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Infracción, Roger Durañona y Maykel Díaz Rosales

Por: Roger Durañona y Maykel Díaz Rosales

«Y quién vigila a los guardianes»

El guardia de caminos me salió al paso cerca de la encrucijada de Las Flores. Estaba oculto detrás de un árbol, donde sabía que se apostaban a menudo, pero en mi apuro lo había olvidado y ahora era muy tarde para evadirlo.

―Oríllese a la orilla, por favor ―me ordenó, con acento de las regiones orientales del reino.

Conduje mi montura a un lado del camino y me apeé.

―Sus cartas de identidad y documentos del animal ―exigió.

Saqué de las alforjas lo solicitado y se lo entregué. Las examinó durante un rato, hasta que se dio cuenta de que estaban al revés. Por un instante dudó entre girarlas a la izquierda o a la derecha -e incluso lo intentó en un par de ocasiones- hasta que al fin se decidió.

Entonces leyó los documentos con atención durante otro rato, auxiliándose con un dedo para no perderse.

―Hmm… Sir Varamalo de la Cuesta…

Me echó un vistazo a mí, quizás para comprobar si yo tenía cara de ser Sir Varamalo, y luego al caballo, o simplemente ni sabía cuál era cual.

―¿Y para dónde va?

―A la boda de mi primo, Sir Flagrancio. Tiene un castillo por aquí cerca.

―Viene de muy lejos, Sir Varamalo. Su feudo está a cien millas.

Me encogí de hombros.

―Sir Flagrancio y yo crecimos juntos, de niños jugábamos a azotar a los campesinos y a incendiar aldeas. No podía faltar a su boda, ni aunque tuviese que atravesar el reino en carreta.

Volvió a examinar mi bestia, dando una vuelta a su alrededor.

―La herradura trasera izquierda está gastada.

Maldije para mis adentros. Tenía que haberla cambiado hacía un mes.

―¿De veras? Es que cada vez las hacen más malas, recién la puse hace una semana, oficial. La cambio en el primer herrero que me encuentre, es que esos mercaderes del Imperio del Sol están acabando con nosotros.

El oficial hizo un gesto negativo con la cabeza.

―No puede cabalgar así. ¿Cuándo fue que su caballo pasó la última inspección real?

―Ahora mismo no sabría decirle, porque las fechas se me hacen un lío. Pero no pasa de dos meses. Mire el sello aquí le dije, indicando la montura, aunque sabía que el muy bribón debería haberla visto. Era grande, fea y con unos colores capaces de sacarle lágrimas a un mendigo ciego.

―Oh, oh… resopló, mirándome ahora casi con lástima, pero falta algo, no veo registrada la cantidad de hierba por legua que consume ese jamelgo, eso puede ser crítico y más ahora con esta sequía.

«Diantres», pensé, «se me fue ese detalle». No hacía ni una semana que había comprado hierba en el mercado negro, pues la asignación que me tocaba se me volatilizó en menos de dos salidas. Ahora solo podía rezar para que el caballo no la hiciera delante de él.

Pero por suerte otra cosa atrajo su atención.

―Su espada, ¿no es un poco larga? El reglamento establece cuarenta pulgadas.

―En dependencia de la estatura del portador. La mía mide cuarenta y dos, y está dentro de lo establecido.

El guardia rumió algo. Probablemente no se había leído los edictos reales y recitaba de memoria, dando palos de ciego para sorprenderme. A estas alturas, ya sabía lo que pretendía. Solo podría librarme de él pagando algún soborno.

―¿Y qué lleva en esas alforjas?

―Botellas de vino, un regalo para mi primo. No se puede llegar a una boda con las manos vacías.

―Hmm… vino. Qué suerte tienen algunos. Otros tenemos que trabajar aquí al sol todo el día, con la garganta seca.

―Eso tiene solución. ¿No tiene una jarra por ahí? Así le dejo un poco de vino, que es magnífico, de mi propio viñedo.

―No, no tengo jarra. Los oficiales de su majestad no podemos beber en horario de servicio.

Ya sabía por dónde venía. Saqué una botella y se la ofrecí.

―Entonces, quédese esta, y se la bebe luego, en su horario de descanso.

―Gracias, gracias. Puede continuar su camino, su señoría.

Lo saludé con una reverencia y monté, con toda la intención de perderme de allí lo más rápido posible. Es sabido que lo mejor es poner distancia, además había cosas entre la carga que no me convenía que viera porque entonces tendría que dar muchas explicaciones. Y no estaba de ánimo como para probar una mazmorra.

―Un momento, por favor…

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Aun así, acopié toda mi sangre fría y con una sonrisa que estoy seguro pondría verde de envidia a cualquier saltimbanqui, enfrenté a mi uniformado problema.

―Sería muy indolente de mi parte si lo dejase ir sin al menos una ligera amonestación me dijo, con su cara muy fresca, extendiéndome un real talonario lleno de membretes oficiales.

No me quedó de otra que estampar mi rúbrica, maldiciendo en todos los idiomas del reino a la autora de sus días y al menos a tres generaciones más antes que ella.

―Cabalgue con seguridad ―me recomendó, muy serio.

Guardé el talón disimulando mi rabia y me dirigí a hacia el convite sin siquiera mirar atrás.

Tarde esa noche, entre copas y canciones, salió a relucir el incidente, pero a estas alturas, se volvió una anécdota graciosa. Hasta que uno de los presentes, estudiante de leyes por más señas, decidió indagar por la verdadera cuantía y el artículo por el que fui multado.

El dichoso pergamino pasó de mano en mano, mientras las risas parecían querer derrumbar el salón. En honor a la verdad, en mi incomodidad, ni lo había leído. Si lo hubiese hecho hubiera visto tamaña barbaridad y no estaría aquí, sino preso.

Allí sobre el pergamino en toscos y mal escritos caracteres, como escritos por un niño de primaria repitente habitual, una sola frase, donde se pone la infracción:

Kavayo con erradura isquielda degastada.

No pude evitarlo, solo pude reír hasta que las costillas me empezaron a doler.

Mi primo me dio unas palmaditas en el hombro y dijo:

―Alégrate que solo fuera eso, si llega a descubrir la carne de venado en las alforjas…

Nunca una botella estuvo mejor empleada.

ROGER DURAÑONA (Guantánamo 1975). Ha publicado las novelas de fantasía La Piedra Ardiente: Una Aventura de Elymuria (Gente Nueva, 2015), Despertar: Séptimo (Editorial Guantanamera, 2017), y un cuento en la antología Órbita Juracán (Voces de Hoy, 2016). Ha recibido menciones en los concursos de cuentos Mabuya 2013 y 2019, y premio en la categoría de artículo teórico en el Oscar Hurtado 2020.

Trabaja fundamentalmente la novela fantástica y en raras ocasiones escribe cuentos, siempre con toques de humor.

MAYKEL DÍAZ ROSALES (Santiago de Cuba 1978). Ingeniero en Telecomunicaciones y Electrónica graduado en el Instituto Superior Politécnico Julio Antonio Mella (ISPJAM), Especialista en servicios técnicos de la corporación Copextel sa. en Santiago de Cuba, miembro y fundador del taller de escritura fantástica y ciencia ficción 5ta Dimensión(Pulsar Digital) en Santiago de cuba, miembro de la peña de literatura fantástica y ciencia ficción 5ta Dimensión dirigido por el escritor Roger Durañona Vargas y el taller de escritura creativa dirigido por la escritora Aida Bahr Valcárcel desde hace cuatro años, asistente regular de la peña literaria Prosa Nostra dirigida por la escritora santiaguera Gizhet Portuondo. Tercer lugar en el concurso Oceansur de microrelatos del año 2019 con el relato corto Chezzfever. Mención del concurso Oscar Hurtado 2020 con el cuento Energía Descargable en la categoría Ciencia Ficción.

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9 comentarios sobre “Infracción, Roger Durañona y Maykel Díaz Rosales

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  1. Ja Ja Ja Ja. Muy bueno.
    El chiste vendrá de lo medieval, seguro. Y cualquier semejanza con nuestra realidad es pura coincidencia. En especial me encantó el detalle de la ortografía.
    Gracias a los autores y a ti por este rato divertido.
    Un abrazo a todos.

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    1. De nada, este tipo de cuentos son los que deberíamos ver más en las colecciones de libros que publican.
      Igual, ahora tengo en plan publicar al menos semanalmente un cuento de fantasía de algún autor nacional.

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    1. La verdad es que el chiste es algo más medieval que el que esté perdida la carne de venado. Sino que viene de la tradición medieval de que la carne de que matar un venado (que todos eran del rey) se condenaba con la horca.

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      1. Me imaginé q algo tendría q ver con cazar los venados del rey pero igual tiene su vínculo con nuestra realidad y al final m reí por eso. Como sea muy buen cuento y tienes razón, cosas como estas son las que deberían publicarse más.

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        1. Si, nuestra realidad también se presta para ello con su carne prohibida (aunque ahora con el precio que tienen, todas clasificarían en esa escala).
          Lo malo de esos cuentos es como le mencioné a uno de los autores (Roger), la literatura de fantasía cómica no se toma en serio ni se premia.

          Me gusta

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