles, pero al cabo de un momento identificó la escultura de Demina, que señala el cruce de la calle Idena con Mercaderes. Lisa vivía tres cuadras más arriba por Mercaderes y así se lo explicó a Iori, dándole detalles sobre la mansión, recordando entonces lo que le había dicho el general Apolonius.
—Pero también hay guardias custodiando la casa. No sé si son miembros de la shadok o guardias de la ciudad, pero no creo que pasemos inadvertidos —dijo Omar, albergando el temor de que no pudiera ver a su amante antes de marcharse, de tratar de explicárselo todo, de pedir una disculpa.
El naish sacudió la cabeza antes de abrir su pico y emitir un gas vaporoso que los cubrió mientras avanzaban. Omar contuvo la respiración por instinto.
—Esto nos hará invisible a la mayoría de los humanos, salvo los muy sensibles a la magia —explicó Iori, batiendo las alas en dirección a la casa de Lisa—. Omar, deja de hacer el bobo y respira. La magia no te hará nada, pero no oculta los sonidos, así que debemos estar en silencio hasta entrar en la habitación de Lisa.
Las alas del naish devoraron las tres cuadras en menos de quince latidos de corazón. Entonces, comenzó a girar lentamente a su alrededor, creando una brisa que sacudía las hojas de los árboles y arbustos de los jardines.
—¿Hay algún mago vigilándolos? —Omar formó la pregunta en su mente, esperando que el naish le estuviera prestando atención.
La respuesta llegó al cabo de un momento.
—Ninguno demasiado talentoso —dijo el naish, mientras completaba la primera vuelta sobre la mansión—, son magos de combate en su mayoría. Estamos seguros, ¿cuál es la habitación de Lisa?
—La que está en el extremo derecho del segundo piso.
—Muy bien, entraremos atravesando la pared.
Omar se aferró con fuerza al cuello de su amigo y contuvo la respiración cuando se lanzaron sobre la fachada de roca del edificio. En un momento dado el viento silbaba en sus oídos y, al siguiente, todo era inmovilidad. El músico controló el deseo instintivo de su cuerpo de moverse, de respirar y expandir su pecho, de no sentirse atrapado.
Ocho latidos más tarde, el grito de Lisa fue lo que provocó que abriera los ojos:
—¡Por los tres idiotas!, ¿qué es eso?
La noble había saltado de su cama y agarrado un pesado cepillo de marfil. El cabello despeinado y los ojos rojos hablaban de tristeza, pero una que había quedado sepultada por la furia.
—Tranquila, Lisa… soy yo… querida… Omar —dijo el músico, mientras buscaba apoyo con la mano en una pared cercana, debido a que el naish se había convertido en un gato atigrado—. Sólo era Iori, que me rescató y se transformó en ave para traerme hasta aquí, no tienes nada que temer.
Lisa bajó el pesado cepillo y se acercó. Alternó su mirada todavía confusa entre ambas figuras.
—¿Realmente eres tú, Omar?
El aludido alzó su shamisen y sonrío con timidez.
—Sí, soy yo, Iori… —no pudo terminar la frase porque Lisa se le acercó, tomó su rostro entre sus manos y se puso de puntillas para besarlo.
Apenas duró cuatro latidos, pero tiempo suficiente para que la tejedora de sombras lo besara con intensidad. Luego, cuando se separaron, ella lo golpeó con el puño cerrado en la mandíbula.
—Eso es por no haberme dicho la verdad desde el comienzo —dijo, masajeándose los nudillos de la mano derecha.
Omar sintió el dolor viajar a través de su mandíbula hacia el resto de su rostro y ver un destello blanco. La chica le había pegado con fuerza y ahora, que volvía a pensar con claridad, se apoyó en la pared, haciendo que su lengua buscara algún daño en su boca. No protestó en lo más mínimo, merecía aquello y mucho más.
—Este no era el tipo de reencuentro que esperaba ver, pero me gusta más que la variante romántica —comentó el nasih, divertido.
—Te agradezco mucho que lo haya salvado, señor naish —dijo, haciendo una breve inclinación ante el gato—. Hubiera deseado que nuestro encuentra fuera de otra manera.
—Yo también muchacha, pero ahora no tenemos tiempo para eso. Tenemos que irnos en menos de un cuarto de campanada si queremos que Omar siga vivo —el gato se giró hacia el músico—. ¿Ya puedes hablar?
—¿Es cierto lo que dice, que debes irte?
Pero el músico no pudo responder.
—Se acerca alguien —dijo el naish, saltando de la cama—. Usa botas militares.
—Uno de los escoltas —gimió Lisa—. Rápido, Omar, Iori escóndase tras el armario.
Llamaron a la puerta y ambos se ocultaron tras el mueble, el naish trepado sobre el cuello de Omar, emitiendo una nueva dosis del gas vaporoso. Obviamente, su efecto había desaparecido cuando atravesaron la pared.
Los golpes se repitieron, más intensos y acompañados de una voz masculina que exigía que Lisa abriera la habitación. La muchacha lo hizo y fue apartada a un lado por un guardia con los brazos brillantes por la magia de sus tatuajes. El soldado inspeccionó la habitación con una mirada profesional, sus ojos pasaron por delante del escondite de los prófugos, pero siguió adelante.
—Escuchamos un grito, ¿todo está bien? —preguntó, liberando la magia de sus brazos.
—Todo está bien —dijo Lisa, sin nerviosismo—. Golpeé la pared con más fuerza de la que pretendía y me lastimé.
Alzó la mano derecha como prueba. El guardia examinó los nudillos enrojecidos y soltó un bufido, antes de mirar la habitación por última vez.
—Muy bien, pero no lo haga más. La próxima vez grite sólo cuando sea una verdadera emergencia. Estaré abajo con su padre.
Lisa sintió y cerró la puerta tras el mago. Se giró y buscó a Omar con la mirada.
—Ya puedes salir, Omar —susurró.
El músico y el naish aparecieron al lado de la cama, sobresaltando a la muchacha.
—Así fue como escaparon, ¿usando magia para ocultarse? —dijo, liberando el torrente de preguntas que la acosaban—: ¿A dónde te irás? ¿No hay manera de que el dios te perdone, no quería castigarte así que…? Disculpa que me haya ido en ese momento, pero estaba demasiado enfada contigo. Me sentía tan traicionada de que no me dijeras antes que eras Valerian. Yo y Emil… ¡Emil, Omar, la mafiosa se lo llevó a él y a Noly junto con sus matones cuando salimos del anfiteatro! Nos estaban esperando y como te habían descubierto dijo que su contrato de sangre les permitía llevárselos. ¿De qué contrato de sangre hablaba, Omar? ¿Por qué ellos no opusieron resistencia? ¿No habías solucionado ese problema?
—Tranquila, Lisa, tranquila —susurró Omar, mientras la abrazaba.
La chica lo rodeó con sus brazos y lo abrazó con fuerza, enterrando su rostro en el pecho del músico. Omar le devolvió el gesto y, tras un tiempo, la separó gentilmente.
—No hay esperanzas de que me perdonen, Lisa, pero Iori me ha prometido que se encargará de que liberen a Emilian y Noly —dijo.
La noble observó al naish gatuno, quien asintió con su pequeña cabeza.
—Entonces me iré contigo, Omar, Valerian o como quiera que decidas llamarte en tu nueva vida. Pero tienes que llevarme contigo, si me quedó aquí no sabré que hacer con mi vida de ahora en adelante. Yo…
Omar la sostuvo por los hombros y la obligó a mirarlo, antes de que sus ojos rompieran a llorar.
—No puedo llevarte conmigo, Lisa —dijo, negando con la cabeza—. No sé que sucederá conmigo durante los próximos días, pero debo salir del imperio y todavía estoy seguro de que pueda comenzar una tercera vez…
—Por eso mismo, llévame contigo, puedo soportar lo que sea junto a ti —la noble luchaba por no ceder ante las lágrimas.
—Lisa, el problema es mucho más complicado de lo que parece, el dios que influenció a Eldric para que me reconociera no fue Él, sino Daltrus —escuchar aquello logró que la tejedora se calmara, estupefacta—. No sé lo que he hecho para enfadarlo, pero debo huir y hacerlo sólo, para que tú y Emilian sigan a salvo.
—Pero, Omar, ¿qué haré con mi vida, con todo este esfuerzo que hemos invertido en el grupo?
El músico le tomó la barbilla y la alzó para besarla.
—Haz que Los Intérpretes del Viento ganen el torneo de talentos. A Emilian y a ti les sobra talento para lograrlos por sí solos. Estoy seguro de que a pesar de las dificultades iniciales podrán seguir adelante.
Ambos se miraron y por sus rostros desfilaron en unos cuantos latidos la tristeza, la añoranza, el amor y, por último, la comprensión de lo inevitable. Momento en el que se abrazaron y dejaron salir sus lágrimas.
Un momento o una eternidad más tarde, la voz gatuna del naish.
—Nos acaban de encontrar —informó, adoptando su forma de Laroc y llenando con ella la habitación.
Omar y Lisa se separaron. Él tomó su shamisen y ella se acomodó los cabellos sueltos.
—No dejes que te atrapen —dijo ella, alejándose del naish, que se inclinaba para dejar que Omar subiera a su lomo.
—Y tú nunca dejas de tejer ilusiones —respondió él, agregando—: Te quiero, Lisa.
—Yo también te quiero, Omar. Ahora vete.
Los sonidos de los gritos en el exterior y el intenso olor a incienso precedieron la llegada de los magos, que esta vez no se molestaron en tocar la puerta y la derribaron. Omar e Iori atravesaron la pared y, tras hacerlo, el naish se transformó en ave y se alzó volando hacia el cielo.
Decenas de hechizos de combate llenaron el cielo mientras más magos llegaban a los jardines de la mansión. Algunos hicieron impacto en la parte baja del ave, sin provocar ningún daño aparente. Con cada aleteo, Iori los llevó más lejos y más alto, hasta que se perdieron en cielo nocturno de la bahía.
Me gustaMe gusta
La música de los naish, capítulo 11
Cantidad de palabras: 2915
Total de palabras: 49.264
11
Las blasfemias y las maldiciones del clero y la nobleza llovieron sobre Omar, acompañados con toda clase de objetos y restos de comida. Pero nada de esto conmovió a Omar, que mantuvo su mirada trabada con la de Eldric, quien terminó por apartarla escupiendo una maldición y uniéndose al pedido de justicia.
Las masas en las gradas se movieron como un animal de mil cuerpos ansioso por sangre. ¿Moriré aquí?, se preguntó en ese momento, disfrutando de una calma sobrecogedora que se rompió cuando sintió un golpe en su hombro y se giró para ver que era Emilian y no un fanático quien lo atacaba.
—¡…Omar, eso no puede ser cierto! —le gritaba el cantante—. ¡No puedes estar haciéndome esto! ¡Mi vida y la de Noly depende de que ganemos este torneo! ¡Tú… tú…!
Aquellas acusaciones hicieron reaccionar a Omar. El músico intentó decir algo, consolar a su amigo, pero no pudo. Su mente comenzaba a procesar el hecho de que su vida no era la única que peligraba. El pacto de sangre los había vinculado y condenado. Intentó consolar a su amigo, cuyo cuerpo se estremecía con el llanto contenido y termino por caer al suelo sin que Omar lograra que su cuerpo avanzara un paso.
—Lo siento, Emil… yo trataré de hacer lo que —¿hacer qué?, se preguntó el músico a sí mismo, mientras le tendía una mano a su amigo.
—¡Aléjate de mí! —gritó el tymeano, rechazando la mano.
Omar retiró la mano y las palabras se le congelaron en la garganta. ¿Qué podía decirle a un amigo al que había condenado al dar su palabra?
La confianza y la aceptación del final que había sentido momentos antes se desvaneció. Su mente finalmente se había puesto al día con el caos en que se había convertido su mundo y las consecuencias de sus actos. No era el único que caería, Emil lo haría, Lisa… su amada Lisa…
Omar se maldijo por haberla ignorado y se giró para buscarla. Estaba a su lado, los puños apretados en los costados de su cuerpo y la expresión traicionada.
—Omar —dijo la tejedora, su voz rasgada por el dolor. Un dolor que hizo estremecerse al músico—, ¿por qué no me dijiste la verdad? ¿Por qué no me contaste que eras Valerian?
Los abucheos, los gritos del público, la turba ¿vengativa? y los guardias imperiales alzando su magia dejaron de existir para el músico. Sólo podía pensar en castigarse por haber provocado que el rostro de Lisa se mostrara tan distante y herido. La admisión que de haberle contado la verdad tiempo atrás la hubiera mantenido a su lado fue un golpe emocional que lo dejó aturdido.
Omar intentó explicarle, pero las palabras seguían sin salirle, así que intentó alcanzarla, pedir disculpas con sus gestos, esperar que el contacto físico le permitiera decir lo mucho que lo sentía y… rechazo. Esa fue la respuesta que recibió de la única persona que realmente le importaba cuando intentó acercarse. Su mente sólo pudo balbucear el inicio de una disculpa genérica, pero ella no esperó a que terminara y se marchó corriendo hacia los bastidores. Omar no se atrevió a llamarla por su nombre, una parte de sí le decía que no era digno de hacerlo.
El músico se tambaleó y dio un paso adelante antes de caer de rodillas, dejando caer su shamisen a un lado. Su mirada fija en el suelo de mármol del escenario: su segunda vida había terminado. El sonido de botas pesadas acercándose ni los gritos le importaban. Estaba listo para irse.
—Los dioses siempre me han odiado —murmuró—. Lo siento, Iori, no debí dejarte que me dieras una segunda oportunidad.
Las pisadas acompasadas de la guardia se detuvieron a su lado. ¿Son estos mis ejecutores?, pensó, Omar, con una sonrisa amarga y cerró los ojos y en la oscuridad esperó los golpes de metal que terminarían con su vida. Contrajo su mandíbula en un gesto involuntario y se preparó…
Quince latidos desesperados de corazón después, los tajos de las espadas no habían llegado. En vez de eso, dos pares de manos lo agarraron, uno por cada brazo, y lo levantaron en peso del suelo. El golpe que le dieron a su instrumento cuando lo giraron hacia el público le provocó una mueca a Omar, incluso si era un traidor a los dioses, un instrumento no merecía ser tratado de esa forma. Aquel pensamiento fue el que lo despertó y le permitió ver lo que había sucedido en el anfiteatro.
El teatro se había aquietado gracias a la intervención de la shadok imperial, cuyos miembros, magos imperiales con los brazos brillando por la luz de sus tatuajes, formaban una barrera de magia entre las gradas y el escenario, así como alrededor del palco imperial, lugar al cual los guardias que lo sostenían dirigían su mirada. Allí, por primera vez durante todo el día, el viejo general parecía interesado en lo que estaba sucediendo.
—Su majestad, Apolonius —la voz de Eldric se alzó tras la barrera que contenía a aquellos que había intentado bajar al escenario—, ¿por qué impide que sometamos a este hereje a la justicia de nuestro dios?
Se alzaron más gritos de apoyo entre el clero y una parte de la nobleza en las gradas. Pero bastó con que el viejo general se levantara de su asiento y alzara su mano para que se callaran.
—Los vástagos de la Diosa Paciente hacen valer su justicia de formas diferentes a las de un linchamiento público, ¿no es así, sacerdote? —la pregunta del anciano hizo aplacó las ansias de sangre de la multitud y del sacerdote. Algunos, apenados, murmuraban plegarias pidiendo disculpas a sus dioses patrones por haberse dejado llevar por el fervor, pero no Eldric—. Nuestra señora y sus vástagos conceden incluso a los infieles la oportunidad de un juicio justo. Eso es lo que nos diferencia a los sarios de los pueblos bárbaros de este continente.
Las palabras de Apolonius habían calado en la mayoría del público, calmando la multitud. La nobleza regresó a sus asientos para observar de primera mano lo que sucedería con el blasfemo. Mientras que los miembros del clero se quedaron de pie, insatisfechos.
—Lo compremos, mi señor, pero este hombre… —insistió Eldric, pero un nuevo gesto del tío del emperador lo hizo callar definitivamente, así como los codazos de sus hermanos de mayor jerarquía, que se daban cuenta de la estupidez que habían estado a punto de cometer por culpa suya.
—Ahora que ya no hay peligro de que te linchen, músico —dijo Apolonius, dirigiéndose a Omar—, dime si es cierto que eres Valerian.
Los soldados soltaron la cabeza de Omar y este asintió, sabiendo que no tenía sentido hacer un intento desesperado por ocultarlo.
—Sí, soy yo, majestad —respondió Omar, mirando a su derecha, donde un par de guardias imperiales custodiaban a Lisa y Emil, quienes evitaron su mirada—, pero mis amigos no sabían sobre ello. Son inocentes, nunca les hablé sobre mi pasado. Por favor, le pido que los liberen.
Aunque su vida estaba condenada, pensó el músico, no hundiría a sus amigos con él. Al menos le daría tiempo a Emil para pagar su deuda y…
—Mi señor, eso es imposible —gritó Eldric, quien, aunque sabía que debía callarse, se sentía impulsado a conseguir de inmediato el mayor castigo para el hereje—. No es posible que…
—Sacerdote —la forma en que el viejo general pronunció aquella palabra hizo palidecer al sacerdote—, si vuelves a interrumpir, me encargaré de que uno de mis magos te cierre la boca hasta que pueda solicitar un castigo formal ante tu diácono.
El mago de la shadok imperial más cercano al sacerdote le sonrío y Eldric logró reunir suficiente voluntad mental para reprimir una nueva protesta. Aunque entre los demás miembros del clero sí hubieron miradas de odio hacia los magos y algunas dirigidas al general. Amenazar con usar a un mago para maniatar a un siervo de los vástagos era algo que no se le perdonaría a alguien de menor rango.
Pero a Apolonius no le importó en lo más mínimo las miradas, estaba por encima de la ley y, en este momento, lo que más le preocupaba era acabar con el problema que había creado aquel hereje. Mientras que los miembros de la nobleza guardaban en su mente aquel suceso: los enfrenamientos públicos entre la autoridad imperial y la iglesia eran muy raros.
—Por ahora pueden dejarlos ir —ordenó y los guardias liberaron a Emilia y Lisa.
La noble tuvo que ayudar a su compañero a salir del escenario, debido a que el tymeano no hacía otra cosa que sollozar. Ninguno de ellos le dedicó una mirada a Omar, pero este sabía que era lo justo. Al mismo tiempo que se hoy a alguien gritar en las gradas superiores el nombre del cantante.
—Se lo agradezco, majestad.
—No quiero tu agradecimiento, Valerian, quiero respuestas —replicó el miembro de la familia imperial—. Nos encontramos durante varias de tus presentaciones en el pasado y no lucías de esta manera. Tus rasgos eran los de un norteño, la piel mucho más bronceada, rizos y una nariz grande que ni las mejores fórmulas de los alquimistas pueden disimular. Sí eres realmente, Valerian, ¿cómo explicas esto?
—Magia de transformación —la respuesta de Omar fue precisa, pero, también, un peso adicional sobre su condena. Tal y como mostró el jadeo colectivo, ese tipo de magia sólo estaba un par de escalones por debajo de las peores abominaciones concebibles.
Los susurros volvieron a adueñarse del anfiteatro, mientras los sacerdotes sonrían con satisfacción y los nobles susurraban la palabra blasfemo. Apolonius cruzó las manos a sus espaldas e irguió el pecho. Su experiencia como militar le decía que debía encontrar la manera más rápida y segura de sacar a aquel hombre del anfiteatro antes de que la situación terminara en disturbios. Una situación más que compleja y difícil, pero su vida había estado llena de ellas y había sabido superarlas y ahora veía una posible salida.
—Sacerdote —dijo, dirigiéndose a Eldric—, el destino de este hombre pertenece a tu dios, ¿no es así?
—Así es, su majestad —respondió el juez de canto, repitiendo lo obvio—. Y le puedo asegurar que este exige un castigo inmediato.
Un coro de voces procedentes de las gradas inferiores apoyó su afirmación. El viejo general asintió, ya conocía la respuesta, pero al hacer la pregunta en voz alta se permitía la oportunidad de sugerir la que le otorgaría una salida definitiva:
—Ciertamente lo merece —agregó Apolonius, asintiendo con la cabeza—, y dado que tenemos la suerte de contar con nosotros a las sacerdotisas bailarinas del templo de Gabis, podemos pedir que el vástago divino nos confirme sus deseos.
—Mi señor, eso no… —Eldric intentó hacerse escuchar.
—Es necesario, sacerdote, debido a que nuestros dioses exigen que seamos los más justos posibles y cómo no preguntarle a Sevan cuando tenemos la oportunidad, ¿no? —con aquella frase desarmó toda resistencia por parte del clero y transfirió la responsabilidad del destino de Omar al dios—. Traigan a la suma sacerdotisa Dania del templo de Gabis.
No hizo falta que el guardia que iba a buscarla se alejara mucho del escenario. La suma sacerdotisa se encontraba escuchando en las afueras de los camerinos, rodeada por sus discípulas. Mientras esta avanzaba con paso elegante hacia el palco imperial, Omar fue apartado hacia un costado por la pareja de guardias que lo custodiaban. Intentó agacharse para recoger su shamisen, pero no lo dejaron y fue uno de sus vigilantes quien lo agarró.
La mirada de la sacerdotisa y Omar se cruzaron durante un momento, pero en la expresión de esta no vio compasión. ¿Por qué debería esperar que la tuviera?, pensó el músico, quien trataba de evitar que su cuerpo temblara por la expectativa de su condena. La demora de su castigo estaba acabando con su autocontrol, pero una voz dentro de su cabeza, una que todavía rebosaba de cinismo, le decía que antes del castigo debía sufrir la humillación pública.
—¿Qué desea de mí, su majestad Apolonius? —preguntó Dania, tras hacer una leve inclinación.
—Suma sacerdotisa, me gustaría que nos ayudaras a zanjar este conflicto consultando al dios Sevan y que nos muestra que desea que hagamos con este hombre —le explicó el general.
—Lo haré, mi señor, pero primero necesitaré que traigan mi alfombra —respondió la sacerdotisa—. Y acompañamiento musical para el ritual.
— Por supuesto, lo tendrá enseguida.
Con un gesto, un grupo de guardias se adentró entre los camerinos para buscar la alfombra de la sacerdotisa, siguiendo las instrucciones de sus discípulas y los flautistas Kardic se ofrecieron a proporcionar el acompañamiento musical. Durante el tiempo que duró la espera, el anfiteatro volvió a llenarse de murmullos que murieron cuando los guardias regresaron al escenario, cargando sobre sus hombres una gran alfombra.
Omar observó el proceso de desenrollado de la alfombra con detenimiento, intentando evitar que su mente se hundiera en la vorágine de posibles respuestas y futuros que acosaban a su mente inquieta. Escuchar el dictamen de Sevan no sería tan terrible como tener que volverlo a enfrentar y ver su rostro satisfecho por la manera en que había jugado con sus esperanzas para desenmascararlo en el momento en que volvía a triunfar.
Las voces de quienes conversaban en el anfiteatro callaron cuando los guardias terminaron de desenrollar la alfombra y Dania, sacerdotisa de Gabis se paró en su centro, señalando con su postura a los flautistas Kardic que podían comenzar a tocar la invocación en cualquier momento. El público calló y Omar observó a bailarina. La pareja de músicos se llevó sus flautas a la boca y comenzaron a tocar.
Con la primera nota de las flautas, la bailarina alzó una pierna y comenzó a girar sobre sí misma, dando inicio a su baile ritual. Tras la tercera vuelta bajó la pierna y se desplazó por la alfombra, danzando con movimientos precisos y fluidos, resultados de años de repetición y entrega a su dios. Su cuerpo se contorsionó, deslizó y recorrió la alfombra, deslumbrando al público con la elocuencia de su cuerpo que rogaba al dios su favor.
Dania dio un par de pasos hacia el centro de la alfombra, los dibujos de su tela convertidos en un campo de hierba hacia cuyo se centro se dirigió con una última voltereta que convirtió en una reverencia que la dejó de rodillas. Su gesto coincidió con el silencio de las flautas y el final del ritual, cuyo éxito se conocería cuando la sacerdotisa alzara su cabeza.
La expectación en el escenario se hizo casi audible, debido a que pocos eran las veces que el dios respondía de manera caprichosa a este tipo de invocaciones, especialmente cuando los solicitantes tenían urgencia. Sin embargo, este era un asunto importante y seguro prestaría atención, pensaba la mayoría. Omar, tragó en seco y contuvo la respiración cuando la sacerdotisa comenzó a alzar su rostro.
Y allí está la bendición del dios, en ese aire de poder y conocimiento que rodea a la sacerdotisa, que se ha vuelto más digna, su pose regia cuando se levanta completamente y su voz la de la autoridad cuando se dirige hacia Apolonius, quien la mira desde el escenario.
—Has tu pregunta, general. Yo, el recipiente mortal del dios Sevan, la responderé con la verdad —su voz resuena con intensidad por todo el anfiteatro, impresionando a muchos.
Sin embargo, el general no se inmuta, pero le concede una breve inclinación de cabeza a la manifestación del poder del dios y a su sacerdotisa. Omar vuelve a respirar, porque su pecho le arde y lo obliga a aspirar una bocanada.
—¿Debo entregar a este hombre que castigaste años atrás —dijo el general— para que tus fieles le apliquen tu justicia?
Las palabras resonaron en el anfiteatro durante un instante en el que la sacerdotisa alzó la mirada hacia el cielo y bajó la mirada para responder que un único monosílabo:
—No —pero aquella única palabra tuvo más fuerza que cualquier discurso.
Tras decirla, la sacerdotisa se desplomó sobre la alfombra y sólo sus aprendices corrieron hacia ella para asistirla. El resto de la audiencia intentaba procesar en sus mentes la negativa del dios, Omar el más confundido entre ellos.
—Eso… eso es imposible —balbuceó Eldric, dándole voz al sentimiento general del clero.
La multitud también comenzó a agitarse, mientras algunos fanáticos exigían una nueva consulta o clamaban que la sacerdotisa había dado un algún paso mal durante su invocación. Pero el general Apolonius fue inflexible.
—El dios Sevan ha hablado a través de la suma sacerdotisa Dania y me ha prohibido que les entregue a este hombre. ¿O es que acaso ahora también dudarán de la palabra de su dios?
Aquello fue suficiente para poner en su lugar al clero, que tuvo que retirarse y callar.
—Mañana los deseos del dios podrán ser interrogados con más detalle —continuó el general—. Pero, por ahora, este hombre quedará bajo mi custodia y este festival continuará.
Una mano pesada empujó a Omar en dirección a los camerinos y este avanzó por puro instinto. Su mente seguía atontada, buscando un sentido a las acciones del dios, ¿por qué desenmascararlo para luego privarlo de castigo? ¿Qué clase de retorcido juego querría jugar con él en esta ocasión? Mientras que la parte más básica de su cerebro se sentía feliz de no haber sido sacrificado, de seguir vivo. Pero, ¿durante cuánto tiempo?
Me gustaMe gusta
Genial emperador, sin duda genial, esa narración de la historia, esos sacrificios para fortalecer al héroe, esas batallas, soberbio. En cuanto a Omar, me esperaba algo así, pero no por eso deja de ser subyugante (no se si está bien empleado) la trama, excepto un cuento y artículos no he podido leer otras obras vuestras, pero apostaría que esta es una de las mejores, muchas felicidades por tan buen trabajo y por favor cuando edites la obra compartela en el blog.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Una vez más, muchas gracias por leerla, camarada Sauron.
Esta historia de Beorin y Alana es una de las novelas que pienso escribir este año, quizás para el próximo Nano. Aunque ando tentado de escribir algo más corto basado en un cuento largo que escribí hace unos años.
Ciertamente lo de Omar se esperaba, pero todavía hay trampa dentro de ello. El siguiente capítulo debe estar listo el lunes y después de ese, dos más y termino.
Tienes razón, no te puedo pedir que estés al tanto de mis obras si no las subo por acá, así que me pondré a eso en estas semanas, para que mientras leas vayas comprendiendo el mundo. Respecto a las otras novelas, tengo que consultarlo, todavía no he firmado ningún contrato con ninguna de las dos editoriales que se supone me van a publicar, así que podrías subirlas y se las dejo para que las lean.
Me gustaMe gusta
Gracias por compartir, pero no pongas nada que tenga posibilidades de edición, no vaya a ser que te exijan que sea inédita, como se acostumbra y pierdas una gran oportunidad, a mi me basta con que pongas esta corregida y supongo que los camaradas entiendan, no hay de otra.
Me gustaMe gusta
No te preocupes por eso, una de las ventajas de lo que están pagando ahora mismo por un libro, 4,000-6,000 pesos, es que ni siquiera representan gran cosa. Además, sí la editorial quiere publicarte, lo hará, no importa que ya la novela esté al alcance público, eso no evitará que la gente quiere comprarla en papel.
Me gustaMe gusta
La música de los naish, capítulo 10
Cantidad de palabras: 5336
Total de palabras: 46.349
10
Durante los siguientes tres cuartos de campanada, Omar se sumergió en su papel de músico-narrador y lo dio todo de sí para mantenerse a la altura de la obra que sus compañeros despliegan en el escenario, convertidos en Beorin y Alana. Suya es la labor de proveer comentarios y, cuando calla, de acompañar con su música las escenas que no ve y cuyo avance sólo puede juzgar por las reacciones del público y el jurado.
Coordinados de esta manera, Omar y sus compañeros se han alternado para presentarle al público la historia de La caída de Beozan, la de uno de sus campeones y la de su esposa embarazada. Mostraron en los primeros momentos la resistencia del pueblo de la diosa oscura, soportando las oleadas de hombres armados que enviaba un Dacel furioso y que ignora los consejos de su mejor general, decidido a tomar la ciudad sin sutilezas ni esperar a la flota para montar un ataque conjunto.
Sin embargo, las dos rotaciones de los campeones de la muralla de Beozn han demostrado ser dignos de su apodo de invictos. Junto a una pequeña dotación de soldados y operadores de escorpiones han repelido al enemigo. Es más, al caer la noche han devuelto el golpe y diezmado a las tropas desprevenidas que han encontrado en su rápida incursión dentro del campamento enemigo. Sacando el máximo provecho de la bendición de su patrona, que se desvanecerá con la salida del sol y les permitirá descansar, concediendo otro día a su familia antes del siguiente sacrificio filial.
Siguiendo este patrón, Omar narra los siguientes seis días de combate donde los muertos de los invasores se cuentan por millares y cuyas piras funerarias han ennegrecido y consumido un bosquecillo cercano. Mientras que los defensores sólo han perdido a trescientos miembros de sus familias nobles, quienes entregaron su vida de manera voluntaria a Beozan para bendecir a sus campeones.
Es esta escena del sacrificio voluntario la que, hasta ahora, más ha impactado al público y no las breves escenas en que Beorin-Emil y Lisa-Alana van introduciendo su historia y comentan sobre la guerra.
Omar recuerda haber sonreído cuando se inclinó sobre su instrumento para tocar el acompañamiento solemne de la escena del sacrificio, en vísperas del amanecer. Sabe que está sacando lo mejor de su instrumento, pero daría lo que fuera para tener un coro de cánticos ionanos y así conseguir un mayor efecto dramático.
Omar evoca en su mente la escena que se representa en el escenario: un sacerdote ha ungido con aceite al familiar elegido, un primo lejano, para entregar su vida a Beozan. Lisa-Alana se encuentra en uno de las esquinas de la habitación ritual, mientras que un Emil-Beorin vestido con un pantalón, espera de rodillas dentro del patrón geométrico que sirve de centro de la habitación. El primo sin nombre, una década mayor que el campeón, recorre la habitación despidiéndose en silencio de la familia que lo rodea, dejando para el final a Beorin.
Cuando llega el momento, el primo se arrodilla frente al campeón y ambos comienzan a entonar cánticos en alabanza a la diosa en tymeano. Tras unos instantes, el sacerdote deposita a su lado un cojín con dos puñales de hoja larga y fina. Ambos toman un puñal y esperan, mirando hacia la pared este (ubicada al fondo del escenario), que las nieblas del amanecer se despejen y entre el primer rayo de sol.
La luz penetra en la habitación y el primo de Beorin se despide con una sonrisa feroz, diciendo: “Acaba con esos bastardos, primo y hazme sentir orgulloso en los reinos de nuestra señora.” Un momento más tarde el puñal se hunde con fuerza en su pecho. El cuerpo moribundo cae hacia adelante y se estremece, activando con la sangre que derrama, el patrón mágico dibujado en el suelo y que devora el líquido vital, convirtiéndolo en hilachos de un humo negro que envuelve el cadáver antes de lanzarse hacia el campeón.
Durante diez latidos, la magia oculta a Beorin, para luego disiparse de golpe. El guerrero se levanta del suelo, puñal en mano, encarando a su familia y procede a enterrar la hoja hasta la empuñadura en su pecho. Un sonido húmedo y desagradable se extiende por el escenario, haciendo jadear al público. Pero el campeón de la muralla no cae de rodillas ni convulsiona, de su herida en el pecho no mana sangre, sino hilillos de humo negro que hacen desaparecer la herida cuando es retirada la hoja.
El sacrificio ha sido hecho con buena voluntad y, durante un día, el campeón disfrutará del favor de su diosa y buscará honrarla con las muertes de sus enemigos. La voz de Omar hace estremecer al público. Aunque, como bien sabe el músico, es un estremecimiento que se transformará en odio cuando los soldados enemigos no decidan atacar aquel día.
En el escenario se puede ver movimiento en el campamento enemigo, pero ningún hombre o unidad se acerca a la muralla. Dacel ha cedido el mando a su mejor general, explica Omar, la imagen del curtido general llena el escenario mientras el punto de vista abandona las murallas y se acerca al campamento. Y este hombre, más parecido a un simple campesino que a un gran estratega inclinará la balanza en favor de su bando, mientras las primeras catapultas de largo alcance comienzan a bombardear la ciudad.
Cuatrocientas cuarenta muertes les costará a las familias nobles esta nueva estrategia, llevará al borde de la desesperación a los campeones cuyos familiares se han sacrificado para tenerlos rondando por su tramo de la muralla como animales enjaulados sin poder hacer nada más. Mientras qué, por primera vez en siglos, los habitantes de la ciudad y los miembros de la nobleza, comienzan a dudar que la bendición de su diosa podrá salvarlos.
Por ello no es de extrañar, agrega Omar, que durante el decimoquinto día de asedio, más de la mitad ceda a la presión y abandone la muralla para asolar las huestes enemigas. Son más de tres decenas los campeones que abandona sus puestos y buscan vengar las muertes de sus familiares. Pero Beorin, no los sigue, a pesar de estar aquel día en la muralla, su esposa ha pasado días advirtiéndole de que hacerlo representará su muerte y por esa razón no cede, llamando a gritos a sus compañeros para que retrocedan. Pero nadie los escucha.
Es esta imagen la que ven en el escenario el público, mientras Omar cambia el tono de su melodía a uno con toques fatalistas y de derrota, para continuar con su narración:
“Ahora, a los defensores de la ciudad sólo les espera la muerte y el caos.”
A continuación, procede a narrar el desastre. Aunque, primero, Omar, hace gemir de dolor a su shamisen que acompaña el contrataque de las tropas dacelianas.
El gran general había estado esperando este error y, desde días atrás, ha estado armando y entrenando a sus hombres para usar redes encantadas con las que aprisionar a los campeones de Beozan, quienes atacan en forma de falange, favoreciendo que jinetes a caballo puedan atraparlos con relativa facilidad. No hace falta demasiado tiempo para que el ataque de los invictos pierda empuje y se disperse, haciendo más fácil la labor de sus cazadores, a pesar de que los campeones de la muralla luchan con fiereza y derriban a muchos de sus atacantes, pero estos siempre fueron más que ellos.
Un cuerno suena en la distancia y el mensaje se repite por todo el campamento, movilizando a miles de hombres, que rápidamente comienzan a formar en oleadas que amenazan con desbordar la muralla. Beorin, junto los demás soldados y campeones que se han quedado en la muralla los enfrentan, mientras sus propios cuernos llaman a las levas de la ciudad, hombres que han recibido un entrenamiento formal, pero que nunca han estado en un combate real y nunca esperaban verlo.
El tono de la música que extrae Omar de las cuerdas de su instrumento cambia hacia la agitación y la desesperación, mientras que un Emil-Beorin enfurecido lucha por mantener despejado su tramo de la muralla, blandiendo como la ráfaga de una tormenta sus espadas cortas, buscando compensar así la ausencia de sus compañeros. Pero, a pesar de sus esfuerzos, los hombres del semidios son demasiados e incluso con la bendición de la diosa sabe que es un esfuerzo inútil. El músico se da cuenta de que Emil ya ha puesto la expresión de desolación ante el conocimiento del fracaso inminente que tanto ensayaron el día anterior por la reacción de las damas y el rostro tenso de los hombres.
El grito de retirada se impone por encima del ruido metálico de la batalla y llena el anfiteatro, indicando el repliegue de las tropas mundanas y de los campeones restantes hacia la ciudadela. Hecho al que Omar agrega que también significa el abandono de sus compañeros invictos, atrapados en redes encantadas y cuyo destino mortal es una certeza.
La siguiente escena que narra el músico cubre la caída de la ciudad baja, en la tarde de aquel mismo día y el empalamiento de los invictos, quienes seguirán vivos hasta el amanecer del día siguiente, incapaces de sanar o escapar, convertida la bendición de su diosa en una agonía. Los espectadores se estremecen ante las imágenes y los gritos de dolor.
El escenario se oscurece y la voz de Omar se hace dueña de la atención del público. Sus dedos tocan una melodía triste mientras que su voz anuncia que el final de esta historia se encuentra cerca. Pero que todavía falta y, para descansar de la violencia podrán ver la última noche de la pareja, el momento en que ha nacido su tercer hijo.
La oscuridad del escenario se deshace con el llanto de un recién nacido. Alana yace en una cama junto a la comadrona que sostiene al bebé y dos niños pequeños pegados a la cama en una habitación de piedras grises, está cansada y sudada, pero aun así pide cargar su bebé a la partera, quien se lo entrega. Mientras esto sucede, Omar recuerda la imagen de Lisa durante los ensayos de aquella escena y está seguro de que su mirada firme y desafiante es suficiente para desmentir la indefensión de su estado y que se refleja en su voz cuando manda a salir a la comadrona y sus hijos cuando entre Beorin.
Lisa no tiene unas dotes actorales demasiado buenas, Omar lo sabe, y es por ello que esta es la única escena donde tiene un papel activo. Un momento donde no importa que su voz no alcance la modulación perfecta y que sus movimientos sean toscos. Un momento donde lo que realmente importa para lograr captar el interés del público es la fiereza de su mirada, la intensidad de su voz, algo que ningún muñeco de ilusiones, por muy bien que estuviera hecho, podría lograr.
“Lo llamaremos, Baseidas,” la voz de la noble llena el escenario. Suena cansada, pero decidida, con toques de cariño que se reflejan en el cuidado con que acaricia la cabeza de su pequeño.
Emil-Beorin, que ahora viste una simple túnica se inclina a su lado y contempla a su nuevo hijo con orgullo. Con suavidad, toca con el dorso de su mano el rostro de su pequeño, el hijo de ambos… un pensamiento que ensombrece su rostro.
“No deberíamos nombrarlo todavía, Alana.” Dice, recostando su cabeza contra el brazo de su esposa. “La muralla ha caído…”
“Cariño, eso no fue culpa tuya, sino de esos idiotas que incumplieron con su deber,” Lisa-Alana intenta consolarlo, pasando su mano por entre su cabello.
“No me refiero a eso, amada mía,” añade pesaroso el campeón, cruzando su mirada con la de su esposa. “Las tropas de Dacel han derriba una sección de la muralla y el hechizo que nos protegía de plagas, incendios y reforzaba nuestros edificios ha caído.”
Lisa jadeó.
“¡Bendita sea la diosa! Eso es terrible… pero aun así resistiremos. Dentro de la ciudadela somos más que suficientes y los segundos campeones están con nosotros, podremos lograr los sacrificios necesarios para…”
En ese momento no hubo palabras, pero Omar sabía que Emil negaba con un movimiento lento de su cabeza.
“Sí, lucharemos hasta el final, pero los augurios de los sacerdotes que lograron escapar del templo son que nuestra madre llama a todo su pueblo a su seno.”
Y aquello sólo podía significar una única cosa y los espectadores la captaron de inmediato. Por eso la multitud gimió cuando Lisa hizo un gesto protector sobre su hijo neonato.
“¡No!,” su respuesta fue firme y decidida. “No dejaré que mis hijos mueran. No permitiré que mi familia se sacrifique cuando todavía tenemos una oportunidad. La diosa no puede pedirme que haga eso.”
En el escenario, Emil y Lisa compartieron una mirada que duró catorce latidos, antes de que el desafío y las palabras hirientes murieran en la boca de Beorin y se convirtieran en decisión. Abraza a su familia y se asegura de que este calor es el que quiere proteger, el que desea salvar y así lo hará.
“También estoy seguro de que la diosa querrá que algunos de sus hijos sobrevivan a esta locura de Dacel,” dijo, tomando la mano de su esposa.
“Estoy seguro de que así es, amado,” le confirmó Lisa.
La escena se diluye en la oscuridad de una noche lluviosa, mientras que Omar abre los ojos que ha cerrado para visualizar mejor la escena y deja que sus manos toquen la música que han memorizado. El músico observa al público y se alegra de comprobar que la escena de amor filial por encima del designio de los dioses haya calado entre los espectadores. Es una escena que ha alterado intencionalmente y que honra el sacrificio paterno en favor de las nuevas generaciones.
Sin embargo, sabe por Iori que es históricamente inexacto, que un beozano nunca habría hecho algo así, su adoración por la diosa siempre estuvo primero y que toda la obra es la visión romántica de un dramaturgo con poco cerebro. Pero el músico sabe que algo de verdad debe existir en la historia, porque de otra manera la leyendo no habría sobrevivido tanto tiempo.
Aunque esto no importa demasiado, el mismo Omar se ha asegurado de tomar esa obra original y alterar su final para crear la mayor emoción posible dentro del público: sensación del final de una época mezclada con la esperanza del nacimiento de algo nuevo, algo único y es a ese punto donde ahora se dirige la obra.
La voz del músico vuelve a adueñarse del anfiteatro y, acompañada por las imágenes que se suceden en el escenario narra cómo los ejércitos de Dacel se han hecho con la ciudad durante la noche y puesto asedio al último reducto de resistencia beozano: la ciudadela. En el escenario, decenas de unidades militares se preparan para un asalto frontal a través del puente improvisado que han creado sus ingenieros para salvar el foso que los separa de la ciudadela.
En el puerto, una tormenta mágica creada por Dacel se empecina en destruir la flota anclada y evitar por todos los medios que haya algún sobreviviente de la nobleza y con ellos la magia de los campeones. Mientras que en la ciudad baja y las afueras, cientos de pequeños grupos de supervivientes se alejan de una ciudad que saben condenada, sin que nadie los detenga. No son el objetivo que el semidios desea destruir.
La clase alta se reúne dentro de los claustros más profundos de la fortaleza y sus dos consejos, el de los nobles y el religioso deciden que la única salida posible es un sacrificio total para pedir con este la destrucción del enemigo que los asedie. Pero este tiene que ser pronto, antes de que los invasores terminen su puente e irrumpan en el interior. Y, para asegurar esto, se hará un sacrificio especial para dotar a sus últimos campeones de la bendición de la diosa y comprarles el tiempo necesario, momento tras el cual, ellos también irán a reunirse con ella en su seno.
El músico calla su instrumento y deja que los cánticos rituales que emergen del escenario lleguen al público, mientras les explica que este es el sacrificio final, donde cada miembro de la familia se sacrifica para dar un poder mayor a su campeón. En la habitación de piedras grises y patrones tallados está toda la familia adulta Beorin, sentados en una espiral que empieza con el familiar más lejano se encoge hasta llegar a su esposa que mira a su marido armado para el combate.
Se supone que para ese momento los padres hayan entregado el alma de sus hijos a la diosa, pero aunque el rostro de la pareja muestra un dolor contenido, no han cometido tan atroz tarea. En vez de esto han entregado a la haya a sus tres hijos y les han indicado los túneles por los cuales podrán escapar hacia la ciudad baja y luego abandonarla.
Los cánticos ganan intensidad cuando el sacerdote encargado de conducir este ritual camina hasta el último familiar, una anciana mayor, y le entrega la hoja ritual, que la señora no duda en usar para terminar con su vida. El cuerpo cae y se estremece, dándole vida con su sangre al patrón, que resplandece en negro. El acólito gira el cuerpo de la anciana y recupera la hoja, para entregársela al siguiente sacrificio y seguir el mismo procedimiento mientras la música desciende y ya no queden más familiares.
Emil-Beorin comparte una mirada intensa con su padre, penúltimo sacrificio, quien le sonríe con suficiencia cuando toma el cuchillo y espera que el legado de su familia sea defendido hasta el último momento. El campeón así y el cuchillo se hunde en el pecho del cadáver que fuera su padre.
Las letras y formas que conforman el patrón laten con fuerza y los hilachos de humo negro se desprenden de sus contornos. El sacerdote recupere el cuchillo del cuerpo del padre de Beorin y se lo tiende a Alana, última en la espiral de sacrificios. La mujer sostiene el arma entre sus manos y la alza, mirando directamente a su marido y ambos se preparan.
El movimiento de la hoja de metal ha sido relampagueante. Pero acero que se hunde dentro del pecho del sacerdote es sólido y letal. El acólito alza la mirada atónito por el movimiento del campeón, pero no puede decir nada. Su cuerpo pierde fuerzas con rapidez y se desploma sobre el patrón del suelo al tiempo que Beorin saca de su cuerpo la espada corta.
Alana se abraza a su marido y observa asustada como el patrón absorbe la sangre del sacerdote asesinado y sus hilachos de humo negro se convierten en un oleaje que engulle los cuerpos, se arremolina alrededor de la pareja y, once latidos más tarde, entrega todo su poder al campeón de la muralla. Al parecer, no sólo la sangre familiar sirve.
En este momento, el sonido de una lucha exterior se hace más intenso y Beorin le ordena a Alana que no pierda tiempo y vaya a reunirse con sus hijos y escapar. Él, con el poder concedido por la diosa a través del sacrificio de su familia, le ganará tiempo. La noble se gira y lo mira, diciéndole que se cuide y se despide con un beso simple (uno necesario para la obra y que obliga a repetirse mentalmente al músico que no debe ponerse celoso por ello).
Con este gesto termina la escena y Omar se sumerge en la música, que evoca emociones de esperanzas, acción y expectativa. Cuando el escenario vuelve a aclararse, las imágenes se suceden rápidamente una tras otras: la huida de Alana y el reencuentro con sus hijos, la salida al exterior de Beorin y su lucha contra un enemigo que ya inunda la ciudadela y contra el cual apenas cuenta con la ayuda de otros trece compañeros.
“El combate es cruento como ningún otro en el que haya estado el joven campeón,” narra Omar, quien ha dejado de tocar. “Los enemigos son casi interminables y armados con magia, pero de su lado está la ventaja de una bendición divina catorce veces más fuerte de lo normal. Catorce vidas que la diosa convierte en una inmunidad casi total frente a la magia enemiga. Un sacrificio que le permite sobrevivir lo suficiente para ver como el causante de la desgracia de su pueblo ascienda por el muro que da al puerto, completa la destrucción de la flota.”
El grito de desafío de Emil en el escenario es la señal para que Omar retome la música y la interprete de manera frenética y brutal. En el escenario, Beorin-Emil ha saltado sobre la muralla a enfrentar al responsable de la caída de su ciudad, pero, también, porque se ha dado cuenta de que esta es la única manera en que podrá escapar del combate.
Las hojas de sus espadas cortas están romas de tanto cortar, pero el puro impulso con que las blande es suficiente para acabar con sus enemigos y despejar un tramo de muralla, la última muralla que defenderá, que lo conduzca directo a Dacel. El semidios alza su espada mágica y os vientos arrecían sobre la ciudadela, pero nada de esto afecta la decisión de Beorin de cargar.
El semidios forma un escudo de aire endurecido a su alrededor mientras su enemigo se acerca, pero el hecho de que este le lance sus dos espadas, una tras otra, lo desconcierta el tiempo suficiente para no reaccionar cuando ve al campeón de la muralla saltarle por encima y luego lanzarse por el borde la muralla hacia la bahía, seiscientos pies más abajo.
En esto momento, la música que ha estado tocando Omar alcanza un crescendo que culmina con la entrada al mar de Beorin, al cual el público ha seguido su caída y ahora jadea, mientras la escena termina. Omar respira suda debido al esfuerzo que le ha representado tocar durante tanto tiempo, pero endereza su espalda para tocar la melodía esperanzada que cierra la obra.
La oscuridad del escenario se disipa para mostrar a un hombre mojado y que sólo viste pantalones que va a reunirse con una familia de refugiados que lo esperan en una playa alejada de una ciudad que arde en llamas. Ambos grupos se abrazan dando fin de esta manera a la obra.
El sonido de los aplausos, bajando desde las gradas más altas hasta la más bajas inunda el escenario del que la magia ha desaparecido y muestra a los tres artífices del espectáculo. Incluso Apolonius, el tío del emperador, asiente con la cabeza, aprobando el espectáculo. Los miembros del jurado también ofrecen sus respetos con aplausos moderados, salvo el juez de música, cuya vista no se ha apartado de Omar.
El músico se levanta del suelo con esfuerzo, las piernas entumecidas tras tanto tiempo cruzadas. Pero, aun así, sudado y shamisen en mano, dedica una primera reverencia al público, antes de ascender al escenario y reunirse con sus compañeros, que lo abrazan y, juntos, se inclinan para un último agradecimiento al público, cuyos aplausos comienzan a ceder.
Los tres están cansados y sudados, pero aun así no dejan de sonreír felices debido a que saben que lo han hecho bien. Han sorprendido al público y al público, seguros de que han logrado conseguir su pase a la final. Lisa se pone de puntillas y besa rápidamente a Omar, antes de girarse hacia el palco del jurado, en espera de la decisión oficial. Emilian palmea al músico y este le sonríe a ambos: este es el momento por el cual han trabajado tan duro.
Omar está feliz y no puede evitar que el torrente de optimismo que siente se burle de su yo pasado por haber dudado que lo lograría: regresar a los escenarios, la fama, poder comenzar una vez más…
El sonido de la campana de los jurados inunda el anfiteatro, provocando que los últimos aplausos y chismorreos callen y el trío de artistas alcen sus miradas.
—Su obra ha sido contemplada, artistas —anunció Andrei, repitiendo la fórmula tradicional—, y ahora será juzgado si es merecedora de estar en la final del gran torneo. Y, mi voto para ustedes es que sí, que merecen estarlo.
El representante imperial alzó su pequeña pancarta en señal de aprobación y el grupo de artistas agradeció el voto con una inclinación conjunta. Y así lo hicieron con cada voto positivo que recibieron de los siguientes jurados, hasta que sólo quedaron dos jurados.
—Sin dudas, Intérpretes del viento —comenzó a decir Eldric, el jurado de canto, formando un puente con sus manos y descanso su barbilla allí—. Una obra impresionante y excelentemente ejecutada por su tejedora de sombras y su actor principal. Sin embargo, antes de emitir mi voto me gustaría hacer algunas preguntas.
Lo irregular de aquella interpretación atrajo la atención del público y una mirada de odio en el encargado imperial: a los jueces no se le tenía permitido hacer aquella clase de preguntas. Mientras que Omar se quedó congelado durante medio latido al mirar con detenimiento al juez de canto. La adultez se había llevado su cabellera rizada y traído arrugas y una obesidad que antes no había estado allí, pero no eran rasgos suficientes para que el músico no reconociera un viejo compañero.
—Por favor, pregunte —dijo, Omar, cuando reaccionó, un momento después de que un escalofrío recorriera su espalda.
—Mis compañeros y yo no hemos podido dejar de notar que su grupo tiene un talento artístico increíble —sus palabras provocaron asentimientos entre los demás jueces, pero agravaron el ceño del encargado imperial, que comenzó a sudar frío al ver que el tío del emperador se inclinaba en su asiento para prestarles atención, razón por la cual no se atrevió a interrumpir al sacerdote—. Razón por la cual, me sorprende que salvo el tymeano, ni la señorita tejedora ni usted se hayan consagrado al dios.
—Descubrimos nuestro talento con demasiada edad, mi señor —respondió, Omar, repitiendo lo que le había dicho la noche a Andrei, pero con un tono mucho más servil.
—Eso nunca ha sido un impedimento para que nuestro señor Sevan acoja entre sus brazos a sus hijos más talentosos —replicó el sacerdote.
La insistencia de Eldric provocó que Omar comenzara a sudar frío, convencido de que su antiguo conocido sospechaba algo, pero no se le ocurría una manera de salir de aquella situación.
—Se lo agradecemos, sacerdote —respondió Omar, sintiendo los movimientos de sus compañeros, también incómodos y desconcertados por aquel repentino interrogatorio—. Pero le aseguro que una vez termine el torneo iremos a un templo e iniciaremos los ritos.
Sin embargo, aquel último intento de Omar de calmar al juez no hizo sino levantar murmullos y voces disgustadas en el público debido a la razón de aquella demora. Apolonius apoyó su barbilla en el puño derecho y el miró fijamente al encargado imperial, alzando una ceja. Un gesto más que suficiente para que Andrei le susurrara furioso al juez:
—Eldric, ¿qué demonios pretendes hacer? Este no es momento para hacer proselitismo. Estás atrasando el calendario y…
El sacerdote ignoró por completo al encargado imperial y se levantó de su asiento.
—Estoy seguro de que este noble público y su majestad imperial me perdonarán esta interrupción —dijo, gesticulando como si interpretara a un orador en una tribuna—, pero estoy casi convencido de que el líder de este grupo, quien se hace llamar Omar, es una deshonra a la sacridad de este torneo y no pienso permitir que este blasfemo, enemigo de Sevan, siga adelante. ¿Cuento con su permiso, su majestad Apolonius?
El revuelo que provocó aquella frase ahogó al teatro. El público se pegaba a las barandas de sus palcos para ver mejor, esperando no perderse detalle de la locura de un sacerdote o una verdadera blasfemia.
—Omar, ¿de qué demonios está hablando ese sacerdote? Tú…
—Cariño, ¿esto tiene que ver con eso que no me has contado de tu pasado? Omar, por favor…
Las voces de Emilian y Lisa llegaban a sus oídos, pero su cerebro se negaba a procesarlas. El latido de su corazón retumbaba en su cráneo y su mirada no se apartaba del palco imperial. Lisa intentó hacerlo reaccionar apretando su mano contra la espalda del músico, pero esto no funcionó. Su mundo se había reducido a la visión del antiguo general, su ceño fruncido, su expresión levemente interesada y el gesto con su mano que autorizaba al sacerdote a seguir adelante.
—Gracias, mi señor —ahora la voz de Eldric dominaba la audiencia expectante—. Puede que ahora te hagas llamar Omar, hayas cambiado la apariencia de tu cuerpo y aprendido a tocar un instrumento, pero hay cosas que ni las magias más poderosas ni las artes del engaño pueden eliminar y una de ellas son las costumbres adquiridas a la hora de narrar historias.
En este punto, el sacerdote hizo una pausa dramática y Omar supo que había sido descubierto, que sus mayores temores se habían hecho realidad. Pero no se dejó derrumbar, tal y como le había sucedido junto a Iori. ¡No, había llegado hasta allí con la cabeza en alto y seguiría de esa manera! Abrazó con fuerza a sus compañeros y les susurró:
—Lo siento, intentaré librarlos de esta.
Lisa y Emilian intentaron hacerle preguntas, pero él las cortó con un breve gesto de la cabeza.
—Fue esa sensación familiar que sentí al escucharte narrar durante el primer acto —Eldric retomó su parrafada—, junto con la inspiración divina que me brindó mi señor patrón que asocié todas las pistas que había ante mí: tu edad, tu historia de haber pasado tiempo en el imperio, el grupo del que te has rodeado… Y que mi papel era desenmascararte, Valerian, artista maldito por Sevan. Hereje que te atreviste a competir con nuestro dios y ahora te mofas de él compitiendo en este concurso. Para probar tu inocencia sólo debes pronunciar el nombre de nuestro patrón, de lo contrario, serás condenado a su justicia.
El jadeo colectivo que siguió a aquella revelación confirmó que una buena parte del público recordaba quién había sido Omar en una vida pasada, e incluso, debían haber asistido a alguna de sus presentaciones. Fue entonces que Emil y Lisa comprendieron sus palabras. La noble intentó le pidió, le rogó, incluso le gritó que dijera el nombre de Sevan y probara que era inocente.
Sin embargo, Omar calló.
Calló porque se sabía desenmascarado y no tenía sentido seguir fingiendo. Sus sueños de redención había desaparecido junto con años de trabajo. Todo lo que había logrado hasta entonces se esfumaría durante los siguientes instantes. Sevan había vuelto a demostrarle que no por gusto era el dios del ingenio… Del ingenio y los castigos crueles, se dijo Omar, que sabía que su vida volvería a cambiar por tercera vez, pero ya no cedería al miedo y la desesperación.
—¡Ven como es incapaz de pronunciar el nombre del patrón de las artes! —bramó Eldric y la nobleza lo acompañó con jadeos horrorizados—. Nuestro señor Sevan fue benévolo con él a tras arrancarle su para el canto, le dio la oportunidad de comenzar una nueva vida en el destierro. ¡Pero no, este ser sacrílego ha insistido en regresar a sus tierras y mancillar este concurso! Y, ¡por eso debe ser castigado! Por ello…
Omar alzó la mirada y desafío con ella al sacerdote. Su cuerpo se estremecía, pero no de miedo, sino una rabia fría y decida. Estaba listo para asumir las consecuencias de su pasado, y por ello se permitió una sonrisa amplia, llena de superioridad y la seguridad en sí mismo que lo había caracterizado de joven. El gesto hizo callar al sacerdote, que retrocedió instintivamente. Sólo entonces, Omar habló:
—Han pasado catorce años desde la última vez que nos vimos, Eldric, y no has cambiado en lo más mínimo. Sigues siendo el monje rastrero de siempre.
La voz ronca de Omar llenó el teatro y, cuando cayó, explotó el caos.
Me gustaMe gusta
La música de los naish, capítulos 08 y 09 (puede que hayan algunos errores de concordancia o plurales mal usadas, mis disculpas con antelación por ellos).
Cantidad de palabras: 7797
Total de palabras: 41.013
08
El Estrella del imperio es un restaurante único en la ciudad de Evlín y, posiblemente, en todo el imperio. A diferencia de los establecimientos tradicionales, sus dueños, una afamada pareja de cocineros, evitaron el bullicioso centro de la ciudad, así como el paseo del puerto. No, en vez de esto, los cocineros valeanos apostaron por comprar y remodelar el antiguo observatorio de la ciudad, que se encontraba sobre una pequeña elevación a las afueras de la ciudad.
Una vez comprado a la ciudad el observatorio, la pareja procedió a reparar los daños causados por la invocación fallida que lo destruyera y acondicionarlo para servir comida. Poniendo especialmente interés en conservar la cúpula original de cristal hechizado a través de la cual los comensales podían ver marcadas durante la noche las constelaciones más importantes, así como la posición de las dos lunas. Una visión fantástica del cielo que era conservada por la leve iluminación del local, que con sus mesas separadas a distancias más que prudentes, incitaban a la intimidad al abrigo de la música relajante de algún intérprete popular.
La elección de un sitio tan inusual pudo parecer carente de sentido para sus competidores, quienes ya veían arruinada a la pareja de cocineros. Sin embargo, la combinación de fama, calidad de los platos, atención a los clientes y el simple hecho de que al estar tan alejado de la ciudad, sólo podían permitírselo los clientes más adinerados, contribuyó a convertirlo en el lugar por excelencia de la élite de la ciudad y, por tanto, un lugar digno de saquear la bolsa de cualquier noble desprevenido.
Y era exactamente aquel último detalle el que preocupaba a Omar, quien no estaba seguro de si Andrei, el encargado imperial, sería quien pagaría la cena. Había pasado tanto tiempo fuera que no conocía cuál era el protocolo normal en este tipo de situaciones, pero, antes de que Emil volviera a llamar al músico tacaño, este había traído en su bolsa los restos de sus ahorros (por supuesto, restada la suma que guardaba por si no ganaban el torneo y debía pagar a Nika).
Sin embargo, la bolsa de Omar no tuvo ni que llegar al restaurante y pedir el primer plato para sufrir el primer ataque. Este sucedió varias horas atrás, cuando Emil y Lisa lo arrastraron, en contra de su voluntad, a un sesión completa con un estilista. Allí se tuvo que resignar a que le recortaran y emparejaran la barba, le tiñeran las canas y le depilaran el pecho con cera de abeja caliente. Luego eligieron para él las ropas que consideraban adecuadas para aquella reunión: unos pantalones verdes de buen corte y una camisa de mangas largas a juego que se cerraban con lazos.
A, Omar, todo aquello le pareció exagerado, en especial, la cuenta del estilista: ¡catorce saris por aquellas boberías! Había gruñido como un cerdo, pero había terminado pagando después de que Lisa se le acercara y, de puntillas, le susurrara al oído lo bien que se veía y lo mucho que le gustaría desvestirlo aquella noche. Y, ¿ante aquella clase de comentarios qué clase de hombre puede resistirse a desprenderse de unas cuantas monedas de metal?
Mientras que la segunda puñalada que recibió su bolsa se la propinó el cochero que los llevó hasta el restaurante, quien les exigió cuatro saris por el recorrido. En esta ocasión, Omar volvió a quejarse, por muy cómodo que estuviera el interior del carruaje, aquella suma de dinero era excesiva. Aquella frase le ganó un codazo de Lisa y un comentario de Emilian sobre la falta de etiqueta. El músico aprovechó aquel momento para llevárselos a un lado y recordarles que por muy famoso que pudieran ser ahora, el dinero no llegaría a sus bolsillos hasta después de actuar y eso sería mucho después del torneo. Aquello ablandó a sus amigos y Lisa terminó pagando el coche de su dinero.
Al llegar al Estrella del imperio, Omar fue el primero en bajar del coche y tender su mano para ayudar a descender a Lisa, mientras que Emil bajaba por el lado contrario con la lentitud y el porte de un príncipe imperial. El músico se había vestido para llamar la atención, usando un pantalón negro adornado con filigranas plateadas, acompañada de una chaqueta sin mangas que dejaba entrever su torso bronceado y definido.
Aunque Omar tuvo que admitir que su pareja, todavía se le hacía difícil pensar en Lisa de aquella manera, lucía hermosa. La pequeña noble usaba un vestido color lila ajustado por un delgado cinturón oscuro y que ayudaba a mantener la forma de los muchos pliegues de la parte superior de su vestido, los cuales ocultaban de manera inteligente su carencia de un busto generoso.
—Fue un viaje bastante agradable —comentó Emilian mientras ascendían por el largo camino que llevaba hasta el observatorio y alrededor del cual los dueños habían sembrado un jazmín en flor que llenaba con su aroma el ambiente.
—Siempre y cuando pagues la próxima ocasión estaremos encantados de venir contigo —le contestó Omar.
—Perfecto, viejo tacaño —respondió el músico—, cuando salde mis deudas y actuemos durante un par de semanas te pagaré lo que quieras. Es más, haré que Lisa y tú viajen por la ciudad en palanquín, pero entonces sí tendrás que beberte esa pócima alquímica para reducir la barriga, no quiero que los porteadores me cobren extra por cargar ese peso extra.
Lisa reprimió una sonrisa.
—Muy divertido, Emil, pero esas cosas tienes que tomarlas de por vida si no quieres que te regrese la barriga. Y con lo que me costaría comprarlas prefiero ahorrar y dejar que uno de los nigromantes de la universidad me la arregle de manera permanente —respondió Omar.
—No te preocupes, amor mío —le dijo Lisa, mientras le apretaba el brazo—, quiero más a tu barriguita que verte bajo la cuchilla de un nigromante. Ahora dejemos ese tema y concentrémonos en la reunión con el representante imperial, se llamaba Andrei, ¿no?
—Sí, viene de Alpaezar —le confirmó el músico.
—Ah, qué bonito se ven los dos así, tan coordinados —dijo Emilian—. Ojalá hubiera podido traer a mi Noly, le encantaría el lugar.
—Será en otra ocasión, Emilian, cuando tengas todo ese dinero que ganaremos tras ganar el torneo —respondió Omar, provocando que sus amigos sonrieran ante su confianza en la victoria—. Ahora, tratemos de impresionar al encargado imperial y conseguir una buena oferta de trabajo.
El grupo se detuvo frente a la entrada del restaurante, desde la cual un portero impecablemente vestido y porte profesional los examina. Omar se adelanta hacia su mesa y no se deja intimidar por la mirada desaprobatoria del hombre, que claramente dice que personas como ellos no pertenecen a esta clase de lugares. Algo que no evita que hable con perfecta cortesía:
—Buenas noches, distinguidos señores, ¿tienen reservación para esta noche? —comentó el portero, abriendo el libro de registros.
—Sí, compartimos una mesa con el señor Andrei, el encargado imperial de entretenimiento —contestó Omar.
El portero se quedó mirándolos un segundo más de lo necesario antes de, con mucha calma, consultar las últimas páginas del libro hasta detenerse en una de las últimas entradas.
—¿Son ustedes el señor Omar, la señorita Lisa y el señor Emilian, del grupo Los intérpretes del viento? —preguntó, su voz algo asombrada por haberlos encontrado en la lista.
—Así, somos nosotros —dijo Emil—. ¿Acaso no ha escuchado hablar de nosotros, ayer fuimos toda una sensación en las eliminatorias del torneo de talento imperial?
—Por supuesto, señor Emilian —respondió, y Omar tuvo que admitir que le agradaba que su cantante pusiera en aprietos a aquel presumido—. Permítanme llevarlos dentro —con un gesto de sus manos las puertas de madera tallada a su espalda se abrieron solas, delatándolo como un practicante de la magia.
—Muchas gracias —respondió, Omar, mientras los tres seguían al portero por un corto pasillo.
—El señor Andrei no ha llegado todavía, pero la mesa está lista, así que uno de nuestros muchachos los llevará hasta allí. Espero que disfruten de su estancia.
Sin esperar el gracias del grupo, el portero regresó a su puesto y quedaron a cargo de un muchachito bien vestido que los saludó con una reverencia y les pidió que lo siguieran. De esta manera, el Omar y sus amigos navegaron por el local en penumbras, salpicado por islas de luz de velas donde otros comensales disfrutaban de la intimidad de sus cenas acompañadas por una agradable música.
Omar identificó la fuente de la música oculta tras un biombo y supuso, por el sonido, que no debían ser más de tres los integrantes del grupo que armonizaban el ambiente con su melodía.
El muchacho se detuvo frente a una mesa desde la cual podía verse la ciudad que se extendía a sus pies: un mosaico de luces y sombras; y les pidió que se sentaran.
—Definitivamente tengo que traer aquí a Noly —dijo el cantante—, es hermoso.
—Sí, había escuchado que el decorado y el ambiente eran impresionante, pero ni siquiera con el dinero de mi familia podíamos permitirnos una cena aquí —comentó Lisa, aceptando la silla que Omar le ofrecía.
—¿Los señores desean tomar algo mientras esperan? —preguntó el joven camarero.
Omar se preparó para inventar alguna clase de excusa, pero la mano de Lisa sobre la suya lo detuvo.
—Por favor, dos cócteles para nosotros —dijo la noble y le sonrió a su amante.
—Y una copa de sidra Duvon del ’67 para mí —añadió Emilian.
El muchacho asintió y se retiró hacia las sombras.
—No deberíamos haber pedido nada —protestó Omar—, todavía no sabemos si el encargado imperial pagará por la cena.
—Te preocupas demasiado cariño —le respondió Lisa—, sé que estamos cortos de dinero, pero la etiqueta indica que quien invita corre con los gastos de la cena.
—Y si no es así, estoy seguro de que tenemos fama suficiente como para conseguir un crédito hasta que ganemos el concurso de talentos —agregó Emil, tomando una uva de las servidas en la mesa.
Omar suspiró y cerró los ojos, obligándose a relajar. Al respirar con profundidad, descubrió que el aire estaba ligeramente perfumado con incienso.
—No deberían relajarse tanto. Nuestra fama puede irse de la misma manera en que vino y todavía no es seguro que ganaremos, hay otros competidores con talento.
—Eso será hasta mañana, cuando les demostremos que nos sobra talento —dijo el cantante, comiéndose otra uva—. Tienes que dejarte llevar de vez en cuando, mi querido Omar, sino la preocupación hará que se te caiga el pelo, y no creo que a nuestra hermosa flor de lis le gusten los calvos panzones.
La noble sujetó la mano de su amante y dejó escapar una risita.
—Sí, cariño, relájate un poco y conservemos esa cabellera —dijo, mientras se inclinaba para besarlo—. También creo que tenemos grandes probabilidades de ganar el torneo. ¿No fue eso lo que te dijo ayer el naish y para lo cual hemos estado ensayando tan duro estos dos años?
—¡¿Volviste a visitarlo?! ¡¿Dijo eso?! —preguntó Emil, emocionado.
Omar sonrió, ocultando con este gesto los pensamientos sobre la crisis de confianza que había sufrido aquella mañana. A pesar de la presencia de los dioses en la ciudad, los pronósticos de Iori sobre la situación eran positivos, por fin había encontrado alguien a quien corresponder y no tenía duda del talento de sus compañeros, así que: ¿por qué no se olvidaba por aquella noche del dios de las artes y el pacto de sangre?
—Sí, me lo confirmó —respondió Omar, decidido a animar a su grupo—, pero que también dependerá mucho del gusto del jurado y sus recuerdos del imperio daceliano.
—¿Por qué tendría que importar algo que pasó hace casi cincuenta años? —preguntó Lisa, quien sorbía el primer trago del cóctel que le había servido discretamente el camarero—. La caída de Beozan, además de ser una obra técnicamente brillante, apoya a los que resistieron la conquista del semidios, dejando a un lado que la religión de los beozanos era algo tétrica.
—Creo que lo mejor es que sea Emil quien te explique el por qué —contestó Omar, bebiendo de su copa.
El cantante jugueteó con su bebida antes de contestar, su mirada perdida en la ciudad.
—El problema es que quizás varios de los jueces hayan vivido la guerra o sus consecuencias. Por seguro, Ermis, Celia y Fermio son emigrantes de las ciudades libres y tienen la edad correcta. Y lo que se cuenta sobre Dacel aquí en el imperio difiera mucho de lo que se cuenta en las ciudades libres. Aquí vuestros historiadores buscan denigrar y manchar su recuerdo. Sí, fue un conquistador, intentó crear su propio imperio forzando a unirse a las ciudades libres, pero también trajo prosperidad y una época dorada para los artistas de toda clase. En su corte podías codearte con la élite de la época en cualquier manifestación, pero sólo si admitías que tu talento no venía del contacto con ningún dios.
—Pero eso es una tontería, todos los artistas usamos de una manera u otra la magia que proviene de Sevan. Sin ella no podría tejer mis ilusiones ni los demás mejorar sus habilidades —dijo la noble, tras soltar un bufido.
—Quizás en esta parte del mundo sea así, mi pequeña flor de Lis —la calmó, Emil—. Pero de donde yo vengo y donde Omar ha estado, no es así. Los artistas como tú, que pueden crear ilusiones son considerados magos por propio derecho. Aunque la palabra magos es un término imperial, el que usamos en Tymea es encantadores y no todos se limitan a entretener, algunos representan amenazas reales cuando se parean con asesinos o magos de combate…
—¡Blasfemias! —gruñó Lisa, perdiendo por primera vez su temperamento—. Eso es imposible, la magia de los magos y la de los dioses está claramente separada, eso es algo que todos saben. Y nunca, nunca había escuchado hablar de estos encantadores, usar las ilusiones para la violencia es…
—…horrendo —dijo Emil, completando su frase—. Sí, lo es, pero también es completamente cierto, sólo tienes que preguntarle a Omar, que también ha estado en mi patria y en el imperio de Liu Heng.
La ilusionista se preparó para hablar, pero el toque de la mano de su amante la hizo detenerse y girarse en su dirección.
—Eso que dice Emilian no puede ser cierto, Omar —le dijo, intentando contener la emoción.
El músico se inclinó hacia ella y la abrazó hasta sentir que su cuerpo se relajaba. Luego volvió a su asiento y le tomó las manos.
—El mundo es más grande que el imperio, Lis —le comenzó a decir—, y hay muchas cosas que damos por sentadas que no son del todo ciertas, pero esta lo es. He conocido a varios encantadores y su magia no tiene ninguna relación con el patrón de los artistas.
Lisa se estremeció, pero no protestó.
—Entonces, ¿por qué aquí no enseñan la verdad?
—Por muchas razones, morales, políticas, religiosas —respondió Emilian—. Especialmente las religiosas, nunca es bueno decir que nuestros vecinos pueden hacer lo mismo sin la ayuda de los dioses en que crees. Y, eso es la principal razón por la cual nuestra obra podría traernos problemas con el jurado y los miembros de la nobleza más informados. Recuerdos incómodos de una época en que el imperio y su religión se vieron amenazada.
—Siendo así, creo que no tendría mucho sentido interpretar nuestras dos últimas obras. No le veo sentido —dijo la noble.
—En primer lugar —comenzó a decir Omar, que había tomado un trago de su copa antes de comenzar a hablar—, porque son obras increíblemente difíciles, tanto por la concepción de los escenarios, los personajes, la música. Técnicamente sería imposible que un grupo tan pequeño como el nuestro pudiera presentar La caída de Beozan y Un general del imperio. Pero ya las hemos ensayado y somos capaces de hacerlo y hacerlo bien, lo cual nos ganará al jurado. Y, segundo, porque son obras atrevidas y para ganar un torneo tan importante como este hay que serlo, de otra manera no tendríamos una oportunidad.
Mientras hablaba Omar, Lisa se había calmado y pensado en todo lo que había escuchado.
—Todavía me quedan dudas respecto a los encantadores, pero si ambos han pensado en que arriesgarnos así nos hará ganar, estoy con ustedes —dijo, terminando su frase con una sonrisa.
La sonrisa se convirtió en una leve inclinación en dirección a Omar, que el músico respondió con un beso.
—Ujúm, parejita, deberían dejar los cariños para más tarde, me parece que viene el encargado imperial —dijo Emil, interrumpiéndolos.
Ambos amantes se apartaron con una sonrisa y se giraron para mirar hacia el centro del restaurante, en busca de la figura del encargado imperial. Tardaron un instante en identificarlo en medio de la penumbra, dirigiéndose hacia su mesa, guiado por el mismo muchacho que los había atendido. Una vez que entró dentro de la isla de luz de las velas de la mesa pudieron ver su tez bronceada, que sugería un origen cerca de las costas norteñas del imperio, una nariz aguileña y su cabello encerado peinado para simular un oleaje, ¿quizás la última moda de la corte imperial?
—Encargado, es un placer para nosotros el haber sido invitados a esta cena —dijo, Omar, levantándose junto a sus compañeros para darle la bienvenida.
—Por favor, vuelvan a sentarse —les responde Andrei con una voz afectada y con un acento neutro—. Siempre es un placer reunirme con grupos talentosos como el suyo. Aunque debo admitir que encontrarlos en las eliminatorias fue toda una sorpresa, especialmente porque casi nadie los conocía, a pesar de su talento.
Mientras decía esto tomó asiento a la cabeza de la mesa. Omar estaba sentado a su derecha, Lisa a su lado y Emilian sentado al frente. El camarero aprovechó la pausa del representante imperial para hacerle la misma oferta de bebidas, este pidió una y ordenó que comenzaran a servir a la comida.
—Deberán disculparme, pero me he tomado la libertad de ordenar con antelación nuestra comida y así poder aprovechar al máximo el tiempo libre para conversar y conocernos mejor —aclaró Andrei cuando el muchacho se fue—. Espero que esto no sea una molestia.
—No lo es, encargado —respondió Omar y sus compañeros asintieron, dejándole a su líder todo el peso de la negociación.
—Oh, por favor, pueden llamarme Andrei —dijo, quitándole importancia al asunto con un gesto de la mano—. Estamos aquí para conocernos mejor y me gustaría comenzar preguntando el cómo un grupo tan talentoso como el suyo ha logrado mantenerse en el anonimato.
Omar, Lisa y Emilian compartieron una sonrisa apenada.
—Lo cierto es que no llevamos demasiado tiempo formados —respondió Omar—. Hace dos años éramos sólo Emilian y yo, pero a comienzos de este año, cuando se nos unió Lisa, fue que decidimos convertirnos en un grupo y tratar de convertirnos en profesionales. Pero como bien sabrá, toma su tiempo coger impulso y encontrar las oportunidades adecuadas.
—Siendo así comprendo que no hubiera escuchado antes de ustedes —respondió el encargado, tomando un sorbo de la bebida que el camarero acababa de poner a su lado—, especialmente de la señorita Lisa, cuyo talento para tejer ilusiones es uno de los más impresionantes que he visto. ¿Cómo es que no está afiliada a ningún templo de nuestro señor Sevan?
Lisa se ruborizó un poco y le apretó la mano por debajo de la mesa, un gesto que no pasó desapercibido para el encargado imperial.
—Mi talento para las ilusiones apareció demasiado tarde, a los dieciséis años —le respondió—. Para ese momento era demasiado mayor para la vida en el templo, así que decidí mantenerlo como un entretenimiento privado hasta que Omar y Emilian me convencieron de que tenía talento y me uniera a su grupo.
—Muy interesante lo que me cuenta y tras haber visto su obra de ayer no me cabe duda de que su talento es un complemento increíble para el de sus compañeros, que también son unas personas talentosas —dijo Andrei—. Incluso, me atrevo a asegurar que desde entonces no les faltan invitaciones de trabajo.
—Así es señor Andrei —respondió Emilian, mostrando su encanto y algo de coquetería—. No nos han faltado invitaciones, pero ninguna tan distinguida como la suya.
—Gracias por el elogio, pero me gustaría discutir mi propuesta de trabajo un poco más tarde —hizo una pausa para que los dos camareros que se habían acercado a la mesa sirvieran un entrante—. Antes quisiera escuchar más sobre sus vidas y que disfrutemos de estos camarones en salsa agridulce.
—Por supuesto, puede preguntarnos lo que quiera —respondió Emilian, imitando al encargado y tomando el primer camarón con las manos.
Omar y Lisa siguieron su ejemplo de comer los camarones sin usar los cubiertos, los cuales, según la última moda de la etiqueta en la corte sólo se usaban para comer el plato principal.
—Los camarones están deliciosos como siempre —dijo Andrei, chupándose la punta de los dedos—. Y ahora, señor Emilian, me gustaría saber cómo un tymeano terminó formando parte de este grupo y siendo un actor tan versátil, ha eliminado casi por completo su acento.
—Mi historia es idéntica a la de cualquier inmigrante de mi pueblo —respondió el cantante tras terminar de comerse su camarón—. Vengo de una región con mucha historia y grandes artistas, pero nuestras ciudades son sólo una sombra de lo que fueron en el pasado y hoy en día, si uno quiere hacerse de un nombre como artista y dejar una huella, debe venir a Evlín y eso significa emigrar al imperio. Algo que se dice fácil, pero resultó ser extremadamente difícil, especialmente cuando no dominas demasiado bien la lengua. Por eso fue una suerte que Omar me encontrara durante la primera semana, mientras cantaba en un callejón para mendigar algunas monedas y me ayudara a abrirme paso. Gracias a él es que he mejorado tanto como actor y cantante.
—Un pequeño brindis por ello y que alguien con un talento como el suyo se haya salvado de las calles —el encargado imperial alzó su copa y los miembros del grupo lo imitaron—. Y ahora que he hablado con sus compañeros, Omar, me gustaría saber más sobre su vida y de donde viene. Ya veo que tiene un talento innato para los idiomas, pero no puedo ubicarlo en ninguna parte del imperio, y eso que he viajado por casi todas sus provincias.
Omar sonrío antes de responderle, un poco animado por el alcohol de la bebida, algo que no impidió que recitara de memoria la historia que llevaba años repitiendo:
—Mis padres eran emigrantes aquí en Evlín y venían de algún lugar al este del imperio, aunque nunca quisieron darme demasiados detalles. Se consideraban evlianos y yo no debía preocuparme por otra cosa —las palabras fluían sin problemas, pero el músico las espaciaba, permitiéndose dejar que sus ojos se desviaran de su interlocutor y se centraran en recuerdos que eran medio verdades.
—¿Sus padres viven? —una pregunta extraña, pero no fuera de lugar.
—Murieron mientras estaba en Liu Heng. Al regresar descubrí que había perecido en la plaga del ’52 —respondió Omar, sin transmitir demasiado dolor. Aquella parte era la verdad que hacía creíble su mentira.
—Mis disculpas, pero me llama la atención el que haya vivido en el imperio ámbar, ¿allí fue donde aprendió a tocar el shamisen?
—Sí, viví allí durante dos años. De joven se me ocurrió la idea de que podría hacer dinero fácil viajando hasta allá y trayendo un cargamento de especias compradas con el dinero que habían ahorrado mis padres —dijo Omar—. Aquello no les gustó demasiado, pero ya yo estaba a medio camino hacia el imperio y pensaba que su enfado desaparecería cuando regresara al cabo de medio año cargado de especias y dinero. Sólo hizo falta bajarme del barco y emborracharme en una taberna para que lo perdiera todo. Tras eso me vi obligado a mendigar, aprender el idioma y tocar el shamisen, gracias a que uno de los maestros errantes de la música del imperio decidió tomarme como su discípulo.
—Y, ¿cuánto tiempo estuvo fuera?
—Tardé ocho años en dominar el shamisen y conseguir el dinero suficiente para regresar a casa, para encontrarme con la muerte de mis padres y sin la fortuna que había ido a buscar —Omar bajó el tono de su voz y evitó la mirada del representante.
—Una historia lamentable, pero me alegra ver que se repuso y logró formar un grupo tan talentoso como lo son Los intérpretes del viento —Andrei hizo una pausa para probar el plato principal, pasari laedano marinado—. Supongo que su objetivo actual es ganar el torneo, ¿no?
Los tres artistas asintieron.
—Y, personalmente, creo que tienen posibilidades de llegar a la final —continuó diciendo el encargado imperial—. Pero todavía les falta un poco más para ser candidatos serios para ganarlo.
—Tenemos ese poco más, señor Andrei —le respondió Omar—. Los buenos grupos nunca muestran su mejor obra en la primera función.
—Es cierto, un buen artista nunca lo hace y debo admitir que su primera obra fue lo que me trajo aquí —dijo Andrei, yendo finalmente al grano—. El aniversario de la fundación del imperio será dentro de un mes y medio y me gustaría que representaran una versión completa de El Conquistador en la capital imperial…
Andrei tuvo que hacer una pausa para esperar que el grupo terminara de celebrar la noticia.
—Discúlpenos, señor Andrei, fue la emoción —dijo Omar, que fue el primero en recuperar la compostura—. Por favor, continúe.
—Si creen que son capaces de asumir el reto me encargaré de garantizarles un transporte hacia la capital, hospedaje y el pago correspondiente de quinientos saris por la actuación —agregó Andrei, quien se recostó en la silla y dejó que el grupo asimilara la cantidad de dinero que les ofrecía. Este era apenas un cuarto de lo que se ofrecía normalmente a los grupos que actuaban en presencial imperial, pero más que suficiente para aquellos novatos, pensó el encargado, que alzó la copa para que un camarero la rellenara—. ¿Están de acuerdo con mi propuesta?
Omar y sus compañeros no tuvieron que discutir demasiado entre susurros, desde que habían salidos hacia el restaurante estaban decididos a aceptar una propuesta de trabajo que pagara la mitad de la suma que ahora les ofrecían.
—Lo estamos, señor Andrei —dijo Omar, hablando en nombre del grupo—, y desde ahora les podemos asegurar que tendrá una actuación espec…
El músico dejó de hablar cuando llegó corriendo a la mesa un camarero que se acercó al encargado imperial y le susurró algo al oído. La expresión de Andrei se volvió neutra y forzó una sonrisa para dirigirse al grupo cuando despidió al camarero.
—Una vez más, deberán disculparme, pero una situación de extrema importancia me obligar a regresar al palacio de invierno —dijo, parándose del asiento—. Por favor, terminen la cena y pidan lo que quieran, el imperio invita.
Y apenas terminó su frase, el encargado imperial se dio media vuelta y cruzó, apresurado, el salón del restaurante. El grupo se sintió intrigado durante un momento por las razones de su partida, pero enseguida lo olvidaron y se concentraron en celebrar el mayor logro de su carrera como grupo: un contrato imperial. El futuro lucía bien para Los intérpretes del viento y aquello merecía una celebración, especialmente si los gastos corrían de parte del imperio.
09
El día de las semifinales del torneo de talentos del imperio llegó y atrajo a la flor y nata del imperio: nobles, generales, grandes artistas, dignatarios extranjeros y otras personas distinguidas. Estos, junto con los amantes de las artes o comerciantes con ganas de mostrar su riqueza y gastarse los seis saris que costaba la entrada, abarrotaron el anfiteatro de la Diosa Paciente, que se había construido sobre la ladera de una colina en las afueras de la ciudad.
Los espectadores, acomodados en palcos individuales y techados disfrutarán de las comodidades de buenos asientos, nada de incultos ruidosos ni lanzadores de frutas podridas, así como de los pregones de los vendedores ambulantes. No, aquí en el anfiteatro de nuestra señora, el servicio de comida es ofrecido por un grupo selecto de cocineros y mozos fieles a la diosa y sus vástagos.
Sin embargo, esta garantía de ausencia del vulgo no significa que no haya un completo silencio. Incluso entre la cúpula sacerdotal que se ha reunido en las primeras filas se pueden escuchar las especulaciones de lo sucedido la noche anterior en el palacio imperial: ¡varios vástagos de la Diosa Paciente aparecieron ante el emperador y su familia! Y es el contenido de lo que le han dicho estas divinidades a su majestad imperial el motivo de especulación que hace que miles de lenguas dejen salir diversas teorías, cada una tan alocada como la otra.
Aunque siempre que alguien toca este tema, baja la voz y habla en susurros con sus compañeros de palco, porque aunque el emperador y su esposa no se hayan dignado a venir hoy al torneo, sí lo ha hecho Apolonius, tío del emperador y un grupo de los príncipes y princesas más jóvenes. Y sus guardaespaldas, magos de la shadok imperial abundan entre las tribunas, sus brazos llenos de tatuajes multicolores al descubierto y expresiones adustas.
Pero, una vez más, esto no hace más que incentivar a especular a aquellos que al preguntar por su presencia se enteran de los rumores sobre cuál ha sido el mensaje divino: ¿Algún castigo divino? ¿Una advertencia? ¿Órdenes? ¿Qué dioses habrá enviado la diosa madre? Esas y muchas otras interrogantes llenan las conversaciones, donde, el único dato seguro que se ha filtrado de la casa imperial es que fueron dos los hijos de la diosa los que transmitieron el mensaje. Pero la respuesta a cuál par de dioses fueron, podría aclarar mucho sobre las intenciones de la divinidad protectora del imperio.
Aunque los más inteligentes e informados sobre la política imperial aconsejan a sus oyentes más novatos que lo importante no es tanto la combinación de divinidades, sino el hecho de que han intervenido directamente en asuntos del imperio desde que Dacel surgiera como una amenaza en el oeste del imperio. Un hecho que no sólo desagradará a la familia imperial, sino también a los magos y sumos sacerdotes, para quienes nunca es favorable ver a las divinidades caminando por el mundo mortal. Y, son estas personas las únicas que insisten en que la respuesta a la inesperada visita divina se encuentra en Kwar y sus muestras de rebeldía.
Otros nobles simplemente se decantan por la blasfemia y hablan de un castigo divino contra el emperador por su excesivo de los magos. Un recordatorio sobre el desastre que se cernió sobre la última república que intentó centrar su poder en los magos y obviar a las divinidades y que siglos atrás diera origen a las ciudades libres de Tymea.
Mientras que los pocos sacerdotes que hablan sobre la visita divina de la noche anterior lo hacen más maravillados por la muestra de poder divino y el recordatorio a la familia imperial de su lugar. Los sumos sacerdotes de sus órdenes les han asegurado en la misa de esta mañana que la Diosa Paciente apoya y cuida de los suyos y que nada hay que temer.
Y es este último grupo, así como los nobles menos interesados en la política los que están disfrutando realmente de las actuaciones de las semifinales que hoy presentarán a dieciocho grupos de artistas cuyo talento rinde culto, de manera excepcional, al patrón de las artes y los hombres de ingenio. Es obvio que estos son lo mejor de lo mejor, pero, como en todo concurso, hay algunos que resaltan más.
El primer grupo en cautivar el anfiteatro y acallar los murmullos son la pareja de flautistas Kardic. Juntos, la pareja baila y llena el escenario de ilusiones que acompañan a la melodía vivaz que tocan con sus flautas. Imágenes y colores irreales brotan junto a las notas de sus flautas y se desparraman por el escenario, trayendo a la vida seres mitológicos que corren por el escenario y rugen de una manera salvaje, desconocida, pero aun así, armónica. Un duelo de tonadas que culminó con una selva que los devoraba y desaparecía con la última de sus tonadas en un estallido de hojas doradas.
El público aplaude su actuación y el jurado no duda en otorgarle un pase a la final, que se celebrará al día siguiente.
El siguiente en cautivar al público fue una narradora oral de Novidia que había hecho un papel decente en las eliminatorias, pero de la que nadie esperaba demasiado. Por eso la sorpresa fue inmensa cuando su voz, magnificada por la magia llenara el anfiteatro y el escenario se llenara con las ilusiones que tejía.
La historia que contó giraba en torno a una de los muchos enfrentamientos entre los reyes guerreros de Quir, quienes vieron detenidos sus enfrentamientos por una chica fantasmal que recorría ambos campamentos en la noche y que la narradora representaba. Tejió ilusiones sobre su cuerpo para hacerlo más etéreo, esbelto y llevar la belleza de sus facciones a un nivel divino. De esta manera, la chica-narradora embrujó a los reyes guerreros y los convenció de abandonar su guerra para ir en busca de la fórmula que la traería de regreso a la vida.
Con este giro, la narradora convirtió su historia en una comedia erótica en la cual ambos reyes viajaban por el mundo en busca de los ingredientes necesarios para revivir a la chica fantasma. Gastaban fortunas, compraban amuletos que prometían la cópula con seres fantasmales y que terminaban siendo engaños con desagradables efectos secundarios. Así como consultaban los espíritus almacenados en los huesos antiguos sabios y a uno que otro nigromante para que les aconseje sobre esta búsqueda que la han encomendado. Y, mientras hacen esto, la narradora hace envejecer a los reyes y que naufraguen en una isla desierta donde los viejos terminan enamorándose de una horrenda hanu que terminaba llevándolos dentro del océano.
El final quedó un poco flojo para alguno de los jurados, pero aun así, la narradora de Novidia acumuló suficientes votos para estar en la final.
Casi al mediodía, justo antes de que los nobles más quisquillosos se fueran a almorzar a los restaurantes cercanos y tras haber actuado casi la mitad de los grupos y sólo haber clasificado dos, se presentaron las sacerdotisas bailarinas de Gabis y los que se habían parado regresaron a sus puestos. Aquel grupo de bailarinas era el favorito obvio para ganar aquel torneo y sus espectáculos siempre eran innovadores e impresionantes, que venían acompañadas en esta ocasión por un grupo de músicos selectos del templo.
Su actuación comenzó con el ritmo de los tambores retumbando en el escenario, al que se unió el sonido sibilante de las flautas y dio entrada al escenario a las figuras etéreas de las bailarinas. Como si fueran espíritus libres del viento, las chicas se agitaron y giraron alrededor del escenario, imitando al vendaval que surge en el mar y sopla tierra adentro, en dirección a las tierras desérticas del centro del continente.
Con un salto de ellas la música pasa a un segundo plano y el escenario se convierte en la escena que han representado. Las ropas de las esbeltas bailarinas dejan de ser blancas y adoptan el color esponjoso de las nubes, pero que va cambiando a medida que avanzan hacia la tierra, pasando de gris al negro tormenta. Sus cuerpo cimbreantes muestran la marcha indetenible de un frente de tormenta encarnado en sus cuerpos.
El sonido de la tormenta ruge cuando el escenario bajo las bailarinas deja de ser el mar y se convierte en las arenas infinitas de un desierto terrible, que, por primera vez en años recibirá el agua de una tormenta. Los truenos comienzan a escucharse en el fondo, acompañados de los destellos de los relámpagos que le dan una sensación estroboscópica al movimiento en forma de remolino de las bailarinas, quienes alzan las manos y saltan en el apogeo de la tormenta.
El resplandor de un relámpago las oculta y, al instante siguiente, su atuendo ha cambiado y ahora semejan gotas de lluvia que caen. El escenario se abre a sus pies y sigue la caída de las gotas-bailarinas hasta que cada una de ellas salpica las arenas del desierto y ríen, uniéndose a unas a otras con otros cientos de gotas que caen a su lado y forman un una rueda que gira alrededor de un bulto carmelita que tanto tiempo ha estado oculto entre los granos de arena, esperándolas.
La música cambia y anuncia el clímax de la obra, que viene acompañado por el movimiento de las bailarinas gotas hacia la semilla, que las consume una por una hasta no dejar ninguna. Los tambores callan y las flautas tocan una tonada somnolienta, mientras que el escenario se oscurece, es momento de un interludio, de la espera del milagro.
La pausa termina y las tonadas vuelven a ganar en intensidad, acompañando las grietas que ahora aparecen en la gran semilla y liberan pilares de luz por los cuales emergen las bailarinas, girando, sin tocar el aire. Así ascienden por la imaginaria capa de arena que las cubre y emergen a un campo lleno de flores al cual ellas mismas pertenecen y giran, giran, esparciendo los pétalos de la primavera efímera del desierto.
Así termina la presentación del grupo del templo de Gabis, que es recibida con un muro de aplausos y la aprobación unánime de los jueces. Hay algunos miembros del público, especialmente los menos cultos y conocedores que se quejarán de que este tipo de obra tan conceptual no les parece tan buena. Pero serán callados enseguida por otros conocedores para los cuales el experimentalismo del grupo es el futuro de las artes en el imperio.
El horario del almuerzo llega y se va, así como sucede con algunos espectadores que deben atender asuntos más urgentes o que sólo vinieron por alguna clase de compromiso social. Y ese es el caso de los príncipes imperiales, quienes se han retirado con su escolta de regreso al palacio de invierno, dejando a Apolonius, el tío del emperador, como único representante de la familia gobernante.
Aunque el mediodía también trae dentro del anfiteatro a los nobles más remolones y a aquellos excéntricos que prefieren observar los últimos actos en espera de presenciar sorpresas de última hora y no a los favoritos de siempre. Hay todo tipos de gustos y el torneo imperial los satisface casi todos.
Entre estos últimos recién llegados se encuentra la figura espigada de Noly, quien, tras pagar su entrada, asciende a las gradas superiores a buscar su asiento. Está feliz de poder ver la actuación de su novio, quien está alcanzando un nuevo máximo en su carrera como cantante. Aunque, también, está atento y desconfiado, buscando indicios de matones disimulados entre el público que pudieran estar buscándolo. Pero no los hay, así que se calma y se deja sumergir por la música del shamisen de Omar, que anuncia que la obra está por comenzar.
***
El escenario está a oscuras, pero la música se hace más intensa, atrayendo la mirada de los espectadores hacia la pasarela que se encuentra justo debajo del escenario: el sitio del narrador. Un pilar de luz disipa la oscuridad y revela al intérprete de la música, inclinado sobre su shamisen, tañendo las cuerdas del instrumento con su bashi. Sus ojos están cerrados y su expresión relajada sugiere una profunda concentración en la melodía que está tocando.
Justo antes de que el espectador más impaciente se incliné para hablarle a su compañero de palco y comentarle que esta actuación debería ser una obra de teatro, no un solo, la voz del intérprete llena el anfiteatro:
“La historia que le traemos hoy, estimado público, es una de grandes sacrificios sangrientos, violencia, guerra y, por supuesto, algo de amor.”
La voz del hombre es potente, pero ronca, muy lejos del tono flexible y agradable del narrador oral tradicional pero, aun así, su voz cautiva a los espectadores. Junto con sus palabras, la oscuridad del escenario ha desaparecido, cediendo paso a escenas que duran lo que un relámpago y se quedan impregnadas en sus retinas: un hombre apuñalándose a sí mismo dentro de un círculo ritual, una horda de personas escapando por las calles de una ciudad anónima, un ejército marchando hacia una muralla de piedra negra con glifos engastados y, al final, dos amantes: un guerrero en completa armadura y una joven embarazada que lo despide.
El narrador ha hecho una pausa de varios latidos para que las imágenes se asienten en la mente de sus oyentes, pero ahora retoma la narración, acompañando sus palabras con una tonada.
“Hoy les hablaré sobre los últimos amantes de Beozan —mientras habla, la oscuridad del escenario ha desaparecido por completo y ha sido sustituida por la imagen de una ciudad marítima vista desde el ojo de una gaviota que se acerca.
Lo primero que distinguen los observadores más perspicaces del público es el hecho que la cadena del puerto se encuentra alzada y que en sus murallas los centinelas están vestidos para la guerra. Los mercados están vacíos y las personas de la ciudad baja se refugian en sus casas. La gran muralla negra que protege la ciudad ha cerrado sus puertas, dejando claro que el ejército que ha acampado a un komi de distancia no es bienvenido.
“Esta es la historia de la caída de la última de las ciudades libres de Tymea que ofreció verdadera resistencia a la conquista del sanguinario semidios Dacel. Es una historia sobre cómo sus campeones inmortales la defendieron y fueron derrotados por primera vez.”
En el escenario, la imagen se concentró en las murallas donde, cada ochenta pasos, un imponente guerrero, vestido con armadura completa, dos espadas cortas y la cabeza afeitada al descubierto, contempla impasible el acercamiento del ejército enemigo. Entre las tropas invasoras destaca la figura de un hombre inmenso que carece de armadura y blande una espada demasiado grande para ser sostenida en una mano. Con un gesto, alza la espada y los vientos se arremolinan, creando un tornado que avanza rugiente contra la muralla.
El rugido del viento sacude el escenario y los espectadores más cercanos y sumergidos en la trama se sujetan instintivamente la ropa.
“Sí, su enemigo es el odiado Dacel, vástago de un dios blasfemo que pretendió reinar sobre todos los mortales,” la voz del narrador se impone al rugido del viento, así como los hombres de la muralla se mantienen impasibles ante el acercamiento del tornado. El desastre parece inminente, pero antes de llegar siquiera a la muralla negra, el rabo de nube se deshace. “Pero en los beozanos encontrará un enemigo difícil y amado por su diosa, cuya magia los protege a cambio del sacrificio voluntario de sus seguidores más fieles. Con estos es mantenido el poder de la muralla y la inmortalidad de sus campeones que, al ser bendecidos por un sacrificio adquieren la fuerza de cincuenta hombres.”
En el escenario, el semidios frustrado envía la primera oleada de tropas armadas con escaleras y picos para destruir las salvas de la muralla. Pero los campeones de Beozan no se contentan con mirarlos, alzan sus arcos, los tensan y envían contra ellos saetas negras que atraviesan hasta dos hombres al mismo tiempo.
“Esta es una historia de resistencia,” la voz del narrador se apoya en la repetición para señalar que todavía sigue presentando la obra. “De familias y hombres que lo sacrificarán todo, incluso la vida de sus seres queridos, para enfrentar al invasor.”
Fracasada la primera oleada, el semidios se abre paso entre los muertos y lanza un ataque solitario sobre la muralla, usando su dominio sobre el viento para alcanzar la cima, momento en que se ve privado de sus poderes. Un campeón, interpretado por Emilian, lo recibe con ambas espadas listas. Los aceros chocan y el agudo choque metálico es, durante un instante, el único sonido que se escucha en el escenario.
“Finalmente, esta obra gira alrededor de Beorin, el campeón que ahora combate al semidios,” aclara el narrador, mientras ambos guerreros combaten, sus hojas hechas borrones deslumbrantes. “Y la de su esposa, Alana. Esa, estimados espectadores, es la historia que hoy les traemos para entretenerlos.”
El escenario se oscureció y un pilar de luz volvió a cernirse sobre el narrador, quien se inclinó sobre su instrumento y pulsó sus cuerdas con intensidad, arrancando una melodía salvaje y feroz.
Aquel despliegue convirtió a Omar en el centro de atención del público noble, que ya se dividía entre el asombro por la presentación de una historia tan inusual y atrevida. Los más inmersos se dejaban llevar por pensamientos de admiración y terror hacia un pueblo capaz de sacrificar a su familia en favor de un bien mayor. Pocos de ellos podrían hacer un sacrificio semejante por la patria imperial. Mientras que las damas ya comentan sobre lo atractivo que es el campeón que ha luchado contra el maldito semidios. Muchas de ellas desearían tener a un guerrero como ese a su lado y no a un marido como los suyos: fuera de forma, con panza y sin vigor para satisfacer a una mujer.
En cambio, el público más culto y conocedor de las artes, comenta la historia de esta obra y de las repercusiones que tuvo para su creador. Por eso, intrigados, observan discretamente el palco imperial, donde se sienta el único hombre que ha derrotado a Dacel, buscando alguna reacción física, gesto o expresión que delate los sentimientos del viejo general hacia la obra. Pero el rostro de Apolonius no rebela nada fuera de un interés moderado por esta nueva forma de comer los granos de maíz calentados hasta explotar y convertirse en pelotillas esponjosas.
En tanto, el encargado imperial sonríe, concediéndole a Omar, con una leve inclinación de la cabeza, que lo ha sorprendido. Un pensamiento que los demás jueces han convertido en palabras y se maravillan por la versatilidad de los integrantes de este grupo desconocido.
Todos salvo un jurado, el sacerdote encargado del canto, quien se lleva la mano a la barbilla y se exprime el cerebro para encontrar una respuesta para esta sensación de familiaridad que siente al escuchar al músico narrar la historia. Sus recuerdos son confusos y sus asociaciones no arrojan claridad sobre sus dudas. Pero, un momento después, su niebla mental se disipa y surge un nombre maldito. Un dios ha tocado su mente y aquel gesto será el epicentro de una onda que cambiará el mundo a su alrededor.
Me gustaMe gusta
Leídos camaradas, no aprecio que haya problemas en la redacción, cosas muy minúscula, alguna que otra palabra que es innecesario repetir, solo eso. Es un trabajo admirable, las descripciones de las presentaciones teatrales se dibujan perfectamente en la mente del lector. Y la trama muy buena y lz tensión creciente, parece que la cosa se complica.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias por leerlo, camarada, y que las descripciones te hayan funcionado. Originalmente era cosas a las cuales no les iba a dedicar demasiadas palabras, pero cuando comencé a escribir la primera obra me di cuenta de que la novela no sería lo mismo sin ellas.
Me gustaMe gusta
Exacto, esas descripciones dan la nota de la calidad de las obras presentadas y en particular de la gran habilidad con las que la ejecutan los Intérpretes del Viento. Tengo una duda, su me estoy anticipando no me cuentes, pero por lo que lei, me dio a entender que la magia o las habilidades mágicas son propias de cada persona, o es cierto que los Dioses son los que te permiten usar su propia magia, lo digo por la parte donde se habla de los magos, que no dependen de ningun dios. ¿Lisa tiene magia propia o usa la que los dioses le permiten?
Me gustaMe gusta
Lisa tiene magia propia, eso es un hecho. Pero la respuesta a la pregunta a nivel general es que las personas tienen magia, la misma que los dioses, aunque estos pueden acudir a su reserva creada a partir de la fe-energía acumulada de sus creyentes, que es por eso que la buscan. Pero tampoco son los únicos que la tienen, Iori tiene un tipo de magia específico y, en muchos casos, los dioses no son dioses, sino más bien ascendidos, aunque para eso debes haber leído las tres novelas anteriores a esta.
Me gustaMe gusta
La música de los naish
Interludio
Cantidad de palabras: 1.405
Palabras totales: 33.216
La avenida del triunfo estaba llena de personas. Era media mañana en Evlín y aquellos que podían permitírselo se saltaban sus turnos de trabajo y arrastraban a sus amigos o amantes al gran coliseo de la ciudad donde hoy se celebraba el segundo día del campeonato popular de talentos. Aquella era la última jornada de clasificaciones, así que tantos asistentes como vendedores ambulantes de fruta podrida no desperdiciaban el tiempo.
¿Acaso no era el campeonato popular la mejor manera de entretener a las masas y felices a los artistas?
Muchos en la ciudad estarían de acuerdo con ello, salvo, quizás, aquellos dos hombres gigantescos que caminaban por el medio de la avenida. Ambos debían superar los siete pies de altura, sus ropas finas y de buen corte hablaban de dinero y estilo, de la misma forma en que la manera segura con que caminaban y no le prestaban atención a los peatones que los esquivaban, decía mucho de su seguridad y un poder innato. Y es que no se podía esperar menos de los hijos de la Diosa Paciente, quienes tenían respuestas diferentes a esta pregunta básica.
El ser divino que camina a la izquierda tiene el pelo cortado por debajo de los hombros, alborotado y su rostro risueño queda resaltado por el verde de sus ojos. Su nombre es Sevan, patrón de las artes, la música y el ingenio, por dicha razón, no es nada raro escucharlo silbar o entonar por lo bajo la tonada que alguno de sus seguidores le dedica justo ahora en algún lugar del imperio. Lo mismo sucede con las imágenes que invocan sus dedos inquietos y con las cuales trata de impresionar a su hermano.
Sin embargo, no importa qué tipo de maravillas conjure su hermano o que tonada silbe, Daltrus, divinidad del orden y la justicia, su rostro mantiene la misma expresión indiferente a los “juegos” de su hermano, aunque los soporta y no lo regaña por ellos. Su semblante refleja esta actitud al carecer de las arrugas típicas en labios y los extremos de los ojos que abundan en aquellos que viven sonriendo, tal y como si se pueden ver en su hermano. No, Daltrus es una divinidad que prefiere la seriedad y la calma, que cultiva en sí mismo a través de su larga cabellera recogida en una compleja trenza que le cae por la espalda, así como por sus ropas impecables. Vestimenta en la cual sólo se permite un único adorno que contraste con el color azul mar de la tela: la flor de adavi.
—Deberíamos dejar de pasear por la ciudad y terminar de una vez con el asunto que nos trajo a esta ciudad —dijo el Daltrus, rompiendo el silencio que había mantenido la pareja durante más de seis calles.
—Ya lo haremos en la noche, Dal, las apariciones dramáticas, más si son de divinidades de nuestro calibre, tienen que ser, por regla, dramáticas para que sean efectivas en la realeza —respondió el dios de las artes—. Mientras llega el momento, ¿en qué otra forma más entretenida de pasar el tiempo puedes pensar que recorrer las calles de Evlín en plena semana de los festivales de talentos? Siente y escucha lo viva que está la ciudad con tantos músicos, narradores, dibujantes, bailarinas y tejedores de sombras.
Daltrus hizo una mueca.
—Preferiría estar en Fiorents. Allí se sabe en los primeros años de oficio si se tiene el talento o no, y le ahorran al mundo el tener que sufrir la tortura de ver actuar a gente con tan poco talento. Tal y como está sucediendo ahora mismo en ese coliseo —la divinidad del orden señaló el edificio con la barbilla y su gesto fue acompañado por una oleada de abucheos.
—Oh, ¡Dal, pero si sabes que eso también es parte de la diversión!
—Eso te parece a ti que estás demasiado obsesionado con los humanos.
—Lo dice alguien que está casado con una princesa humana.
Daltrus gruñó y se acarició la flor de adavi en su pecho.
—Ella era especial y ahora es uno de nosotros, así que no cuenta.
El dios de la música simplemente se encogió de hombros y siguió caminando. Sin embargo, su hermano se quedó atrás, disminuyendo su paso hasta casi detenerse.
—Alguien nos está vigilando —murmuró Daltrus, reuniéndose con se hermano. Su voz no sonaba preocupada, sino molesta —. ¿Los magos rebeldes de Kwar tienen mago de este nivel?
—No, ni tampoco la shadok imperial —respondió el dios del entretenimiento, recogiendo una mazorca de maíz asado de un puesto por el que pasaban.
—¿Cómo puedes ponerte a comer en un momento como este y ser tan indiscreto? Podría ser un mago de alguna potencia extranjera, espías de Liu Heng o algún espíritu local que…
—Tranquilízate, Dal, no son ninguno de esos. Es el naish de la ciudad, que nos lleva vigilando desde que llegamos a la ciudad —contestó Sevan, mordiendo la mazorca.
—Si es él, ¿por qué lo hace? El pacto nos protege y convierte en aliados —antes de que terminara la frase, Daltrus había alzado su pierna derecha en el aire, encontrando el primer escalón de una escalera invisible por la cual comenzó a ascender.
Sevan también se auxilió de esta escalera y ascendió junto a su hermano, que ya se encontraba por encima del nivel de los techos de la avenida.
—Me vigila a mí —respondió, cuando alcanzó a su hermano—, hace unos años condené al destierro a uno de sus favoritos y este ha regresado a la ciudad.
—¿Te refieres al músico insolente que te retó? —resopló el dios de la justicia, deteniendo su ascenso.
—Sí, se llamaba Valerian, aunque ahora usa otro nombre y el naish cambió la forma de su cuerpo.
—Esos dos son unos idiotas si creen que dejarás pasar esto, debes castigar a este humano de inmediato. Ese sí que sería una buena forma de pasar el tiempo en esta ciudad, aplicando la justicia divina. En cuanto al naish, no es una violación per se de nuestro pacto, pero estoy seguro de que madre nos perdonaría si lo sometemos.
Sevan negó con la cabeza, mientras caminaba hacia el borde una torre cercana, en el cual se sentó.
—Por ahora no pienso hacer nada contra ninguno de ellos —dijo Sevan—. Me da curiosidad lo que está haciendo Valerian en el torneo y al naish es mejor dejarlo tranquilo y ver qué sucede.
—Eres demasiado blando, Sev, nuestro trabajo es imponer justicia sobre los dominios de nuestra madre y estos dos claramente no merecen estar aquí.
—La doctrina de nuestra madre es la aceptación y por eso te pido que no hagas nada por tu cuenta, Dal, déjame a mí lidiar con estos dos —pidió la divinidad de la música y su hermano le respondió con un asentimiento—. Después de todo no somos dioses de la guerra.
—Es por esa razón que estamos en esta situación. Madre debería habernos dejado usar nuestros poderes para reforzar a nuestros creyentes y crear un ejército que nos sirva —protestó Daltrus, sentándose al lado de su hermano y contemplando la bahía de la ciudad en el horizonte.
—El legado de padre la aterra, Dal, y lo sabes muy bien.
—Lo sé, pero no por eso debió permitirle a esta dinastía respaldar sus conquistas en sus magos. Esos no nos respetan y esa dualidad de poder es la que está desgarrando ahora el imperio, los intentos de secesión de Kwar son sólo el primer síntoma.
—Puede serlo, pero yo lo veo más como un problema de intereses mortales. Y, debes recordar que todos los imperios son mortales y que ellos no son los primeros adoradores de nuestro culto.
—No tienes que recordarme cosas obvias, Sevan. Pero créeme cuando te digo que los magos y su universidad, junto con la biblioteca de Meridor y los suyos podrían acabar con nosotros. Aunque madre quiera que todos nos mantengamos unidos, llegará el día en que deberemos zanjar este asunto con los magos.
—Quizás, Dal, pero ahora te preocupas demasiado. Estamos aquí para recordarle eso al emperador y a sus altos oficiales. Madre es sutil con sus planes y siempre sabe lo que debemos hacer. Ahora vayamos a repartir unas cuantas visiones por los templos, para anunciar nuestra presencia.
Daltrus hizo una mueca, pero siguió a su hermano. El trabajo directo con los mortales nunca le había agradado, pero siempre era necesario recordarles que los dioses seguían allí.
Me gustaMe gusta
Al fin sale el dios que castigo a Valerian. Por lo menos esta curioso. Asi que veo grandes posibilidades de que el protagonista se redima, veo también que los dioses son bastante fuertes.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias por seguir leyendo la historia, camarada, te debo dos capítulos más que debo publicar hoy en la noche.
En cuanto a los dioses, sí, son fuertes (incluso tengo una escala para determinar su poder), aunque no tan lejos de ciertos magos, pero claro, esos son cosas para otras historias y no esta.
En cuanto a la redención, ya veremos.
Me gustaMe gusta
Mis disculpas por los casi dos meses de tardanza, he estado buscando trabajo y escribiendo la historia en mi agenda sin dedicarle tiempo a transcribir la historia, pero lo haré a lo largo de lo que queda de este fin de semana y la semana que viene, si todo va a de acuerdo a lo planeado estarán leyendo el final.
*Aclaración importante*
He hecho algunos cambios en la historia, así que si encuentran algunos elementos que no coinciden con lo que han leído antes es debido a esto.
Cantidad de palabras: 4877
Total: 31.811/30.000
¡Reto Cumplido!
La música de los naish capítulo 07
El parque rebosaba de músicos y artistas. La mayoría, participantes del torneo de popularidad que se celebraba paralelo al del imperio y, por las expresiones de estos, la abundancia del vino y las acusaciones, habían sido descalificados y ahora trataban de ahogar o justificar sus penas, dependiendo de la cantidad de vino que bebían.
Otro grupo más pequeño de artistas, sobrios en su mayoría, practicaban a la sombra de los árboles que bordeaban el bosquecillo circular del naish. Sólo o en dúos, ensayaban su siguiente presentación, esperando ver aparecer por el rabillo del ojo la figura del legendario naish y que esta fuera un augurio de su triunfo.
Y, claro está, en medio de aquella aglomeración de artistas y personas cansadas del distrito comercial que habían ido a descansar del sol, estaban los vendedores ambulantes, que nunca perdían oportunidad. También sobra decir que eran ellos, pregonando sus bebidas frías y comida frita, los que mejor se sentían, incluso bajo el sol y sudando de tanto empujar sus puestos ambulantes, estaban llenando sus bolsas con suficientes levis como para pasarlo cómodos en las noches.
Este fue el escenario que encontró Omar cuando llegó al parque por la entrada oeste de la ciudad, donde había pasado la noche junto a sus amigos en una taberna. Como de costumbra, el músico cargaba con su inseparable instrumento, guardado en su estuche de madera que hoy traía de la mano y una expresión de felicidad embobada que hacia años no lucía.
Una felicidad que no se debía únicamente a la clasificación de su grupo a las semifinales del torneo imperial, ni siquiera al ensayo casi perfecto que habían tenido par de campanadas antes de la obra que presentarían en dos días ante la nobleza imperial: La caída de Boezan. Oh, no, la felicidad de su rostro provenía de una pequeña noble evlina y las marcas rojas en su espalda que hablaban de la intensa actividad nocturna de la que había disfrutado. Así, ¿quién no iría feliz a visitar a un viejo conocido?
Mientras caminaba por el camino de grava principal hacia el centro del parque, algunos recuerdos de la noche anterior se filtraron en la mente de Omar, haciéndolo soltar una sonrisita estúpida. Una que irritó a varios músicos e intérpretes demasiados remojados en alcohol para que creer que ofendía su gran talento. Sin embargo, Omar ignoró cualquier comentario susurrado que hubiera salido de sus bocas y siguió su camino, inmune a cualquier ofensa. Ya dejaría que fuera el naish quien le restregara en cara el hecho de lo bien que le iría la vida si siguiera más a menudo sus consejos. Sí, sí, Iori; se imaginaba Omar que le respondería a su amigo; debía haberlo hecho antes, pero al final lo hice y eso es lo que importa, ¿no?
Aunque aquel hecho representaba su mayor fuente de felicidad, debía admitir que la oleada de invitaciones que los habían asfixiado desde finales de la noche anterior hasta que salió de la taberna hacia un cuarto de campanada, también lo hacían feliz. Su interpretación la noche anterior había sido tan popular, que muchos nobles, mecenas y varios teatros importantes de la ciudad los querían contratar para presentaciones públicas y privadas.
El nombre de su grupo estaba en boca de todos los que tenían una noción de las artes e, incluso Orbin, el encargado de entretenimiento de la familia imperial les había hecho una oferta de trabajo. Cuando Omar la escuchó, de manos de un sirviente, obviamente, no de boca del ilustre personaje, sintió que finalmente volvía a sus viejos tiempos de gloria, que por fin su vida mejoraba. Casi se le escapó una lágrima de felicidad, pero mantuvo la compostura, primero él y su grupo debían cenar aquella noche para ajustar los detalles de su contrato.
Los intérpretes del viento estaban a punto de convertirse en un grupo de fama y prestigio, uno que se codearía con las élites del imperio y que, fácilmente, podría pagar la deuda que tenía con aquella mafiosa de las islas Tiuri.
Absorbido por estos pensamientos, Omar llegó al lindero circular que bordeaba el bosquecillo mágico del naish. En este, a pesar de la estación, las hojas de las copas de los árboles brillaban de un verde intenso, tan vívido que haría llorar a cualquier tejedor de tapices por poder tenerlo en una de sus obras. Mientras que sus árboles destilaban salud vegetal, los troncos habitados por pequeños pájaros e insectos, ajenos a la vida en el suelo y la humana que los miraba, incapaces de tocarlos sin la invitación del habitante de aquel recinto.
Sin embargo, para Omar, de toda aquella escena, lo que más destacaba no era lo que veían sus ojos, sino lo que olía su nariz: ese frescor y aire puro. El músico decidió tomarse un momento antes de entrar al bosque, era de día y era poco probable que su amigo estuviera dentro, lo mejor sería dejarlo sentir su presencia y eso le permitía relajarse en una sombra mientras esperaba y así lo hizo.
El músico abandonó el camino de grava y se sentó a la sombra de un árbol de copa ancha bajo el cual un intérprete del laúd practicaba: La primavera tiene tu nombre. Una canción que llevaba par de décadas rondando por el imperio desde que habían anexado el estado rebelde de Bazira. La melodía celebraba un romance, pero también, sus acordes celebraban la partida del invierno y la bienvenida de la primavera en aquella tierra inhóspita.
Omar acomodó su shamisen a un lado y cerró los ojos, aspirando con fuerza el aroma a aire puro y limpio que la brisa arrastraba del bosquecillo. A pesar del calor de mediodía, la brisa refrescó su piel y su mente se alejó del mundo, captando sólo, lejanamente, el tañido de las cuerdas del laúd a su lado. Y durante cuarenta latidos, dejó que su cuerpo se sumiera en aquella paz.
Al final, Omar abrió los ojos y miró al músico a su lado, inclinando la cabeza para preguntar su podía unirse a su tonada. El joven, con el pelo cortado a la altura de los hombres y nariz recta, le respondió con un encogimiento de hombres que decía un: ¿por qué no?
Omar le sonrió y, con cuidado, extrajo su shamisen de su estuche, dejándolo descansar en su regazo mientras sacaba el bashi. Probó con este el sonido de las cuerdas, con golpes leves, afinando el oído y para no interrumpir la interpretación. Afinó las cuerdas con pequeños giros en las clavijas y esperó el momento adecuado para unirse. Este llegó en la forma de una breve pausa en la cual, en la canción original, un cantante entonaría una estrofa. Pero, en vez de canto, fue el sonido del shamisen lo que se unió a la melodía.
Las notas rápidas y sencillas del shamisen tardaron una fracción de tonada en mezclarse con el sonido más complejo que producía el laúd. Momento tras el cual, ambos instrumentos comenzaron a producir un sonido acompasado, dos versiones de la misma canción que ahora se complementan. El joven intérprete inclina la cabeza, retando a que Omar le siguiera el ritmo, a tratar de imitar el sonido de una tormenta de primavera, la cercanía del mar y la tonada rápida que en susurra el nombre de la chica a quien estuviera dedicada originalmente la canción. Omar sonríe y acepta el reto, inclinándose sobre su instrumento para golpear con su bashi las cuerdas y hacer que sus dedos vuelen por el cuello de su instrumento, sacando copias exactas de los sonidos que ha escuchado.
El muchacho sonríe cuando termina la canción y aquieta las cuerdas de su laúd poniendo, brevemente, su mano sobre ellas, para luego lanzarse a tocar un acorde mucho más complejo de notas que no pertenecen a ninguna canción, pero sí deja un mensaje claro para Omar: ¿te atreves a un duelo de tonadas? El viejo músico levantó la mirada y se secó el sudor de la frente y fue su turno de encogerse de hombros y responder con un: ¿por qué no?
Momentos más tarde su bashi está golpeando las cuerdas de seda dorada, haciendo movimientos complejos con sus dedos para imitar el sonido con el que lo han retado. Se esfuerza, golpea con más habilidad las cuerdas del shamisen y cierra los ojos para evitar pensar en cual será la posición que deberán adoptar sus dedos para marcar el acorde necesario. Mejor seguir su instinto y dejar que su cuerpo se encargue de la melodía.
Tras terminar, un poco sudado, lanza su propia tonada-reto al muchacho. Aunque esta no una ráfaga veloz y chillona, si no calmada, iniciando la tonada sacando los sonidos de las cuerdas de su shamisen tocándola solo con sus dedos, antes de recurrir a su bashi y hacer gemir a las cuerdas en lo que su maestro llamaba el desfile del otoño.
Cuando, Omar, termina de tocar su pieza, observa que el muchacho se ha quedado observando fijamente sus manos, con la cabeza ladeada, tantean las cuerdas de su laúd. En su mente combina sus sonidos, en busca de la adecuada para imitar el de las tres cuerdas del shamisen. Tras varios momentos de concentración, sus dedos se detienen: ha encontrado la combinación que busca y, con una calma similar a la de Omar, procede a interpretar su copia del desfile del otoño.
Una vez terminado, es el joven músico quien debe secarse el sudor del rostro, pero sonría y Omar le concede el reconocimiento que merece por haberlo logrado, admitiendo para sí que el chico tiene talento. Por ello se entrega a las siguientes tonadas con pasión, retando al muchacho con piezas mucho más complejas y alegrándose de que el muchacho sea capaz de imitarlo y significar un reto.
Por eso, a Omar no le sorprende que a mediados de la interpretación, el muchacho se detenga, la mirada fija en los árboles del bosque, levantando la mano débilmente. Allí está Iori, oculto entre las sombras de los árboles y en su forma de laroc. El viejo músico guarda su shamisen en el estuche y lo asegura con sus correas interiores mientras escucha murmurar al muchacho el nombre del naish.
—¿También lo ves? —le pregunta a Omar cuando este se levanta.
—Sí, también lo veo —le confirma el músico, tomando el estuche de su shamisen—, parece que le gustó tu interpretación.
Escuchar aquello de otra persona llenó el rostro del intérprete de laúd de una alegría casi infantil. Se notaba que era de los que creía que haber visto al naish garantizaba un futuro artístico próspero.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Omar, girándose hacia el bosque.
—Leodric… me llamo Leodric —respondió el muchacho, todavía conmocionado por el suceso y ver como el desconocido a quien había retado caminaba en dirección al ser mágico.
—Tienes talento, Leodric, pero no te confíes y sigue trabajando duro. Es probable que si sigues así, en un par de años estés dando de qué hablar.
Omar no dijo más y comenzó a cruzar el camino circular de gravilla hacia donde lo esperaba Iori.
—¿¡Y tú cómo te llamas!? —gritó el Leodric.
El viejo músico se giró a medias y se lo dijo. Sin darle tiempo a más preguntas, cruzó la barrera mágica invisible que protegía al bosquecillo del mundo exterior.
—El muchacho tiene talento —le dijo al naish, que trotaba a su lado.
—Lo sé, estuve escuchando su duelo —respondió Iori—. Sabes, estás más feliz que de costumbre.
Omar sonrió.
—Que sentido tiene ocultarlo, estoy tan feliz como una lombriz que acaban de tirar a una pila de estiércol.
El naish soltó un bufido que sonó como una risa burlona.
—Por todos los dioses, ni así mejora tu sentido del humor.
—Vamos, no me digas que nunca habías escuchado esa expresión.
—Claro que lo he hecho, pero con lo enamorado que estás pensé que dirías algo más poético —le contestó el naish—. Hablando de lo cual, ¿cómo sucedió todo eso? No me lo esperaba en lo más mínimo.
—Vamos, Iori, no te burles de mí, que llevas años diciéndome lo que pasaría —dijo Omar y palmeó el lomo traslúcido de su compañero.
—Cierto, pero no es lo mismo que escucharlo de boca de uno de los protagonistas —le respondió con un tono divertido Iori—. Además, me gusta verte como te pones en ridículo al confirmar que debías haberme hecho caso.
—A veces te comportar como un adolescente que disfruta molestando a los adultos que se equivocan —se quejó el músico mientras llegaban al claro que marcaba el centro del bosquecillo—. Pero tendrás que disculparme si prefiero quedarme aquí, sentado a la sombra.
—Como te sientas más cómodo, Omar —le respondió el naish, caminando hacia su roca—. Siempre y cuando incluyas en tu historia todas las partes vergonzosas, me daré por satisfecho.
—De verdad, a veces prefiero los días en que te la pasas gruñendo.
—Lo siento, pero es que son muy raros los días en que celebras la felicidad de tus amigos, incluso para los de mi raza —la forma y voz del naish se transformaron en las de un anciano de pelo plateado y ropas ajustadas—. Vamos, mi buen muchacho, cuéntale a este anciano esa historia, con todos los detalles sucios incluidos, que todos somos mayores.
Iori le guiñó el ojo y Omar tuvo que reírse.
—Está bien, espíritu insistente, pero estoy seguro de que no hay nada que ya no sepas —respondió, Omar, sentándose a la sombra, el estuche de su shamisen a un lado—. Pero primero tienes que decirme quién era el anciano.
—Era Esileo —le aclaró el naish, acomodándose sobre su piedra—. Adoraba venir a conversar conmigo y sonsacarme todas las historias buenas que conocía. También tenía la mala costumbre de convertirlas en obras de teatro demasiado dramáticas y cambiando todo lo que no le parecía adecuado, aunque fuera lo que había sucedido. Ya sabes cómo son los genios con sus excentricidades, vivía llamándome mocoso.
Omar pensó durante un instante en la revelación de su amigo, quién podría ser la fuente de inspiración de varias de las obras más grandes de la historia. Impresionante y excéntrico, algo normal en Iori, así que no le dio demasiada importancia.
—¿Por qué te llamaba mocoso? Eres casi tan viejo como la ciudad y Esileo seguro lo sabía.
—Por aquel entonces me gustaba adoptar la forma de un niño —el cuerpo del naish adoptó la forma de un niño de ojos grandes y pies descalzos, que sólo parecía un mocoso si no te fijabas demasiado en la profundidad de su mirada—. Pasaron décadas antes de que decidiera elegir otra forma para hablar con el viejo, así que le dejaba que me llamara así. Pero no te hagas el listo conmigo, no vas a lograr que me distraiga. ¡Habla y cuéntame lo que pasó ayer!
El músico rió y se alisó el pelo antes de responder:
—Fuimos un éxito completo, eso fue lo que sucedió. Emil y Lisa se esforzaron como nunca antes y nuestra puesta en escena de El amanecer del imperio fue increíble. Todos los miembros del jurado nos dieron su voto, incluido el representante imperial. La ovación del público fue tan grande que creo que arruinamos la oportunidad de los grupos que se presentaron después.
—La modestia es buena, Omar, pero ninguno de los que se presentaron después tenía talento suficiente como para entrar a las semifinales —el niño hizo un gesto de desprecio con su manita y el músico le lanzó una roca, que no llegó a rozarlo.
—Si lo sabías, ¿para qué me haces contarlo?
—Porque sabes que eso no es lo que quiero escuchar, sino lo que pasó después, cuando salieron del escenario.
—Oh, sí, claro, viejo pícaro. Cuando regresamos a los camerinos algunos de los otros participantes nos felicitaron, entre ellas la líder de las bailarinas del templo de Gabis, quien le propuso a Lisa que se uniera a su congregación. Le dijo que con su talento y los rituales necesarios se convertiría en poco tiempo en una de las favoritas del dios —Omar hizo una pausa, antes de continuar—. Pero ella la rechazó amablemente, aprovechando que la pareja de flautistas Kardic se acercaron a nosotros y se disculparon por habernos desplazado en el teatro. Dijeron que de saber que éramos tan buenos se habrían quedado como espectadores. Me pareció que no estaban siendo del todo sinceros, pero igual les agradecí en nombre del grupo, tal y como he hecho con todas las propuestas de trabajo que nos han hecho desde ayer. De repente, todos quieren tenernos cerca y ser nuestros amigos, que actuemos en sus teatros o que animemos sus fiestas privadas, mientras que hace dos días apenas si nos prestaban atención.
—La gente siempre ha sido así, Omar, y lo sabes, mientras sean la sensación en la ciudad, los supuestos amigos saldrán de cualquier lugar —aun así, el naish no logró animar demasiado al músico—: Vamos, muchacho, deja de pensar en eso y cuéntame de una vez lo mejor de la noche, que te estás haciendo el de rogar.
Aquello hizo que Omar se animara y sonriera.
—Por supuesto, lo mejor de la noche fue que Nemio, el encargado imperial de entretenimiento nos invitó esta noche a una cena de negocios. Está interesado en contratarnos, pero primero debe entrevistarnos.
—Sí, esa es una noticia muy buena, aunque algo extraña —comentó Iori, frunciendo su ceño infantil—. Ese tipo de cenas sólo se las ofrecen a los grupos importantes, ¿dónde será la cena?
—En el Estrella del Imperio, el viejo observatorio que reacomodaron como un restaurante hace unos años.
—Un lugar caro e inusual para un primer encuentro —meditó el naish en voz alta—. Los funcionarios imperiales tienden a ser personas muy inquisitivas, Omar, y cualquiera de ellos no dudaría en apuñalarte por la espalda si puede beneficiarse con ello.
—No tienes que recordármelo, viejo amigo, todavía recuerdo lo que se siente. Pero me preocupa más el pacto de sangre con la tiurense y el vicio de Emilian, que se ha controlado en estos días, pero no creo que logre resistir la tentación de la fama. Por ahora he logrado que se mantenga en casa, con su novio, pero sólo me hará caso hasta que hayamos saldado su deudo. Luego… creo que volverá a recaer.
—No tienes que preocuparte por la mafiosa. Sí decide aprovecharse de algo que no está en el pacto de sangre, me agradará recordarle su lugar en el bajo mundo.
—Gracias por el apoyo, Iori, pero si intervienes sólo llamará más la atención y tu mismo me has advertido que eso es lo que menos quiero —le recordó, Omar, acariciando inconscientemente la costra del corte en su brazo.
—No sabrá que soy yo, hace años que cree al Asechador de las Sombras para este tipo de necesidades. Como sabes, algunas veces ciertos humanos se ponen demasiado insistentes y los debo poner en su lugar —mientras hablaba, el cuerpo del naish cambió de forma y adoptó la de un hombre corpulento y encapuchado con un largo abrigo de piel marrón, de cuyos faldones emanaban unos hilillos de niebla. Mientras que de su rostro sólo se podía distinguir una barbilla sin afeitar, cuadrada y brutal—. Él hará el trabajo sucio.
De manera involuntaria, Omar sintió miedo al escuchar la voz de su amigo. A pesar de saber que aquel hombre era su amigo, el tono bajo y escalofriante con que pronunciaba las palabras activaban alguna clase de instinto animal dentro de su cerebro que le decía que huyera. La voz que Iori había escogido para su personaje era la de un demente despiadado que no se detendría ante nada.
—Pero eso es algo secundario —dijo el naish, acortando la distancia entre él y Omar—, llevas evitando mi pregunta desde que llegaste, dime: ¿qué sucedió con Lisa?
Mientras se acercaba, Iori abandonó la forma del Asechador de las Sombras y se convirtió en la de la pequeña noble.
—Para ser un ser mágico con cientos de años de vida eres todo un metiche —dijo, Omar, tratando de apartar a Iori con la mano. Pero esta, como sucedía normalmente cuando querían tocar al naish, lo atravesó como si su cuerpo no fuese más que aire.
—Pero un metiche que tiene la razón, nada más hay que verte para saber lo que ha hecho una sola noche con ella —dijo Iori, guiñándole un ojo.
Omar tuvo que reírse ante aquel gesto tan inusual en la Lisa original y que ahora le provocó una reacción inesperada en su cuerpo.
—¡Está bien, tu ganas, te lo contaré todo! Pero cambia de forma, es perturbador.
El naish río.
—Eso me gusta más, que colabores y admitas que tenía razón —el naish retrocedió hacia su piedra, girando sobre sí mismo y regresando a la forma de niño—. Ya te lo digo, mi instinto no falla desde hace trescientos cuarenta y dos años, cuando emparejé por error a aquella tatuadora y a Bedrio. Esos sí que fueron una pareja terrible…
—¿Ahora vas a ignorarme, hablándome sobre tus viejas historias? —preguntó el músico, regresando junto a su shamisen y sentándose a un lado.
—Para nada, disculpa que me disociara, ya sabes, cosas de ancianos de cientos de años. Por favor, continua con tu admisión de que tenía la razón.
Omar dejó escapar un suspiro divertido.
—Sí, tenías razón, Lisa es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
—Ya ves, amigo mío, si me hubieras hecho caso te hubieras ahorrado una cantidad enorme de preocupaciones durante este último año. Mira lo que ha hecho de ti con un solo revolcón, no quiero ni imaginar lo que habría sucedido tras un año —dijo, pícaramente, el naish—. O como hubiera dicho Darío de Adiertas —un momento más tarde su forma era la de un hombre obeso, vestido con una túnica verde y hojas otoñales entretejidas, ligeramente feo, pero con una voz que hubiera humillado a cualquier declamador—: …la pasión desbordante de dos cuerpos que se desean provoca un caudal indetenible de emociones que ahogan y arrastran a todas las preocupaciones mundanas, dejando que por esos instantes, la pareja alcance el éxtasis de las divinidades.
—No diría que fue tan así, pero es bueno volver a sentirme acompañado tras tanto tiempo solo.
—Espero que eso no signifique que le has contado toda la verdad —preguntó, Iori.
—No —al decirlo, el rostro del músico perdió la alegría—. Todavía es demasiado pronto para hacerlo y no creo que su padre apruebe nuestra relación.
—Espero a que termine el torneo para contárselo, si es que decides hacerlo. Pero lo de la aprobación paterna es una bobada, ya te dije que esa chica hará lo que quiera, incluso si es fugarse contigo como una adolescente.
El comentario hizo sonreír a Omar.
—Lo sé, es muy terca cuando se lo propone. Hoy la invité a venir conmigo, para que te conociera, pero se negó por completo. Me dijo que sólo te vería cuando creyera estar preparada.
—E hizo bien al no venir, no me hubiera dejado ver si la hubieras traído. Lisa es una de las mejores tejedores de sombras que he visto, pero sabe que debe ganarse personalmente el derecho a ver. Y eso es algo que me agrada mucho de ella —respondió el naish.
—Sabes, Iori, las cosas van demasiado bien y me preocupa que tanta felicidad desaparezca en un instante y todo se derrumbe —confesó el músico, mirando a los ojos a su compañero.
—Ahora hablas como yo, muchacho —dijo el naish, esbozando una sonrisa afligida—. Pero no puedo decirte que dejes de preocuparte y disfrutes del torneo, esta mañana dos hijos de la diosa paciente llegaron a la ciudad.
—Él está entre ellos, ¿no es así?
Omar se había levantado de un salto del suelo y se había acercado a Omar con una expresión que mezclaba miedo y dolor en un mismo gesto. Cualquier humano hubiera apartado la mirada si tuviera que darle una noticia así a un amigo, pero el naish no lo hizo.
—Sí, Sevan era uno de ellos —dijo y, al escucharlo, Omar cayó de rodillas frente a él—, pero no tienes que preocuparte tanto, los espié y sus asuntos tienen que ver con el imperio. Vamos, Omar, levántate del suelo y tranquilízate de una vez: ¡ellos no han venido por ti! Han venido a hablar de la situación en Kwar, la facción separatista emprenderá acciones…
Pero el músico no lo escuchaba. La mente de Omar se había entregado a la vorágine de pensamientos fatalistas que había estado reprimiendo:
¿Qué sentido tenía seguir adelante con la competición estando el dios tan cerca? ¿Lo reconocería al instante a pesar del cambio de forma o la magia del naish engañaría al dios? Lisa estará devastada cuando descubra que el hombre del que se ha enamorado era la tapadera de un criminal… Su deuda con la mafiosa y el contrato que había firmado, Emilian y Noly se convertirían en propiedad de aquella tiurense… Su vida, tal y como la conocía, volvería a derrumbarse por segunda vez… ¿Cómo había sido tan tonto para creer en poder redimirse sólo, en que podría ser famoso una vez más y regresar a los escenarios?… Él…
Omar sintió como lo sujetaban por el cuello de la camisa unas manos frías y lo ponían de pie. Cuando sus pies lo sostuvieron, esas mismas manos lo agarraron por los extremos del rostro y lo hicieron mirar hacia adelante, enfrentándolo con un rostro que casi había olvidado. Su mente demoró un instante en reconocer los ojos color miel, los pómulos altos, la nariz recta, el pelo negro, largo y recogido en una coleta.
Omar estaba viendo su antiguo rostro, ese que representaba la vida que lo llevó a ser condenado por el dios al cual servía. Un rostro cuyo nombre todavía se usa como una maldición en muchos templos del imperio. Un nombre que ahora Iori le gritaba, mientras lo sacudía:
—¡Valerian, reacciona de una vez o tendré que sacarte esos pensamientos a base de golpes!
No hizo falta que el naish llegara a la violencia, su voz, aquella que Sevan le había arrebatado a Omar, trajo al músico de regreso. Era una voz casi perfecta, versátil y más dolorosa para el músico que cualquier golpe.
—Abandona esa forma, Iori, no quiero volverla a ver —gruñó Omar, apartando la mirada, mientras trataba de zafarse sin éxito del agarre del naish.
Pero habría tenido más éxito si hubiera intentado patear a un dios: el agarre del naish era más férreo que el hierro. Iori estaba decidido a retenerlo y ya que su amigo se resistía, usó su fuerza inhumana para alzarlo sobre el suelo.
—Escucha bien lo que te diré, Omar —le dijo, cuando lo hubo alzado a un pie de altura—. ¡Mírame a los ojos y no seas un cobarde! Sí, mírame directo a los ojos y enfrenta de una vez a tu pasado, a lo que eras y abandona esa actitud. ¡Maldición, incluso me convenciste de que te diera una nueva forma cuando regresaste del exilio! Acaso, ¿todo eso de ser una nueva persona, de formar un grupo y ganar el torneo de talentos fue pura palabrería? ¡Me dijiste que no temerías al maldito dios que te maldijo! Así que ahora no puedes derrumbarte a mitad del camino. No, malditos sean los dioses…
El puñetazo de Omar provocó que el naish se callara durante un momento, pero no hizo que sus brazos lo liberaran, tal y como había deseado. El músico reprimió el grito de dolor que le causó el golpe y se aferró a esa sensación para calmarse, para recordarse que el naish era su amigo.
¡Qué el condenado dios recorriera las calles de la ciudad y lo viera tocar! Había cumplido con su castigo y había aprendido su lección de la forma más dura, que era admitir que el dios había tenido razón. ¡Sí, había cedido a sus miedos, pero ver como golpeaba su rostro le había recordado que ya no era esclavo de su pasado y se mantendría fiel a ese pensamiento!
—Iori, lo comprendo, ahora bájame.
—Eso es, muchacho —dijo el naish, devolviéndolo al suelo y adoptando la forma de una mujer anodina de vestido azul—. Dejemos ese tema a un lado y cuéntame los arreglos que tienes pensado para que tu adaptación de La caída de Beozan no arruine el pase a la final del grupo.
—¿Así sin más, sin una disculpa por casi romperme la mano con tu mandíbula? —preguntó el músico, alzando su mano enrojecida.
—Para nada, debería ser yo quien exija las disculpas, fuiste quien decidió pegarme con fuerza —respondió el naish.
—Está bien, fue mi culpa, me lo merezco —dijo Omar, mientras regresaba al lado de su shamisen y se sentaba, luego de lo cual agregó—: Gracias por ayudarme.
—Para eso están los amigos, Omar, para eso estamos —dijo Iori, regresando a su roca—. Ahora cuéntame sobre la obra, quiero escucharlo todo.
El músico le mostró una sonrisa agradecida a su amigo y se preparó para pasar el resto de la tarde discutiendo con él las mejores que había hecho a uno de los mayores dramas de la historia moderna.
Me gustaMe gusta
¡Reto cumplido! 👍
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias, horita en la noche subo dos caps más ^w^
Me gustaMe gusta
La música de los naish (09)
Capítulo 06 completo
Cantidad de palabras: 7380
Total: 26.934/30.000
El anfiteatro público de Irdis estuvo repleto de espectadores durante todo el día: en las gradas superiores, bañados por el sol, el pueblo llano y los obreros que habían logrado agenciarse una entrada para el primer día del torneo de talentos. Un puesto desde el cual, hombres y mujeres, no han dejado de aplaudir, abuchear o reírse de las presentaciones que han desfilado por el escenario.
Aunque ahora se muestran más cansados, debido a que han sufrido nada menos que un maratón de arte en todas sus manifestaciones y que se ha extendido por ya casi 80 obras.
Pero los habitantes de la ciudad de Evlín saben cómo lidiar con estos eventos, especialmente sus comerciantes, quienes han saturado los corredores y el espacio entre gradas cargando y arrastrando los más diversos productos: comida frita, tortas demaíz rellenas, jugos y refrescos de frutas comunes. Unas ofertas que también han sabido acompañar con regateos, discusiones y una que otra pelea menor. Lo normal, dicen los asistentes más viejos, que disfrutan tanto de estos sucesos como de las funciones.
Sin embargo, ahora que la tarde cae, algunos de los espectadores comienzan a regresar a casa para soportar a su familia o ser los hijos descarriados que buscan evitarla. También las visitas a los baños se hacen tan comunes como las cabezadas o espectadores que han aprovechado las crecientes sombras para darse un descanso.
Pero no es de extrañar que en la parte baja de gradas, las más lujosas y acomodadas, suceda lo mismo. El encargado de la familia imperial y los cinco sacerdotes del señor ingenioso que hacen de jueces, uno por cada una de las cinco artes; disimulan su aburrimiento con bostezos o juzgan con críticas más severas y cortantes a los últimos participantes, que, seamos sinceros, tampoco tienen demasiado talento. Y es que estos seis hombres y mujeres se han agotado tras haber visto los mejores espectáculos en la mañana y, ahora, su tarea se limita a mantener al mínimo el número de semifinalistas.
En el escenario, un joven dibujante se esfuerza por terminar el retrato al carboncillo de la jueza encargada de la danza. Sin embargo, sus manos no son lo suficientemente rápidas y el encargado de comprobar el reloj de arena, que se encuentra un puesto por debajo de los jueces, hace sonar su campana para señalar que se ha terminado su tiempo. El desgraciado artista se levanta de su banqueta y mira a los jueces, en espera de un veredicto que al ser dado es unánime: los seis han levantado sus pequeños carteles con la palabra, NO, pintada con una bella caligrafía. El artista hace una reverencia, recoge sus carboncillos y el caballete, para marcharse del escenario, mostrando un hermoso retrato a medio terminar que no acallan los abucheos del público que lo acompañan en su retirada.
—Si hubiera tenido un buen acompañamiento musical habría logrado que le prestaran más atención, el muchacho tiene su talento —comentó Omar, que se apartó de la ventana disimulada que había en los camerinos tras el escenario y miró a los integrantes de su grupo, vestidos con las túnicas blancas clásicas y sentados en el estrecho camerino.
Ninguno de los muchachos se miraba entre sí y, en dos turnos, saldrían al escenario.
—No todo se puede mejorar con música, Omar —dijo Emil, quien desde que recuperara a su novio, el día anterior, había vuelto a ser el mismo—. Al chico lo que le hacía falta era un rostro más agraciado, una camisa de mangas largas para disimular esos brazos esqueléticos y un reto más sencillo.
El músico negó y tomó su shamisen, antes de sentarse en una banqueta para afinarlo, usando una melodía simple para comprobar el sonido de sus cuerdas. Tras varios ajustes, Omar dejó que sus dedos volaran por las cuerdas y que la melodía se hiciera más profunda y expectante, imitando el ambiente opresivo de la habitación, momento en que se detuvo, al darse cuenta de que aquella no era la solución a la tensión en el camerino.
—Te luces, viejo —dijo Emilian, antes de girarse hacia Lisa, que jugaba distraída con las imágenes y colores que acompañaban los movimientos de sus manos—. Y tú, mi flor de Lis, ¿estás tan nerviosa que se te han quitado las ganas de hablar?
La noble alzó la mirada brevemente y no respondió. Sus manos jugaron a perseguirse en una espiral de gestos que ascendían y dejaron flotando en el aire, el rostro de un Emilian calvo y rasgos similares a los del dibujante que había abandonado el escenario.
—Esta es la cara que tendrás durante una semana si vuelves a causarnos problemas —dijo, Lisa, su voz casi un gruñido, pero que debido agudo de su tono, sonó divertido.
—Tranquila, no tienes que llegar a eso. Noly y yo prometimos que nos mantendríamos en casa durante toda esta semana y no haríamos nada. Palabra de tymeano arrepentido, créeme —el cantante alzó la mano izquierda, los dedos índice y corazón entrelazados—. Si me obligas a llevar ese rostro tendré pesadillas toda mi vida y el pobre Noly…
—¡No creo en esas promesas! —dijo la muchacha y le lanzó la imagen que había conjurado. Un momento más tarde el cantante chillaba, mientras intentaba encontrar su hermosa cabellera, desparecida de repente.
—¡Ustedes dos, compórtense, que no son adolescentes! —les gritó, Omar, dejando el shamisen a un lado para dirigirse a ellos—. Emilian, deja de molestar a Lisa y tú —señaló a la noble enfurruñada—, deja de torturar a Emilian o se lastimará las cuerdas vocales y todo habrá sido por gusto.
—Pero, Omar —comenzó a suplicar la noble, acercándose al músico—, después de todo lo que tuviste que hacer con esa mafiosa y la humillación que te hizo pasar mi padre para que te diera el dinero, lo menos que merece es sufrir un poco y que se muestre agradecido.
La tejedora de sombras se atrevió a tomar la mano de Omar al final del discurso. Pero, a pesar del contacto físico, Omar no cedió y señaló al tymeano que se había arrodillado y comenzaba a sollozar.
—Deshaz la ilusión, Lisa, por favor —le pidió, sin soltar su mano, tan pequeña y delicada entre la suya, llena de callos.
Ella alzó la cabeza y compartieron una mirada que la convenció de obedecer. Con un gesto casual de su mano libre, el rostro de Emilian volvió a ser el mismo. Emilian los miró desde el suelo y se secó las lágrimas, tenía los ojos enrojecidos, pero notaba el agradecimiento en su mirada. Entreabrió los labios para hablar, pero el que Omar se arrodillara a su lado y le tomara la mano lo silenció.
—Lisa, siéntate con nosotros —dijo, una vez que terminó de sentarse en cuclillas al lado de su músico. La muchacha dudó un instante, pero Omar apretó su mano y agregó un por favor.
Lisa cedió a la petición de Omar y se sentó a su izquierda, alejada del cantante.
—Omar, yo —comenzó a decir Emilian, pero el músico lo detuvo con un gesto.
—Ahora quiero que sujeten la mano del otro —susurró el músico, provocando una mirada recelosa entre los muchachos—, por favor, sin protestas.
Emil y Lisa asintieron y se sujetaron las manos, acercándose para cerrar el círculo que habían formado.
—¿Qué clase de magia occidental intentas hacer con nosotros, Omar? —preguntó el músico, mostrándose un poco nervioso a pesar de la sonrisa en su rostro. Lisa se limitó a sonreír y apretarle la mano.
—Tranquilos, no lo haré —dijo el director del grupo—. Sólo quiero que hagamos lo que en Heng llaman el hon-kai-teru, o, como se diría en buen sario: juntar nuestras cabezas.
—¿Un hechizo para vincular nuestras mentes?
—No, Emilian, ya te dijimos que no hay magia —respondió Omar—. No tienes nada que temer, el ritual es todo lo que describe su nombre: juntar nuestras cabezas, que es la manera que tienen los habitantes de Heng para reconciliarse. Y quiero que nosotros lo hagamos.
—Omar, yo…
Emilian intentó hablar una vez más, pero el suave apretón de manos que le dio el músico, sumado a su rostro calmado, lo detuvo.
—Somos un grupo y si queremos que todo salga bien —dijo, alternando su mirada entre Emil y Lisa—, que el esfuerzo que hemos realizado durante estos años no se quede en nada, tenemos que seguir un grupo y ahora no lo somos.
Ambos muchachos intentaron protestar, pero el músico se les adelantó:
—Lo que pasó estos dos últimos días no puede arruinar esos años de esfuerzo. Las deudas de Emilian no importan. Mi pacto de sangre no importa. El que haya tenido que humillarme para pedir dinero al padre de Lisa tampoco importa. Todos esos han sido sacrificios necesarios para convertir este momento en una realidad, en que estemos a punto de presentar nuestra primera obra y arrasar en este torneo de talentos.
—Omar, eres demasiado bueno con nosotros —le susurró, Lisa.
—Demasiado bueno, viejo. Haz hecho todo esto por nosotros y nos la pasamos peleando —por primera vez en mucho tiempo, el rostro del tymeano se mostraba arrepentido por sus actos.
El músico negó con la cabeza y aunque sus compañeros tomaron el gesto como modestia, Omar sabía en su interior que no era bueno, sólo se había hecho viejo y había aprendido a perdonar y seguir adelante: tras cierta edad los rencores sólo hacen daño y no traen satisfacciones.
Había aprendido a dejar ir la furia, de otra manera, el odio y el rencor hubiera devorado su cuerpo ante el simple recuerdo de que el dios le arrancara su voz, su fama y lo desterrara ocho años fuera del imperio. Durante el tiempo que había pasado se había rehecho en un hombre que era capaz de perdonar a Emilian y mantener la unidad de su grupo, todo fuera en favor de lograr redimirse a sí mismo. Pero, claro, eso no fue exactamente lo que les dijo:
—De una manera u otra, nos hemos convertido en una familia —susurró, inclinándose hacia adelante y forzando a que sus compañeros imitaran su gesto—. Si uno de nosotros se siente mal con otro miembro, nuestra actuación se resiente, al igual que lo hace cuando no nos ponemos de acuerdo o discutimos. Pero sé que sería tonto de mi parte que se perdonen de inmediato, pero sí les pido que recuerden por qué estamos aquí.
—Estamos aquí para participar en el torneo —respondió Lisa y Omar asintió, para, luego, mirar a Emilian.
—Estamos aquí para ganar el torneo —respondió el tymeano con una sonrisa.
El músico se inclinó un poco más y, por fin, las cabezas de los tres se tocaron. No todas al mismo nivel, la de Lisa casi en la mejilla de sus compañeros y la del tymeano un poco más alta que la de Omar, pero aquel detalle solo les hizo reír. Habían creado un espacio íntimo en el que compartían sus respiraciones y la cercanía de sus rostros no les era incómoda.
Cuarenta y ocho latidos más tarde se separaron y se levantaron del suelo.
—¿Para qué estamos aquí? —volvió a preguntar Omar, mucho más alto.
—¡Para ganar el torneo! —respondieron sus compañeros.
—Eso es, ahora mostrémosle porque merecemos ese puesto en la clasificación.
***
El sonido envuelve el escenario y asalta las gradas desde la oscuridad del escenario, tomando por sorpresa a los espectadores distraídos y, a uno que otro somnoliento, incitándolos a que se giren hacia el origen de la música. Los más versados en el arte de los sonidos descifran de inmediato que son los dedos hábiles de un músico quienes extraen aquel sonido de las cuerdas de un instrumento extraño, que no identifican con precisión: ¿un laúd, un arpa, citara? Pero no, sus notas son simples y se suceden en una rápida sucesión, así que lo más probable es que sea un instrumento exótico.
Sin embargo, a pesar de la extrañeza con que se toca la tonada, les es familiar a todos los espectadores y al jurado. Es una melodía que han escuchado tocar decenas o cientos de veces a lo largo de su vida y saben que pertenece a la obra El conquistador, de Esileo, dramaturgo del primer siglo del imperio y que narra la creación del imperio sario por su fundador: Tesio.
La oscuridad en el escenario se hace más intensa, si es que el negro puede volverse más oscuro. La oscuridad se convierte en una masa viva que semeja a la medianoche y, como la marea nocturna, amenaza con salpicar las gradas inferiores. Una imagen que de otra forma podría haber sido amenazadora, pero con la música fluyendo desde su interior incita más a la curiosidad, a los deseos de saber que misterio revelará cuando se disipe.
La melodía se hace intensa, las notas más rápidas e hipnóticas, anunciando que el preludio a la obra casi ha terminado. Escuchándola, los espectadores que se habían levantado para irse, regresan a sus asientos, convencidos de que pueden llegar un cuarto de hora más tarde a sus hogares, mientras que los vendedores pregonan sus mercancías un poco más bajo y el jurado se endereza en sus sillas, interesado por primera vez en campanadas en el escenario. Muchos de ellos se dicen que, quizás, todavía quede una función que valga la pena observar.
Las notas llegan a un crescendo y, luego, descienden hasta convertirse en un murmullo que acompaña el sonido metálico de las armaduras que usan los hombres que comienzan a emerger de la oscuridad: hay decenas, cientos de ellos. Es difícil contarlos, pero no hace falta un número o un narrador que le cuente al público cuál es esta escena. Solo es necesario mirar a la figura que camina a la saga de todos ellos, alto y sujetando un casco sin visera entre las manos: es Tesio, el fundador del imperio y aquella escena representa el escape de su compañía mercenaria de la trampa que le tendiera Persiades, emperador de Meridian.
La figura del conquistador se aclara a medida que se acercan a la luz de las antorchas de un campamento militar. Ahora los espectadores pueden detallar su cota de malla esmaltada en rojo, los rasgos finos y los rizos negros apelmazados sobre un rostro curtido por el sol y marcado por las cicatrices de la guerra. Ciertamente no es un hombre atractivo, pero sus rasgos imponen una fuerza de carácter y voluntad inquebrantable.
Sin embargo, la expresión de su rostro denota dolor y pérdida. A pesar de que en la vaina de su cinto cuelga Cuchilla Helada, la espada que ganase a un dios en una apuesta y con la que, apenas media campanada antes sesgara la vida de tantos enemigos para abrirle paso a sus tropas, no pudo salvar la de quien más le importaba. El héroe y mayor mercenario del pueblo sario aprieta el casco dorado que cargan sus manos contra su pecho. Un casco que no le pertenece, sino a Alain, su mejor amigo y compañero, ese que cayera al comienzo, víctima de un tajo perdido y a quien se ha visto forzado a dejar atrás.
El público observa silencioso como la expresión lejana de Tesio desaparece al acercarse su segundo al mando desde el campamento, que ha sido salvado por los hombres que dejara apostados tras confiar en la corazonada que tuvo al inspeccionar el reporte de un espía. Su hombre de confianza le pregunta por lo sucedido y, por primera vez, el actor que representa a Tesio habla, dejando que una voz fuerte y transida por el dolor inunde las gradas.
Es así como el público conoce de la traición del emperador, de cómo el cobarde de Persiades encerró a sus mejores generales mercenarios y los hizo pasar por cuchilla, otorgándoles un regalo de sangre por haber construido su imperio. El actor también relata la manera en que Tesio y sus hombres escaparon, como nunca dejaron sus armaduras y espadas a pesar de que el vino, las mujeres y los jovencitos se les ofrecieron como salidos de un manantial. ¡No, ellos se mantuvieron alertas y pudieron cerrar filas cuando la trampa del emperador intentó aplastarlos! Blandiendo sus espadas y manteniendo la cohesión de su falange es como lograron salir del palacio y llegar con vida al campamento, creando un camino de muerte en el que los dioses también cobraron su impuesto sobre sus hermanos de armas… de Alain…
El segundo de Tesio sujeta por el antebrazo a su líder cuando escucha que su voz flaquea, impidiendo que se desmorone frente a sus hombres. Para distraerlo, le señala a la lejanía, desde la cual se puede ver la ciudad traidora cubriendo la cima de una colina y un nutrido grupo de jinetes que cabalga hacia ellos.
Ante la amenaza, Tesio endereza el cuerpo y estudia con dos vistazos al enemigo y a sus tropas. Un momento más tarde ha tomado una decisión: deben irse; enfrentarse a ellos sería arriesgarse a que lleguen más tropas que los sobrepasen. Sus siguientes órdenes se escuchan con claridad: subir a los caballos y dejar en el campamento todo lo que no sea agua y comida. Mientras, le ordena a su escuadrón de encantadores enviar hechizos de confusión a los jinetes y provocar caos.
Tesio, acompañado de su segundo al mando caminan hacia su caballo ensillado y monta, observando como sus hombres cumplen con lo que se les ha dicho. El ritmo de cabalgata de la tropa que los persigue se ha vuelto errático y algunas figuras comienzan a atacar a otras. Pero la mirada del líder sario está en la ciudad, contra la cual lanza un juramento de venganza. Luego, amarra del pomo de su montura el casco de su amigo y les grita a sus hombres que se apuren.
Su caballo caracolea y se enreda con más fuerzas las riendas en su mano izquierda, mientras con la derecha palmea a su montura para calmarla. Un momento más tarde la escuadra de encantadores sube a sus monturas, terminado su trabajo. Tesio les agradece su ayuda y con un grito su compañía parte hacía el hogar, allí donde el Morán se convierte en el mayor río del mundo y las venganzas siempre se cumplen.
Una música grave acompaña la partida de los jinetes, imponiéndose por encima del sonido de los cascos de los caballos y el choque de los metales de la batalla lejana. El escenario vuelve a oscurecerse y los espectadores que provienen de las partes del imperio que han sido conquistadas más recientemente aprovechan para susurrar que el mayor héroe de los sarios es un tragaflautas o que le gustan más las espaldas anchas que los senos suaves de una mujer. Claro, esos susurros siempre se dicen lejos de los más patrióticos que los mandan a callar. Mientras que las mujeres en el escenario sufren de un interés repentino por la figura del conquistador o, ¿acaso será del actor que lo interpreta?
Sin embargo, en la mesa del jurado, varios de los sacerdotes discuten sobre lo versátil que es la voz de quien interpreta a Tesio, mientras que el representante del arte musical comenta el talento del músico que hace el acompañamiento de la obra, su versatilidad y el cómo puede lograrlo con un instrumento tan simple. Pero, de todos los miembros de esa grada, el más impresionado y preocupado de todos, es el encargado de vigilar el reloj de arena. Este sabe bien que la obra de Esileo fue creada para ser representada durante toda una campanada y se preocupa de que el grupo haya escogido una obra que no puedan finalizar a cambio de causar una buena impresión. Por eso le reza al dios de los hombres ingeniosos para que estos artistas hayan hecho lo contrario.
La música del shamisen cambia y se vuelve ligera, anunciando una nueva escena. Poco a poco, la oscuridad en el escenario cede a los tonos naranjas y verdes de una pradera al amanecer. En el centro de este, está el conquistador, montado sobre su caballo y dirigiendo a una tropa de hombres cansados, pero felices de haber llegado a la ciudad que llaman hogar: Saria.
Momentos más tarde, la imagen de la ciudad se cierne sobre los mercenarios y las grandes puertas de la muralla se abren sin mediar palabra. El centinela ha reconocido al mayor héroe de su pueblo y tras ordenar la apertura, los cuernos rugen, anunciando su llegada.
Sin embargo, la entrada de las tropas a la ciudad no es una triunfal, como tantas veces sucediera en el pasado, al regresar de alguna campaña. No, los rostros silenciosos, marcados por el cansancio y el dolor cuentan las malas noticias. Por eso no hay gritos ni alabanzas, sino una multitud de madres, esposas e hijas que se arremolinan alrededor de los soldados mientras estos avanzan hacia la plaza de la ciudad y gritan su dolor cuando llaman a un hijo, un esposo o un padre y este no les responde.
Tesio, detiene su montura al llegar al centro de la plaza, bajo la sombra de la deidad protectora de la ciudad y a los miembros del Consejo que rige la ciudad: hombres y mujeres mayores, vestidos con túnicas color rojo vino, cerradas con los broches esmeralda que marcan su condición.
Son estos personajes los primeros en hablar, sus palabras son gritos que lanzan acusaciones de incompetencia y locura por haber traído tras ellos las represalias del emperador, poniendo en peligro la urbe fundacional con tal de esconderse bajo sus togas. Con cada nueva palabra de los consejeros, el rostro de Tesio se contrae más y más por la furia, pero, aun así, los deja hablar un poco más, esperando que de sus bocas salgan las sabias palabras que se esperan de las personas de su rango. Pero no hay ninguna, solo un flujo continuo de recriminaciones.
Cansado de aquella estupidez, desciende de su caballo con un movimiento fluido, lo violento del gesto hace que la plaza se silencie y sus pasos resuenen como los de un gigante cuando se acerca al grupo de ancianos. Golpea al líder del consejo con su puño en el pecho y lo hace retroceder, ahora es su voz la que se impone e intimida al funcionario:
“¿Acaso querías que mis hombres y yo muriéramos en esa trampa, Nolan? ¿Acaso crees que he venido cabalgando a través de medio mundo para esconderme debajo de sus túnicas y mendigar una protección que no pueden dar? No, cobarde criatura consagrada a la política. He regresado a nuestro hogar para darle la oportunidad a mis hombres de ver a sus familias, de informar a los dolientes de las perdidas de sus seres queridos. Pero, sobre todo, he regresado para dar inicio al ritual de los lamentos, para honrar a los caídos y jurar que traeré de regreso sus cuerpos. Por eso he venido a convocar a todos los sarios, hombres y mujeres, que sean capaces de empuñar un arma y tengan sangre en las venas para unirse a mis tropas mañana al amanecer para regresarle al imperio meridio el regalo de sangre que nos ha hecho.”
El actor ha recitado, desbordante de emoción el discurso con que tantos historiadores y narradores han inmortalizado al fundador del imperio. Unas palabras que todavía provocan estremecimientos en el público patriota, mientras que en el escenario hace que el pueblo sario brame su acuerdo.
Tesio no le da tiempo a reaccionar a los consejeros y les da la espalda, tomando las riendas de su corcel para abrirse paso entre la multitud hasta donde ha visto que se encuentran de pie su prometida, hermana de su Alain y su madre. Es en este encuentro donde los juglares más pícaros y poco leales al imperio juran que el héroe se arrastraría como una mujer con el corazón roto, pidiendo perdón por la muerte de su amante. Sin embargo, los intérpretes de esta obra han optado por una versión más ortodoxa:
Tesio deja las riendas de su corcel a un lado y toma del pomo de su montura el casco de su amigo/amante. Con este entre sus manos se arrodilla ante las mujeres, casi idénticas, diferenciables solo por las arrugas del tiempo. Desde esta posición les pide disculpas por no haber sido capaz de regresar con Alain, de que Cuchilla Helada no haya sido suficiente para mantenerlo seguro y, con un gesto teatral, lanza su espada divina hacia ellas.
Sin embargo, aunque el dolor llena las facciones de ambas mujeres, se mantienen firmes, sin ceder a la debilidad de aquel hombre que todos en esta ciudad alaban y ahora ven humillarse. La matrona le ordena que se levante y recoja su espada, y que no solo le ofrezca una disculpa, sino que le jure a toda la ciudad que traerá venganza por los caídos, no sólo por su hijo. Luego, mientras Tesio se levanta, la matrona recita la antigua máxima que tantas madres sarias han repetido a lo largo de la historia:
“…el destino de los hijos que parten a la guerra recorre dos caminos: la gloria o la muerte, y una madre acepta ambos cuando los ve partir.”
La hermana de Alain recoge la espada de su prometido y se la entrega, momento en que comparten un beso y ella se aleja, para entregarle el casco a su madre. La matrona aprieta el casco y vuelve a mirar al héroe silencioso, que ahora aferra su mano a la de su hija.
“Ven esta noche a nuestra casa, Tesio, y celebraremos tu unión con mi hija, para que ese dolor no te consuma por completo y tengas una razón para regresar vivo de esta venganza.”
“Gracias, madre.”
Con esa respuesta del héroe la escena termina y la oscuridad devora el escenario. Luego, una melodía nostálgica, evocadora del pasado, susurra que la vida continúa y llena el intermedio.
Ahora, incluso los que llamaron tragaflautas al fundador, callan, impresionados por una escena tan poderosa. Solo quedan para criticar los espectadores más cínicos, que se burlan del dramatismo y cuestionan la veracidad del discurso de Tesio y la matrona. Pero a estos últimos nadie les hace caso, ni a ellos les importa que lo hagan: han venido a ver sus propias obras, creadas con sus comentarios y soledad.
En la mesa del jurado, el encargado del entretenimiento imperial, que ha visto cientos de interpretaciones distintas de la obra, anota del nombre del grupo, pensando que quizás merezca la pena contratarlos para presentar la versión completa durante las celebraciones por la fundación del imperio. El grupo tiene talento, pero no está seguro de que puedan avanzar en las semifinales si se apegan a lo patriótico, aunque, por lo menos, ya se han ganado un buen trabajo.
Los murmullos que se han alzado entre el público callan cuando el escenario se aclara y muestra la impresionante congregación en las afueras de la ciudad de sarios, hombres y mujeres, todos vestidos para la guerra. Han venido para apoyar a su héroe y vengar la sangre de sus hermanos, esposos y amigos. Apenas han pasado unas campanadas desde que se reunieran y ya deberán enfrentarse a su primer combate: ¡el ejército que Persiades enviara en persecución de Tesio y que ahora se divisa en el horizonte!
Sin embargo, los combatientes están seguros de que triunfarán sobre estos invasores y derramarán la sangre de los ofensores a su pueblo. En sus rostros se puede ver que ninguno duda de que su comandante, ese que grita órdenes en la vanguardia los llevará a la victoria.
El escenario se estrecha para enfocar la imagen del actor que interpreta a Tesio, quien se ha parado sobre los estribos de su caballo y desenfundado su espada divina, ordenando con ella la marcha. El sonido de miles de sandalias recorre el anfiteatro, al principio descoordinadas, pero pronto captan el ritmo de sus compañeros y comienzan a cantar su himno del combate: firme, monótono y aterrador.
Mientras esto sucede, los espectadores cínicos alaban para sí mismos el detalle que ha tenido el tejedor de ilusiones de alejar la imagen del héroe sario y mostrar las diminutas figuras del consejo de la ciudad sobre las murallas, negando con la cabeza. Ellos no ven gloria ni venganza en el combate que se acerca, sino a los primeros muertos de una aventura suicida que podría acabar con su pueblo.
Por su parte, para el espectador culto, las siguientes escenas le parecerán un poco irrespetuosas con la obra original, que se desgrana en una larga sucesión de batallas y hechos que transforman la venganza en una rebelión en todo derecho contra el poder imperial. Pero también comprenden que las exigencias del tiempo se imponen en este tipo de actuaciones, resumiendo todos estos sucesos a emotivas imágenes acompañadas por una música vibrante, enérgica, triunfal, que es complementada por breves intervenciones del actor-cantante.
De esta manera, el público disfruta de las versiones abreviadas de las batallas en las llanuras fluviales del Morán. Las alianzas con varios pueblos subyugados por otros líderes mercenarios, así como la reunión en la cual los líderes rebeldes lo nombran libertador y su líder. Último hecho en el cual el grupo de teatro muestra la participación activa de la hermana de Alain quien anima a que el gran Tesio aceptara el puesto.
En cada nueva escena el ejército que apoya al antiguo líder mercenario es mayor, y menos los ejércitos y compañías que manda Persiades para detener su avance. El nombre de Tesio se ha convertido en la maldición más repetida en boca del emperador y sus generales, así como un castigo para aquellos que lo traicionaron.
Los jueces asienten en sus puestos, mostrando su acuerdo con el uso del resumen para acomodar la longitud de la obra original a las restricciones de la presentación. Y es el encargado del reloj quien más expresa su acuerdo con el arreglo hecho por el grupo, aunque todavía sigue preocupado debido a que su tiempo en escena roza los límites de lo permitido.
Pocos son los que se han marchado durante la presentación: unos cuantos fanáticos antiimperialistas y aquellos a los que compromisos más urgentes han obligado a retirarse. Pero los que se han quedado, observan ahora ensimismados la llegada del ejército de Tesio a las murallas de Meridian y como el gran conquistador pone en asedio la amplia colina sobre la que se asienta la capital imperial.
La imagen se aleja del actor y, como si ahora lo viéramos desde el ojo de una gran ave, la tejedora de ilusiones acerca su imagen a las murallas de la ciudad. Algunos miembros del público, los más inmersos en la obra, hacen un gesto de asco o apartan la mirada ante la visión de las redes llenas de cadáveres putrefactos que cuelgan de las almenas. Los espectadores más veteranos obvian la escena grotesca y centran su mirada en el emperador cuya risa demente precede su alocado discurso:
“Aquí tienes a los que has venido a buscar, traidor, junto a todos aquellos que mostraron algo de simpatía por ti. Intenta recuperar a tus compañeros y ten esa venganza tuya… si es que puedes. Pero, primero tus hombres tendrán que trepar por encima de las carnes flácidas de sus antiguos camaradas y ser blancos fáciles de mis arqueros y encantadores. Retírate y admite que todo esto fue una idiotez y dejaré que te los lleves, así de grande es mi misericordia. O condena al resto de tus hombres a unirse a sus compañeros.
Algunos en el público abuchean, pero son solo los más leales al trono, el resto de los espectadores se queda en silencio, a la espera de que la tejedora de ilusiones vuelva a enfocar la escena en Tesio. Tras unos momentos acompañados por una música tensa, el actor ocupa el centro del escenario, montado sobre su caballo, el rostro deformado por la rabia y el dolor. Se quita el casco de su amante y lo aprieta con fuerza antes de gritar su desafío, respaldado por las voces de otras cuarenta mil personas.
El grito reverbera en el teatro y la escena se oscurece, dejando entrever los preparativos de un asalto frontal. La imagen de Tesio sobre un montículo solitario, con la espada desenfundada arengando a sus hombres hasta que un rayo moribundo de luz se refleja dorado en su hoja y todo el escenario desaparece dentro de su brillo.
Los espectadores que han sido legionarios o conocen algo de historia, aprovechan el descanso para comentarle a sus compañeros de asiento sobre la inexactitud del hecho y de que, con una carga frontal, el conquistador habría llevado a sus hombres a la derrota. Lo correcto habría sido, dicen unos, asediar la fortaleza, lanzar piedras, fuego y magia sobre ella y así debilitar a sus defensores, despejando las almenas para un asalto con escalas. Pero, por encima de todo, evitar tener que escalar por encima de sus propios muertos.
Al mismo tiempo, los miembros del jurado tratan de identificar cuál templo habrá entrenado a la tejedora de ilusiones de este grupo, tan dotada y versátil. Quizás sea una gran figura que se divierte haciendo una presentación en el anonimato, sugiere uno de los sacerdotes. Quizás, quizás, responden los demás, valorando la posibilidad y haciendo una lista de las grandes tejedoras que no se han presentado a este torneo, pero lo que sí es seguro es que no puede ser una simple autodidacta. Mientras siguen especulando, el joven encargado del tiempo ve que ya sólo les queda un octavo de la arena inicial al grupo y, como un niño que no quiero ver como su perro favorito pierde en las carreras, lo urge a apresurarse.
La luz del escenario desaparece y la escena que muestra es la de una cruenta batalla sobre las murallas: los invasores contra los pocos soldados que todavía le son fieles al emperador de una sola ciudad. La figura de Tesio destaca en la multitud, su espada atravesando todo lo que encuentra a su paso, indiferente a si lo que corta es acero, madera o carne.
Muchos espectadores agradecen en silencio que el grupo omitiera la escena de escalada, que por lo grotesco y repulsiva, hubiera arruinado su impresión de la obra, por más fiel a la historia que fuese. Sin embargo, Tesio no lucha solo, sino que avanza junto a una apretujada escolta de guerreros y dos encantadores que agitan sus manos y pronuncian hechizos en lenguas muertas cuya pronunciación recuerda a la música y dejan caer la furia de los elementos sobre el enemigo.
El conquistador blande su espada y con su golpe acaba con el grupo de guardias que protegen la entrada a la torre por la cual descienden él y sus guardias. El actor baja corriendo los escalones, el sonido del shamisen realzando la emoción del momento, que culmina con la salida a las calles.
La tejedora de ilusiones, quien ha seguido su descenso de cerca, ahora cambia el enfoque y muestra como desde toda la muralla comienzan a descender los soldados de Tesio. Pero el guerrero no espera a tener una nutrida masa de guerreros a sus espaldas para adentrarse en las calles vacías gritando:
“¡Persiades! ¡Persiades! ¡Enfréntame y déjame castigarte por tu traición!”
Su grito, lleno de intenciones asesinas inunda el teatro, y se repite una y otra vez, mientras las calles se hacen cada vez más amplias, a medida que se acercan al palacio, persiguiendo al último séquito del emperador, quien había estado en la muralla. Pero el emperador rehúye en todo momento su desafío, enviando a sus últimos soldados para convertirse en pasto de la hoja del conquistador.
El emperador intenta subir las escaleras que conducen al palacio, pero el traidor, cansado, tropieza y cae al suelo, donde se gira rápidamente, presintiendo la cercanía de la muerte.
Tesio se detiene y le apunta con su espada:
“Levántate del suelo y enfréntame como un hombre, le grita. Saca tu espada de esa vaina inútil y defiende con tu sangre, por una vez, el imperio que reclamas como tuyo.”
“Maldito,” le grita Persiades levantándose del suelo. Con un gesto furioso intenta desenfundar la espada, pero este queda a medias…
El emperador intenta gritar la traición de la estocada del conquistador, pero se ahoga en sangre, la hoja de Tesio se ha hundido en el centro de su pecho. Con un movimiento rápido, el guerrero ha reducido la distancia que lo separaba del emperador y le ha clavado su espada.
El cuerpo moribundo del emperador descansa durante un instante sobre el hombro de su asesino, donde, gracias a la magia del teatro, los espectadores escuchan lo que le susurra el héroe sario: nunca mereciste una muerte justa.
Con un empujón, Tesio se deshace del cadáver y, con un movimiento experto, libera su espada del cuerpo mientras este cae al suelo. Un momento más tarde la alza, ensangrentada, en dirección a la multitud de soldados que se ha congregado y llenan la plaza que rodea el palacio. De sus gargantas sale un único grito que estremece el escenario:
“¡Emperador! ¡Emperador! ¡Emperador! ¡Emperador!”
Tesio sonríe, feliz y satisfecho de haber vengado a su amigo, compañero y amante.
Con esta escena, acompañada por una melodía triunfal se desvanece la escena, oscureciendo por última vez el escenario, para, momentos más tarde, revelar las figuras sudorosas de los tres intérpretes que le han dado vida: la tejedora de ilusiones, el actor-cantante y el músico. Juntos, se toman las manos y se inclinan, para recibir el aplauso del público.
La noche ha caído y uno de los jueces le pregunta, en medio del estruendo, al encargado del reloj de arena cuando ha terminado la función. El joven acólito, campana en mano, le confirma que sí, que ha terminado dentro del tiempo. El juez se gira para informar a sus compañeros de este hecho y el muchacho, mira el reloj, felicitándose a sí mismo: después de todo, con aquella luz nadie se hubiera dado cuenta de que su tiempo se les había terminado con el primer grito de emperador.
Los miembros del grupo miran, expectantes, como los miembros del jurado y el encargado de entretenimiento imperial conferencian brevemente, cuestión de pura formalidad, antes de anunciar su decisión alzando sus carteles. Así lo hacen y los miembros del grupo gritan de emoción: ¡ha sido un sí unánime!
El público vuelve a aplaudir y el grupo se abraza, retirándose de esta forma del escenario para darle paso a la siguiente presentación.
***
Cuando Omar llegó al camerino, sólo podía pensar en que lo habían logrado. A pesar de las dificultades, de los años de trabajo duro y de los problemas en los últimos días: ¡lo habían logrado! Todos aquellos obstáculos eran ahora un recuerdo lejano y lo único que importaba era el presente feliz en el cual estaba viviendo, ese en el cual habían clasificado a las semifinales del torneo de talentos del imperio y dado una impresión tan buena de su trabajo, que el público los había ovacionado.
¡Ah!, como había extrañado Omar el sonido producido por miles de personas aplaudiendo una de sus actuaciones, incluso si eran las de un público tan modesto como. Pero, al fin y al cabo, eran un reconocimiento a su trabajo artístico…
¡No!, se apresuró a corregir su pensamiento, eran un reconocimiento al trabajo de los tres, con quienes había logrado darle vida a sus proyectos de redención y hoy le habían hecho ganar el primero de sus triunfos.
Y aquello debía celebrarse: el esfuerzo compartido, la gloria y estar un paso más cerca de su objetivo. Ya lo escucharía Iori cuando se lo contara aquella noche y por una vez alegraría su semblante. Le mostraría que podía estar equivocado y que el dios si estuviera dispuesto a perdonarlo.
Pero no, quizás las cosas no fueran tan fáciles, el pensar en que el dios lo perdonara devolvió a la realidad a Omar. Aunque también hay que notar que el tirón de manga que le dio Lisa contribuyó lo suyo: habían llegado al camerino y los tres no cabían juntos por la puerta. El grupo se separó de su abrazo colectivo y Emilian entró primero a la habitación, pero el músico se quedó allí, absorbido por las posibilidades de que aquella felicidad sólo fuera transitoria.
—Vamos, Emilian y Noly nos han preparado una sorpresa de agradecimiento —le dijo la pequeña noble, tomándolo de la mano.
Ambos sonreían eufóricos por el logro y, quizás, la primera vez en años, que se miraban directamente a los ojos sin evitarse al cabo de unos instantes, sin prejuicios ni timidez, que frenaran lo que sentían. Un pensamiento surgió en la mente del músico y lo retó con un simple: ¿por qué no?
Sí, ¿por qué no?, pensó Omar para sí.
Dejó su shamisen apoyado contra la pared y tiró de la noble hacia su cuerpo. El rostro de Lisa se volvió anhelante y enrojeció cuando sus cuerpos se juntaron. Un momento más tarde se alzaba en puntas de pies para tomar el rostro del músico entre sus manos y besarlo.
El beso no fue perfecto, sino más bien tímido y algo torpe, con algún pelo de la barba del músico de por medio, pero era un detalle insignificante que no les importó. Aquel era el momento que habían estado esperando durante más de dos años.
—Yo… —comenzó a decir Omar, cuando sus labios se separaron y su mente buscaba una manera de disculparse, de justificar aquel suceso, pero Lisa se le adelantó:
—No tienes que decir nada ahora, ya hablaremos más tarde —dejó que sus dedos se entrelazaran con los del músico—. Después de todo, tendremos esta noche sólo para nosotros y celebrar.
Omar tuvo que reírse por el atrevimiento de su compañera de grupo, siempre tan callada y ahora tan atrevida. Pero, para que negar que le complacía aquella oferta. Así que se inclinó y volvió a besarla…
—¡Por fin decidieron sacudirse esas pulgas de encima! —la voz de Emilian los tomó por sorpresa, y Omar casi se sonrojó, pero no dejó de sujetar la mano de Lisa—. Y yo que venía a ver que estaban haciendo que los demoraba tanto y encuentro que estaban montándose una celebración privada, pillines.
El tymeano fingió ofenderse, pero aquello sólo había sido una distracción para acercarse y abrazarlos.
—Me alegra que haya sucedido —les susurró—, pero no se queden ahí sin decir nada, entren, podemos celebrarlo con el vino que trajo Noly y luego irnos a beber a un establecimiento que tenga camas para…
—Podría sugerirles mi taberna —la voz de Nika hizo que el grupo se girara hacia el pasillo, donde encontraron a la mafiosa, vestida con lujo y usando una capa de color seda vino que gritaba riqueza y, al mismo tiempo, cumplía la función de ocultar su brazo mecánico. Tras ella estaban Badric y otro matón desconocido, usando con ropas de buen corte, pero sin llamar demasiado la atención.
La presencia de la mafiosa hizo que la euforia de Omar diera paso a una rabia fría. Con gesto firme, dio un paso adelante para proteger a los miembros de su banda, aunque sabía que no habría una pelea.
—Creo que rechazaremos amablemente tu propuesta —dijo, y obvió el gritillo femenino que escuchó a su espalda, que debía pertenecer a Noly.
—Es una lástima —respondió la mafiosa, llevándose la mano mecánica al pecho, simulando un gesto ofendido—. Pero, dejando esas tonterías a un lado, he venido a felicitarlos, Omar. Quería que ver que tanto de tú confianza de ganar el torneo estaba respaldada por talento real y admito que me sorprendieron: son buenos y eso me alegra, debido a que aumenta las posibilidades de que me paguen y no tengamos que acudir a las desagradables cláusulas de nuestro pacto de sangre.
—Dije que pagaría y así lo haré —respondió el músico sin dejarse intimidar por la antigua militar—, pero por ahora nos gustaría retirarnos a celebrar.
—Por supuesto, sólo no lo hagan en exceso, no quiero que mis intereses se vean perjudicados —Nika les regaló una sonrisa depredadora y se marchó junto con sus guardaespaldas.
—¿Les molesta si vaciamos esa botella de vino ahora? —preguntó Emilian, su voz un susurro, mientras acariciaba los cabellos de su novio, aferrado a su brazo.
Ninguno de los músicos rechazó la oferta. El alcohol les haría olvidar que su felicidad también estaba teñida de amenaza.
Me gustaMe gusta
Buenas! ME gusta mucho esta historia, pero hace rato no actualiza. Habrá más capítulos?
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias por la lectura Ghost-reader, habrán más actualizaciones de la historia, pero ahora estoy buscando trabajo y no he podido dedicarle más tiempo, pero antes de finales de febrero debo subir dos capítulos más que ya tengo escritos en mi agenda.
Me gustaMe gusta
Leído! Me gusta que se deje ver que Omar ya ha practicado un pacto de sangre antes, le da su halo de misterio. Además, se deja caer que no es ajeno a los sacrificios, y eso también te hace querer encontrar más pistas sobre su pasado.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Una vez más, muchas gracias por leerlo y veo que vas cogiendo las pistas al aire como con los capítulos anteriores 🙂
Me gustaLe gusta a 1 persona
La música de los naish (08)
Capítulo 05 completo.
Cantidad de palabras: 3.540
Cantidad total: 19.554/30.000
El carruaje en que viajaban Omar y los matones se alejó del centro cultural de la ciudad y evitó las avenidas principales, bajando hacia el puerto por una calle sin adoquinar. Rabioso era quien iba al pescante, conduciendo el carruaje, mientras que Badric lo acompañaba en el interior.
—Pareces buena gente, Omar —comenzó a decirle el matón, mientras el olor del mar comenzaba a hacerse sentir en la nariz—, y todavía estás a tiempo de abandonar esta idea y que te dejemos en la primera entrecalle por la que pasemos. Emilian y esa putilla suya nos sirven y has comprobado que ninguno de los dos vale nada, menos firmar un pacto de sangre para beneficiarlos.
A Omar el matón había comenzado a agradarle, y no podía negar que tenía razón en sus palabras. Parecía que Badric era un hombre medianamente decente bajo aquel pellejo de tipo duro. Un rasgo extraño de encontrar en un cobrador de deudas de la mafia. Sin embargo, eso no cambió su respuesta:
—Pueden serlo, pero, al menos a Emilian, lo considero un amigo y lo necesito en su mejor forma para participar en el torneo de talentos. Y para eso necesita a Noly con él.
El matón resopló.
—Y yo pensando que lo hacías por un motivo más noble —dijo—. Pero al final eres como nosotros: te motiva el interés. Aunque, ¿de verdad crees que un grupo tan poco conocido podrá ganar el torneo y conseguir el dinero para pagar la deuda? —sin darle tiempo a replicar al músico, negó con la cabeza, durante un momento en que la luz de la calle iluminó su rostro—: Retiro lo dicho, abuelo, estás casi tan loco como tu cantante.
—Tenemos buenas posibilidades —se limitó a responder, Omar.
—Lo que tu digas, viejo. Sólo espero que no intentes usar eso para convencer a Nika.
—No, ¿y entonces qué hago?
—Ah, eso no, sin información ni ayudas. Te has metido en la boca del cocodrilo tu sólo, ahora trata de que no te aplaste cuando cierre las fauces.
Omar le devolvió una sonrisa sarcástica desde la oscuridad y dejó que la conversación muriera allí.
En silencio, recorrieron las seis calles que le faltaban hasta llegar a la avenida del puerto. Un tramo en el que la presencia del mar se hizo omnipresente y el sonido de las olas se mezclaba con el de los locales abiertos y los grupos de marineros que acababan de llegar a tierra.
Unas grandes farolas de hierro fundido bordeaban los extremos de la avenida, llenando de luz tanto la calle como los diversos locales que se alineaban a lo largo de su trayecto: grandes almacenes, oficinas de la aduana, la guardia del puerto; edificios que fueron cediendo el paso a tabernas, posadas, lupanares y locales de juegos que, dependiendo de su bonanza, tenía sus propias lámparas alquímicas de colores para anunciar los carteles y ofertas de sus negocios.
Y fue justo en uno de estos edificios, un local de juego llamado “La casa del hombre cómodo,” donde Rabioso aparcó el carruaje. Omar bajó primero, por indicación de Badric, y el músico descendió del carruaje con mucho cuidado, evitando que el estuche de su shamisen chocara con el carruaje. El matón de ojos negros lo siguió y, los tres juntos, se adentraron en el local de juego, donde la ropa de tonos apagados del músico desentonaba con los ropajes brillantes o la ausencia del mismo en los ocupantes del primer piso del local.
El matón de ojos negros saludó a los músculos en la entrada y estos se los devolvieron, dedicándoles sólo una mirada de curiosidad a Omar, antes de regresar a su trabajo. Luego, el músico se vio custodiado por ambos matones a través de la multitud que disfrutaba del alcohol, los juegos y las chicas. Una camarera con una bandeja llena de cerveza se acercó a ellos y les ofreció un par, que Badric rechazó, pero Rabioso no, quien comenzó a bebérsela de inmediato.
Llegaron hasta las escaleras que llevaban hacia el segundo piso y Badric repitió el proceso de intercambiar saludos con los músculos que la custodiaban y hacer una pregunta en voz baja. Estos asintieron como única respuesta y el matón de ojos negros le pidió a Rabioso que se quedara, este se encogió de hombros y se alejó bebiendo su cerveza.
—Estás de suerte, abuelo —dijo Badric—, la jefa está aburrida y tu proposición la divertirá —hizo un gesto y le indicó las escaleras—: Los ancianos primero, mi buen músico.
Omar simplemente asintió y comenzó a subir las escaleras sin demasiado esfuerzo. Pero, dándose cuenta en ese momento de que todo aquello podría ser realmente una locura. Quizás fuera la cercanía de la reunión con la jefa de la mafia o el pensamiento de que su oferta podría no ser suficiente, los mafiosos no era una organización con reputación de ser comprensiva. Su fortaleza mental amenazó con desmoronarse, pero el suave golpeteó del estuche a su espalda le recordó la razón por la que lo hacía: su redención; y por ella había sacrificado cosas más importantes.
—Vamos hasta el tercer piso —dijo el matón, cuando Omar se detuvo en el descanso del segundo piso, custodiado por otro par de matones que se apartaron al ver a Badric.
Dos juegos de escaleras más tarde y se encontraron en un piso donde había una única puerta de madera oscura sin picaporte. Un piso sin guardias, pero que, a pesar de ello, Omar se sentía vigilado y la piel de gallina. ¿Quizás usa magia?, pensó Omar, pero desechó el pensamiento al ver que Badric se adelantaba y no había ningún cambio. El matón golpeó la puerta con los nudillos y el músico se puso a su espalda.
—Daisha, Nika —dijo—; soy Badric, he traído a alguien interesado en asumir la deuda del músico tragaflautas.
Un momento más tarde, la puerta se entreabrió sola.
—Vamos, abuelo, detrás de mí y sin tocar nada.
Omar sintió como el latido acelerado de su corazón retumbaba en sus oídos y sienes. Sujetó las correas del estuche para darse fuerzas y entró en la habitación, calmándose, pero cegado por la intensidad de la iluminación.
Omar tardó en acostumbrarse al brillo de las lámparas alquímicas de luz blanca. Pero una vez lo hizo, pudo distinguir con claridad a una mujer de piel oscura acodada sobre un gran buró, el pelo recogido en trenzas, su mirada centrada en la talla de un birreme que sujetaba con un brazo mecánico de marfil y tallaba con un cuchillo que usaba en el brazo bueno. En los estantes se podían ver tallas de barcos completas, pintadas y con todo el cordamen: trirremes, veleros, grandes cargueros y poderosas naves de guerra.
—¿Qué te he dicho de la manera en que cobramos las deudas, Badric? —preguntó Nika, su voz un poco ronca, pero aun así conservando un tono de feminidad—. No se negocian y no me los traes en persona, menos uno que quiere cubrir la deuda de ese tymeano garic.
La jefa de la mafia acompañó sus últimas palabras con un movimiento fluido de la mano buena, lanzando el cuchillo en dirección al matón. Sin embargo, este lo esquivó con relativa facilidad, como si lo esperara, dando un paso a la derecha. El cuchillo se hundió hasta la mitad de la hoja en un blanco colocado en la pared, uniéndose a otro grupo de filos de mango blanco.
En aquel momento, Omar se dio cuenta de tres cosas: Nika era originaria del archipiélago Tiuri, pero había pasado tiempo suficiente en el ejército para que los restos de la formación militar persistieran en sus gestos. Segundo, que era una materializadora, una clase muy específica de magos con un talento natural para la creación de objetos duraderos con magia; un activo demasiado valioso para que la hubieran dejado ir. Y, tercero, que era condenadamente peligrosa. Y todo aquello le hizo tener miedo, pero se forzó a disimularlo: no debías mostrarle tu miedo a la bestia.
—Lo sé, mi daisha, pero este señor es el director de su grupo y pagó cincuenta saris de la deuda del tragaflautas —Badric se acercó y dejó sobre la mesa las cuatro bolsas que había cargado en su cinturón—. Y quiere negociar para que liberemos a la putilla del tymeano hasta la semana próxima.
La nativa de las islas de Tiuri abrió una de las bolsas con un nuevo cuchillo que había materializado en su mano, dejando que las monedas plateadas de seis levis corrieran por la mesa.
—Y, ¿qué más ofrece este abuelo? Porque a menos que ese estuche que carga esté lleno de saris o traiga un instrumento muy valioso para empeñar, no creo que me interese seguir hablando sobre la liberación de la noviecilla del garic —dijo y tras examinar a Omar, sonrió maliciosamente, agregando—: O acaso piensas ofrecerte para que te intercambiemos por él, porque si es así, puedes irte marchando, no nos interesa la carne fofa.
Sin decir más, Nika cruzó las piernas calzadas con botas sobre la esquina del buró y retomó su trabajo con el bloque de madera.
—No, he venido a negociar mi palabra con un pacto de sangre —dijo, Omar, cansado de mantener el silencio.
La expresión de la mafiosa cambió por completo.
—Eso sí que es interesante. Badric, hubieras empezado por decirme eso —dijo, sonriente, mientras se levantaba del asiento y se acercaba al músico, le pasaba la mano buena por encima de los hombros y lo arrastraba hacia la silla libre frente a la mesa.
—Me gusta la emoción —respondió el matón, señalando con un gesto de la cabeza a los cuchillos clavados en la diana.
—Lo que eres es un condenado loco, pero ahora vete y búscale algo de beber al señor…
—Omar.
—Búscale al señor, Omar, una jarra de vino de las buenas —ordenó y Badric se retiró.
—Muchas gracias, pero yo… —tartamudeó, algo confuso por el cambio de personalidad de la mujer—… he venido a hablar sobre la deuda de Emilian y liberar a Noly.
—No lo repitas abuelo, ya te escuché la primera vez —Nika regresó a su silla y cruzó las piernas sobre la mesa—, ¿o acaso piensas que soy tonta?
El tono amenazador regresó a la voz de la mafiosa, al mismo tiempo que colocaba el cuchillo a su mano a la distancia justa de una buena puñalada. Omar trató de calmarla: había aprendido que las personas que cambiaban de humor repentinamente eran las más peligrosas.
—No era mi intención, señora Nika…
—Llámame daisha Nika —le corrigió.
—No era mi intención, daisha Nika —repitió el músico—, sólo quiero resolver el problema en el que se ha metido mi cantante y su novio lo más rápido posible.
—Y a mi me gustaría recuperar, lo más pronto posible, todo el dinero que me deben y no solo una parte —dijo Nika, jugueteando con el cuchillo—. De preferencia, hoy, pero soy una mujer civilizada y acepto escuchar cualquier propuesta que tenga un pacto de sangre de por medio, ¿no es así?
—Así es.
—Entonces, ¿qué es lo que pide, Omar?
—Lo primero es que Noly se vaya conmigo cuando firmemos el pacto y que nos de una semana para pagar la deuda de Emilian, hasta que haya terminado el torneo de talentos.
—¿Pides tanto y sólo me ofreces esto?
—Por supuesto, además de los 70 saris que faltan, también pagaré un interés de la quinta parte —se apresuró a agregar el músico—, y el pacto de sangre para responsabilizarme de que esos dos no abandonarán la ciudad hasta que la deuda esté saldada.
A Omar su oferta le parecía más que razonable. Era una buena cantidad de dinero a ganar por esperar una semana.
—Es muy poco —Nika acompañó su respuesta dejando el cuchillo en el extremo derecho de la mesa, un gesto que se suponía debía tranquilizarlo, pero no lo hizo.
—Podría aumentar el interés a la mitad y ofrecerle 105 saris —dijo Omar, tratando de que su voz no sonara desesperada y de mantener abierta aquella posibilidad. Sus ahorros apenas llegaban a los 80 saris, pero, si ese dinero los sacaba de aquel problema, se arrodillaría ante el padre de Lisa para conseguirlo.
—Tampoco es suficiente —respondió la daisha, haciendo aparecer un nuevo cuchillo de hoja afilada con el que jugueteó antes de ponerlo al lado de su compañero—. Creo que estaremos de acuerdo en que un trato justo sería que me devolviera los 120 saris de la deuda original.
—Pero si acabo de pagar 50 saris, esa…
—No, no, no, Omar —Nika cortó de raíz la protesta del músico—, esos 50 saris sólo te han comprado esta reunión y, quizás el que me siente a esperar una semana si aceptas pagarme la suma completa —mientras lo decía, apareció un nuevo cuchillo en su mano—. Yo y mi banda tenemos una reputación que mantener y otros deudores que no pueden ver que cedemos, ya sabe, cosas del negocio. Algo que se vuelve especialmente delicado cuando hablamos de su segunda petición: dejar libre a la noviecilla de esa rata tymeana. He conocido a muchos apostadores y cobardes en mi vida, y esos dos encajan en el tipo de personas en las que no les confiaría ni la calderilla que me devuelven por la cerveza. Por lo que me gustaría una oferta más sólida que su palabra…
Nika dejó la frase en el aire, la sonrisa depredadora en el rostro y un cuarto cuchillo dando vueltas en su mano buena.
—¿Qué quiere, daisha Nika? —preguntó Omar, resignado a que la mafiosa sería quien impusiera las condiciones.
—Que en vez de garantizar que esos garic no huirán de la ciudad, te hagas responsable de la deuda —la sonrisa que le dedicó era tan falsa como las joyas de un buhonero—. Pareces un hombre confiable, que sería capaz de conseguir el dinero y cuya palabra tiene peso. El pacto de sangre será una formalidad para garantizar que, si algo sale mal, mis deudores vean que también podemos hundir a la gente decente que intenta ayudarlos.
Antes de que Omar pudiera decir algo, la nativa de las islas Tiuri hizo un gesto y la puerta se abrió, dejando pasar a Badric, quien cargaba con una jarra de vino y un pequeño vaso de cristal lleno de un líquido ámbar. Le entregó al músico el primer envase y el segundo a la mafiosa.
—Badric, trae el papel especial —le dijo Nika, tras haber tomado un sorbo de su bebida—, el señor Omar ha decidido que las condiciones de nuestro trato son inmejorables.
El matón le sonrió al músico, que lo ignoró. Las cosas no habían salido nada bien para Omar, quien había llegado a esa sala con la esperanza de negociar, de no ceder tanto. ¡Ah, Emilian, date por suertudo si tras el torneo no te expulso del grupo!, pensó.
—Otra pregunta, abuelo, ¿realmente crees que podrán ganar el torneo de talentos? —le dijo la daisha, mientras Badric salía de la habitación— ¿Ustedes, que son un grupo desconocido?
—¿Por qué asume que pensamos ganar y no solo en dar una buena actuación para conseguir un mecenas adecuado? —le devolvió la pregunta, bebiendo de su jarra de vino para ahogar un poco la frustración.
—Soy mafiosa, no tonta, Omar, y no se llega a tan alto en este negocio sin saber leer a las personas —respondió ella, equilibrando el cuchillo sobre la punta de sus dedos artificiales—. Viniste a verme para hacer un pacto de sangre, asumir la deuda de tu cantante y liberar a su noviecilla, cuando lo que habría hecho cualquier hombre es dejar que el tymeano se hundiera en mierda, que se la ha ganado bien. Tu grupo perdería la oportunidad de participar en el torneo, pero no tendrían muchos problemas en conseguir un nuevo cantante. Pero, sobre todo, el cuidado con el que has tratado ese estuche, la reverencia de los movimientos: lo tratas como yo trato a mis tallas.
Nika lanzó su cuchillo hacia arriba y luego lo atrapó con la mano buena.
—Así que no mientas, quieres ganar el torneo.
Omar tuvo que admitir que, aunque algunas partes del análisis de la mafiosa no tenían sentido, las demás se acercaban algo a la verdad.
—Sí, quiero ganar el torneo —confesó, tras vaciar la jarra de vino—. Pero el que triunfe o no, no influenciará en nada el pago de la deuda.
—Eso quería escuchar —dijo y repitió el gesto que abría la puerta sin cerradura. Badric entró a la habitación, cargando con una hoja de papel grueso, un tintero grande y poco profundo y una pluma para escribir—. Ahora, hagámoslo formal.
Nika le tendió el cuchillo que tenía en la mano y creó uno nuevo. Mientras, Badric puso en el centro de la mesa el tintero, que era más plano y ancho de lo normal. A su lado, la hoja de papel extendida y la pluma frente a la daisha.
—¿Conoces el ritual? —preguntó la mafiosa y Omar respondió con un asentimiento—. Entonces comenzaré yo.
Sin decir más, tomó el cuchillo con la mano artificial y se cortó la palma de la mano buena. Una, que como el músico se dio cuenta, estaba llena de cicatrices alargadas que hablaban de una vida dura. La hoja de acero cortó con facilidad la carne y Nika apretó y relajó la mano para hacer fluir la sangre sobre el tintero, dejándola gotear hasta que su sangre oscura cubrió la superficie del cristal, sin dejar traslucir en ningún momento si sentía dolor. Badric se adelantó y le tendió un pañuelo de tela para que su jefa se vendara la mano.
Omar sopesó el cuchillo en su mano derecha y alzó el antebrazo izquierdo, evitando los recuerdos que le venían a la mente: momentos del pasado en los cuales lo había arriesgado todo para sobrevivir. Un corte en las palmas de las manos o demasiado cerca sería lo mismo que condenarse al fracaso en el torneo, pero un corte alargado del antebrazo era uno tolerable. Apretó los dientes, en espera del dolor cuando deslizó la hoja, paralela a dos viejas cicatrices muy similares. Dejó escapar un gruñido por el dolor, pero se apresuró a poner sobre el tintero, el codo del brazo herido, y, por el cual, comenzó a gotear su sangre, mientras abría y cerraba la mano. Aunque le pareció que se demoraba demasiado en llenar su parte del tintero.
Al terminar, Badric, también le ofreció un pañuelo con el que se limpió el corte y vendó la herida. Momento en que decidió recuperar algo de control de la situación y le dijo a Nika:
—Yo escribiré los términos del contrato.
La jefa de la banda le sonrió y, con la mano mecánica, le ofreció la pluma para escribir.
—Por supuesto, iba a insistir —le dijo.
Omar revolvió la sangre en el tintero y comenzó a escribir en sario común la fórmula que desde antes de la llegada de los dioses se usaba para los pactos de sangre:
Sea nuestra sangre usada como testigo y registro de que este pacto vincula ahora a nuestros seres y nos obliga a cumplir con lo acordado a continuación…
Nika, tal y como mandaba la costumbre, fue la primera en dictar sus exigencias, que Omar transcribió bajo la mirada escrutadora del matón. Una vez escritas, el músico agregó al papel la manera en que las cumplirías y el plazo de tiempo. Hecho lo cual, le dio la vuelta a la hoja y, con mucho cuidado, dibujó la runa del compromiso, un círculo dentro de cual habían enmarcados los brazos de cuatro espirales.
Cuando Omar lo terminó, Bardic le ofreció un pincel que había traído dentro del pantalón y ambos pactantes se pintaron el uno al otro los dedos índices y corazón con la sangre derramada. Primero Omar a Nika y luego esta a él, usando su brazo artificial. Cuando terminaron, ambos apoyaron sus dedos sobre las dos espirales más cercanas y la magia antigua selló el pacto, dejándoles un leve cosquilleo en la punta de los dedos como confirmación.
—Un placer hacer negocios contigo, Omar —dijo la daisha, mientras se secaba los dedos en la venda de su mano buena y Badric enrollaba el pacto de sangre.
El músico se limitó a asentir, antes de hacer, por tercera vez, la misma pregunta que había hecho desde que llegara:
—¿Dónde está Noly?
—Badric te llevará con él y, como verás, la putilla sólo tiene unos moretones que se ganó por resistirse, pero poco más. Y, debido a que nuestro pacto me ha hecho tan feliz, uno de mis muchachos los llevará de regreso. Badric, encárgate de eso.
—Así lo haré, mi daisha —respondió el matón.
Omar volvió a asentir y se levantó del asiento, para luego agacharse y cargarse a la espalda y con cuidado, el estuche de su shamisen. Al salir de la habitación, se sintió muy cansado, tanto como en los peores momentos de su vida, y le rezó a los dioses en los cuales ya no creía para que aquella fuera la última de sus pruebas.
Pero, tal y como acostumbran a hacer las divinidades, su petición fue ignorada.
Me gustaMe gusta
Leído el 5to, la historia sigue muy bien, las cosas que tiene que hacer Omar. Me gustaron las descripciones del ambiente, no se dan muchos detalles la verdad, pero no es necesario, no si me hago entender, lo que digo es que no describes todo, que si la habitación tiene esto y aquello, que si el matón tiene tal complexión y bla bla. Eso enriquece pero alarga la historia y puede hasta volverse monótono. En resumen excelente.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Imagina haberte pasado más de diez años buscando redimirte, consiliándote con el hecho de que el dios que te maldijo quizás estaba en lo correcto y que tu oportunidad puede arruinarse debido a otra persona. Jode y mucho, pero hay que hacerlo si quieres seguir adelante.
Y te entiendo, realmente describo muy poco en mis historias, al principio para cubrir una carencia y después para hacer ligera la lectura, que no estamos para leernos seis párrafos sobre los tipos de juegos de bebida que se pueden hacer con un dado de 16 caras, en la versión saria de Bebida o reto.
Me gustaMe gusta
En este capítulo tengo una única duda ¿un pacto de sangre se puede realizar si una de las dos personas no está de acuerdo o es obligada contra su voluntad?
Me gustaLe gusta a 1 persona
La música de los naish (07)
Capítulo 4 completo.
Cantidad de palabras: 3.437
Total de palabras: 16.014 /30.000
—Fue una presentación increíble, mi querido Omar —dijo Maede, la dueña del teatro, mientras se levantaba del diván que tenía en su oficina y así, recibir a los miembros Intérpretes del Viento.
—Para nada, mi hermosa Maede —respondió el músico, quien no exageraba demasiado al halagar la belleza de aquella mujer madura y cabellos rizados que lo igualaba en edad. Dejó a un lado su shamisen y la abrazó—. Si nos hubieras avisado con antelación del cambio podríamos haber preparado algo más complejo y espectacular para abrir la noche.
Emilian y Lisa, guiados por Dan, se sientan en las butacas acolchadas que llenan la habitación, asombrados, por el cariño y elocuencia del líder de su grupo con la dueña del teatro.
—Por favor, Omar, no me digas eso, sabes que me siento mal por haberles tenido que sacarlos de la función principal. Pero los Kardic insistieron y…
—Y a ellos no se les niega ese tipo de peticiones —dijo, Omar, completando su frase.
Maede asintió y, con un gesto de la mano, despidió a Dan. Momento en el cual, los miembros más jóvenes del grupo aprovecharon para observarla con detalle: la manera fina en que vestía, el cuerpo todavía esbelto envuelto en ropas ajustadas y tan exóticas como el peinado que recoge sus cabellos en forma de torre y sólo deja caer un par de rizos a cada lado para enmarcar su rostro en forma de corazón, en el cual sólo se notan las arrugas típicas de una persona que ha sonreído mucho durante su vida. La dueña del teatro es el tipo de belleza madura que los jóvenes nobles toman como amantes para empaparse de su experiencia.
—Lo sé, y por eso te estamos agradecidos de que nos permitieras iniciar la función y esto de disculparte personalmente está de más —dice Omar, continuando con la ronda de formalidades—. Pero esta noche…
Maede mueve la cabeza, negando con lentitud. Un gesto estudiado que no deja que un solo mechón de su peinado se salga de su lugar.
—Has cambiado mucho, Omar —dice—. Antes no te disculpabas ni intentabas librarte de mi presencia tan rápidamente. Y ahora lo haces para casi todo.
El músico asintió, bajando la cabeza, un poco arrepentido y rememorando ese pasado que comparten, uno lejano y que ha sobrevivido a la maldición de un dios y un nuevo nombre.
—La edad hace humilde a los hombres, eso era algo que decía, Luciano, cuando éramos jóvenes y ahora lo comprendo. Además, no todos tenemos la suerte de seguir conservando una figura de veinteañera —Omar la elogió, evitando el segundo motivo del regaño de su amiga, quien sólo frunció el ceño durante un instante, antes de dejarlo pasar—. Un día de estos tendrás que aceptar mi invitación y regresar al escenario para bailar “Eclipse de lunas.” No he visto a nadie moverse con tanto estilo y exudando la pasión de la historia como lo hacías tú.
Maede suelta una carcajada al escucharlo.
—Eso sí… que es imposible… —jadeó, mientras recuperaba el aliento—. Sólo tienes que ver cómo me deja el reírme. Si logro bailar la mitad de esa obra tendrás que sacarme desmayada del escenario y pasarte un mes dándome de beber pociones alquímicas para recuperarme —continúa diciendo, mientras se acerca a la gran mesa que domina la sala y les da la espalda—. Pero ya hemos hablado demasiado del pasado y lo viejo que somos, y estamos retrasando a estos jóvenes de lo que es realmente importante.
—Mi señora Maede, no tiene que… —comenzó a decir Emilian, pero la dama lo detuvo lanzándole una bolsa de cuero, que el tymeano atrapó en el aire. Una bolsa sólida y que tintineó tal y como lo hacen las que están repletas de monedas—… yo estoy muy agradecido, pero esto es…
—Ese es el pago que habíamos acordado originalmente por su presentación: 10 saris por artista —responde, lanzando otras dos bolsas a Omar y Lisa.
—A menos que las costumbres hayan cambiado durante el tiempo que estuve fuera, los teloneros no cobran, Maede —comentó, Omar, sopesando su bolsa, llena de monedas de 6 levis—. Menos lo acordado por una actuación que nunca hicimos.
—Y no es un regalo, Omar, es una compensación por retirarlos de cartelera sin avisar —respondió la dueña del teatro, regresando a su diván—. Los flautistas insistieron en no cobrar y su presencia ha llenado el teatro, por lo que el dinero no es un problema y les ayudará a pagar la cuota de inscripción del torneo.
—Es toda una diosa, señora Maede —declama Emilian, poniéndose de rodillas ante la antigua bailarina, mientras que esta queda rodeada por un halo azul divino, cortesía de Lisa, quien lo ha invocado desde su asiento.
—¿Siempre son tan dramáticos? —le pregunta a Omar, divertida por el gesto.
El viejo músico asiente, también divertido.
—Lo son siempre que se sienten agradecidos y, ahora soy yo quien te da las gracias, Mae —dice el director del grupo, recogiendo su estuche y acercándose a su vieja amiga—. Pero, como te dije, esta noche estamos algo ocupados.
—Esa forma de decir las cosas directamente si que no ha cambiado con la edad —le responde esta, levantándose de su diván y abrazando a Omar, un momento de intimidad que aprovecha para susurrarle al oído—: Es lo mejor, y así evitamos que esa pequeña noble me ataque —tras lo cual, agregó en voz alta —. Y espero que la próxima vez que nos veamos sea para que actúen como el grupo principal en una de mis funciones.
—Esperemos que así sea y en un mes estés presentando a los campeones más recientes del torneo de talentos del imperio.
—Así será, Omar, y hasta entonces, muchachos —se despidió.
—Hasta entonces, señora Maede —respondieron Emil y Lisa, que se habían acercado al músico.
Sin decir nada más, el grupo salió de la oficina, dejándose guiar por Omar hacia la salida del teatro.
—Viejo, te llevas demasiado bien con la señora Maede —lo molesta, Emil—. Estoy seguro de que tras todo ese cariño, abrazos y besos a la antigua usanza ocultan algo más… jugoso. No me sorprenderían que hayan sido amantes, ¿no crees, Lisa? Me pare que nuestro director fue todo un seductor en sus tiempos mozos.
—Podría ser, las viejas amigas no le susurran cosas a sus amigos mientras los abrazan.
Así que viste eso, pensó Omar, mientras disimula una mueca: el naish y las puyas de su cantante no paran de hacerlo sentir como un veinteañero.
—Nos conocimos cuando éramos un poco más jóvenes que ustedes. Ella era una gran danzante, un espíritu libre y demasiado poco esquemática para haber llegado a ser un sacerdotisa del culto —comenzó a responderles, pero el tymeano volvió a interrumpirlo.
—Y tu eras un gran seductor y no músico, y de esa manera fue como se conocieron y tuvieron un romance corto pero intenso, que los convenció de que lo mejor era quedar como amigos —siguió especulando, Emil.
—¿Sabes que el mundo no gira en torno alrededor al sexo y los revolcones?
—Lo sé viejo, pero es la grasa que lo hace girar y le da el primer empujón —respondió el cantante, mientras se adentraban en la sala abovedada del teatro que conformaba su recepción—. Pero es que nunca cuentas nada de tu pasado y sabes mucho sobre casi todos los artistas importantes.
—Ya te harás viejo, Emilian y verás lo que es haber cultivado amigos durante toda la vida —sentenció el músico, acomodándose el instrumento a su espalda y viendo que el ceño de Lisa había desaparecido.
Cuarenta pasos después habían salido del teatro y se adentraban en el parqueo de carruajes donde se separarían. Emilian se iría a pagar su deuda, él regresaría al taller de los padres de Lisa a tocar un poco más su shamisen y, Lisa, probablemente regresaría a la mansión de sus padres.
—Noly ya debería estar aquí —dijo Emil, preocupado al no ver a su amante en las cercanías—. Habíamos quedado en que apenas terminara mi función saldría a buscarlo para ir a pagar la deuda.
El tymeano giró sobre sí mismo para estudiar las filas de carruajes y caballos alineados bajo las farolas de luz blanca y los pequeños grupos de cocheros que los miraban desconfiados.
—¿Estás seguro de que no se ha ido a casa? A mi no me gustaría tener que ir a los lugares donde te conseguiste esa deuda —comentó Lisa.
—No, no… —musitó el cantante—. Vinimos juntos al teatro y él ha estado apostando a mi lado estas últimas semanas.
Omar estuvo a punto de hacer un comentario sobre que el amante de su cantante podría ser la causa de su situación actual, pero se contuvo. Había dado su palabra de no molestarlo siempre y cuando pagara la deuda y no jugara durante aquella semana.
El cantante recorrió el parqueo otras dos veces con la mirada, poniéndose de puntillas y mirando a lo lejos, como un niño perdido en una multitud. Pero Noly no aparecía y la preocupación del tymeano se disparó cuando vio aparecer la figura corpulenta de un hombre, que tenía las mangas de la camisa arremangadas para mostrar el brillo de sus tatuajes. El primer instinto de su cuerpo fue darse la vuelta y correr, pero, al intentar hacerlo, se encontró con que el cuerpo musculoso de otro matón bloqueaba su camino y cuyos tatuajes despedían un brillo oscuro desde sus antebrazos.
—¿A dónde ibas, Emilian? —preguntó el matón de ojos negros, cuando él y su compañero acorralaron al grupo, entre dos coches y fuera de la vista de los grupos de cocheros, ahora silenciosos.
Omar cubrió a Lisa con su cuerpo y se preparó para defenderla lo mejor que pudiera. No era ninguna clase de luchador y aquellos matones parecían antiguos legionarios por la calidad de sus tatuajes. Aunque parecía que no llegarían a la violencia, debido a que aquellos eran los cobradores de la deuda de Emil y, ahora, el cantante tenía el dinero suficiente para pagarla.
—Hola, Badric —lo saludó Emil, nervioso—. Veo que también has traído contigo a Rabioso. No hacía falta que vinieran, pensaba ir al local de Nika en cuanto encontrara a Noly y pagar los intereses de mi deuda…
—Al jefe le gustará saber eso, Emilian —respondió el matón, pasándole el brazo por encima al músico, quien era dos dedos más pequeño y adoptando el tono de hermano mayor—. Pero ahora mismo parecías más preocupado por esa putilla tuya, ¿cuál era su nombre?
Emilian se enderezó bajo el abrazo de oso, aunque su voz tembló al responder:
—Noly. Su nombre es Noly. ¿Qué le han hecho? El no tiene nada que ver con esto. Tengo todo el dinero para pagar mis intereses y…
—Eso no lo decides tú, tymeano tragaflautas —la mano izquierda del matón agarró la parte trasera de la cabeza de Emil y lo forzó a mirarlo—: lo decide Nika. Y ha decidido que tienes que pagarlo todo esta noche.
—¡Pero, eso…!
—Shh, sin excusas, o le alquilaremos tu bella putilla a unos clientes muy especiales que tenemos, a los que les gusta golpear a muchachos bonitos como él y pagan en saris —tras decirlo, soltó al cantante y puso su mejor rostro. El matón casi parecía una buena persona.
—No acordé esto con Nika. Noly no tiene nada que ver y sólo tengo los 10 saris que acordamos —respondió el tymeano, envalentonado.
Pero la explosión de valor, propiciada por el amor, murió cuando Rabioso, a su espalda, chasqueó sus nudillos y soltó un gruñido.
—Te equivocas, muchacho, tu deuda es de Nika y hace con ella lo que quiera. No negocia, sólo ordena y nosotros no somos unos brutos —respondió Badric, fingiendo sentir lástima—: Pagas todo hoy o nos quedamos con Noly hasta que haya pagado tu deuda, y te lo devolvemos echo un saco de moretones y huesos rotos, a ver si entonces te sientes tan amoroso o él quiere saber algo de ti.
Fue en ese momento que Omar decidió intervenir, no sólo por Noly, sino porque dejar que aquel asunto avanzara más podría acabar con las posibilidades que tenían de participar en el torneo de talentos.
—Entonces, ¿Emil sólo tiene que pagar su deuda y dejarán libre a Noly? —preguntó—. Sin golpizas ni nada similar.
—Así es, abuelo —respondió Badric—. No somos unos bárbaros. ¿Tienes los ciento veinte saris de que nos debe tu cantante?
—¡¿Cuánto?! —jadeó, Omar, mientras veía como se escapaban las esperanzas de terminar rápido con aquel asunto.
El matón sonrió.
—Veo que el tragaflautas tampoco ha sido muy honesto con sus amigos —se burló, Badric—. Muy mal, tymeano, muy mal.
En ese momento, Lisa se adelantó y le dio un codazo al tymeano.
—¿Cómo demonios conseguiste acumular esa deuda? —gruñó, furiosa y ajena al peligro.
—Lisa, este no es el mejor momento para esas preguntas. Estos señores…
—Disfrutan con lo que ven —dice el matón de ojos negros, completando la frase de Emilian—. Es mucho más limpio que tener que golpearte e igual de efectivo humillándote. Somos hombres civilizados, ya lo había dicho —Rabioso asiente y lanza un gruñido de apoyo al discurso de su compañero.
—De verdad que este no es el mejor momento para esto. Noly… —insiste el tymeano.
—Emilian, responde lo que te preguntó Lisa o no te ayudaremos —sentenció, Omar, furioso por haber creído en la palabra del cantante y que se tomaría en serio el asunto de la deuda. La oportunidad que llevaba esperando toda una década para redimirse, para quedar en paz consigo mismo y cerrar de una vez aquel capítulo de su vida se desvanecía. Todo estaba a punto de ser arruinado por la imprudencia de aquel muchacho y su amante. Poco le faltó para ser el quien le cayera encima y lo golpeara, pero logró calmarse: encontraría una forma de salir de aquel imprevisto. Siempre lo hacía, pero, primero, debía saber cómo Emilian se había metido en este.
La furia que lo dominó durante aquellos momentos antes de calmarse pareció filtrarse a su expresión y fue suficiente para convencer al tymeano de que Omar iba en serio con su amenaza y no hizo falta decir más para que comenzara a hablar:
—Todo comenzó la semana pasada, cuando Noly y yo estábamos teniendo una racha ganadora, y, saben, una apuesta llevó a la otra y en un momento dado nos vimos con cuarenta saris en la mano. Entonces, el birreme de Pergas se presentó a las regatas y como es mi equipo favorito y sus remeros estaban en su mejor momento y la Diosa Paciente estaba escuchando las plegarias de Noly, pensé que…
—Espera, ¿la diosa estaba haciendo qué? —preguntó Omar, en un tono que a él le pareció calmado y razonable. Pero no lo era, su voz ronca sonaba intimidante, tanto que los matones de Nika soltaron un par de carcajadas al ver como el cantante se encogía.
—A veces, la Diosa Paciente escucha las plegarias de Noly y las cumple. Está en su horóscopo y aquel día llevábamos una racha ganadora increíble. No necesitaba pruebas de…
—¡Por todos los vástagos de la Madre! —maldijo la pequeña noble—. Emilian, vienes de las ciudades libres; tienes que saber que los dioses son seres caprichosos y no creo que la Diosa Madre fuera de las que favorece a los apostadores, sino Adarlín, que es la señora del azar.
—Sí, sí, fue tonto, pero como les decía, en aquel momento todas las plegarias habían sido respondidas. Teníamos cuarenta saris en nuestro bolsillo y Noly le pidió a la diosa que favoreciera mi apuesta por el birreme de Pergas. Las apuestas estaban dos a uno y…
—…y perdieron miserablemente —concluyó, Omar, que ya se podía imaginar la escena con detalle en su mente: la pasarela del puerto repleta de apostadores, gritando sus cifras y a cuál barco, de los que se colocaban en la línea de arrancada, apoyaban. La pareja de amantes estaría entre ellos, su juicio remojado en vino y confiando en las plegarias a una diosa.
—Sí —confirmó el tymeano—, perdimos debido a que a uno de los remeros de Pergas sufrió un calambre repentino en el brazo a media boya de la meta y este lo sacó del ritmo. Su remo se enredó con los de los demás, provocando que el barco escorara y perdiendo la carrera. Pero estuvieron a punto de ganar y hacerme de una pequeña fortuna. Si la diosa no hubiera abandonado a mi querido…
—¡La diosa ni la diosa! El sentido común es lo que te falta, Emil —la pequeña noble estaba furiosa, de la manera en que sólo las personas que se ganan el dinero con trabajo duro tienen reservada para los que confían en el azar para hacerse ricos.
—Omar, estás callado, ¿acaso has decidido que no vale la pena salvar a Noly? —le preguntó el tymeano, de rodillas ahora, perdido todo rastro de orgullo y control, lo cual se notaba en la manera en que dejaba que su acento se adueñara de sus íes, alargándolas—. ¡Condéname a mí, pero tienes que salvar a Noly! ¡No merece lo que le pasará! ¡Te pagaré con cada sari que gane este año! ¡No volveré a apostar, te lo juro! ¡Seré un cantante ejemplar, me raparé la cabeza! Lo que quieras, Omar, pero salva a Noly…
El músico estaba más allá de la furia, de las promesas y sólo quería la verdad para terminar con todo aquello. La humillación de Emil lo conmovía poco, sabía que un hombre en su posición lo juraría todo, él mismo había estado en esa posición y por ello sabía que era cierto. Las recriminaciones por no haberle hecho caso a Iori y asu instinto, quien nunca había confiado en el tymeano, llenaron su mente y se fueron, dejando la cruel conclusión de por qué había escogido al cantante: porque su talento con el canto le recordaba al suyo. Pero esos pensamientos no valían nada: el pasado no podía cambiarse, pero podía controlar el presente:
—Sólo me has contado como conseguiste un tercio de la deuda, Emil, ¿cómo conseguiste el resto? —el tono de su voz era cansino, los hombros caídos.
—Puedes imaginarlo, Omar, sabes como somos… —un gesto de la mano de Omar bastó para que el músico abandonara la excusa—: Le pedimos a la casa y apostamos el doble en la siguiente carrera. Estábamos seguros de que podíamos ganar.
—Todos lo pensamos, Emilian, todos lo hacemos —murmuró el músico antes de inclinarse y arrancar del cinturón del tymeano la bolsa de su paga y girarse para hacer frente a Badric—. Ahora mismo sólo podemos pagarles cuarenta saris…
—Cincuenta saris —lo interrumpió Lisa, quien le lanzó la bolsa de su paga.
—Chicos, ustedes… —murmuró Emilian, levantándose del suelo y secándose las lágrimas que se deslizaban por su rostro.
—Cállate, lo mejor que puedes hacer es quedarte con la boca cerrada —le advirtió la pequeña noble.
—Es casi la mitad del dinero —continuó Omar—, con esto podríamos negociar un aplazamiento del pago hasta la semana que viene y liberar a Noly ¿no?
El músico se adelantó y le entregó las cuatro bolsas llenas de monedas al matón, quien las sopesó, mirándolo con los ojos entornados.
—Esta es una situación un poco inusual —comentó, al fin—, pero no creo que por esta cantidad podamos liberar a su noviecita, pero sí concederles una prórroga.
—¡No, mi Noly…!
—Si me das un poco de tiempo, mañana… —comenzó a decir Lisa.
Pero Omar los detuvo a ambos con un gesto.
—¿Puedo negociar directamente con tu jefe? Creo que podría ofrecerle una garantía de que pagaremos y de que ni Emil ni Noly saldrán de la ciudad hasta que hayan liquidado su deuda.
Rabioso soltó una risa que parecía hecha de gruñidos, e incluso Badric sonrió.
—Espero que no sea tu palabra, viejo. A nuestra jefa no le importan las palabras, no importa qué hombre las pronuncie. Así que espero que tengas algo más que ofrecerle.
¿Jefa?, la palabra confundió a Omar durante un instante, pero decidió obviarla.
—¿Y si la respaldo con un pacto de sangre?
Decir aquello hizo que todos se sintieran impresionados. La magia de un pacto de sangre no era cosa de juego, debido a que una vez hecho, las dos partes estarían forzadas a cumplir con lo pactado o morirían.
—Tienes valor, anciano —dijo Badric, tras la pausa que provocó el anuncio de Omar y abrió la puerta del coche a su derecha—. Sube, te llevaremos a ver a la jefa.
Me gustaMe gusta
Se me acabó muy rápido el 4to capítulo, magnífico diría, me sorprendió el monto de la deuda, un gran viraje de la situación, el pacto de sangre me recordó al juramento inquebrantable en Harry Potter y es cosa seria. Hay algunos detalles causados por la premura y por ser un borrador, nada importante. Estas consiguiendo tu objetivo, entretener, contar una historia diferente y mantener sumergido al lector. En cuanto a lo que hablábamos sobre mis dificultades, es cosa de la obsolescencia tecnológica, mi androide es inferior y no me funciona ni la aplicación, ni el menú, ni las opciones de búsqueda, pero igual gracias a los vínculos y referencias puedo moverme bastante por el contenido del blog.
Me gustaLe gusta a 1 persona
No te preocupes, te entiendo, a mi tampoco me funciona la apk del blog ni siquiera la de WordPress.com, mi tronqui es android 4.4 y por eso la mayoría de las cosas tengo que hacerlas conectado a una laptop.
Agradecería mucho que me dejaras escritos cuáles son los tipos de errores que has visto, para tenerlos en cuenta con las revisiones. Admito que hasta mi segundo borrador la novela no está leible. Y sí, los pactos de sangre son irrompibles, pero funcionan más como un geass, debido a que si intentas hacer lo contrario a lo que pactaste o se acerca la fecha límite y no lo has cumplido, se vuelve una compulsión que fuerza a la persona a trabajar en las condiciones. Y, en algunos casos, mata a quien no los cumple.
Me gustaMe gusta
Bueno veo que el comentario que dejé en el primer capítulo se perdió en la mudanza del blog, pero luego de leerme los 4 primeros capítulos te puedo decir que sigue estando genial. No recuerdo haber visto muchas historias cuyo eje central sea un aspecto cultural del mundo, menos en una de fantasía, pero esta bien lograda esta historia de músicos en un entorno fantástico, capta la atención desde el inicio. La magia y los dioses se mezclan bien con el contexto y el protagonista está luchando, no por el mundo, no para derrotar a nadie, solo por él y su redención en un concurso de talentos, en el cual siento que, aunque gane no va encontrar lo que busca lo cual mantiene la tensión y me gusta. La obra me deja la sensación de que hay un mundo más grande más allá de lo mostrado, con esas historias de sus canciones, con sus descripciones y personajes, me imagino que habrá otras historias, con otros protagonistas que desarrollaras en esta tierra tan grande. En resumen, todo muy bueno e interesante.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gren
Mis disculpas, camarada, siento que se perdiera en la mudanza, pero recuerdo que lo hiciste el día posterior a que anunciara que todos los comentarios que se hicieran en el blog a partir de entonces no se irían con la mudanza. Gracias por haberte leído todo los capítulos y halagar la historia, que como bien has deducido no es la primera, sino la última que le dedico a los artistas (en el blog hay dos cuentos en el mismo mundo que se llaman Capricho divino y El precio de la grandeza).
El mundo tiene unos 6 cuentos y otras tres novelas que te dan más contexto sobre el mundo, sus culturas y salvo algunas menciones, ninguna está conectada con la otra y tienen una temática y argumento distinto con el que me reto como escritor. El reto de esta novela es escribir una en la cual la trama no se resuelva con una gran pelea ni salvar el mundo, pero que aun así te mantenga enganchado.
Respecto a tu duda, no, no pueden obligarte a hacer un pacto de sangre, tiene que ser por buena voluntad. Aunque un nigromante ciertamente podría usar tu sangre para controlar tu cuerpo y hacerte su esclavo, pero eso ya son cosas de otros libros y aquí ni siquiera lo menciono.
Me gustaMe gusta
Si error mío, ya cuando me di cuenta del anuncio había comentado y luego se perdió en la mudanza. Que bien que haya más historias sobre el mundo, la magia aquí es usada como una forma de ocio o para sellar promesas, pero yo le veo muchos usos peligrosos y militares que de seguro se ven en las otras historias, como mismo me dices de la nigromancia. Aunque bueno yo creo que sería genial que estuvieran un poquito conectadas tus historias y que personajes de tus otras novelas se vean en las otras como extras, por ejemplo, asistiendo a ver el concurso de talentos lo cual también puede ser considerado un reto si una novela es desde un punto de vista militar, la otra cultural, religiosa, etc. Bueno cuando tenga un chance me leo los dos cuentos.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Tranquilo, no hay problemas, son cosas que pasan y el blog a veces tiende a ser caótico si no estás acostumbrado a la forma en que publico.
Obviamente hay aplicaciones más fuertes de la magia en el aspecto militar, básicamente debido a que la que usan los magos no es la misma que la de los seguidores de los dioses (la que se usa en su mayoría en esta historia), una de las razones por la rivalidad entre magos y fieles de los dioses. Los magos militares son los pilares del imperio, pero también son los que traerán su desgracia, específicamente, un personaje que nacerá 60 años después de esta historia.
Personalmente, no me gustan las historias interrelacionadas donde aparecen personajes de otras historias como secundarios, conduce a lo que yo he llamado el «agotamiento épico del mundo.» Algo que en palabras sencillas, es cuando el autor mete en una misma época a todos los personajes buenos que se le ocurren y, obviamente, tiene su gran saga en la que el mundo cambia de alguna manera. Si triunfa con su gran saga, cuando escriba libros posteriores o anteriores a este suceso no logrará evocar el mismo nivel de epicidad que logró con la gran saga. Esto es algo que me ha pasado con Erikson, Sanderson, Abercrombie, Mclellan; después de sus sagas principales sus mundos se sienten vacíos, sus personajes sombras y aunque pueden resultar entretenidos nunca serán tan grandes. Por eso me gusta distribuir mis historias a lo largo de varias líneas de tiempos y lugares del imperio, sin decirle al lector que esto es lo máximo a lo cual ha llegado el mundo, en varias de las historias que escribiré el mundo cambiará, pero seguirá siendo épico, tanto en el pasado como en el presente. La única constante en mis novelas es que tienden a estar conectadas por pequeñas referencias que ya captan los que han leído todas mis historias. En esta misma hay pistas para la siguiente y sobre las dos anteriores. Y bueno, también está el hecho de que en algún momento me gustaría convertir este mundo en un mundo abierto para que otras personas escriban en el.
Me gustaMe gusta
Esta buena la teoría del agotamiento épico del mundo. De los autores que me hablas solo he leído libros de 2 y en sus historias es cierto que se ve esa pérdida de lo épico que me cuentas. Pero bueno entonces surge la pregunta hipotética: ¿una obra cuyo principal triunfo fue una trilogía épica o un libro (por ejemplo) puede ser superada u opacada por otra historia con la que esté relacionada o salgan los personajes de su triunfal obra anterior? La verdad que no se la respuesta, pero creo que si se puede. Un primer libro triunfante sobre una guerra con otro en su mismo mundo (en que estén interconectados sus personajes) que sea de romance siendo el segundo un éxito mayor, puede que sea algo que se vea en un futuro. Me han dicho, no sé qué tan cierto sea, que Abercrombie tiene un libro llamado los Héroes que supera con creces al gran éxito que fue su antecesor a pesar de que personajes de este salen en el otro como extras. La mitología griega (o cualquier otra) es una gran historia en la que por ejemplo cada dios tiene sus pequeñas historias que protagonizan que se interconectan con las otras, muchas son de pelea, otras de romance, otras cómicas o de tragedia todas con su propia forma de épica con su propia perspectiva. En fin, creo que si es posible mantener lo épico a pesar de todo, difícil pero no imposible. Bueno ya no molesto más, lo que quieres hacer me gusta y tiene tu toque, es cierto que ya hay muchos autores que meten personajes de su obra en otra, perdiendo calidad en el proceso.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Respondiendo a tu pregunta, sí, podría hacerse: crear un libro con los secundarios y que este sea un libro grandioso. Y siguiendo el ejemplo que citaste de Abercrombie, su primera trilogía (la que lo hizo famoso) a mi me parece algo decente, pero no para ser alabada como lo más grande, tuve que leerme primero Los Héroes para decirme: espera, este tipo puede lograr cosas buenas, dale una oportunidad. Pero ya su segunda trilogía con los hijos de los principales y algunos de ellos si no pasé del 4 capítulo, sentía que era más de lo mismo. Y como dices, se puede lograr cosas buenas manteniendo interconectadas las historias con sus personajes, pero llevaría esfuerzo y, en buena medida, talento narrativo.
Aunque en esto también influye el que como autor hayas creado una base de fans que quieren, no, exigen más historias de los mismos personajes, no importa que estas no estén tan buenas como las anteriores, simplemente quieren más, al autor no le importa convertir en un chorizo sus historias y como muchos viven de eso, les permite pagarse una vida tranquila, las vacaciones en europa y las universidades de los niños.
Yo soy un lector muy exigente y por ello quiero evitar escribir algo que a mi mismo me parezco: José, tío, esto es más de lo mismo, con los mismos personajes, invéntate una gente nueva que se ve venir la trama a dos kilómetros. Igual, son cosas mías, en esto sé que soy una minoría.
Me gustaLe gusta a 2 personas
Pobre Omar! La vida misma, situaciones que no controlamos y que vienen a jorobarnos la existencia. Voy para el siguiente capítulo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Creo que te gustará el capítulo que viene, tiene su toque de mafia.
Me gustaMe gusta
La música de los naish (06)
Capítulo 3 completo.
Cantidad de palabras: 2.945
Total: 12.577/30.000
—¿Por qué no estamos en la cartelera principal, Dan? —gritó Emilian, acercándose al organizador del teatro Olín—. Tu señora nos prometió que esta noche seríamos parte de la presentación y no puede hacernos a un lado sin una justificación de peso.
El organizador, un hombre entrado en años, delgado y con cara de haber soportado los berrinches de suficientes artistas para dos vidas, se mantuvo calmado y esperó a que el cantante se quedara sin palabras.
—A eso me dirigía, señor Emilian —respondió, con una lentitud deliberada que retaba al tymeano a que volviera a interrumpirlo—. La señora Maede les pide sus disculpas por lo inesperado del cambio, pero debió reacomodar la cartelera debido a que el dúo de flautistas de Kardic así lo pidieron. La pareja quería presentarse y, de esta manera, afinar sus talentos para su presentación en el torneo y, a músicos tan grandes, mi señora no podía negarles un puesto en la función.
—Así que fue culpa de Nevi y Celia —murmuró el cantante, nombrando a la pareja de flautistas, buscando así una manera de protestar, de dejar salir su frustración y ahogar el miedo que comenzaba a apoderarse de su cuerpo y la posibilidad de no tener el dinero para pagarle a Nika.
Pero los Kardic eran una pareja de artistas influyentes, cuya música no le desagradaba, así que tuvo que redirigir su furia hacia otro objeto. Apretó sus puños y comenzó a gruñir maldiciones en tymeano, preguntándose dónde estarían Omar y Lisa, que habían salido del camerino hacía casi media campanada.
—Entonces, si se iba a hacer el cambio ¿por qué no nos avisaron con antelación? Podrían habernos ahorrado el esfuerzo de cambiarnos en el camerino.
Dan asintió con pesar, fingiendo que le importaban los argumentos del artista, pero disfrutando en su interior de ver cómo aquel orgulloso quedaba reducido a la impotencia. Uno de los pequeños placeres que lo mantenía en su puesto.
—Lo hubiéramos hecho, cantante Emilian, pero la señora Maede parece querer demasiado al líder de tu grupo y los ha mantenido dentro de la función —hizo un gesto de la mano para detener la explosión de ánimos del cantante—. No dentro de la presentación principal, pero sí abriendo el espectáculo. Tienen un duodécimo de campanada para prepararse y el doble de ese tiempo sobre escena, aprovéchenlo.
—Eso es… —un regalo lleno de pescado podrido, pensó Emilian, pero no llegó a decirlo.
—… una oportunidad maravillosa, Dan —respondió Omar, que, junto a Lisa, entraba en ese momento al camerino—. Puedes decirle a la señora Maede lo mucho que le estoy agradecido por tener la amabilidad de mantenernos en la función de esta noche.
Al escucharlo, la expresión del encargado volvió a la neutralidad.
—Así lo haré, señor Omar, y recuerde que le queda poco tiempo para salir al escenario. Si no cree que podrán…
—No te preocupes, tendremos una obra que encajará con las nuevas limitaciones de tiempo. Puedes irte, Dan —le respondió el músico, con la misma fría cortesía.
El encargado de la cartelera lo miró fijamente durante un momento y luego asintió, abandonando el camerino.
—¡¿Qué demonios es eso de una oportunidad maravillosa, Omar?! —le gritó el tymeano, que cada vez se sentía más fuera de control—. ¡Nos hemos preparado para presentar una obra que dura media campanada y, en menos de un duodécimo de campanada no podemos mostrar nada decente!
Lisa se sentó en una banqueta, cuidando de que su túnica blanca no se enredara con nada, acostumbrada ya a este tipo de estallidos emocionales del tymeano. Omar se acercó a su cantante y lo tomó por los hombros.
—¡Cálmate de una vez, muchacho! —le dijo, firme—. No tenemos que preparar una obra nueva, solo volveremos a presentar alguna de las pequeñas actuaciones con las que comenzamos como grupo. ¿O ya no recuerdas cómo empezamos?
—Pero… —tartamudeó el cantante, cuya mente comenzaba a procesar la idea.
—Estaremos bien, sólo tenemos que encontrar una que se adecue al tema de la función de esta noche.
La confianza que transmitía la voz de Omar terminó por relajar al cantante y el músico soltó sus hombros, dejando que el tymeano se sentara en una de las banquetas que descansaban frente a los grandes espejos del camerino.
—¿Y cuál podríamos presentar? —preguntó el tymeano.
—Creo que “Llega el carnaval a Ospría” podría ser la adecuada —comentó Lisa, desde su asiento—. He mirado la nueva cartelera y ninguno de los grupos la presentará, además de que encaja a la perfección con la temática de la noche: las grandes celebraciones y las locuras que suceden durante los festejos.
—Esa la hemos ensayado un par de veces y me gusta el traje del noble—comentó Emilian, más relajado.
Omar estudió a los miembros de su grupo y valoró la idea. En lo personal, le hubiera gustado una obra más contundente como “El mercado del río,” pero había aprendido a escuchar a sus muchachos y evitar de esta manera el ser demasiado formal y serio en sus actuaciones.
—Yo había pensado en otra, pero esa suena bien —respondió, mientras sacaba su shamisen del estuche y probaba la afinación de sus cuerdas con suaves golpes del bashi.
Lisa sonrió y Emil ensayó unos versos de la canción que acompañaba los inicios de la obra; aunque todavía no terminaba de calmarse:
—¿Y el pagó, Omar? A los teloneros no le pagan y lo necesito para…
—No te preocupes por eso, traje conmigo dinero suficiente para saldar tu deuda —respondió el líder de Los Intérpretes del Viento, sacando una pequeña bolsa de cuero del interior de su estuche.
—Ustedes dos tienen que decirme de que va todo esto y cuánto dinero debes, Emilian.
—No es nada tan importante como para preocupar a una delicada flor de Lis, como vos, mi querida noble —declamó el tymeano—. Un hombre nunca habla de sus vicios ni deudas frente a una dama.
—Y ese es un dicho tonto que se inventaron los maridos infieles para quedar bien.
Emil se rió ante el comentario de la muchacha, e incluso Omar se permitió una sonrisa.
—Quizás, quizás, pero creo que es más importante saber de donde ha sacado tanto dinero nuestro líder —contratacó el cantante, volviendo a ser el mismo de siempre—. No sabía que fueras un ricachón que hace varios años metió su fortuna en la banca imperial y se fue a vivir como músico errante, dejando una esposa y a unos cuantos herederos molestos.
Omar mantuvo la expresión alegre, divertido por la hipótesis del músico. Pero limitó a responderle con otro proverbio:
—Rico es el hombre sin vicios, mi amigo tymeano.
—Y también muy aburrido. Deberías gastártelo en mejorar tu imagen. Por unos cuantos saris, la poción de cualquier alquimista medianamente competente podría hacerte bajar esa panza y un estilista recortarte la barba, teñirte el pelo para ocultar las canas y, con las ropas adecuadas, podrías convertirte en un músico elegantísimo.
—Me gusta esa idea —dijo Lisa, que había dejado salir su entusiasmo ante la idea y, al darse cuenta, buscó paliarlo con una frase más neutra—: Creo que así te verías mucho mejor.
—Gracias por sus ideas —les respondió, Omar—, pero me gusta como estoy ahora mismo y se me han relajado demasiado. Casi tenemos que salir al escenario.
Caminó hacia Emil, que se levantó de su asiento.
—¿Recuerdas la letra?
—Perfecta y clara:
En la noche del carnaval,
Ospría se llena de faroles y cantantes,
Bailarines con velos y elefantes,
Y el vino fluye del manantial…
—Muy bien, muchacho —dijo, Omar, tras comprobar que el sonido del amante de hombres era claro y libre de pronunciaciones extranjeras—. Y tú, Lisa, ¿recuerdas el carnaval que recreaste para aquella fiesta de máscaras en la que nos presentamos el año pasado?
—Como si todavía estuviéramos allí —le respondió, desplazando sus manos por el aire, siguiendo una coreografía de movimientos que, al cabo de unos instantes, hicieron desaparecer el camerino y los sumergieron en una calle repleta de personas disfrazadas que bailaban, bebían y se besaban, todos usando máscaras de medio rostros e iluminados por la luz rojiza de los faroles que colgaban sobre la calle. Al mismo tiempo, las túnicas de los integrantes del grupo se habían convertido en disfraces que no desentonaban con los de sus acompañantes imaginarios, excepto por el de Emil, cuyo traje era de brillante azul profundo y cuello alto que enmarcaba sus rizos dorados y su deslumbrante sonrisa.
—Perfecto, Lisa, esta es la misma ambientación que necesitamos allá fuera. Juntos, llevaremos a ese público de regreso a un carnaval legendario —estiró su mano derecha cerrada en un puño y sus compañeros imitaron el gesto, chocando los puños, gritando—: ¡Intérpretes del Viento! Ahora, subamos a ese escenario.
***
Noly había conseguido un asiento para la presentación de aquella noche en el teatro Olín, en cuyo escenario aparecería su hermoso Emilian y el no podía perderse aquella función. El muchacho se enrolló un rizo con el dedo, ignorando las miradas envidiosas de las mujeres que lo rodeaban en el palco del tercer nivel. Todas ellas sujetas a sus maridos, por temor a que alguno de ellos le llamara la atención su cuerpo esbelto y bronceado, los labios carnosos y aquella sonrisa tan deslumbrante que el muchacho sabía que era su mejor arma.
Pero todas podían relajarse, sólo le interesaba su cantante tymeano, quien, en los momentos más íntimos, le susurraba versos hermosos en el melódico idioma de las ciudades libres. ¡Ah, su Emil era tan intenso en esos momentos y…!
Noly se obligó a controlarse, no podía ceder a los recuerdos de aquella tarde en su habitación, probando aquel nuevo aceite… Céntrate, no has visto que su grupo apareciera en la cartelera, se regañó a sí mismo, volviendo a comprobar el papel impreso que tenía en su mano. Repasó la lista de nombres de arriba hacia abajo y en sentido contrario, pero el nombre del grupo de su amado no estaba.
¿Me abre equivocado de día?, se preguntó, dudando de su memoria antes que de su amante. Pero no, aquella era la fecha, la función y el teatro correctos, incluso se había separado de su amado en la entrada hacía una campanada. Sólo se le ocurría que algo malo le hubiera sucedido a su sol y, sin pensarlo, llevó su mano, cerrada en un puño al centro del pecho y le rezó a la Diosa Paciente, a la patrona del imperio, la madre de todos, y la deidad que la protegía según su infalible horóscopo.
El anunciador apareció en escena y la luz de las lámparas alquímicas se centró en su figura, mientras este llenaba el teatro con su voz, poderosa y varonil, transmitiendo fascinación y diversión. Una voz muy bonita para un hombre de cuarenta veranos, pensó Noly, acomodándose en su silla. Un movimiento inútil porque cuando el presentador anunció la entrada del grupo de su amante se lanzó hacia adelante, apretada contra la baranda de madera tallada.
Gracias por escucharme, mi diosa; susurró, agradecida de que aquella noche la diosa le respondiera con tanta rapidez. Pero estaba confusa: habían anunciado al grupo como los teloneros que prepararían al público para las grandes obras de la noche. Un papel menor, cuando su amante le había prometido que serían uno de los grupos principales.
Sin embargo, olvidó sus pensamientos cuando la poderosa luz de las lámparas descendió su brillo hasta una penumbra que se llenó, instantes más tarde, con el sonido de una tonada aguda, rápida y alegre, a la que se le unió la voz perfecta de su sol, quien apareció en el centro del escenario que cobraba vida: usaba una reluciente chaqueta azul profundo sobre un pantalón de corte recto de la misma tonalidad, un cuello alto enmarcaba su rostro y los rizos dorados de un rostro sin máscara.
Hermoso, Noly no podía pensar otra manera de calificar la belleza de su novio ni se cansaba de hacerlo. Mucho menos ahora que resaltaba tan maravillosamente en el escenario recién creado: una calle iluminada por faroles rojos y que estaba llena de músicos, cantantes y transeúntes alegres por el vino y parejas con los rostros pintados que bailan.
Su chico alzó la voz y la letra de la canción lo cautivó, revelando a quienes todavía no la había identificado como “Llega el carnaval a Ospría.” Una obra corta y alocada que Noly siente que encaja con la temática de la noche: la diversión, las festividades y la exhibición del talento artístico. Y una en la que su amante brilla en medio de aquel carnaval revivido, entonando la letra de una historia que narra la salida nocturna de un joven noble que busca probar el carnaval y se deja absorber por la festividad.
Avanza por la calle, probando aquí y allá bebidas, robando besos de personajes fantasmales, pero que aun así, ponen a Noly un poco celosa. Aunque sólo un momento, antes de que su Emilian retome su camino por una calle que parece ensancharse más y más hasta que se convierte en una gran plaza, vórtice de los festejos.
Emil gira sobre sí mismo y da vueltas, ahora callado, mientras que la música sacada de las cuerdas del shamisen busca transmitir el deseo del noble por absorber todo lo que ve. Y, para apoyar esta sensación, el escenario también gira con Emil, provocando una sensación alucinatoria y mareante, hasta que el mismo muchacho se detiene y da unos pasos a la derecha, tambaleante. Frente a él se detiene una mujer enmascarada con el rostro de un ave, su pelo negro trenzado como un plumaje negro le cae desde la cabeza sobre el pecho, y le tiende una botella, invitándolo a un trago apaciguador y luego a más baile, festejos y besos.
La imagen del escenario exterior se va haciendo más difusa, mientras se oscurece y la imagen se centra en ellos dos, acompañados por una tonada que se ha vuelto erótica. Esta culmina en un clímax, donde, Emil, abrazado a la desconocida, es alejado por esta de su cuerpo para poderle ofrecer así una máscara que hace juego con la suya. El cantante no duda y la toma, mientras surge tras ellos un túnel de luces rojas y formas humanas apenas entrevistas por el cual desaparecen y, momentos más tarde, muere la música.
Tras esta escena, las luces vuelven al escenario donde ahora sólo se alzan tres artistas de apariencias dispares que se toman las manos y hacen una inclinación para agradecer al público. Este, impresionado, por el breve y corto espectáculo, los despide con aplausos, Noly, la más entusiasta de todos, no es un conocedor de las representaciones, pero está seguro de que para esta obra hubieran hecho falta al menos el doble de artistas. Eran demasiados los detalles del escenario y la música los que debían ser coordinados para que una sola persona los manejara, pero aun así, lo ha hecho esa pequeña noble pecosa. Una presentación que el público más conocedor celebra y, algunos de sus miembros profetizan como un comienzo más que magnífico de una noche de obras estelares.
Noly se queda el tiempo suficiente en su asiento para captar los comentarios de algunas de las esposas celosas, quienes cuchichean y hablan en susurros de la belleza de su Emil. Sufran por él, mis queridas, que ese hermoso sólo prueba la miel de mi cuerpo, piensa, mientras abandona el palco y se apresura a encontrar a su príncipe tymeano.
Los pasillos del teatro están desiertos. La mayoría de los espectadores sigue dentro, presenciando el comienzo de la primera gran obra de la noche. Noly camina apresurado por su forma curva, en busca de las escaleras, obviando los tapices y cuadros que, cada cierto tiempo, aparecen colgados de sus nichos iluminados por lámparas alquímicas. Pero ninguno de ellos le llama tanto la atención como la pareja de hombres musculosos que hay parados frente a las escaleras que descienden y que ofenden al sentido de la moda usando camisas de mangas largas en verano.
Noly, evita mirarlos, pero sabe que estos lo estudian mientras se acerca a ellos. El amante de hombres hace un mohín mental y se prepara para pasar de largo, ignorando a aquellos ordinarios y bajar por las escaleras sin que lo molesten. Pero estos se mueven para bloquearle el paso.
—Caballeros, me gustaría usar las escaleras y les agradecería mucho que se apartaran —les dice, con su mejor tono de cortesía sarcástica.
Pero los matones no se mueven, incluso cuando los desafía en su duelo de miradas.
—¿Eres Noly, la puta travesti con la que se acuesta Emilian? —la pregunta del matón de la derecha, de ojos negros lo sorprende y asusta, debido a que lo ha reconocido como uno de los matones del local de Nika.
—¡¿Y quién demonios eres tú, bruto reprimido, para preguntar eso?! —le grita, retrocediendo un paso, lista para huir.
Sin embargo, el matón no es quien ataca, sino su compañero que lo golpea en el rostro antes de que pueda gritar. Noly cae al piso y mientras se prepara para gritar, el matón de ojos negros está sobre él, apretando un paño de olor alquímico sobre su nariz sangrante.
El mundo de Noly comienza a desvanecerse y se pregunta si morirá, si su Emil…
***
El matón de ojos negros comprueba que la poción alquímica ha surtido efecto y se levanta del cuerpo de la putilla y le hace un gesto a su compañero, que ha estado vigilando el pasillo, pero nadie sale, atraído por el poco ruido que han causado. Juntos, alzan el cuerpo del muchacho y comienzan a bajar las escaleras en silencio, como si nada hubiera sucedido.
Me gustaMe gusta
Excelente narración de la obra, me parecía estar viendo todo eso, poderosa la muchacha con la magia. Veo también que la cosa se pone tensa, ya no es tanta paz y relajación espiritual, el bajo mundo hace acto de presencia.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Deduces bien, Sauron, el bajo mundo comienza a mete su mano y lo tendremos como protagonista en el siguiente par de capítulos. Y aunque no haya acción según la definición clásica, este tipo de novelas necesita tensión.
Disculpa que haya tardado en aprobar tus comentarios, había salido con mi novia. Pero ya no debería haber comentarios, este nuevo nick tuyo ya está registrado.
Un abrazo y gracias por leer. Hoy, alrededor de las diez debo subir el siguiente capítulo.
Me gustaMe gusta
Tranquilo, diculpame más bien a mi, no me percate que el nick había incorporado esos signos de suma. Seguiré usando el mismo. El nuevo blog me da algunas dificultades, cosas de incompatibilidad tecnológica, pero no me impide hacer uso del mismo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
¿Qué tipo de problemas te está dando?
En el caso de que andes navegando por la apk que cree, me he dado cuenta de que no funciona demasiado bien aquí en esta plataforma que no la deja funcionar completamente debido a motivos de seguridad. Así que lo que te recomiendo, si tienes un celular con android 6.0 en lo adelante, es instalar la apk de WordPress.com y así crearte un usuario y poder navegar con más comodidad y recibir notificaciones.
Me gustaMe gusta
Te había hecho otro comentario de este capítulo pero le di a publicar mientras volvía en camión de Baguanos, no me percaté de que por el lugar donde íbamos no había señal y perdí el comentario miserablemente. En fin, leído el 3 y me gusta. Ya tenemos tensión y conflictos con Emil, qué tal parece se metió con los matones equivocados y va a generar problemas. Nuestro buen Omar la va a tener difícil para lograr poner a ese grupo en lo más alto, pero ahí está la gracia del asunto. Una narración bien lograda como la vez anterior. Nuestra pequeña flor de lis hace un trabajo muy bueno con las escenografias y muestra un buen despliegue con la magia que me gustó. La ilusión del carnaval se da de una forma agradable. En un rato me leo el 4. Bravo, emperador, tengo que quitarme el sombrero contigo, este estilo lo dominas bien.
Me gustaMe gusta
Von, felicidades por el Día de la medicina Latinoamericana! Hoy comienzo a leer tu novela y las demás. Saludos,
Me gustaMe gusta
Gracias Gamora, el lunes arranco a trabajar en un consultorio y ya me estreno como médico de familia. Hoy fue un buen día, estuve en mi nuevo policlínico en trámites y cosas y ya retorné a Holguín sin contratiempos. Gracias por leerme, tengo una deuda con tus últimos capítulos. Pronto me pondré al día y te dejaré comentarios. Saludos para ti.
Me gustaMe gusta
Leído! La culpa es de Nevi y Celia?! 🥲 Oh, y homenaje a Ospria! Me gustó mucho que (Spoiler Alert!) Lis sea capaz de generar tamaña ambientación, supongo su poder daría para más… de ser necesario, no? O solo puede usarla para manipular ilusiones? Pobre Naly, parece que pagará los platos rotos de Emilian…
Me gustaLe gusta a 1 persona
Como siempre, gracias por leer y no te preocupes por las demoras, ando atrasado con el primer capítulo del torneo y ese sí que será largo.
El poder de Lis depende de cuanto la favorezca el dios y su imaginación, pero esas son cosas que aquí no menciono y el lector tiene que ir deduciendo. Pero sí, los mejores de su tipo pueden hacer más que manipular ilusiones, pueden crear olores, sensaciones y durante cortos periodos de tiempo, volver realidad sus creaciones.
Noly, bueno…, ya verás más adelante.
Me gustaMe gusta
La música de los naish 05 (capítulo 2 completo)
Cantidad de palabras: 5207.
Total de palabras: 9632/30.000
Omar se despertó con la garganta seca y un dolor en la espalda baja que lo castigó mientras se levantaba del suelo y se estiraba, repitiéndose que estaba demasiado viejo. Tanto para pasar la noche durmiendo en el suelo, como para estar bebiendo tanto. La resaca se iría antes del mediodía, pero el dolor de espalda se quedaría hasta que le dieran un buen masaje en las termas o se gastara un par de levis en una poción alquímica.
El pensamiento de ir a los baños comunitarios lo animó un poco, conseguir allí que lo atendiera un buen masajista y luego los servicios de una chica para… Aquellos pensamientos se detuvieron cuando, su nublada mente, recordó que esa misma mañana había citado a los integrantes de su grupo en las termas de la ciudad y así hablar sobre los preparativos del torneo y el pago de la cuota de inscripción.
Por lo que mientras enderezaba la espalda y reprimía un gruñido de dolor, comprobó la posición del sol, que apenas se asomaba por las copas de los árboles. Era temprano y, antes de ir al encuentro, tenía tiempo para comer algo de desayuno. Su estómago expresó su desacuerdo con aquel pensamiento con un reflujo amargo, lleno del sabor a vino. Pero lo haría de cualquier manera, saltarse esa comida sería peor para su estómago.
Antes de irse, se arrodilló para comprobar que había guardado bien su shamisen en el estuche, mientras buscaba con su mirada la figura fantasmal de Iori. Pero no le sorprendió encontrar el claro vacío, al naish no le gustaba adoptar ninguna forma durante el día, para poder vagar por la ciudad sin llamar la atención, cumpliendo con el deber que había pactado con sus fundadores: vigilarla y eliminar las emanaciones espirituales que provocaban las emociones de tantas personas juntas.
Por eso, al comprobar que su instrumento y bashi estaban bien, se cargó el estuche a la espalda, recogió la botella de vino de entre las raíces de un árbol cercano, donde había caído la noche anterior. Omar sabía que a su amigo le gustaba mantener prístino el claro y, como muchas otras veces, hoy se sentía muy agradecido por la ayuda que le había brindado para mejorar el acompañamiento musical de la última obra que presentarían.
Omar salió del bosquecillo del naish sin problemas ni piedras atravesadas en el camino. A medida que se fue acercando a los linderos, los sonidos de diversos instrumentos y voces se hicieron más fuertes y definidos. Omar gruñó al escucharlos, no había ninguno con talento, pero, al menos, no con tan poco como para representar un ruido. Así que, tal y como había hecho otras veces, evitó sus miradas ansiosas y apartó con un gesto de la mano a aquellos que intentaron preguntarle quién era o cómo había entrado.
De cualquier manera, muchos de ellos habían venido con la esperanza de poder ver a Iori y que este les permitiera entrar al bosquecillo, para conversar sobre música en su mítico claro. O, al menos, poder verlo de lejos y que esta imagen, convertida en bendición en sus mentes, los llevaría a la fama y los convertirían en los grandes artistas que deseaban ser.
Pobres tontos, que no sabían que el naish sólo les dejará entrar cuando su talento sea suficiente para no necesitar ninguna bendición, pensó el músico. Bendición que no existía, a menos que contaras la amistad con Iori como una. Omar sonrió mientras recordaba el momento en que, dos décadas atrás, durante una noche sin luna, se había parado en la linde del bosque y le había dedicado una canción al espíritu que moraba en su interior y protegía la ciudad.
Iori había aparecido ante él, imitando su figura, por entonces sin la barriga y con muchos más rizos negros en la cabeza. Se había burlado de su orgullo y pretensión, pero Omar, en vez de sentirse ofendido, le respondió con sarcasmo, comenzando de aquella manera la amistad que todavía los unía.
El recuerdo lo animó y casi le hizo olvidarse de su dolor de espalda. Silbando, recorrió los senderos del parque, dejando atrás estatuas, amantes que buscaban privacidad, incluso a aquella hora de la mañana y a los transeúntes que tomaban un descanso de sus salidas por la ciudad, escuchando a los solicitantes de Iori.
Tras un sexto de campanada el silencio y el olor a tierra mojada del parque cedió al bullicio y torrente de olores diferentes del distrito comercial que se había tragado la parte anterior al imperio de Evlín.
Omar se abre paso por las calles con cuidado de que no lo empujen ni de que ningún transeúnte distraído choque con su instrumento. Pero es una tarea difícil, debido a que las calles están repletas con las personas que han venido de todo el imperio a presenciar el torneo: simples comerciantes, nobles de las provincias cercanas, así como los mecenas y cazadores de talentos de Fiorentis. También la llenan aspirantes a grandes artistas, campesinos, artesanos y músicos de bandas no profesionales que vienen a competir en el torneo de popularidad que los gobernantes de la ciudad celebran de manera paralela al imperial de talentos y en el que no hay restricciones para participar, premiando a sus ganadores con la gran suma de quinientos saris. Una jugada inteligente por parte de los organizadores, pensaba Omar, para mantener entretenidos a los artistas que no habían sido seleccionados luchando por un premio de consolación y, debido a la pura cantidad de participantes, distraer al pueblo durante los días en que no había actuaciones en el torneo de talentos.
Incluso los mendigos parecían estar puliendo sus habiladades en las bocas de los callejones: cantando, manipulando títeres de hilo o actuando en pares o tríos. Todos con su caja de donaciones bien cerca, por si algún buen ciudadano apreciaba sus talentos y les quería dejar alguna moneda. Y los vendedores de instrumentos y comerciantes no hacían menos, aprovechando la marea de visitantes para venderles sus productos y convencerlos de que los estaban comprando por el precio de una ganga.
Omar también los esquivó a ellos, mientras decidía si tenía tiempo suficiente para ir al apartamento que alquilaba y cambiarse de ropas antes de ir a los baños públicos. Pensando en esto, se detuvo en la plaza donde confluía la Gran Avenida y la calle de los Instrumentos, por la cual había llegado caminando del parque del naish. Alzó la mirada y contempló la hora que marcaba el gran reloj de sol en su centro: faltaba un cuarto de campanada para la tercera hora del día; muy poco tiempo para ir y regresar.
El músico gruñó por la falta de tiempo y se maldijo por haberse quedado hasta tan tarde con Iori. Pero, ¿qué otra cosa iba a hacer?, el naish había estado inspirado la noche anterior en sus consejos y regresar a su apartamento, recorriendo las calles por la madrugada era demasiado peligroso. Incluso con la guardia de la ciudad duplicada por la presencia de la familia imperial, las calles de Evlín seguían siendo lugares que evitar a altas horas de la noche, más cuando por ella, ahora caminaban, disimulados entre el gentío, los miembros de la división armada de la Shadok imperial.
Resignado, compró unos pasteles rellenos de mermelada para desayunar e hizo una nota mental de decirle al servicio de los baños que no lavaran ni plancharan su ropa. La manera tosca con la que se hacía en las lavanderías del imperio acabaría destiñendo su túnica azul oscuro, traída de Liu Heng, y aquella era su ropa de gala. Sin contar con el hecho de que su pueblo desconocía por completo lo que era el planchado de la ropa.
Con algo de esfuerzo y la ayuda de la segunda empanada de mermelada, logró alejar sus pensamientos de su túnica y se concentró en el tema por el cual había convocado la reunión: los preparativos para el torneo y el pago de la cuota de inscripción. Una cuota de sesenta saris que debían pagar para confirmar su participación en el torneo de talentos y, la cual, era una pequeña fortuna o una suma despreciable, dependiendo de la popularidad o el mecenas de los artistas seleccionados.
En el caso de Los Intérpretes del Viento, era una suma respetable, debido a que no tenían un mecenas oficial, más allá de las ayudas económicas de Lisa. Omar estaba seguro de que reunirla en los dos días que tenían de plazo era posible, especialmente debido a que había conseguido una actuación para el grupo la noche siguiente en el teatro de Olín. Un escenario que tenía reputación de presentar a muchas de las estrellas en ascenso del panorama cultural del imperio y ellos estaban allí, obviamente, no como uno de los grupos principales, pero con aquella actuación lograrían unos cuarenta saris que les aligerarían el pago de la cuota de inscripción.
Fuera de este, los demás detalles que trataría con el grupo serían pequeños ajustes que deberían hacer a las tres obras que presentarían: El conquistador, La caída de Beozan y El amanecer de los imperios. Cada una haciéndose más compleja que la anterior e involucrando a un participante adicional.
Empezarían dejando brillar el talento de Emilian, con su voz y físico perfecto, Lisa lo envolvería con la magia del dios y lo convertiría en Gardax, fundador del imperio. Y reforzarían la imagen usando el argumento de la vieja obra del dramaturgo Esileo, en la cual resume la conquista de todo el mundo civilizado de por aquel entonces. Algo brillante, épico y patriótico, justo lo necesario para resaltar y hacer que los jurados los valoraran como un grupo menor, pero con algo de talento.
Un error del cual se arrepentirían, debido a que cuando enterpreten su adaptación de La caída de Beozan se tragarían sus suposiciones. Lisa subiría al escenario y se uniría a Emilian en una danza muda que recrearía la muy conocida obra de Olidian sobre el último campeón de la diosa oscura y su amante. Ambos, luchando con sus vidas para mantener a salvo las murallas de su ciudad natal contra el ataque depredador de Dacel, el voraz semidios que se alzara quince años antes y amenazara con conquistar el mundo. Toda esta historia acompañada solamente por su shamisen, para el cual había adaptado la música original, sin acortar las notas, haciéndola una pieza muy compleja y que su sola ejecución debería garantizarles el pase a la final.
Y para el momento culmen, había reservado la mayor obra de teatro de Olidian: El amanecer de los imperios. Concebida para recrear el triunfo del general Meleidas, el mayor estratega vivo del imperio y tío del emperador Ryodar I, sobre el ejército invasor de Dacel en la planicie de Olbric. Una obra magnífica, que necesitaba de, al menos, dos narradores de historias juntando su magia para recrear las grandes batallas, pero que en el caso de Los Intérpretes del Viento, Lisa había demostrado que podía encargarse de ello. Por supuesto, Emilian haría de un Meleidas envejecido, triunfando sobre las legiones del semidios maldito. Mientras que el se encargaría de darle a la obra el único elemento en el que siempre había pensado que Olidian había fallado: un acompañamiento musical adecuado. Y ahora disponía de uno perfecto, gracias a la ayuda de Iori.
Ese era el plan general que tenía para las tres etapas del torneo y sólo desconfiaba de la obra con que cerrarían. Pero ya lo hablarían en un cuarto de campanada, debido a que sus pasos ensimismados lo habían llevado hacia los grandes baños mixtos de la ciudad. Un gigantesco edificio que mezclaba una fachada de grandes columnas pintadas y adornadas con motivos acuáticos, y las grandes cúpulas interiores salpicadas con tramos cubiertos por cristal tintado para dejar entrar la luz a las piscinas interiores.
Omar pasó a la amplia sala de recepción del edificio y se abrió paso entre la multitud de viajeros, mercaderes y miembros empobrecidos de la clase media que habían venido a darse el baño semanal para asistir al torneo y al festival oliendo a limpieza. El músico habría tenido que hacer alguna de aquellas colas para el recinto principal, de no haber sido por su previsión de haberle pedido a Lisa que les reservara un privado en el segundo piso.
Se acercó a la escalera de granito azul que conducía al piso superior y le enseñó su identificación, tallada en madera barnizada, al musculoso vigilante que la custodiaba. Este la tomó y comprobó que estuviera en la lista de reservaciones. Cuando lo hizo, se la devolvió y le indicó que su habitación era la 214, al fondo del pasillo. Agregando, que había llegado otro de los que habían reservado la sala con un acompañante.
Omar le agradeció la información y subió las escaleras, despojándose en el recibidor superior de sus ropas y su estuche. Le insistió a la muchacha que los recibió, que no debían lavar su ropa y que el estuche debía ser guardado en un lugar seco, para que la humedad no afectara la piel ni las cuerdas de su shamisen. La muchacha asintió, diciendo que cumpliría sus instrucciones, pero el músico prefirió asegurarse de que lo haría, depositando en sus manos tres morans de cobre, que hacían un cuarto de levi. La chica se guardó la propina en un bolsillo de su amplia túnica y le ofreció entusiasta una toalla color marrón, que Omar se puso en el hombro antes de salir desnudo por la puerta corrediza hacia los baños.
Lo primero que sintió fue el agradable golpe de calor húmedo que llenaba el ambiente. Lo aspiró y llenó sus pulmones con el olor de las maderas aromáticas que se quemaban en distintos nichos repartidos a lo largo del pasillo que seguía la forma cuadrada de la piscina principal que había en el piso inferior.
El músico caminó hacia la habitación que habían reservado, casi disfrutando la sensación de alivio que sentiría al dejarse sumergir en las aguas calientes. Mientras dejaba pasar a una mujer mayor, que sólo usaba la toalla enrollada alrededor de su pelo, se distrajo mirando a los que disfrutaban de la piscina principal. Hombres y mujeres desnudos se sumergían o salían de ella, algunos se salpicaban agua, riendo como si fueran niños, en grupos de amigos que habían ido a buscarle pareja a uno de sus miembros solteros.
Al tiempo que otros, más tranquilos, disfrutaban de la cidra fría y los aperitivos que servían, acompañados por algún verso o canción popular. Omar recordaba bien los momentos en que había hecho algo similar y atraído con su voz a todos, paseándose con aquel cuerpo suyo, tan atlético en su juventud por los bordes de la piscina, creando todo un espectáculo. Este fue un recuerdo al que sólo le dedicó una sonrisa, era un hombre nuevo y su barriga y barba desaliñada lo convertirían en una atracción de otro tipo, una más burda y degradante.
Así que apartó la vista de la piscina y abrió la puerta de la habitación, esperando encontrarse a Emilian o a Lisa, junto al misterioso acompañante que le había comentado el vigilante. El pensar en la identidad de esta persona extra le hizo perder el buen humor. Había sido muy enfático en que la reunión era privada, un asunto de la banda y los extras no eran bienvenidos.
Pero siempre podía suceder que Lisa hubiera conseguido un mecenas a última hora, uno interesado en financiar su cuota de admisión, pero que deseaba conocerlos y hablar con ellos. Era el proceso normal, Omar lo sabía, sin embargo, le molestó el pensamiento de que también podría ser algún noble con dinero, interesado en seducir de esta forma a la exótica Lisa, una manera de llevarse a la cama a la pequeña muchacha de piel blanca y pecosa. Era realmente molesta la manera en que el naish se metía en su mente y lo hacía preocuparse por la pequeña noble. Así que cuando abrió la puerta del privado, casi se alegró de encontrarse a Emilian, manoseándose junto a su último novio, Noy.
Obviamente, Omar, así como la mayoría de los ciudadanos del imperio, no tenía ningún prejuicio en contra de los amantes del mismo sexo. Pero lo que sí lo enfurecía era que Emilian se lo hubiera traído para aprovechar el tiempo anterior la reunión, especialmente cuando estos no parecieron notar su entrada al reservado.
—Emilian, por la Diosa Paciente, haz salir a tu novio de la habitación ahora mismo —gruñó Omar, en voz baja.
Por fin, la pareja notó su presencia y dejaron de manosearse. Emilian apartó a un lado a el muchacho esbelto y con rasgos aniñados que le lanzaba una mirada molesta a Omar. Pero al músico no le importaba, no debía estar allí.
—Omar, viejo, has como las personas decentes y toca antes de entrar. No abrías tenido que…
…que verlos a punto de ponerse más carnales, completó la frase en su mente, el intérprete de shamisen. Pero, aquel pensamiento tenía un tono casi humorístico, al lado de la furia que le causaba que el cantante hubiera traído a su novio.
—Una vez más, Emil, pídele a tu novio que se vaya. Te dije que esta reunión sería sólo para el grupo —repitió, Omar, forzándose para calmarse, apretando la toalla en su mano.
El cantante tymeano vio su gesto y decidió no presionar más.
—Noly, cariño, complace a Omar y ve a casa a ponerte hermoso para nuestra salida esta noche —dijo, acariciando la mejilla color café tostado del muchacho.
—Lo haré, Emi, querido, pero sólo porque me lo pides, no porque el viejo quiera —Omar, gruñó ante la respuesta del muchacho.
Noly no se molestó en apurarse mientras salía de la piscina y tomaba su toalla, colgada de uno de los bancos de madera tallada que había en la esquina de la pared. Cada uno de sus movimientos lentos, deliberados, exhibiendo la desnudes de su cuerpo, orgulloso y tratando de sacar de quicio al músico.
Pero Omar no reaccionó a sus provocaciones, se había calmado lo suficiente para estar sólo molesto con Emil. Este evitaba mirarlo directamente, disfrutando de la visión del cuerpo desnudo de su amante, que terminó saliendo de la habitación sin apuro.
—Reprimido —susurró Noly, mientras pasaba al lado de Omar, que se limitó a cerrar la puerta cuando salió.
—Relájate, viejo, y entra al agua. Deja que el calor te entre en el cuerpo, que se nota que te duele la espalda.
—Algún día te encontrarás un novio decente y con modales —respondió el músico, dejando su toalla en el banco de madera.
—Lo que te pasa es que no te gustan los retos, los chicos que son un espectáculo y tienes que ir domando, para que se dobleguen a tu voluntad.
Omar, con calma, se fue adentrando en los escalones de la piscina, disfrutando de como la parte inferior de su cuerpo se calentaba y se relajaba. Al cabo de unos instantes terminó sentándose en el segundo escalón, perpendicular a la entrada de la puerta y a la izquierda de Emil.
—Igual, no debiste haberlo traído. Lisa reservó este local para nosotros —le respondió, cerrando los ojos y disfrutando del momento en que el calor del agua reemplazaba a su dolor de espalda.
—No pensaba que llegarías tan temprano. Siempre vienes casi a la hora que acordabmos —con los ojos cerrados, Omar notó el fluir melodioso de las vocales por la voz del tymeano. El ligero alargamiento del sonido de las i típico de las ciudades libres estaba allí, pero apenas se notaba y había desaparecido por completo de su canto.
—Estaba cerca —le respondió, removiendo su cuerpo para disfrutar del calor de las paredes de la piscina.
—Celebrando la gran noticia de ayer con alguna compañera desconocida—se burló el muchacho—. Cuidado, viejo, esa no es la manera de poner celosa a nuestra noble Lisa y hacerla caer a tus pies.
—No, tymeano tonto. Estuve visitando a Iori, para que me ayudara con los arreglos para El amanecer de los imperios.
—¿Y qué te dijo? —preguntó Emil, con la emoción de un niño que escucha noticias de su tío favorito.
A pesar de su talento, Emilian nunca había hablado con el naish. En su mayor parte, debido a que a Iori no le agradaba su personalidad que por una falta de talento. Aunque, en par de ocasiones, el espíritu había aceptado las peticiones de Omar de aparecérsele bajo distintas formas y, de esta manera, el músico había logrado mantener centrado a su cantante en la música y lejos de las apuestas.
—Dice que tenemos una pieza ganadora. Y que, a menos que aparezca algún semidios disfrazado o haya renacido alguno de los grandes intérpretes del imperio, el torneo de este año podría ser nuestro —le respondió, exagerando los buenos comentarios que había hecho el naish sobre sus posibilidades.
—¡Eso es increíble, Omar! —el cantante dio una palmada en el agua, levantando pequeños surtidores—. Por Adarlin, la señora del azar, por fin nos haremos realmente famosos. Tendremos grandes mecenas y podré cantar en…
Omar detuvo la fiebre de fama del muchacho con un gesto.
—Tómatelo con calma, Emil —le recordó—. Falta mucho torneo y estoy seguro de que habrá muchos competidores con talento: las danzantes del templo de Gabis, he escuchado que Eridis en persona ha venido a participar. El grupo de narradores de Los espejos de las Sombras también han venido. La pareja de flautistas Kardic. Hay mucha gente con talento y tú, Emil, eres el que menos puede pensar en grandeza en este momento.
—¿Qué pasa conmigo, Omar? Mi voz está en perfecto estado —y acompañó sus palabras con uno de los versos de Triunfo a la Osadía de Gilveri—. ¿O es que todavía sigues molesto por lo de Noly? Que es un encanto y no sabes lo bien que se las arregla para mantenerme relajado con esos labios suyos.
—Sabes que no me refiero a eso —respondió el músico, poniéndose serio—. Estamos hablando de tu vicio con el juego y las apuestas en las regatas de galeras.
Una mueca afeó el bonito rostro de Emil, quien la hizo desaparecer mientras se acomodaba un rizo mojado que le había caído sobre la frente.
—Esos son pasatiempos saludables que se practican por todo el imperio y más que adecuados para un artista profesional. Ya sabes que vienen como parte del oficio, una manera de hacer que nuestras biografías resulten interesantes para los lectores futuros —dijo el tymeano, rezumando convicción.
Omar no intentó negar su argumento. En su juventud también había estado convencido de que eso era lo que necesitaba un artista.
—Y sabes que no me molestaría contigo si todo esto fuera el vicio sano para la vida artística que me estás vendiendo. Puedes hacer con tu vida lo que quieras, Emil, siempre y cuando tus acciones no afecten al grupo —el viejo músico acentuó su última frase inclinándose hacia el cantante.
—Por favor, viejo, no caigamos en la misma discusión de siempre. Está claro que…
—Que le debes dinero a gente peligrosa y que has estado perdiendo mucho —aquellas palabras rompieron la máscara de seguridad de Emil.
—¡¿Quién ha sido el perro sarnoso que te ha ido con esas mentiras?! —Omar no se dejó intimidar por el ataque de furia del tymeano.
—Iori me lo contó anoche, Emil. Y sabes tan bien como yo, que el naish conoce todo lo que sucede en esta ciudad. Ahora, necesito que me confirmes si esas deudas tuyas serán un problema inmediato que pondrá en peligro nuestra participación en el torneo o que las preocupaciones de Iori son un problema con el que tenemos más tiempo para lidiar.
—¿Por qué el naish te contaría esas cosas?
—Porque es lo que hacen los amigos, Emilian: se preocupan y tratan de evitar que el otro arruine su vida —Omar le dio un tiempo para que el muchacho asimilara lo que había dicho, antes de volver a presionar—. ¿Esta semana tendremos algún problema debido a tus deudas, Emil? Sólo tienes que darme tu palabra que no los habrá y prometerme que te mantendrás alejado de las regatas y los juegos hasta que acabe el torneo. Si lo haces, no volveré a molestarte con este asunto.
El tymeano dejó caer su cabeza y se recostó contra la pared de la piscina, evitando la mirada de Omar y jugando con el agua frente a él.
—Mañana tengo que pagarle veinte saris a uno de mis prestamistas y pensaba hacerlo con mi parte de las ganancias de nuestra actuación en el Oli —confesó.
—¿Y tus otros prestamistas? —insistió, Omar.
—Esos esperarán hasta la semana que viene, cuando estoy seguro de que tendremos el premio del torneo, el mecenazgo de…
—Contén a los remeros de tu galera, Emil, un paso a la vez.
—Pero acabo de prometer que no te daré problemas y el naish ha garantizado que triunfaremos —insistió el cantante, recuperado por completo de su momento de vergüenza.
Omar soltó una carcajada, ya más tranquilo por la promesa del muchacho, una que sabía que le costaría cumplir, pero lo estaría vigilando.
—Iori sólo dijo que teníamos buenas oportunidades. Todavía nos hace falta pulir un poco más nuestra puesta en escena y…
Alguien tocó dos veces a la puerta antes de abrirla.
—¡Mi querida Lisa, te estábamos esperando! —gritó el cantante, al ver entrar a la muchacha en la habitación.
—Hola, Emil. Omar —dijo, su tono respetuoso, aun en la privacidad del baño.
El músico se gira para verla y, aunque sabe que va en contra de las normas sociales, termina contemplando su cuerpo desnudo: la piel pálida que grita su herencia sureña, sus ojos verdes, la nariz pequeña, el pelo negro sin rizos y unos senos juveniles de pezones rosados… Y hasta aquí, Omar, respeta a la chica, se dice el músico, devolviendo sus pensamientos a su dolor de espalda, para evitar que su cuerpo responda de manera incómoda. ¡Maldito sea ocho veces, Iori!
La narradora no ha perdido el tiempo y ha dejado su toalla en un banco de madera y se ha sumergido en la piscina, que le llega hasta la mitad de su estómago plano. Y, al igual que sus compañeros, termina sentándose en uno de los escalones internos, frente a Omar y a la derecha del tymeano. Se nota que tampoco ha dejado escapar la mirada del viejo músico, pero no dice nada.
—¿Qué sucedió para que ambos hayan llegado antes que yo? —preguntó, mientras, al fondo, se escucha el sonido apagado de las campanadas que marcan la cuarta hora del día—. El sirviente me dijo que llevaban un tiempo aquí y…
—Es la emoción, mi pequeña flor de Lis —le respondió Emilian, evitando que Omar pudiera hacer cualquier comentario sobre el incidente con Noly—. Y que nuestro líder pasó la noche con el naish: ¡Dice que ganaremos el torneo!
—¿Quién, Omar o Iori? —preguntó la muchacha, compartiendo la sonrisa del tymeano.
—Iori, por supuesto, Omar siempre insiste en que seamos pacientes. Sabes, cosas de la edad, nuestro líder ya es todo un señor, nada más tienes que mirarle esa panza…
—Cierto, ahora parece un poco más grande —agregó la muchacha, uniéndose a la chanza.
—Un símbolo de un músico al que le ha ido bien en la vida —respondió Omar, contestando a las puyas de su cantante—. Y la edad también te enseña a ser preciso en lo que dices, Iori no dijo que ganaríamos, Lisa. Pero sí que lo haremos bien y tenemos una buena oportunidad de triunfar.
—Igual, esa es una noticia muy buena, Omar —dijo la narradora y le lanzó algo de agua al músico.
Omar se dejó contagiar durante un momento por la alegría de sus compañeros y obvió la voz pesimista del naish y de sus propios miedos que seguían susurrando en el fondo de su mente. Aunque sólo pudo ahogar una parte de ellas.
—Pero primero tendremos que resolver el problema del pago de la cuota de inscripción —dijo y el ambiente de felicidad murió—. A Emil se le ha presentado un problema y no podremos contar con su parte.
—¿Metido de nuevo en las apuestas? —preguntó la noble, acusadora.
—Yo diría que es más bien un problemilla —respondió, Emil, lanzándole la mejor de sus sonrisas, que no pudo hacer mucho para ablandar el ceño de la muchacha.
—Deberías ahorrar todo lo que ganas o…
—…o irme a Fiorentis y apostar en el mercado de acciones. Ahí sí que ganaría dinero —la interrumpió el amante de hombres.
—Ahí lo que harás es perderlo de inmediato y ganarte una entrada sin salida a la cárcel de deudores. Un precioso lugar donde hombres feos y sucios querrán enrollar sus dedos en tus rizos.
La imagen logró que el cantante hiciera una mueca de asco.
—Mi bella flor de Lis, a veces tienes una imaginación demasiado macabra para ser una dama de la nobleza.
La muchacha le enseñó la lengua y Omar aprovechó la pausa para intervenir:
—No hay que preocuparse tanto; pagaré la parte de Emil.
—¿De verdad que lo harás viejo? No me lo habías dicho. Estoy tan feliz contigo que te daré un beso de agradecimiento.
—Sin tantos ánimos, muchacho —respondió, Omar, mientras apartaba con las manos al tymeano que se abalanzaba sobre él.
Emil aceptó su rechazo con una sonrisa y regresó a su lugar en la piscina.
—Habrías disfrutado mucho, viejo, mis besos son unos de los más cotizados de la ciudad.
—No lo habría apreciado —le contestó Omar, apoyándose, una vez más, contra la losa caliente de la pared de la piscina—. Pero tienes que hacer lo que te dijo Lisa: alejarte durante un tiempo de las apuestas.
Emil asintió, feliz.
—Lo haré, mi buen viejo. Durante una semana tendrás al cantante perfecto.
—Ojalá lo tuviéramos todo el año —susurró el músico, mientras se giraba hacía la noble, quien había apartado la mirada, señal de que quería decir algo, pero no se decidía.
—Sabes que puedes contar con mi dinero para pagar la cuota de inscripción —dijo, tras titubear un instante.
—Lo sé y te lo agradezco mucho, Lis, pero ya has hecho demasiado por nosotros al dejarnos ensayar en tu taller. Pero las inversiones del grupo son un tema independiente y después no quiero escuchar a tu padre diciendo que estás malgastando su fortuna en nosotros.
—¿El señor de la harina volvió a molestarte con eso? —le preguntó la muchacha, mostrando su furia por primera vez—. Ese no acaba de entender que el dinero es mío y…
—Y por eso lo rechazo, tengo ahorrado más que suficiente para cubrir la parte de Emil y no tener que pasarme un mes comiendo sólo maíz hervido —Omar le dedicó su sonrisa más dulce y disfrutó de ver como esta la hacía sonrojar.
—¿También tengo que esperar a que se den un beso y toquetearse? —les preguntó Emil—. No es que me moleste, pero, ya saben, ver a hombres y mujeres haciendo eso me da algo de asco.
El sonrojo de Lisa aumentó y Omar logró evitar el tartamudeo cuando volvió a hablar:
—Tienes razón, es momento de hablar de las cosas importantes. Así que presten atención, Iori me dijo que deberíamos trabajar más fuerte en…
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muy ameno, deseoso de que de comienzo el concurso de talentos. Muy interesante el uso de la magia para la creación de imágenes, me imagino algo así como una holoproyección en continuo movimiento.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias, camarada. Para el concurso de talentos todavía falta un poco, al menos dos caps más, que debo publicar esta semana. Y sí, es algo así como la holoproyección, lo que, en el caso de los usuarios con más talento, pueden invocar olores y sonidos.
Me gustaMe gusta
Leído el capítulo 2. Me demoré pero es que he estado escribiendo todo lo que me alcanza el tiempo y he estado ocupado últimamente. Me encantó la escena de los baños públicos el concepto en sí está muy bueno y se aparta de la mojigatería habitual de las novelas de fantasía con sus ambientaciones victorianas o medievales. Omar es un personaje adulto, logrado, con la sobriedad cansada del maestro ya forjado y no tiene nada de la fanforronería del principiante que veríamos en un adolescente. Es un hombre sereno, que tiene que lidiar conque ya no es un muchacho y aún tiene metas por cumplir. Va a redimirse de la maldición del dios por medio del arte y ese concurso va a ser su carta ganadora para recuperar lo que perdió. El trasfondo camina agradable, hay una ciudad bonita y bastante desarrollada, con relojes de sol, comercios, avenidas y cultura. Vi que además hubo una historia épica reciente cuando mencionas a Dacel, le debes una novela a ese semidiós, ya me tienes intrigado con él. Con Lisa me gustó cómo la presentaste y en la escena logro sentir que a Omar le interesa pero a la ves le apena. ¿Fiorentis es la ciudad de los talentos y el dinero? Me recuerda a la Florencia renacentista de los Medici donde las artes florecieron gracias al Mecenazgo de Lorenzo en magnífico. No sé, el nombre me lo recordó. La narración discurre tranquila, leer el capítulo me llevó a un estado de relajación mientras Omar regresaba del bosque e iba a los baños. ¿En este lugar no dominan el planchado de la ropa? Ese dato cultural está curioso, me gustó. Emil va a dar problemas pero es una forma de darle conflicto a la trama. Qué te digo, escribes bien en este estilo y se disfruta. Nos leemos en el próximo capítulo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Tranquilo, camarada, no hay problemas, muy agradecido de que me estés leyendo mientras escribes, yo les debo eso a ustedes.
Lo del baño fue algo que siempre había querido incluir desde que leí una escena similar en A Shadow in Summer. Pero incluso la mojigatería victoriana y la medieval es algo relativamente nuevo, posterior al siglo once.
Omar es eso, un personaje adulto que lo perdió todo cuando estaba en lo más alto: su talento para el canto y fue maldito por el dios que adoraba. Pero, a diferencia de lo que hacen los personajes clásicos, este personaje no busca venganza, ¿cómo podría hacerlo? (tengo proyectada una novela en que sí abordaré el tema, pero con un mago con talentos que busca devolver el golpe a los dioses, que no son más que humanos ascendidos). Regresando a Omar, bueno, el volvió a aprender de cero, aprendió su lección y que el dios no lo castigó por puro capricho. El torneo será una oportunidad de redimirse, pero un poco más y con más drama, sino no habría una novela y ya lo leerás en el tercer y cuarto capítulo.
Lisa, pues, ya sabes, le gusta Omar, a veces se comporta como niña, como adulta. Omar se siente tentado, pero sabe que no funcionará, aunque también está seguro de que las cosas podrían precipitarse y terminar en eso.
Jajajaja, sí, Fiorentis es algo así como la Florencia de Los Medici, pero con sus propios giros: es el mayor puerto comercial del mundo conocido y, por tanto, el mayor mercado de acciones del continente. Es parte del imperio, pero más como una nación tributaria (un poco como el Cartago que aplastaron los romanos).
El dato del planchado es algo que surgió mientras lo escribía: los romanos y los griegos lo hacían, pero era un trabajo al cual se dedicaba un esclavo aporreando las túnicas con un rodillo de hierro calentado sobre carbón. Muy ineficiente y cansino, especialmente en una sociedad donde tranquilamente podrías contratar a un narrador para que convoque por ti la imagen que quieres lucir durante la noche y que esta desaparezca al otro día.
Sí, Emilian es la fuente de problemas, pero no sólo él, ya verás.
Gracias por el halago, pero esta es una versión en bruto, hay que revisar más el estilo, la selección de palabras, los errores de punto de vista, reescribir el primer capítulo completo. Pero la cosa es tener algo sobre lo que trabajar.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Leído. Muy interesante la descripción de la ciudad y el atisbo de la cultura. Las monedas un detalle. Me chirrió un poco la ‘mejilla color café tostado’. Para no tener peleas o guerras hay su tensión: (spoiler alert!) las deudas de Emilien, el posible mecenas, los demás contendientes -gente talentosa-, la posibilidad de la venganza del dios, la atracción de Omar por Lisa…
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias por la lectura, Gamora, y anoto lo que mencionas de la mejilla y la dejo en color café.
Ese es el punto que muchas personas no comprenden, que las novelas de fantasía no necesitan de una guerra ni de salvar el mundo para estar llenas de tensión. Y te falta agregarle la posibilidad de redención de Omar y el que los dioses realmente terminen interviniendo, tal y como susurra cripticamente el naish.
Me gustaMe gusta
La música de los naish 04 (final del primer capítulo)
Cantidad de palabras: 1777.
Total de palabras: 4425/30.000
—Sí, pero no la morada de la Diosa Paciente y sus vástagos, que por aquel entonces apenas si eran deidades menores —respondió el naish, con un tono de amarga felicidad, por los tiempos pasados—. No, rechazó la que le ofrecieron los dioses de Eridian, a quienes adoraban los fundadores de Evlín.
Omar se acomodó en el suelo, superando la impresión de la noticia.
—Entonces hizo bien, esos dioses ya no existen, ni tampoco existirá su morada —respondió, burlándose.
Pero Iori negó con la cabeza, divertido.
—Omar, tú que has viajado al otro lado del mundo, al imperio de Liu Heng y comprobado que sus dioses y sus poderes son tan reales como los de la Diosa Paciente —el naish, para reforzar el peso de sus palabras, conjuró las figuras fantasmales de los cinco dioses protectores del lejano imperio sobre su mano: pequeñas figuras que se movían con la gracia animal de sus cuerpos híbridos—. Todos los dioses siguen allá fuera, sin poder morir, perdidos, débiles, encerrados en sus propios reinos, sin creyentes, atrapados por rivales en prisiones olvidadas o, en el peor de los casos, voces sin forma que murmuran y vagan por el mundo.
—Te has puesto muy filosófico, Iori —le dijo, el músico con cariño—, pero sigues sin decirme por qué rechazó la morada de esos dioses.
El naish dejó escapar un suspiro.
—A veces se me olvida lo impaciente que son los humanos. Deberías sentarte un par de semanas a meditar la trascendencia de lo que te acabo de revelar.
—Me moriría de hambre, pero sabes que valoro tu infinita sabiduría, oh, poderoso naish —Omar se había levantado del suelo y le había dado a su voz un tono declamatorio, casi de burla—. ¿Puedes terminar de iluminarme y explicarme por qué la poetisa Eiris rechazó el paraíso de sus dioses?
Iori pensó en lo molestos que se ponían los humanos cuando bebían, erráticos, imprecisos o burlones, como era el caso de su amigo. Pero, al menos, este humano tenía algo de estilo.
—Bien, lo haré, pero tendrás que prometerme que no volverás a venir borracho —dijo, serio.
El músico hizo una reverencia al estilo del lejano imperio occidental, doblándose por la cintura hasta que su espalda quedó paralela al suelo.
—Así lo haré, Iori, te prometo que no vendré a tu morada inundado por los efluvios etílicos que nublan el pensamiento.
El naish dejó pasar el último comentario y se balanceó sobre su piedra, antes de responderle, buscando entre sus recuerdos del pasado lo que había sucedido:
—Eiris no rechazó la oferta de sus dioses porque supiera que Evlín caería algún día. Si no a que estaba segura de que la eternidad sería demasiado para ella. Incluso si era una eternidad repleta de todas las comodidades imaginables. Con el tiempo se desvanecería su talento con las palabras, que perderían la fuerza poética al convertirse en poco más que sonidos sin sentidos repetidos, una y otra vez, en ordenes al parecer diferentes, pero familiares, que le recordarían poemas escritos o leídos cientos de años atrás. Las imágenes poéticas se volverían tópicas cuando ya las hubiera imaginado todas o, simplemente aburridas, en su repetición. Al final, acabaría su eternidad lamentando haber aceptado el regalo.
—Entonces, ¿la moraleja de su historia es que no aceptes los regalos de los dioses? —preguntó el músico, ignorando las asociaciones que su mente hacía con el rechazo del naish a su participación en el torneo. Iori era directo cuando se trataba de aquellos temas y bien podría ser una referencia, Omar sabía qué, por aquella noche, no lo molestaría más con ese asunto.
El naish le devolvió una sonrisa sarcástica:
—No, mi amigo mortal, la historia de Eiris no tiene moraleja —dijo, mientras volvía a sentarse en su piedra y se acomodaba las faldas cortas—. Pocas vidas las tienen y la de ella no es una excepción. Un solo hecho o decisión no puede justificar toda una existencia bien vivida, son demasiados factores y condiciones externas involucradas.
—Lo repito, amigo mío: esta noche estás demasiado filosófico —le respondió Omar, pensando en cómo el naish vería su vida y problemas con el dios que lo había maldito, en unas cuantas décadas o siglos. ¿Su vida tendría una moraleja si triunfaba en este torneo de talentos, si recibía el perdón del mismísimo patrón de los artistas y mostraba que se podía superar la arrogancia?
Iori negó con la cabeza, como si hubiera leído sus pensamientos. Pero, después de seiscientos años viviendo entre los humanos y relacionándose con los mayores artistas de sus épocas: ¿por qué el naish no podría hacerlo?
—¿Los Intérpretes del Viento están listos para el torneo? —preguntó Iori, cambiando de tema y regresando a su tono de voz normal.
Omar sonrió, alegre ante el cambio de tema que le proponía su amigo:
—Lo estarán, les he enseñado todo lo que sé y he aprendido durante mis viajes. Sin contar con los consejos que me has dado —agregó, cerrando los ojos para visualizar a los miembros de su grupo de músicos-narradores—: La voz de Emilian no puede ser más versátil, es casi tan buena como lo fue la mía y apenas se le nota el acento tymeano. Oh, y la pequeña Lisa no puede estar más bendecida por su dios patrón, su imaginación y habilidad para crear imágenes y escenografías es increíble. Si tuviera un cuerpo más relleno y un palmo de altura, sería la mejor narradora del imperio. Pero, nuestra carta de triunfo no es esa, sino la selección cuidadosa que he hecho de cada una de las obras que vamos a representar. Iremos subiendo el nivel de complejidad en cada etapa y demostrando que somos más que un grupo que acompaña a un cantante, sino uno en que cualquiera de sus miembros puede ser el protagonista.
—Apuntando siempre a las nubes, Omar. Pero el plan suena bien. Aunque, yo me preocuparía más por Emilian y lo apartaría de las apuestas en las regatas y los jovencitos durante el torneo.
El músico hizo una mueca al escuchar aquel comentario, debido, principalmente, a que el naish estaba en lo cierto. Los vicios de su cantante eran algo que tarde o temprano le traerían problemas.
—Lo mantendré controlado y haré que se comporte durante estos días. Sabe lo importante que es no arriesgarse a resacas ni problemas de garganta
El fantasma de Eiris se cruzó de brazos antes de que volviera a hablar.
—Ese muchacho podría arruinarlo todo.
—¿Qué sabes que no quieres decirme, Iori? —el viejo músico sabía que su amigo hacía algo más que pasarse el día escuchando a los músicos que se acercaban a su bosquecillo y que conocía todo lo que sucedía en la ciudad.
El naish hizo una mueca antes de responderle.
—Por ahora nada de importancia, pero no debería seguir jugando ni pidiendo dinero. Si lo hace, le deberá a las personas equivocadas en la ciudad y ambos sabemos cómo terminan esas deudas.
Omar asintió en silencio, agradeciendo con un gesto de la mano la información que le había dado su amigo.
—Ya me encargaré de regañarlo mañana —respondió, antes de soltar un suspiro—. Si sólo lograra sacarle de la cabeza las apuestas, todo sería más fácil.
El naish dejó escapar una risita.
—Si logras hacer eso, Omar, yo mismo te convierto en un dios: el que salva las almas perdidas y cura los vicios de juego. Estoy seguro de que tendrías adoradores en todos los confines del mundo. Pero, por ahora —dijo, regresando a su tono serio—, lo mejor para Emilian es que se mantenga tan lejos del juego como tú de los sacerdotes de Sevan. Si hacen eso no creo que haya demasiadas complicaciones durante el torneo y, quizás, ese cabrón te sonría y te perdone.
—Por fin muestras algo de ánimo, Iori, pensé que te pasarías toda la noche haciendo de inmortal pesimista y filósofo. Y no te preocupes —le dijo, mientras sacaba el shamisen de su estuche y recogía el bashi—, creo que esta vez estoy haciendo lo correcto.
Frase tras la cual, pulsó en su instrumento el comienzo de una melodía sin nombre. Y, al escucharla, el naish no pudo más que sonreír.
—Tenía que hacer de viejo sabio mentor —su forma onduló y adoptó la de un anciano calvo y de nariz pequeña, que imitaba a los antiguos maestros de las mil escuelas de filosofía. Luego, alzando la mano en su dirección y enronqueciendo su voz le dijo—: Omar, tienes que abrir tu corazón y dejar que la joven Lisa entre en él. Con ella encontrarás la felicidad.
—¡Espíritu entrometido! —le gritó y le lanzó la botella de vino que tenía al lado, pero esta atravesó el cuerpo del naish sin siquiera ser ralentizada por la carne fantasmal.
Iori se rio del gesto de su amigo y adoptó una forma con la que se sentía muy cómodo: la de un laroc, una especia de gran lobo que vive en las montañas del sur y que es tan grande como un caballo.
—Muchacho, llevo años diciéndote que ese revolcón resolvería todos los problemas de tu vida —le dijo, su voz escuchándose en la mente de Omar, que retrocedió para darle espacio al nuevo cuerpo de su amigo.
—Le llevo diez años, Iori —le respondió, al no encontrar otro objeto que lanzarle al laroc—. Y no creo que pueda darle un hijo, menos ser felices si en algún momento se descubre mi pasado o su padre deja de molestarme, diciéndome que debo encargarme del negocio de su familia.
—A algunas mujeres no le importan esas cosas y Lisa parece ser una de ellas —dijo el naish, enroscando su cuerpo alrededor de la piedra, que quedó casi oculta por el mar de piel fantasmal.
Omar barajó la idea por octogésima vez durante los dos años desde que conocía a la pequeña y delgada noble. Pero, tal y como había hecho en las ocasiones anteriores, la desechó antes de ilusionarse demasiado.
—Quizás lo haga algún día, viejo amigo. Pero, ahora, cállate y escucha —marcó una nota en las cuerdas del shamisen y le dio vida con un suave golpe del bashi—. Esta es la canción en la que he estado trabajando para acompañar El amanecer de los imperios, la obra con la que pienso cerrar el torneo. Escúchala y dime que crees que necesita.
La forma lobuna del naish asintió y acurrucó su cabeza entre las piernas delanteras, las orejas alzadas. Mientras, Omar volvía a inclinarse sobre su instrumento, sacando ahora, un flujo de notas más lentas y profundas, que recordaban al sonido distante de las campanas en un día de otoño.
Me gustaLe gusta a 1 persona
El amanecer de los tiempos, que poético por dios, yo quiero oírlo XD. Buena técnica camarada y no te estoy adulando. La poetiza que rechaza la eternidad para no caer en la monotonía y en el vacío es un concepto interesante. Me hizo preguntarme si yo mismo quisiera vivir cientos de años. No sé, me parece que sería algo genial pero no tengo ni idea de en lo que me acabaría conviertiendo tras volverme una mente así de vieja. Una vertiente filosófica existencialista con la que comulgo bastante, me has dado por la vena del gusto. Yo tambien filosofo un poco sobre el sentido de la vida. Es otro hobby que tengo. Ya me muero por leer ese concurso de talentos donde Omar va a participar. Buenos personajes y conflictos asequibles y cotidianos, nada de salvar el mundo. Me gusta. Buen trabajo emperador. Luego te cuento cómo me fue con el capítulo dos.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Jajaja, gracias, pero ahí está el truco, en que el título sea poético y tú ya piensas: wow, esta canción es grandiosa; y si más o menos la acompañas con una buena descripción, puedes mantener la ilusión.
Yo hace mucho pensé en lo q haría si me dieran la eternidad: leer mucho, y luego aprender idiomas, y el resto de las disciplinas humanas. Pienso q aplicándote y aceptando la mortalidad de tus compañeros eventualmente llegarías a un estadio divino por pura acumulación de conocimientos y habilidades. Aunque, claro, primero tendrías q superar muchos retos: la soledad, la locura, la frustración con el avance del tiempo. Y también esperarías que el naish fuera un filósofo.
Espero estar a la altura de las expectativas y veremos si lo termino antes de conseguir trabajo.
Me gustaMe gusta
Veo que ya te preparas para ascender a la divinidad XD. Genial, sigue escribiendo la historia, sé que lo harás bien.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Jajjaa, no creo que ascienda a la divinidad, pero es una frase común entre los lectores adictos: Tantos libros por leer y tan poco tiempo.
Y la historia la termino. En este mes de diciembre, salvo el tiempo que estaré viajando a mi casa con mi novia, creo que podré escribir el resto del tiempo a un buen ritmo y terminar con los 12 capítulos que le tengo planificados a la historia. Luego, para fin de año me pondría a leer las historias de ustedes.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Entonces veremos pronto el fin de esta historia. Genial. Me encantaría que le dieras un ojo a mi novela del NaNoWriMo, que ahorita es un tocho de 60K de palabras y contando, al menos someramente, pues tienes buen criterio. Creo que tengo que reescribir el capítulo 1 un poco, arranca lento, pero bueno, tú me dirás qué tan lento suena. Un saludo camarada. Hoy leo el capítulo dos suyo y me pongo al día con Gamora y con los demás.
Me gustaMe gusta
Leído este pasaje. Muy enigmático otra vez el pasado de Omar. La idea de que hay muchos dioses por el mundo recluidos en sus reinos, perdidos, olvidados, debilitados, etc. abre un sinfín de posibilidades, y en lo particular me resultó muy atrayente. Thumbs up!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias por haberlo leído, y sí, hay muchas, muchas más posibilidades. Estoy creando un mundo en el que no aburrirme de escribir.
Me gustaMe gusta
La música de los naish (03)
Cantidad de palabras: 1011
Conteo total: 2.648/30.000
Cuando terminó, se quitó la camisa y se dejó caer de espaldas sobre la hierba plateada, disfrutando de la sensación de las hojas frescas y la suave brisa de la noche.
—Nunca había escuchado “El maizal del granjero” tocada de esa manera —dijo una voz de mujer a su espalda. Omar no tuvo que mirar para saber que era Iori, no importaba la forma ni el sexo que adoptara el naish, este siempre conservaba su manera arcaica de hablar el sario—. Deberías haber simplificado las notas para tocarlo con comodidad en tu shamisen.
—Cierto —respondió, el músico, al ver la figura fantasmal de una mujer de mediana edad, pelo recogido en trenzas y un vestuario demasiado antiguo para haber pertenecido al imperio. Aunque claro, podía equivocarse, el imperio, en sus más de trescientos años, había albergado modas extrañas, especialmente en Evlín—, pero si lo hacía, no hubiera sido un reto tocarla, ni habría llamado tu atención. Y estaba cansado de esperarte y tengo buenas noticias que compartir contigo.
—Y también medio borracho —agregó el naish, sentándose en su piedra y mirando con desprecio la botella de vino. A Iori y los de su raza no le gustaban las bebidas espirituosas, debido a que no soportaban tener que lidiar con los humanos a quienes entontecía—. Espero que las buenas noticias no sean que ha llegado el torneo de talentos a la ciudad, ese nido de envidia y víboras que celebra la familia imperial cada año cuando vienen a pasar aquí el invierno. Eso es algo que hasta los sordos deben haber notado en toda Evlín, sin contar los chicos talentosos que estaba escuchando cuando me interrumpiste.
Omar sonrió y no discutió con su amigo. Se conocían lo suficiente para darse cuenta de que, si realmente hubiera estado escuchando a alguien hábil, lo habría hecho esperar.
—Ese es sólo el comienzo de la noticia —respondió, Omar, con un tono más alegre, tras tomar un trago largo del vino que quedaba en la botella—. Lo realmente importante es qué, por primera vez en tres años, han elegido a nuestro grupo, Los intérpretes del viento, para participar en las eliminatorias.
El músico alzó la botella en un gesto de victoria y la bajó tras unos instantes, acunándola y bajando la voz:
—Fue una espera larga, llena de sacrificios, pero, por fin, los seleccionadores reconocieron nuestro talento —agregó, antes de levantar la vista, sonriente—, tal y como sucede en las buenas historias. Pero, eso no importa, estamos dentro y lo he preparado todo para que triunfemos. Aunque claro, antes, me gustaría que escucharás la canción que he compuesto para nuestra última presentación. Le faltan algunos ajustes y sólo alguien tan experimentado como tú, Iori, que llevas siglos escuchando a los mejores músicos del continente, sabrás encontrar que le hace falta para ser perfecta…
La voz melosa de Omar se detuvo al ver la expresión seria y apesadumbrada que lucía la desconocida que personificaba el naish.
—¿Qué sucede, te molesta tanto que venga a pedirte ayuda para participar en el torneo de las víboras?
—Sinceramente, no creía que llegaría este momento, Omar —respondió, sosteniendo la mirada del músico, que no se sentía intimidado al ver su imagen reflejada en las pupilas blancas del naish—. Los dioses tienden a no ofrecer segundas oportunidades, menos Sevan, que es el patrón de los hombres ingeniosos. Por eso me preocupa que te haya dejado entrar al torneo, sin que ninguno de los sacerdotes de su culto, que aquí en Evlín aparecen si le das una patada a un guijarro, te hayan reconocido durante estos tres años.
Omar intentó sentirse furioso por el pesimismo de su amigo, pero no pudo. El mismo le había dado vueltas a aquel pensamiento durante los más de siete años que había pasado recorriendo el imperio. El patrón de los artistas no tenía ninguna razón para perdonarlo, para no condenarlo a una vida de anonimato. Pero, tras años sin que nadie lo reconociera, sin que lo denunciaran, fueron construyendo, poco a poco, la esperanza de que existía una forma de ser perdonado. Por ello, se limitó a preguntar lo obvio:
—¿Has sentido la presencia del patrón de los artistas? —el no poder pronunciar el nombre de quien lo había maldecido le molestaba, pero no pudo hacer otra cosa que no fuera alzar la botella y beberse lo que quedaba, esperando poder soportar así la respuesta del naish.
—Lo he sentido a él y a Daltrus, Omar. Los hijos de la Señora están cerca, más de lo normal —Iori casi gruñó el nombre de la Diosa Paciente—. Por eso me preocupa que te estén dando esta oportunidad. Soy demasiado viejo para creer en dioses que no guardan rencores.
—Quizás sea así, viejo amigo, quizás —Omar volvió a apartar de su mente los pensamientos más oscuros y pesimistas. Pero, aunque esta vez le costó más, logró hacerlo y optó por un cambio de tema en la conversación—: No conozco a la artista que estás imitando esta noche, ¿quién es?
El naish sonrió, aceptando la evasiva del músico, y se paró de un salto sobre la roca, para, después, mostrarle su cuerpo con un giro.
—Se llamaba Eilis de Dar, una poetisa anterior al imperio y que vivió durante dos décadas aquí, en Evlín —respondió el naish, haciendo su tono mucho más femenino y maduro—. Una mujer dura y solitaria, pero con una habilidad increíble para captar la poética de la vida, la magia de las pequeñas cosas y esos momentos maravillosos que duran la larga eternidad de un latido.
Omar sintió que el tono del naish se hacía melancólico, algo que sólo recordaba que le había sucedido dos veces con anterioridad, cuando los grandes artistas a quienes representaba habían sido amigos íntimos suyos.
—¿Y qué le sucedió? —preguntó, ansioso por conocer más sobre aquella mujer, que había cautivado a su amigo hacía siglos.
—Murió de vejez, tranquila y feliz de haber rechazado la morada de los dioses cuando se la ofrecieron.
—¡Rechazó la morada de los dioses! —gritó, Omar, asombrado.
Me gustaMe gusta
Oiga camarada, esto está interesante. Es la historia pacifista de artistas que dijiste pero me gusta el trasfondo y hay dioses con personalidad y seres agradables de leer como el Naish, tu intérprete maldito por el dios me hace preguntarme que fue lo que le pasó y a su propio modo tiene su gancho. Me gusta esta vertiente de la fantasía sin peleas de espadas y magos de guerra, tal vez debo tramar algo con este aire.
Me gustaMe gusta
Gracias, supongo que es la influencia de Limyaael, esta es la tercer novela de que escribo con este tipo de tramas, sin peleas, ni salvadores del mundo, simplemente un héroe bueno en lo que hace y tensión. Hace algunos años descubrí que una de las cosas más aterradoras de la vida es la facilidad con la que podemos perder el estatus quo y quedar indefensos.
Iori es un buen naish, demasiado contaminado por su estancia con la Humanidad y, de una manera u otra, está vinculado al destino de la ciudad. Aunque esto es un borrador, en las versiones posteriores editaré sus diálogos para darle un toque arcaico y lleno de la sabiduría de alguien que ha vivido tanto tiempo y ve los patrones de las vidas, pero no quiere molestar ni asustar demasiado a los humanos con las preocupaciones por hechos que ve venir.
Y bueno, el crimen de Omar es uno predecible, pero bueno, ya lo leerás. Lo que, a diferencia del resto de los personajes que he leído busca la redención y ha aprendido su lección. Los dioses no siempre pueden estar equivocados cuando castigan, como pasa en la mayoría de las novelas de fantasía.
Y anímate con la idea de una novela de este tipo, son difícil de escribir, pero te ayudan bastante a darle más realismo cuando te sientas a escribir una más de acción o dinámica. Algo que tengo pensado escribir en mi siguiente proyecto, El héroe de la murralla, que quizás lo publique por acá.
Me gustaMe gusta
Saludos Emperador, la novela está interesante, no será de pura acción, pero se deja leer muy bien, es amena. Disculpa mi ignorancia: ¿Qué es un naish? me suena algo familiar, por lo que veo es una especie de espíritu.
Me gustaMe gusta
Saludos, camarada Sauron, y gracias por la opinión sobre la novela. Y, en última instancia el objetivo sería emocionarte sin tener que recurrir a la acción. Si logro eso, creo que logré el objetivo con el que la comencé a escribir.
Un naish, al menos en este mundo que estoy usando, son un nivel intermedio entre espíritus muy poderosos y dioses. Prácticamente inmortales, de forma fantasmal (aunque si ellos lo desean pueden volverse sólidos), su principal característica es que pueden adoptar cualquier forma y lo saben casi todo. Su hábitat natural son las montañas, pero algunos han hecho pactos con los humanos para proteger sus ciudades.
Me gustaMe gusta
Hola, leído hasta aquí! Me huelo que Sevan le ha permitido participar en la competencia no porque le vaya a perdonar sino porque está guardándosela! Sería interesante a medida que se desarrolla la historia conocer más sobre cómo Omar se ganó la enemistad/maldición/rencor del dios. Un saludo 😊
Me gustaLe gusta a 1 persona
Jajaja, te voy a convertir en una de mis lectoras alfa, te oliste desde el comienzo el primer final que se me ocurrió. Pero no, ya ese no será su destino.
Y lo sabrás, será uno de los momentos más intensos de la novela y puede que sea el que lo arruine todo.
Gracias por animarte a leer la historia.
Me gustaMe gusta
Mis disculpas, camarada, con la maratón de comentarios esta semana ahora es que veo este comentario.
Lo de las dos lunas, sí, fue un toque directo para decirle al lector desde la primera línea de que este no es nuestro mundo. Y a los lectores más viejos de mis historias, que es el mismo mundo donde se han ambientado las tres novelas anteriores.
Me gustaMe gusta
Oh, las dos lunas! Eso me suena, me suena!
Couldn’t resist, mate 🙂
Me gustaLe gusta a 1 persona
Jajaja, sí, dos lunas. ¿Coincidencia? No.
Me gustaMe gusta
La música de los naish (02)
Cantidad de palabras: 835
Conteo total: 1.637/30.000
Era una tonada alegre y sin demasiadas pretensiones, que contaba la historia de las hijas de un granjero, un campo de maíz embrujado y el monje que había ido a exorcizarlo, y, como todas las canciones de taberna, una muy picante. Sin dudas, una tonada oriunda de Attia, en el centro del imperio, que no llamaría la atención en ningún concurso debido a que las notas y melodía necesarias para interpretarla podían ser interpretadas con facilidad por cualquiera que supiera como sujetar un laúd y rasguear un par de acordes complejos.
Sin embargo, la misma canción se volvía un reto cuando Omar intentaba darle vida con su shamisen, con tres cuerdas menos y sin simplificar las notas. Pero el músico quería disfrutar del reto y se sumergió en la melodía, centrado en replicarla y no crear su propia versión simplificada de la canción. Sus dedos volaron por encima de las cuerdas de seda, deteniéndose para marcar un acorde y hacerlo vibrar en el aire con un golpe de su bashi.
Una vez superado el comienzo de la canción, en el cual Omar había hecho en su mente los ajustes necesarios para convertir la pieza de seis cuerdas en una de tres, se dejó llevar y comenzó a silbar la letra. A medida que fue avanzando, el ritmo se hizo juguetón, siguiendo al monje que encontraba a las hijas del granjero durante la noche jugando desnudas en el campo de maíz con el espíritu y su cuerpo hecho de mazorcas.
Momento en el cual el monje irrumpía en el maizal y, recurriendo al poder de la diosa madre, comenzaba la persecución del espíritu. En ese fragmento de la canción, la tonada se hacía frenética, llena de contrapuntos para marcar los altos y bajos de la persecución. Pero, al final, volvía a ser calmada, cuando el monje regresaba al claro y las hijas del granjero exigían que las atendiera durante el resto de la noche.
Omar sonrió con picardía al recordar aquella imagen, y se dejó llevar por la felicidad y ambiente relajado de la canción. Su cuerpo ya no necesitaba de su mente para tocar aquella canción, así de grande se había vuelto su talento con el shamisen durante los últimos años y se sentía orgulloso de este, confiado.
Lo suficiente para dejarse adentrarse en pensamientos más felices e imaginar cómo triunfaban en cada etapa del torneo de talentos, la ejecución perfecta de las canciones que había elegido, combinadas con los solos de Emilian y las ambientaciones creadas por Lisa. Incluso, logró visualizar esa última obra, con toda la puesta en escena y los movimientos coreografiados de sus compañeros, acompañando la historia. Todo, excepto la música, esa que había ido a consultar aquella noche al naish, su verdadero motivo, más allá que el de compartir las buenas noticias.
La melodía se hizo más lenta, conspirativa: el monje ha convencido a las hijas del granjero para que lo ayudaran a exorcizar al espíritu y, a cambio, este debía ceder durante una semana a complacer sus demandas carnales. Bajó la intensidad de su toque y suavizó los golpes de su shamisen, ralentizando la canción, casi deteniéndola para centrarse en sus pensamientos. En su mente, regreso a la grandeza de la que había disfrutado hacía más de dos décadas. Pero, en esta ocasión, un retornó anónimo, de fama compartida con sus compañeros, aunque, a finales de cuenta, era un triunfo o, quizás, si sus esperanzas más salvajes se hacían realidad: el perdón del dios que lo maldijo.
Aquel último pensamiento desencadenó otros más desagradables, algunos que no deseaba que le arruinaran el momento: muchos de ellos, consecuencias lógicas de sus actos, finales posibles más realistas y menos felices. Por eso se sumergió en el final de la canción, sus dedos rápidos una vez más sobre las cuerdas, subiendo y bajando a lo largo del brazo del cuello del shamisen, buscando la nota adecuada.
El esfuerzo llenó su frente de pequeñas gotas de sudor, a pesar del frescor de la noche. Los músculos de sus brazos de cuarentón también protestaron por la intensidad de la interpretación. Pero, Omar, los ignoró y se negó a dejar ir el final de la historia del monje y las muchachas simplificando las notas y no darles el acompañamiento que merecen, ahora que la historia dicta que corran desnudos por el maizal, invitando a nuevos placeres al espíritu juguetón. Mientras, poco a poco, lo van conduciendo hacia una urna oculta en el suelo donde sellarlo. Momento en el que la historia alcanza un máximo y, con el espíritu sellado, monje y chicas, deciden celebrar el triunfo a la altura de las insinuaciones carnales que han hecho al espíritu.
Omar dejó de silbar y sonrió satisfecho, dejando morir la última nota de la canción en su shamisen. Respiró con fuerza, llenando de aire sus pulmones y estirando sus brazos doloridos. Luego, con reverencia, devolvió su instrumento al estuche, poniendo el bashi a su lado, cuidando de que ninguno de los dos se mojase con su sudor.
Cuando terminó, se quitó la camisa y espaldas sobre la hierba plateada, disfrutando de la sensación frescas de las hojas y la suave brisa de la noche.
Me gustaMe gusta
Vaya, una canción de taberna, me hubiera gustado oírla. Es una lectura sosegada, me hizo relajarme según la leía, nuestro héroe toca su instrumento con gracia y descansa sobre la hierba fresca. Me pregunto cómo se va a continuar la historia. Estaré espectante.
Me gustaMe gusta
Gracias, la verdad es que pensaba que sentirían este capítulo muy lento, debido a que pasa poco y la mayoría son descripciones de la música y demás.
La historia se irá haciendo más dinámica, ya más adelante conocerás a los demás integrantes del grupo en un baño mixto y tendrán sus problemas. Pero, en general, la historia girará alrededor del torneo de talentos, con cada una de las presentaciones del grupo siendo diferentes. Y bueno, tengo que conseguirles un nombre ‘:)
Me gustaMe gusta
Bueno a esperar el sábado entonces, buen principio el de las dos lunas, para que no quede duda, de que es otro mundo.
Me gustaMe gusta
Buen comienzo, desde ya espero lo que sigue.
Me gustaMe gusta
Gracias, aunque tendrás que esperar hasta el sábado, que es cuando pienso salir de todo este enredo de mudanzas y visitas en el que estoy.
Y en estos días sentarme a leer las novelas de ustedes, camaradas.
Me gustaMe gusta
Seremos pacientes. Espero que te haya ido bien en el viaje y en la mudanza. Ya cuando te aclimates al nuevo entorno lees y escribes a tu ritmo. A fin de cuentas esto no es una competencia. Suerte por la capital, camarada.
Me gustaMe gusta
Gracias, quizás el sábado es que pueda tener tiempo libre para poder dedicarme a esto y ya terminar de acostumbrarme a los nuevos ritmos. Pero con paciencia, como dices, esto no es una competencia.
Me gustaMe gusta
La música de los naish (01)
Cantidad de palabras: 802
Las dos lunas que iluminaban en el cielo de la ciudad de Evlín, apenas brillaban lo suficiente como para hacer que Omar tropezara con alguna raíz oculta. Pero el músico había recorrido tantas veces el bosquecillo del naish que confiaba en poder hacerlo a oscuras.
Durante más de veinte años había ido y venido del santuario de Iori, el naish que protegía la ciudad, compartiendo su música, las buenas noticias y, también las malas. Aunque la de aquella noche era buena, lo suficiente como para traer una botella de vino, una que casi se le cayó cuando tropezó.
—¡Maldita piedra! —susurró furioso, mientras saltaba en un pie hasta apoyarse en un árbol cercano con la mano izquierda.
Bueno, quizás Omar pudiera ser capaz de llegar hasta el claro del naish con los ojos cerrados… sólo si antes no hubiera bebida nada.
Soltó otra maldición, pero se contuvo de hacerlo en voz alta. La piedra le había hecho daño en el pie derecho, las sandalias que estaban de moda aquella temporada apenas si protegían los dedos. Pero era preferible soportar algo de dolor, que ofender a su amigo con una maldición, gritada a voz en cuello.
Omar conocía bien a Iori y no quería irritarlo, especialmente cuando había noticias tan buenas que compartir. Así que tomó un trago largo de vino y, luego, con mucho cuidado, comprobó que su shamisen no hubiera sufrido daños en su estuche, que cargaba a la espalda. Se inclinó a un lado y luego al otro, con lentitud, buscando escuchar si este se había salido de sus agarres. Felizmente, el instrumento estaba intacto y retomó su camino por entre los árboles.
Dieciséis pasos más tarde, Omar salió del bosque al claro que marcaba su centro y el lugar favorito de Iori. El músico entrecerró los ojos debido al brillo plateado de la hierba, a la cual, la magia del naish le había dado una tonalidad fantasmal, etérea, tal y como la de su dueño. Pero, al parecer, el naish no estaba sentado sobre su roca favorita ni tampoco en el claro.
Omar suspiró y se dio otro trago, tendría que esperar a que regresara su amigo. Así que se sentó junto a la piedra y depositó, con cuidado, el estuche de su shamisen en la hierba. Y se acostó de espaldas sobre el suelo, mirando el cielo estrellado.
El naish debía estar escuchando la interpretación de algún otro músico o narrador que pensaba que la atención o amistad del naish le garantizaría la grandeza. Pero Omar sabía que aquella era más que una superstición tonta: Iori sólo reconocía a aquellos con talento, no lo creaba.
El músico soportó un cuarto de campanada antes de cansarse de esperar. Aquella noche, el parque que rodeaba el recinto del naish estaba lleno de aspirantes a grandes músicos, intérpretes y narradores de cuentos. El mismo había visto un par de ellos que prometían tener algo de talento.
—Tendré que llamarte o nunca dejarás de escuchar a esos muchachos, viejo espíritu —dijo, mientras quitaba, con cuidado, los seguros del estuche de madera roja.
Con la misma delicadeza y gestos precisos, tomó el pequeño banshi rojo y lo puso a un lado. Luego sacó el shamisen, el extraño instrumento de cuello largo y su pequeña caja de resonancia de madera pulida y forrada con piel de gato blanco, cruzada por tres cuerdas doradas, cada una más gruesa que la inferior, y que partían desde la mitad de la caja de resonancia hasta terminar enrolladas en clavijas de madera negra.
Un instrumento típico del lejano imperio de Liu Han, tierra en la que Omar había cumplido quince años de exilio, debido a la maldición de Sevan. El shamisen no era el instrumento más complejo de todos los que usaban los músicos de aquella tierra, pero sí por el que más había mostrado talento.
Puso el cuerpo del shamisen sobre su regazo y sujetó el cuello con la izquierda, el agarre suave, pero firme. Tomó el banshi con su mano derecha y pulsó la cuerda más fina, cerrando los ojos para comparar su zumbido con el sonido de la nota pura y afinada que producía el shamisen de su maestro Lei. El sonido murió y le dio un cuarto de giro a la clavija correspondiente, tensando un poco más la cuerda. Probó el sonido nuevamente y el golpe del banshi le devolvió un sonido puro.
Omar sonrió y siguió afinando las demás cuerdas, su ebriedad consumida por la pasión por el instrumento. Cuando lo sintió afinado del todo, se preparó para tocarlo en serio. Hizo que el banshi pasara por las tres cuerdas y comenzó a marcar, con los dedos de su mano izquierda, las notas de una canción sin nombre que había escuchado aquella misma noche en la taberna donde celebraba con Emilian y Lisa.
Me gustaMe gusta